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Capítulo 07

El sonido de los claxon de los autos de atrás finalizó el tierno instante del segundo beso. Él aceleró sonriendo y cruzó las avenidas más transitadas. Ninguno de los dos decía algo al respecto, Katheryn mantenía sus ojos en los rascacielos.

-Entonces, ¿Quieres salir conmigo?—repitió. Ella lo miró. —ya te di la definición hace unos segundos.

-¿En serio te gusto, Ethan?—le dijo ruborizada. —no soy fea, pero soy tan poca cosa para ti, no soy nadie.

-¿Por qué piensas eso? Por supuesto que no.

-Mírate, eres guapo, apuesto y eres el hombre que todas las chicas quisieran tener a su lado. —suspiró. —no soy buena para ti.

-¿Por qué no? Me gustas, ¿Eso no basta?

-No.

-¿Por qué no basta?

-No puedo tener una relación, nunca me casaré y mucho menos tendré una familia. —Bajó sus ojos grisáceos hasta sus pies. —soy anormal y diferente, no quiero sufrir de por vida si algo te pasara.

-¿Qué puede pasarme?

-Morir, puedes morir y yo lo lamentaré por el resto de mis días.

-Por supuesto que no. —repuso con frialdad. —no voy a morir.

-Tienes que morir algún día.

-Sí, pero yo no soy normal.

Katheryn sintió que iba a vomitar, ¿Qué le estaba diciendo?

-¿A qué te refieres? Tú no sabes nada.

-Soy igual a ti, ¿no lo ves?—espetó.

Ella lo miró asustada.

-Soy inmortal, Katheryn. Como tú. —Sus ojos verdes chocaron con los de ella. —a mí también me alcanzó un estúpido rayo dejándome solo, y sin poder envejecer o morir. Somos iguales.

Una ola de oscuridad la envolvió por completo. Sus ojos no veían nada, ni sus oídos oían lo que había a su alrededor. Estaba en estado crítico y Ethan la zarandeaba de los hombros.

-¿Qué tienes? ¡Santo cielo! ¡Katheryn!—eso fue lo único que logro escuchar.

Blanco.

Eso era lo único que ella miraba a su alrededor. Blanco.

Estaba sola, en un lugar desconocido y rodeada de personas sin rostro, solo había un anciano de barba hasta el pecho, con gafas de aumento. Estaba a dos metros de ella.

-Disculpe, ¿Dónde estoy?—le preguntó inquieta. Él anciano se volvió para verla y le sonrió.

-Tú debes ser Katheryn.

-¿Quién es usted y que hago aquí?—espetó ella.

-Me llamo Paul, y solo puedo decirte que debes tener cuidado muchacha. —La agarró del brazo. —tú no debes estar aquí. No confíes en nadie, ni si quiera en tu sombra, por qué uno nunca sabe quién te quiere bien y quién no.

-Pero, ¿Dónde estoy?

-Estás ausente, —su voz tenía un dejo de nostalgia. —y no debes estar aquí, vete.

-¡Katheryn, despierta! ¡Santo cielo, Katheryn!—los gritos de Ethan le taladraron los sentidos. Había vuelto a la realidad.

-Dime que lo que dijiste no es verdad, por favor…-susurró ella en un hilo de voz.

-No quiero que me vuelvas a asustar de ese modo. —la abrazó con fuerza.

-¿Dónde estoy?

-Te traje al jodido hospital porque no estabas respirando. —Sus ojos estaban llorosos. —creí que te perdería, eres una…

No terminó de hablar, solo la abrazó de nuevo, arrullándola en sus brazos.

-¿Es cierto lo que dijiste? ¿Qué eres como yo?

-Sí.

-No te creo. A nadie le he dicho de mi pasado, ni si quiera a Clara. —sacudió su cabeza. —no es posible que sepas eso.

-Lo sé por qué soy igual a ti. —dijo. Katheryn rodó los ojos. — ¿Por qué crees que somos similares en nuestro aspecto físico? No es una casualidad.

-¿Moda, tal vez?

-Somos iguales Kath, entiéndelo.

-¿Y por qué me lo dices ahora? ¿Por qué no me lo dijiste desde que nos conocimos?

-Por qué ibas a tomarme a loco y por qué yo quería…

-¿Tú querías, qué?

-Nada.

Katheryn no estaba segura si creerle lo que había dicho. Todo coincidía, su cabello, su forma de ser, su pasado, todo. Pero aquel anciano de su sueño, Paul, le había advertido que no creyera en nadie y le haría caso.

-Quiero salir de aquí. —espetó.

Ethan la ayudó a ponerse de pie y salieron del hospital. Ella caminaba en silencio a su lado, lo único que ella deseaba era darse una ducha y no ver a Ethan por todo el resto del día. Le daba miedo.

-¿Por qué estás tan callada?—le preguntó. Katheryn se encogió de hombros.

-Estoy cansada, eso es todo.

-¿Es sobre lo que te dije de nosotros?

-En parte, sí. —Respondió con sinceridad. —es una locura, Ethan. Una locura, yo pensaba que era la única con esta maldición.

