Yrene XXXI
No entendía que estupideces habían cruzado por la cabeza de Jill de Rais que habían hecho que abandonara el maldito baile.
La cabeza le dolía y los oídos le pitaban y aún así tenía que estar ahí, sentada como estúpida escuchando la verborrea sin sentido o coherencia que salía de la boca de Jill.
Tampoco entendía que de entre todas las personas que pudieron encontrar a la pintora medio muerta y ebria en las calles, fuese Dahlia quien la hallara. Había imaginado peores circunstancias para ver a su hermana después de siglos pero no había imaginado un escenario tan absurdo.
Sentía como si la hubiesen apaleado, se preguntaba que había estado haciendo Sienna. Su mente vagó brevemente hacia Krystal pero ella tenía décadas de no hacer uso de la fuerza ajena para ayudarse, era una mujer orgullosa y no le gustaba usar recursos que no fuesen propios.
La historia carecía de completo sentido, no importaba en qué ángulo la mirara.
¿Y por qué razón se sentía tan mal? La que había bebido absenta hasta el punto de la imbecilidad había sido Jill de Rais.
—Repito, yo llegaba al baile cuando me encontré fuera del recinto a la señorita, sé bien que es la prometida de mi querida hermana así que me dispuse a llevarla a casa —dijo Dahlia por lo que se sintió como la millonésima vez—, pero cedí a la imprudencia de mi futura cuñada y acepté que fuéramos antes a la feria de Londres.
Respiró profundo, estaba cansándose de todas esas necedades.
Las asaltaron, Jill se resistió y luchó con el ladrón. Este le disparó. Eso no daba una historia a las heridas de uñas en la parte trasera del cuello de Jill, heridas que no mencionaba y que desesperadamente trataba de esconder.
Las heridas del brazo tampoco correspondían a una daga como Dahlia y Jill decían, eran laceraciones pequeñas, como las de un bisturí.
Otra herida peculiar era la de su cuenca ocular, ligeramente curvada, como una uña que intentó cegarla sin éxito.
—Fue suficiente, las señoritas han dado ya su declaración —interrumpió—. ¿Podemos marcharnos?
El oficial asintió.
—Bien, si surgen más preguntas las buscaremos —indicó el hombre.
—Vámonos —Yrene se levantó—. ¿En dónde te estás quedando Dahlia?
—En mi departamento —contestó Dahlia mientras caminaban a la salida.
Caminaron en silencio hasta su auto, Jill subió sin decir palabra al asiento del copiloto pero Dahlia no demostró intención de abordar.
—Sube —indicó pese a que no tenía idea de donde se encontraba el apartamento de Dahlia, ni siquiera sabía que tenía uno en Londres.
—No es necesario que me lleves, hermana —respondió—. Sé llegar a mi casa.
—Sube al auto, Dahlia Adler —Volvió a dar la indicación—. Terminaron con las preguntas de la policía pero no con las mías.
Dahlia pareció pensar en replicar pero al final no lo hizo y subió al asiento de atrás.
Ella subió también, cerró la puerta y abrió su ventanilla.
—Quiero toda la verdad.
—¿Qué te hace pensar que no dijimos la verdad? —cuestionó Dahlia—. Está bien que dudes de mi pero deberías creer en tu prometida.
—Ella no es mi prometida —Soltó, no era el mejor escenario pero su furia decía que ya no importaba.
—Yrene, sé que estás muy enojada conmigo pero....
Enojo era una palabra demasiado pequeña para describir el sentimiento que la estaba devorando por dentro.
—Por favor, Jill de Rais, te suplico no digas nada más en este momento más que lo que pregunte —respondió.
—No, estás cancelando un compromiso y creo que merezco una explicación —Jill sonó indignada.
Dicha indignación encendió en su pecho una rabia indescriptible, azuzada por el ridículo de salir del baile a buscar a una mujer ebria y por el teatro de negociación que se había montado. Pisó el acelerador con rumbo a su casa en Mayfair, poco le interesaban los invitados, poco le importaba lo que fuesen a decir o de las cosas de las que pudieran enterarse.
—Entonces hablaremos en mi casa —sentenció.
