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Yrene XXXVI


Yrene había vuelto a Lone Iland para revisar el cuidado que se le estaba dando a sus gatos, a recoger cualquier correo que le fuese de utilidad y algo que quizá pronto tendría que usar, la muerte de Krys le hizo entender que ya no podía mantenerlo entre sus pertenencias personales sin usar y en espera de un momento adecuado.

El último rostro que habría esperado o deseado ver en la mañana era el de Jill de Rais pero ahí estaba ella, dejando en su puerta rosas blancas y deslizando bajo la puerta una carta.

―Jill de Rais ―La llamó―. ¿Qué haces aquí?

―Vine a darte el pesame pero vi tu pastelería cerrada ―murmuró con la cabeza baja―. Lamento tu pérdida, también vine a devolver esto.

Jill llevó su mano al bolsillo de su abrigo oscuro, vestía de negro con sencillez, austeridad incluso, como si la muerte de Krys también le hubiese tocado el alma, sacó entonces el anillo y se lo tendió.

―Lo compré para ti, Jill de Rais, te pertenece ―Le dijo con cortesía y no intentó recibirlo.

―Gracias, te dejé una carta, espero puedas leerla ―respondió y le dio una sonrisa tenue y leve―. Sabes que aún estoy para ti.

No tenía nada que responderle, algo en su docilidad la disgustaba y también le encendía algo de culpa, quizá había sido demasiado severa con ella. Asintió e introdujo la llave en su cerradura mientras Jill se retiraba, al abrir se encontró con la carta de su anterior prometida y la levantó.

 Al entrar la recibió canela, pasándose entre sus piernas y pronto se unieron otros de sus animales. Los había extrañado, levantó a Pimienta, una bella gata carey y la estrujó entre sus brazos, eran un enorme consuelo.

―¡Elise! ―Llamó y escuchó los pasos apresurados bajar las escaleras.

―¡Señorita Adler! ―contestó y pronto llegó a su lado―. Pensé que no volvería hasta mañana.

―Quería ver que todo estaba en orden, gracias por cuidar de ellos ―respondió―. Vine por otra ropa y a darte un dinero extra por quedarte.

De su bolsillo sacó el dinero y se lo entregó para despues subir por sus escaleras con pesadez, no había tenido demasiado descanso ni sueño, pero no lo tendría hasta encontrar al asesino de su hermana. Ya ni siquiera le interesaba demasiado la destripadora.

―Licorice ―musitó al ver a un gato rojizo encaramado en la escalera y que sólo le maulló en retorno―. ¿Estás listo para viajar en barco?

Otro maullido, un mes más y partiría para seguramente no volver jamás, tenía que llevarlos consigo, a Nilsa le gustaban mucho los gatos y sus perros estaban acostumbrados a ellos así que no sería problema. Sólo quedaba hacer los últimos arreglos.

Cuando al fin alcanzó su habitación observó a Ázucar sentada sobre un largo mueble de puertas corredizas que contenía muchas de sus joyas y accesorios sin usar.

―¿Sabes, Ázucar? ―preguntó y se acercó a hacerle una caricia―. Sé que ese cinturón lo vi antes, el material es fino, seguro se lo vi a alguien que conozco, me pregunto si acaso tengo algo similar.

Habló y la gata la miró, siempre había preferido por mucho la compañía de los animales, ellos nunca la interrumpían.

―Aunque vine a buscar otra cosa, hay algo muy importante que debe viajar conmigo, además de ustedes ―dijo y abrió una de las puertas del mueble en el que estaba la gata―. ¿Sabes? El impirio angelical siempre me ha intrigado.

Buscó, debía estar en alguno de esos viejos alhajeros. Tal vez debería deshacerse de tantas joyas que estaban guardadas y sin usar. Muchas ya ni siquiera le gustaban o habían sido regalos de personas que ya ni siquiera poseían un nombre, voz o rostro en el archivo de su memoria. Sacó un alhajero tras otro, algunos de porcelana, otros de madera y unos más de metal. El que buscaba era de plata. Después de sacar más de veinte de aquel mueble lo encontró, en sus manos pesaba, lo puso en la superficie del mueble y la gata miró intrigada mientras lo abría.

Dentro había nostalgia y pasado, pendientes de perlas negras que Dahlia le había obsequiado, una orquilla de oro y un rubí dada en su boda, hasta un anillo de jade, la primer joya que compró en su vida. Finalmente lo que había ido a buscar, un pequeño frasco de delicado cristal y en el líquido dorado y espeso. 

