Capítulo 01
Ciento cincuenta años después, tiempo actual...
Katheryn trabajaba de tiempo completo en una guardería en el sur de California. Todos los niños que ella cuidaba la querían mucho e incluso deseaban quedarse con ella todo el día. Era un magnetismo que ella irradiaba con todas las personas, era muy hermosa.
-Kath, querida. —Clara, su amiga y compañera de trabajo la hizo reaccionar de su aseo por toda la guardería, dejó a un lado la escoba y la miró a sus ojos grises. —Cariño no te quedes ahí pensativa y acariciando la escoba, ven y ayúdame con Troy—soltó un suspiro—ya están por venir sus padres y él muy diablillo no quiere cambiarse.
-Troy, pequeño te vamos a vestir. —Katheryn se acercó al niño con ternura.
-Pero vísteme tú profesora Kath. —dijo el pequeño Troy con una enorme sonrisa. Katheryn se las arregló para vestirlo.
-No sé qué rayos haces para que te obedezcan—se acercó su amiga con las manos dobladas en sus caderas.
-Hay que tratarlos con paciencia, eso es todo. —terminó de vestirlo y se hizo una coleta sin dejar ningún cabello plateado suelto.
Terminó su turno, ningún niño se quedaba y comenzaron a cerrar la guardería entre las dos.
Clara sospechaba algo de Katheryn, a menudo le preguntaba si usaba alguna crema para mantenerse tan joven radiante, pero Katheryn solo le decía que era un exfoliante de una tienda que no recordaba su nombre. Le había contado a Clara desde hacía cinco años atrás, que tenía veinte años de edad cuando había iniciado a trabajar con ella y cada cumpleaños tenía que fingir cumplir veintiuno y así sucesivamente. Pero el caso era que Katheryn permanecía igual e incluso más bella y joven que antes.
-Te veo el lunes Kath, cuídate. —se despidió de ella y se alejó por el lado contrario de donde ella se dirigía. Eran las seis de la tarde.
Katheryn se había mudado numerosas veces de casa, ciudad y país. Había falsificado sus papeles cientos de veces, que ya era una rutina más en su vida para ella.
Solo duraba cuatro años en cada ciudad para que nadie sospechara de ella, pero ya llevaba un año de más en ese trabajo y en esa ciudad. Ya estaba pensando en irse el año siguiente a Nueva York, su tierra de nacimiento y desdicha. Donde ya no tenía familia desde hacía más de un siglo y medio.
Había descubierto que no podía envejecer diez años después de su accidente con el rayo, y desde que huyó de la casa de su madre, asustada por las luces que le habían salido de sus manos, no regresó nunca a ese lugar.
Se había sentido muy infeliz pero cuando se enteró de su inmortalidad, se alegró un poco. Pero le dolió enterarse quince años después que sus padres habían muerto por causa de una peste infernal en el pueblo.
Pasó un siglo y medio exactamente, ahora ella se encontraba en California, pensando en el posible regreso a Nueva York a visitar las tumbas de su familia, sus hermanos era lo que más echaba de menos a pesar de tanto tiempo sin ellos.
No entendía que sentido había tenido el haber sobrevivido de aquel rayo, que incluso aquellos rayos de sus manos jamás volvieron a presenciarse.
Ningún hombre se acercaba a ella, y si lo hacían solo era para pasar la noche sin ningún compromiso, a Katheryn no le importaba en lo absoluto. Nunca moriría así que trataba de disfrutar todo al máximo mientras duraba ya que estaba segura que jamás tendría pareja y mucho menos una familia.
Caminó por las calles en dirección a su departamento, llegó por fin a su destino y encendió las luces. Lo que más le gustaba de ser inmortal era que había estado observando poco a poco como crecía la tecnología.
Ella no hubiera podido creer que había focos, coches, computadoras, celulares, tv, y aviones. Por eso estaba muy contenta y deseaba que Jack y Charlie hubieran corrido con la misma suerte de ella para poder apreciarlo todo.
Se despojó de su ropa sudorosa y cogió unos shorts junto con una camiseta de algodón, sacó una soda de su nevera, y salió al extenso balcón que daba con los demás balcones de sus vecinos. Bebía su soda tranquilamente mirando a la luminosa ciudad que pronto abandonaría y que era posible que regresara veinte años después donde ya nadie la recordara.
Sus ojos grisáceos se clavaron hacía abajo. Un pequeño Matiz color vino estaba aparcando en la acera del departamento. Del pequeño auto salió un muchacho delgado vestido de camisa y pantalones de color escarlata. Katheryn lo observó detenidamente y se quedó sin aliento al notar su cabello de este.