—Yìyì, baja la velocidad —La voz de Dahlia llegó a ella pero estaba aminorada por el pitido en sus oídos.
La luz solar era demasiado brillante, los sonidos externos eran demasiado fuertes y abrumadores. Acrecentaban el dolor de cabeza y sentía su mandíbula apretarse al punto en el que los músculos le comenzaban a doler.
Escuchó a Dahlia dirigirle a Jill unas palabras pero no consiguió enfocarse en ellas, sólo se concentró en la tarea mecánica de conducir y llevar el auto y sus pasajeras por las calles empedradas hasta lo que fue antes la casa familiar. Una vez ahí, bajó y abrió la puerta a Jill y luego a Dahlia. Los elementos de seguridad fuera de la casa parecieron notar su irritación y simplemente las dejaron pasar.
Al entrar el silencio se hizo atronador, en la sala más grande de la casa estaban sentados Emilie e Iulius y en sus semblantes podía ver que tenían una noticia incomoda que entregarle, una noticia que debía ser de un peso inconcebible pues los hermanos frente a ella no parecieron interesarse en el estado maltrecho de Jill ni en la desconocida pelirroja detrás.
—Tenemos visitas —Fue lo que les dijo.
Iulius hizo algo que raramente hacía, bajó la cabeza y recargó sus codos en sus piernas, como si tuviera algo demasiado complicado de decir.
—Tal vez deberíamos hablar en privado, Yì Rén —dijo él, se veía afectado y que trataba de no desmoronarse.
Negó. No, ya no importaba la privacidad, ya no importaba lo que pudiesen decir o escuchar.
—Dilo ya, Iulius Maersse —Su voz salió de su garganta en forma de un grito que hizo a Iulius fruncir el entrecejo en un disgusto que pronto se difuminó.
—Krystal está muerta —Le contestó en voz clara pero baja, quizá había un dejo de dolor—. Sienna se ha ido hace cincuenta minutos, después de que la empleada domestica la llamara, vino a buscarte pero ha partido al ver que no te encontrabas.
Frío. El fuego que ardía dentro de sí, se apagó de forma repentina, pero el pitido continuaba. A su alrededor comenzaba a sentirse un vacío que hacía mucho que no sentía, los sonidos externos comenzaban a perderse en el inmenso hueco de la sala que parecía también perder sus colores y sus contornos.
Respiró con trabajo y profundidad, sus pulmones parecían negarse a tomar aire.
Tomó aire por segunda vez, sintió su calor regresar poco a poco y se pasó una mano por el cabello, podía sentir los ojos de todos en ellas, aguardando por su reacción y por sus palabras.
—¿Qué más sabes, Iulius? —cuestionó, aún siendo consciente de su propia respiración y de su dificultad por enfocarse.
—No mucho más —El volvió a recargar su espalda en el respaldo del sillón—. Sienna recibió la llamada de la empleada de Krys, dijo que no tenía mucho sentido y al irse dijo que iría a ver que había sucedido.
Asintió, sabía que se veía afectada pues Iulius y Emilie la miraban con atención, Jill y Dahlia permanecían detrás en silencio y seguramente a la expectativa.
—Entiendo —Exhaló—. Esperaré a que Sienna traiga nuevas noticias, de nada sirve que salga si no sé en dónde estarán.
O podía esperar a que el teléfono sonara. Caminó hasta uno de los sillones individuales y se sentó.
—¿Van a quedarse ahí de pie, Jill, Dahlia? —preguntó pero no obtuvo una respuesta—. No se me olvida que hay algo de que hablar.
—Les daremos privacidad —dijo Emilie.
«Que no se vayan. » La parte primitiva de su cerebro volvía a hacerse presente y no era el momento para rehusarse, no tenía deseos ni energía para intentar racionalizar, su parte más racional no detectaba el peligro pero su instinto sí. Y por el momento no iba a resistirse.
—No, quédense —pidió.
Emilie entrecerró los ojos pero permaneció en su asiento al tiempo que Jill y Dahlia también tomaban lugares, Jill en un taburete y Dahlia en otro sillón individual, ambas cercanas a la esquina de la habitación.