Contrario a lo que Dahlia parecía creer, no lo había robado de Darius, él de buena gana se lo había entregado, por supuesto en espera de que eso la matuviera a su lado. Presentía que esa sangre de ángel era el resentimiento de Dahlia, aún cuando Yrene poseía esa clave de eternidad, no la consumió ni la entregó a nadie más, quizá aquello, despues de todo, había sido un error. Si se lo hubiese dado a Krys, tal vez estaría viva.

―Darius nunca me dijo que pasaría cuando lo bebiera, sólo dijo que sería la primera ―afirmó―. Lo cierto es que quizá me mintió, es muy dificil saber que de todo lo que decía era cierto, él tenía la esperanza de que al no poder engendrar, tal vez consumiendo sangre de ángeles pudiese incrementar sus números, heredar el poder celestial.

Al parecer tendría que averiguarlo por sí misma. 

No estaba segura de querer consumirlo, era un absurdo, se había casado con él para obtener aquella sangre angelical, ícor celestial y ahora se encontraba plagada de dudas.

Suspiró y lo guardó en su bolso, sería una decisión para después.

Regresó a Mayfair con ropa limpia y el ícor justo donde lo pudiese cuidar.

Iulius partiría al día siguiente y quería despedirlo de forma adecuada pero no tenía ánimo de cocinarle ni de ir a ningún lugar y ya estaba harta de la seguridad y de los demás, le habría gustado estar sola con él. No habían tenido mucha privacidad ni tiempo juntos, al menos no el suficiente.

Se dirigió a la biblioteca de la casa, se sentó en un sillón y de su bolsillo  extrajo la carta de Jill de Rais, a primer vistazo tenía una caligrafía que rondaba en lo feo, ladeada hacia la izquierda y con ángulos que le parecieron extraños.

«Querida Yrene:

Esta breve misiva no lleva consigo la intención de abrumar ni recriminar nada.

Haciendo claro eso, debo admitir que me sentí dañada por la forma en la que nuestro compromiso fue terminado pero dicho dolor se apagó con la noticia del fallecimiento de tu hermana. No puedo decirte cuánto lo lamento y en cuántas formas entiendo tu pena y aflicción, conociéndote puedo entender que deseas pasar tu duelo en privado y no forzaré mi presencia ante ti, únicamente quiero reiterar lo que ya sabes y es que si necesitas apoyo o compañía estaré dispuesta a acompañarte como una leal amiga. El amor que siento hacia ti va más allá de lo que tu puedas sentir hacia mí, sólo sí me dices que me prefieres lejos de ti y que ni mi amistad es algo de interés o valor para ti me retiraré en silencio y sin protestar.

Te respeto y quiero profundamente, el día que nos comprometimos te dije que si me lo pidieras, me arrancaría el corazón por ti y me dijiste que no serías tan cruel para pedirme tal cosa jamás, que nunca pedirías algo que signifique mi daño y menos mi destrucción o final, nunca sentí mi corazón tan resguardado y me considero afortunada de que en la medida de lo que te fue posible, cuidaste de mis sentimientos y mi sensibilidad. Me mostraste que también soy digna de recibir cosas bellas y el respeto de una pareja.

Mentiría si dijera que no me encuentro dañada pero se resolverá y las heridas sanarán, espero también que encuentres pronto la aceptación y la justicia a la pérdida que haz tenido que pasar, deseo con todo mi corazón que puedas encontrar consuelo en tus más allegados amigos y en tu hermana Sienna.


Con todo mi corazón, Jill de Rais.»


Suspiró después de leerla, habría querido protestar a muchas frases en la carta, Krys no había fallecido, la habían matado pero desde luego eso Jill no lo sabía, sólo había estado presente cuando le dijeron que su hermana estaba muerta. Aceptación, esa ya la había encontrado, la muerte era un hecho y no podía cambiarlo. 

Justicia. ¿Por qué hablaría de tal cosa si no sabía que Krys había sido asesinada? 

Sintió como su nuca se enfríara y pronto esa sensación se deslizó por el resto de su cuerpo. 

Jill había desaparecido mientras Krys estaba siendo asesinada.

Dahlia siempre había sido una mentirosa. 

Al principio sólo había tenido curiosidad por el cinturón de Jill de Rais, si quizá en ella había visto algo similar pero ahora se introducía en su mente la posibilidad de que aquel accesorio fuese de su anterior prometida.

La puerta se abrió.

―Yrene ―La llamó Nilsa―. ¿Qué haces? 

La joven se sentó frente a ella en uno de los taburetes.

―Leo una carta. 

