Yrene XXIV
¿Cuánta gente excepcional había visto sucumbir a la oscuridad?
Todos los inmortales después de cierto tiempo caían en la indulgencia con ellos mismos. ¿Cómo no ser indulgentes, sí tenían tiempo para arreglar cualquier cosa? No le gustaba pensar en ello pues la llevaba a pensar en su primer marido y a pensar en la mentira que siempre decía respecto a él. Las miles de mentiras que rodeaban las inmortalidades. Mentiras para el mundo, mentiras que se contaban entre sí.
Mentiras, sombras creadas debido a que la verdad y la luz podían ser crueles.
—Sienna, me gustaría pedirte un favor —Yì Rén deslizó el cepillo por el largo cabello de su hermana.
—Yo no abriré más tu pastelería —declaró.
—No es eso, necesito que vuelvas a Londres y vayas a ver Krys —dijo—. Y que averigües si Dahlia la ha visitado.
—Dahlia debe estar en Allure Hall con tus padres, no creo que se haya tomado la molestia de visitar a tus amigas —respondió—. Por lo que noté, parecía desear pasar inadvertida.
—Lo entiendo, aunque no era a lo único que irías con Krys —comentó, comenzando a trenzar el cabello de Sienna—. Quería pedirte que le anuncies que la visitaré.
—¿Después de todo este tiempo?
—No te confundas, el propósito de mi visita será tratar el tema de los negocios que tenemos en conjunto y mi cesión de derechos para ella —aclaró.
Prefería evitar que Sienna fantaseara con la posibilidad de que las cosas podrían volver a ser lo que eran antes de la transgresión de Krystal, después de todo, algo de lealtad se le debía.
—Es un buen comienzo.
—Sienna, quisiera saber —Pensó cuidadosamente su pregunta—. ¿Qué piensas de Jill de Rais?
—No pensé que quisieras tener esta conversación —Sienna se hizo a un lado en el banco para dejarle lugar.
Yrene se sentó junto a su hermana y dejó que ella comenzara a cepillarle el cabello.
—No quiero pero reconozco que quizá sea necesario —afirmó.
—No me gusta —dijo—. Por supuesto es una mujer inteligente y hermosa, también muy dulce pero siempre he creído que debes estar con alguien que sea más como tú.
—¿Cuál es la razón de que pienses eso, Sienna?
—Te gusta tu espacio y nunca te han gustado los sentimentalismos ni tener que modificar tus conductas y metas por nadie —Sienna respondió—. Necesitas alguien que las comparta y quiera lo mismo que tú en varios terrenos, no sólo en el romántico.
—Creo saber a dónde quieres ir con esta conversación —respondió, se sintió ligeramente irritada.
—Sí, hablo de Iulius —contestó—. Le quieres, le quieres lo suficiente como para aceptar que le faltara al respeto a tu prometida.
—Sólo fue un comentario inofensivo que Jill no pudo entender, lo hacemos a manudo frente a ti o frente a Emilie y no hacen una escena al respecto —respondió.
Al pensar en el incidente de más temprano encontraba muy desproporcionadas las reacciones, tanto la de Jill como la de Iulius y habían creado una extraña tensión entre todos. No había esperado que se agradaran pero tampoco había esperando la colisión que estaba sucediendo.
—A Emilie o a mí no nos importa que nos dejen fuera, sabemos que cuando ustedes están juntos crean una burbuja donde nadie más tiene lugar —Sienna le dio un ligero tirón con el cepillo y Yì Rén se retiró un poco pero no se levantó—, pero Jill es tu prometida y constantemente la dejas fuera.
—Sienna, mi adoración, ya tuve esta conversación con Emilie y te diré lo mismo que concluí con ella —contestó—. No es asunto tuyo, Jill ya dejó claro su descontento y ahora me corresponde a mí el manejarlo, además tu eres la menos adecuada para aconsejarme sobre relaciones románticas.