-Pues no lo eres.

-¿Solo somos nosotros dos o hay más?—sus ojos brillaron. Él tragó saliva.

-No lo sé. —mintió. —y no quiero saberlo. Estamos bien así.

-¿Sabes qué fin tiene todo esto de no haber muerto por un rayo y vivir eternamente?—lo comenzó a bombardear de preguntas. — ¿Lo sabes?

-No estoy seguro. —por supuesto que sí lo sabía. —solo sé que es para tener en cuenta que hay algunas personas con suerte, eso es todo.

-¿Qué?

-Lo que oíste.

-Es absurdo. Por supuesto que no. —resopló. —tiene que haber una razón poderosa para que nosotros dos estemos aún aquí.

Ethan se mantuvo en silencio.

-¿Desde cuándo te sucedió eso? Yo hace apenas ciento cincuenta años atrás. —lo miró con atención. Aquel pensamiento de no confiar en él, se había ido.

-Exactamente pasado mañana cumpliré doscientos diez años desde que me volví así. —sonrió. —y dentro de unos meses estaría cumpliendo doscientos veintiséis años de nacido.

-Que viejo eres. —alardeó sonriendo. Y de repente lo abrazó. —ahora entiendo tu acercamiento y eso de que yo te gusto. ¿A caso me estabas buscando?

Inconscientemente ella le estaba preguntando lo que él realmente había hecho. Diez años atrás, él quería encontrarla y asesinarla, pero apenas unas semanas atrás que la encontró, su idea se esfumó al instante.

Él ahora la amaba, era prohibido amarla pero se estaba arriesgando.

Comenzó a amarla desde el primer instante en que la vio. Él había planeado aquel atraco en su departamento de ella, le había pagado anónimamente a un ladrón para asesinarla, pero cuando sintió su miedo de ella, prefirió no llevar a cabo su idea. Ahora no podía decirle nada a ella, nada de los otros ocho elegidos que querían asesinarla para vivir.

Ahora ella sabía que no era la única, pero pronto descubriría toda la verdad, y Ethan esperaba que Katheryn le perdonara.

-¿De dónde eres?—su voz sonaba interesada por saber más de él.

-Tienes que saber que no soy norteamericano. —embozó una sonrisa pícara. Ella se inclinó a él, ansiosa.

-¡Responde!—insistió ella.

-Soy de Gran Bretaña, Inglaterra. —Se mordió los labios. —soy británico, ingles o como gustes decirme.

-Pero, ¿Qué hay de tu acento? Hablas perfectamente como alguien de Estados Unidos. —frunció el ceño.

-Se debe a que he pasado más de un siglo aquí. Algo tenía que aprender, ¿no?

-Que confuso es todo esto…-se relajó en el asiento.

Katheryn sentía escalofríos, ansiedad y perplejidad. Aun no podía procesar la confesión de su vecino. Su mente vagaba haciéndose preguntas sin respuesta, pensaba que tal vez era una broma de mal gusto, o todo estaba siendo grabado y televisado para un programa de comedia. Pero las palabras de Ethan sonaban a sinceridad. La mitad de su mente le creía, pero la otra mitad no. No podía creerle tan fácilmente.

-¿Estás seguro de que no me espiaste alguna vez, hablando sola sobre mi pasado?—titubeó un poco. —Sigo sorprendida por lo que me has dicho. —agregó, elevando sus grisáceos ojos hacia él. El auto se detuvo en una esquina porqué había bastante tráfico.

-¿Por qué no puedes creerme? Te he dicho mi edad y hasta dónde nací. —musitó, molesto.

-¡Es qué es algo imposible!

-¿Por qué debería ser imposible? ¿A caso crees que solo a ti te pasaba y por eso eras diferente a los demás?—ella asintió y él ladeó su cabeza. —pues no, Florecilla, hay otra persona como tú & esa persona soy yo.

-Me cuesta tanto creer en todo esto, pero de acuerdo. —resopló. —creeré en ti, ¿de acuerdo?

-De acuerdo.

Hubo un tedioso silencio entre ellos, sin mencionar el ruido de los neumáticos de los autos que pasaban junto a ellos.

-¿A dónde vamos?

-A la estatua de la libertad.

Ethan hizo girar el auto en una esquina abarrotada de automóviles, al parecer no eran los únicos que planeaban ir a la estatua.

-¿Cómo conseguiremos llegar? Todas esas personas son capaces de matarse solo por llegar.

-Entonces tenemos que improvisar. —le sonrió divertido. Ella se ruborizó y fijó su mirada al frente.

El semáforo cambió a verde, los autos difícilmente lograron avanzar unos cuatros metros y luego pararon otra vez. El calor era intenso y todas las personas abrían sus cristales para refrescarse un rato en medio del tráfico.

-Tengo una idea, aunque es algo arriesgada. —dijo él, mordiéndose los labios. Katheryn deseó darle un beso en ese momento pero se contuvo.