Tenía mechas al igual que ella pero en vez de plateadas eran doradas y su cabello azulado exactamente como el de ella.
El chico bajó cuatro robustas maletas y alzó la mirada, ella jamás había visto unos ojos tan claros como esos, eran verdes esmeralda.
Por unos segundos sus miradas se cruzaron, Katheryn se ruborizó y él bajó la mirada para entrar a la recepción.
Él se estaba mudando, solo había un departamento vacío y era exactamente el que estaba a lado del suyo donde ambos balcones colindaban, y hasta había una puertecilla de metal para ir o venir por ambos balcones.
Enseguida Katheryn se metió dejando su soda sobre el barandal y se puso a observar a través del picaporte de la puerta, la voz del portero George sonaba cada vez más cerca, una voz bastante masculina le contestaba amablemente. En un segundo aquel chico y el portero estaban caminando por el pasillo, Katheryn por poco cae de espaldas al notar los ojos verdes esmeraldas de aquel chico mirándola por el picaporte sin parpadear, pero era absurdo que él se diera cuenta de ella pero aun así decidió dejar de espiar y seguir bebiendo su soda afuera. Aunque no dejaba de pensar en aquella similitud de cabellos entre ambos, pensó en que tal vez era una nueva moda. Pero ella desde que le había caído ese rayo hace un siglo y medio, su cabello cambió de color al igual que sus ojos. Había intentado teñírselo de negro pero al día siguiente volvía a su color platinado y azulado, se había dado por vencida.
Bebió un poco más de su soda sin terminarla, de reojo observaba a George que le enseñaba todo el departamento al chico. Las puertas del balcón de él estaban abiertas y podía verlo claramente de espaldas. Miró disimuladamente a otro lado cuando escuchó sus pasos del chico acercándose al balcón.
-Emm... ¿A esto le llama privacidad?—preguntó en tono arrogante, señalando a Katheryn con el dedo.
-Puede cerrar las puertas del balcón, señor Quin. —balbuceó el portero.
-Aquí es mi departamento y puedo espiarte si quiero. —dijo Katheryn bebiendo de su soda sin preocuparse de nada. Notó enseguida la mirada fulminante del chico y la mirada de terror de George.
-Enséñame lo que falta, por favor. —masculló el chico entrando al departamento y cerró las puertas deliberadamente.
Katheryn rió por lo bajo ante semejante escena. Él era bastante guapo pero era también un engreído.
Rodó los ojos y siguió recargada mirando la ciudad y oyendo absolutamente todo. Por fortuna ella también podía escuchar y mirar perfectamente a través de las paredes y estando a una distancia excesiva. Pero aquella conversación le había aburrido así que tiró la lata de soda al suelo y escuchó un ligero "Auch" desde abajo.
-Lo siento. —se disculpó sin mirar a la persona que había sufrido el golpe.
Entró de nuevo a la sala y se dispuso a ver películas de mala calidad solo para pasar el rato. Quince minutos después, sus golosinas habían acabado y ella planeaba desvelarse hasta el amanecer y necesitaba tener golosinas que comer.
Tomó su chaqueta junto con sus llaves y salió del departamento en dirección a la tienda que estaba a solo tres manzanas de distancia. El auto del nuevo vecino no estaba, a eso se debía el silencio de todo el departamento. Eran las nueve de la noche y todas las calles estaban solitarias sin contar los bares y discotecas que estaban a unas cinco manzanas atrás de su departamento donde se escuchaba la música a tope y personas gritar. Patético, pensó Katheryn al echarles una mirada, aunque ella a veces iba pero la diferencia era que ella lo hacía por diversión y ellos lo hacían por adicción.
Entró a la tienda y saludó al encargado de ahí. Un chico pelirrojo y lleno de pecas, él sonrió al verla. Era notorio que le gustaba.
-¿Lo de siempre?—preguntó él.
-En efecto.
-Ya estaba preocupado de no verte por aquí, pensé que tenías otra tienda. —dijo él llenando una bolsa de bastantes golosinas.
-Lo que pasa es que no había comido las de la vez pasada pero aquí estoy por mi ronda otra vez. —sonrió Katheryn.
-Me alegro Kath. —le entregó la bolsa. —son 15 dólares.
-¿Solo 15?—entre cerró los ojos sin creerle. —son 2O dólares y lo sabes Louis. —sacó 2O dólares y se los entregó en el mostrador.
