Esa mañana había despertado con la convincente sensación de que sería un día distinto, cómo si una voz interior la animara a lograr, por fin, aquello para lo que había estado preparándose casi toda su vida. El sol la encandiló al salir a la calle y la brisa desacomodó lo poco que había arreglado su pelo, y se sintió más viva que nunca. Compró una botella de agua a Pedro, el almacenero de la esquina, y siguió su recorrido hasta la parada del bus. No pasaron cinco minutos, cuándo la puerta del transporte público se abrió frente a ella, subió con la delicadeza que la caracterizaba y, cuándo se disponía a pagar el viaje, lo que sus ojos vieron le confirmó que, en efecto, sería un día distinto, aún que no por las razones que había imaginado.

Se sentó grácilmente en uno de los varios asientos desocupados, sin dejar de observar al misterioso ser, vestido con una oscura capa que ocultaba su ropa, y que no dejaba de murmurar: <<Dense, dense...>>

Se extrañó, pero nadie más se inmutó por su presencia. ¿Cómo era posible que aquella gente considerara siquiera medio normal que una persona, oculta completamente por una harapienta capa que le ocultaba la cara y todo su cuerpo, no dejara de murmurar la misma y extraña palabra?

Una parte de sus impulsos la animaba a hablar con ese misterioso ser, pero su parte más racional lo evitó.

Su sorpresa fue cuándo una persona se sentó sobre él, cómo si fuera algo incorpóreo, etéreo.

Entonces, la criatura murmuró, esta vez tan fuerte que parecía un grito sacado de lo más profundo del averno las repetidas palabras <<¡Dense, dense!>>>

Se dio cuenta de lo que sucedía demasiado tarde cómo para actuar. El hombre cayó de bruces contra el suelo, con un agudo gemido.

Lo que había visto era, ni más ni menos que La Parca, en su forma más pura.