―¿De quién? ―Nilsa le arrebató el papel de la mano y se puso a leerlo―. Ella es tan cursi, ¿qué te gustó de ella?

Nilsa arrugó la nariz en desagrado y le devolvió la carta.

―Es muy apacible y la verdad me gustaba su atención, pero me gustaba más que no me veía, ella cree que soy perfecta o me trata como si lo fuera ―confesó pese a que estaba mal―. Incluso en esa carta.

―Me dijiste que la autoindulgencia es mala, Yrene ―contestó su interlocutora y se pasó una mano por su denso cabello rubio.

―¿Te parece una benevolencia hacia mi misma que me gustara alguien que piense que soy perfecta?

―Si ―Nilsa asintió repetidamente con la cabeza y jugaba con sus dedos, tamborileando sobre su pierna y dando vueltas a sus pulseras―. Si alguien piensa que eres perfecta no te dirá cuándo te equivoques, esa carta, te dice que lo hiciste todo bien con ella y no fue así.

―Eres más lista de lo que dejas ver, Nilsa ―respondió.

―Si pero no dejemos que nadie se entere o me pedirán hacer más que cazar animales y espantar pretendientes con la bayoneta ―dijo en un tono juguetón―. ¿Sí algo me pasara tu cuidarías de mi papá?

Otra vez ese tema, mil veces lo habían discutido y mil insistencias seguía recibiendo.

―Nada te va a pasar, Nilsa, eres joven y saludable.

―Le pasó a Krystal ―comentó y los ojos se le aguaron, era una niña sensible, quizá demasiado.

Yí Rén tomó aire y lo dejó salir, no quería ponerse sensible frente a la joven.

―Si, sin embargo no es algo que pase a menudo y que no es usual en mujeres como tu o yo ―respondió.

―Pero pasa ―insistió―. Si me pasa a mí, ¿estarás con mi papá?

―Si, yo lo acompañaré tanto como pueda y tanto como él me lo permita ―afirmó.

Nilsa asintió.

―Por cierto, me quedé pensando lo del cinturón de la que iba a ser tu mujer ―Aquel cambio de tema era bienvenido pese a que no quería indagar totalmente en ese tópico―. Deberías preguntarle a la modista que hizo sus vestidos para el baile.

¿Cómo no se le había pasado por la mente aquello? Esa mujer podría decirle si sus dudas hacia Jill de Rais tenían sentido o eran infundadas.

Cerró la puerta tras de sí, de la forma más silenciosa de la que fue capaz pero igualmente Iulius se giró en la cama y alcanzó el puñal en su buró.

—Soy yo —murmuró, acercando a su rostro la vela que llevaba. Podría haber encendido la luz, pero no quería alterar el ambiente demasiado.

—Ài Rén —dijo él, su voz ronca por el sueño—. ¿Pasa algo?

—Quiero estar un poco de tiempo a solas contigo —contestó, aproximándose a la cama—. Pero si mi presencia entorpece tu descanso me retiraré.

Iulius descubrió la cama y se hizo a un lado para hacerle espacio. Ella entró a la cama con él, no sin antes dejar la vela en el buró, se recostó de lado y el hombre le acarició el rostro y la barba que comenzaba a espesarse con el paso de los días.

—Tu presencia siempre es bienvenida a mi lado —contestó él y la cubrió con los edredones.

La luz de la vela era tan tenue que Yì Rén apenas podía contemplar su rostro, el orbe de vidrio dentro de la cuenca vacía del ojo pérdido en su juventud contrastaba con el marrón, casi negro del otro ojo y aún así le parecía que combinaba perfectamente.

—¿Me compartes tus pensamientos, Yì Rén?

—Finalmente lo he consumido, debo decir que no me siento diferente —dijo, refiriendose al ícor y sabiendo que Iulius entendería a lo que se refería.

—¿Qué esperabas que sucediera? —preguntó Iulius en voz baja.

—Que la tierra se abriera y lo que surgiera del interior nos destruya a todos, sentirme fuerte o mejor, en realidad no lo sé —confesó—. Y estoy pensando en que Jill de Rais acabó con la vida de mi hermana.

Iulius se enderezó en la cama, podía decir adiós a la paz. Quizá no debió decir nada y proceder en silencio pero tenía que discutirlo con alguien, César Taylor no estaba al alcance, Sienna estaba colapsando dentro de sí misma y ya no había confianza con Genevieve, quien además había partido a Lone Iland después del funeral.

—¿Qué te hace pensar eso?

Suspiró y se levantó, después de todo sería una conversación a luz encendida. Fue ella quién encendió la luz y apagó la llama de la vela con sus dedos, después se dirigió a una de las mesas de la habitación y sirvió agua para los dos.