-Bien... es que no quiero que gastes esos 2O dólares. —los recogió del mostrador y los puso en la caja.
-Es mi dinero. —espetó irritada. —adiós.
Salió de la tienda molesta, aquel chico le cobrara menos solo para agradarle a ella pero era lo contrario. Katheryn era justa, y no quería que Louis pusiera su dinero para darle placer a ella de llevar cosas sin pagar.
Estaba pensativa de las golosinas que no se dio cuenta que un auto pequeño color vino por poco la arrolla. Era un matiz.
-¡Idiota!—le gritó al cruzar la calle.
Regresó a su departamento, se quedó sorprendida de encontrar ahí a Clara, su amiga estaba sentada afuera de la recepción con las rodillas pegadas al pecho y el rostro hundido a ellas.
-¿Clara?—se acercó Katheryn con cuidado.
-¡Katheryn!—saltó su amiga de repente en un mar de lágrimas y se abalanzó a ella abrazándola.
-¿Qué tienes? ¿Qué pasa?—Katheryn estaba absorta.
-Brenton me echó de su casa y no tengo a donde ir...—sorbió por la nariz. Sus ojos azules le imploraron ayuda a Katheryn. — ¿Puedo...puedo pasar la noche aquí Kath?
-Sabes bien que mi departamento es tu casa. —le dijo Kath, sonriendo. —andando, tienes que decirme que pasó para que pueda patearle el trasero a Brenton, traigo golosinas.
-De acuerdo. —asintió Clara limpiando su rostro.
Entraron enseguida, George estaba dormido en su silla así que pasaron sin hacer el menor ruido. Al subir al departamento de Katheryn se escuchó el motor de un auto estacionarse en la acera.
-¿Quieres ver una comedia? acabo de descargar varias películas de risa para que nos riamos, planeaba reír sola pero caíste de perlas. —le dijo Katheryn metiendo en la nevera los helados y paletas que había comprado.
-Me leíste la mente. —suspiró Clara. —ahora quiero estar libre de pensamientos.
-Pero debes contarme que sucedió. —Se acercó a su amiga. — ¿Quieres café y luego comer helado, o al revés?
-Las dos cosas al mismo tiempo.
-Enseguida. —corrió a la cocina y puso la cafetera. —ahora que estoy haciendo el café dime que fue lo que sucedió.
-Brenton cree que le puse el cuerno, y no sé quién demonios le metió esa idea tan absurda. —se mordió los labios con tristeza.
-¿Intentaste hablar con él?
-Fue un intento fallido, no quiso hablar nada conmigo. —se abrazó a sí misma, estaba por replicar cuando...
18
Unos pasos firmes pasaron por el pasillo del departamento y se detuvieron justo al lado. El vecino de Katheryn había regresado y en solo cinco segundos se escuchó música en su departamento a todo volumen.
-¿Hay alguien en el otro departamento?—preguntó su amiga, perpleja, Katheryn asintió mientras seguía con el café. —porque no me dijiste que tenías nuevo vecino, ¿es joven? ¿Guapo?
Katheryn se echó a reír, Clara rió también.
-El nuevo inquilino se mudó hace una hora más o menos, Clary. —Suspiró recordándolo. —es joven y guapo pero tiene un genio estúpido.
-¿Por qué lo dices? ¿Ya hablaste con él?
-No exactamente pero solo cruzamos palabras. —Rió con sarcasmo. —estaba en el balcón bebiendo una soda y él llegó, fue a su departamento y me vio, me acusó de invadir su privacidad.
-Sí que está idiota. —Se echó a reír. — ¿Cómo es físicamente?
-Eh... es delgado, de cabello negro azulado y con mechas doradas... tiene ojos verdes y...
-Aguarda... ¿cabello negro azulado y mechas?—la observó detenidamente. — ¿Así como tu cabello?
-Sí.
-Qué raro...
-De seguro es por la moda de ahora. —respondió Kath sin darle importancia. —ya está el café.
-¿Sabes su nombre?—se acercó Clara muy interesada en el nuevo vecino de Katheryn.
-Solo sé que se apellida Quin. —le dio un sorbo a su taza.
-Debes hablarle, tal vez sea buena persona.
-¿Para qué? de seguro se largará pronto. —suspiró. —aparte no me interesa hablarle.
-Estoy segura que en cuanto se presenten como se debe, ustedes dos serán inseparables. —sonrió emocionada.
-¿Qué te hace pensar eso?
-Algo me dice que así será. Ustedes serán inseparables, ya lo verás.
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