Ethan se miraba muy bien estando sudado, sus cabellos dorados y negros estaban adheridos a su frente, orejas y cuello, sin mencionar que su playera estaba húmeda y resaltaba su poco pero marcado cuerpo. Y en cambio ella parecía un pájaro recién mojado, con el cabello húmedo y adherido a su frente, mejillas y cuello, con el maquillaje corrido y la camiseta bañada en sudor, nada sexy. Se sintió tan pequeña, que tuvo que apartar la mirada de él.

-¿De qué idea hablas?

-Tenemos dos opciones. —Le mostró sus dedos. —la primera es esperar nuestro turno para pasar.

Ella frunció el ceño y negó con la cabeza.

-La segunda es dejar el auto estacionado e ir caminando, ¿cuál prefieres?—elevó una ceja, esperando su respuesta.

-Elijo la segunda.

Una sonrisa divertida se dibujó en los labios de Ethan.

-Entonces, andando. —apagó el motor y ambos salieron del auto. Al salir, todos los ojos curiosos de las personas se fijaron en ellos, algunos abucheando y otros solo resoplando indignados.

-¿Y sí se ponen en marcha, qué pasará con el auto?—preguntó, mordiéndose la uña del pulgar.

-Apuesto a que regresaremos y el tráfico seguirá igual. —cogió la mano de Katheryn y tiró de ella. —andando.

Serpentearon entre los autos que estaban sobrecalentados de tanto sol, de algunos autos un humo negro con olor a quemado, salía de sus cofres. Katheryn tuvo que tapar su nariz y boca con su antebrazo.

Lograron cruzar la calle abarrotada, Ethan se las arregló para ayudarla a pasar más rápido entre las aceras y poder llegar a la orilla de la ciudad, donde tenían que tomar un breve recorrido en un pequeño yate e ir hacia la estatua, ya que ellos estaban del otro lado de aquella maravilla de bastantes metros de altura.

Lograron colarse junto a un grupo de personas, Ethan se dedicó a pagarle al conductor y se sentó junto a Katheryn. Comenzó el pequeño trayecto hasta la dichosa estatua, que cada vez se hacía más grande con forme se acercaban.

-Siento que me dará vértigo, tal vez te espere abajo mientras que tú subes a disfrutar la vista en lo más alto. —le sonrió apenada.

-Entonces me quedo abajo contigo. —le pasó el brazo por encima de los hombros.

-¿Por qué harías eso?

-Por qué no tiene ningún sentido que suba si tú no vas también. —Le sonrió con calidez. —si tu no subes, no disfrutaré nada. Prefiero quedarme contigo y disfrutarte a ti.

-No digas locuras, subirás pero yo te estaré esperando abajo. —le dio un golpe de broma en su pecho.

-Hablo en serio.

-Yo también.

-No subiré si tú no subes.

-Subiré. —repuso indignada. —no quiero que te quedes conmigo y pierdas la oportunidad de ver toda la ciudad, es absurdo.

-Te dije que subiría contigo, ¿lo olvidas?—le acomodó un mechón plateado a Katheryn y se lo puso detrás de su oreja. —no subirás, tienes miedo y no pienso obligarte a que lo hagas.

-Subiré, ya lo decidí. —apretó los labios, llena de miedo de solo pensar estar en lo alto de la estatua.

-Tienes miedo. —La abrazó más fuerte. —lo siento por traerte aquí, regresaremos enseguida e iremos a otro lugar más seguro.

-¡No!

-Sí.

-Subiré contigo, Ethan. —lo miró. —no tengo miedo, estando contigo me siento protegida.

Ethan sintió ganas incontrolables de llorar. Pero en vez de llorar, la abrazó y se maldijo así mismo. Él era un peligro para ella, y no estaba protegida a su lado, sino en peligro mortal. Al cabo de unos segundos, llegaron. La enorme mujer enrollada en un vestido al estilo romano o greco, sosteniendo una antorcha y hecha de cemento, le provocó a Katheryn náuseas y mareo.

Cogió a Ethan de la mano y tiró de él hacia el interior del monumento, donde había bastantes personas.

-Disculpe, ¿En este ascensor se sube hasta lo más alto?—Katheryn se abalanzó sobre un hombre de edad madura que conducía a una niña de seis años al ascensor. Ethan la sostenía de la mano.

-Sí, y justo vamos hasta el último piso. —Le respondió amablemente. —pueden subir con nosotros.

Ella sintió el agarré de Ethan cernirse con fuerza sobre su mano, pero no le importó y lo arrastró al ascensor junto con el hombre y su hija.

-¿Te has vuelto loca, Katheryn?—espetó en voz baja. —no estás lo suficientemente preparada para estar a esa altura, debemos salir de este ascensor y esperar algunos días para luego regresar.

-Tonterías. —lo fulminó con los ojos encendidos de irritación, pero le sonrió al hombre que cargaba a su hija.

-¿Ustedes son de aquí?—preguntó el hombre, mientras los evaluaba con la mirada.

-No, nosotros somos de California. —dijo Ethan.

-¿Y son hermanos?—una sonrisa amigable apareció en el rostro de aquel hombre y su hija sonrió también.

-Eh…

-No, no somos hermanos. —Katheryn lo interrumpió con una sonrisa nerviosa. Ethan suspiró aliviado.

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