Se levantó de su lugar y fue a sentarse junto a Emilie que dejaba más espacio en su sillón, no sólo en busca de la compañía sino de una mayor cercanía a las mujeres que recientemente había recogido de la estación de policía.
—Iré al grano, Jill de Rais, no me puedo casar contigo —dijo—. No me quiero casar contigo.
Consideró que corregirse era importante, las palabras importaban.
—Es por que te haz acostado con él —contestó Jill.
¿Estaba escuchando correctamente? Iulius la miró con extrañeza y sabía que ella debía tener la misma confusión en el rostro.
—¿Disculpe? —increpó Iulius.
—Los vi, anoche en la biblioteca —respondió Jill, sus ojos llenándose de agua—. No se molesten en negarlo.
Quizá había sido un error de juicio decidir hablar en ese momento, Krystal eclipsaba sus pensamientos. ¿Cómo se lo diría a Genevieve? Y por la diosa, Sienna tardaría en recuperarse de ese golpe. Escuchar los delirios de ebria de Jill de Rais pareció no sólo una banalidad sino una pérdida de tiempo.
—No me molestaré en discutir los delirios plagados de celos y absenta que tengas, en este momento ni siquiera me interesa —respondió.
—Yì Rén, escúchame —Jill de Rais la llamó por su nombre y eso sin razón reavivó la llama de la cólera en su interior—. No tienes idea de las cosas que escuché y me dijeron.
Exhaló sonoramente.
—Y te dije que vinieras a mi, con tus dudas, tus celos o cualquier otro sentimiento —El esfuerzo por mantener el control era agotador y empeoraba su dolor de cabeza—. Y en lugar de hacer, te embriagaste, te metiste en un problema y me mientes descaradamente.
—¿Vas a decirme que me dijiste toda la verdad respecto a tu relación con este hombre?
Iulius se movió de su asiento, como si fuera a levantarse pero no lo hizo, sólo se acomodó en un mejor ángulo para ver bien, no sólo a Jill de Rais sino a todas.
—Respondí a todas las preguntas que me hiciste —contestó.
—¿Y no crees que dejaste muchos espacios en blanco para que yo los llenara?
¿Qué estaba tratando de hacer?¿Manipularla?
—Si te diste cuenta de esos espacios debiste preguntar para que pudieras llenarlos con la verdad —contestó—. Siempre te di esa confianza y aún así inundaste esos espacios con absenta y sabrá la diosa con que cuentos asquerosos.
—Claro, iría a preguntarte si estabas jugando conmigo —respondió con un dejo de amargura—. O si alguna vez estuviste casada, o porqué razón nunca me permitiste besarte.
—Te puse un maldito anillo, Jill de Rais, por favor —contestó—. Mi tiempo vale demasiado como para perderlo en esos juegos, sí, me casé una vez y no me nació, no quise besarte y no lo hice.
—¿Esa es tu manera de contar la verdad, Yì Rén? —intervino Dahlia—. Sí, te casaste, con el hombre que yo quería y ni siquiera lo amabas, te casaste para robarle algo más valioso que todo tu dinero.
No era exactamente lo sucedido. Ya no importaba, el pasado estaba escrito, la tinta seca. Incluso las consecuencias estaban ya plasmadas e inamovibles, una de esas consecuencias era esa misma rabieta de su hermana menor.
—¿Terminaste, Dahlia? —preguntó fastidiada—. ¿O tengo que escuchar una vez más la rabieta que oí por casi cuatrocientos años?
Sólo por casarse con Darius. Dahlia había hablado con él en, a lo sumo, tres ocasiones. No podía entender porque actuaba tan herida al respecto. Tampoco es que Dahlia habría sobrevivido a Darius de haberse casado con él, pocas lo habían conseguido.
—¿Así tratas a tu familia, Yrene? —preguntó Jill.
Estaba harta de sus intentos por manipularla, eso eran.
—En vista de que ninguna me dirá lo que realmente pasó anoche, les suplico que se vayan de mi casa —dijo—. Tienes treinta minutos para empacar las cosas que trajiste, Jill de Rais.
Vio el semblante de Jill transformarse por un segundo, entre los rostros de victimización e indignación se asomó uno que nunca vio antes en aquella mujer.
Odio.
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