Volvió a la cama con los vasos, le entregó uno a Iulius y ella bebió el suyo.

—Encontré un cinturón en la casa de Krystal, uno que me pareció demasiado familiar para ser de ella, muy costoso y delicado para ser de Ginny, el cinturón de un vestido blanco, Jill vestía de blanco ese día —respondió, su cabeza iba a mil por hora—. Y sus heridas, viste sus heridas, las puñaladas, no eran puñaladas, eran pequeñas, pequeñas como las de Krys.

—No las vi pero vi la de su rostro y cuello —respondió—. ¿Qué fue lo que dijo de ellas?

—Nada, las trataba de ocultar y su historia no tiene puto sentido por más que la repaso —aseveró—. Sí el asaltante ya le había disparado, ¿para qué apuñalar? O supongamos que fue al revés, primero fueron las supuestas puñaladas, ¿cómo se siguieron resistiendo al asalto?¿Cómo tuvo tiempo el asaltante de sacar un arma?

Vio a Iulius asentir.

—Dahlia no parecía lastimada —Le comentó Iulius, aquello en otro momento no le había parecido peculiar.

—Se supone que Jill la protegió —respondió pero veía el punto al que su amigo quería llegar—. También se supone que corrieron después de que sucedió el disparo y su vestido no tenía arrugas, no tenía ni un sólo cabello fuera de lugar.

—Yo no tengo dudas de que estás en lo correcto —enunció y dio un sorbo al agua—. ¿Qué harás al respecto?¿Cómo ligarás las mentiras con homicidio?¿Qué tiene que ver Dahlia con el asesinato?¿Qué la llevó a proteger a Jill de Rais?

Todas eran preguntas perfectamente razonables y sabía también que no necesitaba explicarle su instinto a Iulius pero sí a las leyes.

—Mañana voy a hablar con la modista que hizo los vestidos para el baile, sé que me dirá que ese cinturón era de Jill —contestó—. Le puse un anillo al dedo y ella mató a mi hermana, no entiendo la razón.

Aún podía estar equivocada, deseaba estar equivocada. Una mala elección había permitido a la muerte introducirse en su vida. Iulius le puso una mano en el hombro, ese calor le bastaba, sabía que en ese silencio él le decía que aquello no era su culpa, que todos cometen errores e infortunadamente muchas veces otros pagan el precio.

—Dahlia es quien es, sé que eligió mentir por alguna razón y de esa me encargaré después. lo primero es quitarme las dudas —comentó—, tengo que mandar gente en respuesta a la emboscada que te espera en el mar, no se puede quedar sin consecuencias y después, dependiendo del resultado respecto al cinturón tomaré otras medidas.

—Las consecuencias a la emboscada son mi elección, Yì Rén —señaló con autoridad—. No harás nada al respecto, a menos que alguien salga herido.

Asintió pese a que no le agradaba recibir órdenes, era cierto que ella no tenía autoridad para tomar cartas en el asunto y en lo que concernía a la guerra él llevaba la voz comandante.

—Y con Jill de Rais, voy a mantener vigilada a su sobrina y a mi alcance, desde luego —comentó—. Creo que en algún nivel Jill de Rais quiere a su sobrina, no hará nada estúpido si piensa que puedo lastimarla.

Iulius bajó el rostro y apretó los labios.

—Dame tus pensamientos, Maersse —comandó.

—Ya hizo algo estúpido, fue lo suficientemente audaz para dañar a alguien cercano a ti —indicó—. ¿Que tal si no te considera capaz de hacer daño?

Era una buena pregunta pero tendría que trabajar sin certezas.

—No tengo una respuesta a eso, puedo lastimarla a través de su sobrina, es bajo pero no estoy por encima de ello —comentó—. Pero espero no tener que llegar a ello, espero ponerle las manos encima antes, quiero que sufra por largo tiempo, si es preciso la cortaré en pedazos y la sanaré hasta que sea imposible seguir.

Se estaba escuchando pero su compañero permanecía impasible, como si le estuviera hablando de una trivialidad, no la condenaba ni le recriminaba. Sólo la abrazó y le tomó la mano.

—Si es menester incluso yo te ayudaré —La respaldó.

—Hay cosas que se escapan de mi entendimiento pero hay una en especial —afirmó—. ¿Por que razón se quitaría el cinturón?

Los cinturones sólo se quitaban por comodidad, seguridad y confianza. ¿Para qué se quitaría el cinturón una asesina?

Era una obviedad al pensarlo con claridad.

Para estrangular.

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