—Hasta dónde yo recuerdo, no soy yo quien ya tiene un divorcio y varias relaciones que no llegan al altar.
Yì Rén se levantó en ese momento. Se forzó a guardar silencio pues solo podía pensar cientos de respuestas crueles y en verdades que nunca podría decirle a Sienna, sobre todo el hecho de que ella era una de las razones de que su primer matrimonio terminara.
—Necesito descansar, Sienna.
—Lo siento si es que me excedí —comentó—. Sé que tu relación con Jill sólo les concierne a ustedes pero no quiero verte tomar más decisiones apresuradas.
—Ya basta, veo que te apetece hablar, cambia el tópico —sugirió y se dirigió a sentarse en su cama.
—¿Cómo va la investigación?
—Terrible, entrevistaron nuevamente a aquel joyero de Londres, dio más detalles de la mujer, ojos azules, cambió su declaración respecto a la estatura y dijo que le pareció que estaba en el metro con setenta pero que usaba tacones y pantalones —contestó—. Entre nuestras sospechosas no hay muchas que sean de esa estatura y color de ojos y a algunas no las he visto jamás usando pantalones.
—He visto cierta vigilancia en el puente principal, ¿fuiste tu?
—Sallinger, por órdenes de más arriba, yo lo considero malgastar recursos, si la asesina no puede tirar sus victimas al río empezará a tirarlas en otra parte o a deshacerse de sus cuerpos de forma distinta —confesó—. Edward Frey ha estado buscando a las familias de otras victimas y ha tenido algo de éxito, aunque le molesta que esas personas están recibiendo mucha caridad después de los funerales, yo en lo personal creo que si pueden beneficiarse un poco de esta tragedia, que lo hagan.
—¿Tienen alguna sospecha sólida?
—Elle Goldwin, Shephard son las que están siendo investigadas más a fondo —contestó, no era algo que le satisfacía, aun su estómago formaba huecos por la ansiedad y su mente seguía diciendo que algo se les estaba pasando.
—Me vas a odiar —Sienna la miró desde su lugar en el banco—. ¿Y Genevieve?
Sienna tenía un buen punto ahí pero igualmente no le gustaba.
—Falta la motivación.
—La dejaste, la pusiste en ridículo frente a toda la ciudad, su carrera se ha ido en picada después de su rompimiento, la hiciste cortar contacto con Krystal aún sabiendo que se querían de verdad —enlistó—. ¿Necesitas más?
Genevieve ya le había tratado de disparar una vez, no tenía ninguna necesidad de desquitarse con otras personas cuando era lo bastante estulta como para intentar dañarla a ella. Pero eso no era algo que fuese a divulgar, terminaría por destruir a Genevieve y muchas de sus posibilidades a futuro. Y Genevieve seguía en contacto con Krystal, tan sólo un par de meses atrás la había visitado en Londres y antes habían viajado juntas a Jersey, pero tampoco podía comentar aquello, pondría en evidencia a los indiscretos de Londres y Lone Iland.
—No quiero que esa sospecha salga de esta habitación —declaró.
—¿Meterías las manos al fuego por Genevieve?
«No exactamente.» Pensó.
—No pero no la creo capaz.
—¿Y a Elle Godwin si?
—Yo costeo la investigación pero no tengo injerencia en las decisiones finales de César o en las de Sallinger —evadió la pregunta—. Si ellos eligen perder tiempo yo no puedo evitarlo demasiado.
—¿Haz sospechado de Jill de Rais?
Esa era una pregunta interesante, en la superficie de su mente la respuesta era no, sin embargo no podía negar que algo primitivo y casi animal se encendía en su cerebro cuando estaba con su prometida. La oscuridad que se le filtraba en ocasiones, las preguntas extrañas, los comentarios desagradables, los destellos de celos, las verdades a medias. ¿Sospechaba de Jill de Rais?
—No en realidad, no la descarté en la investigación pero sé que hay algo extraño y mal con ella pero no sé si a ese nivel —respondió—. Siento que navego en círculos y no me gusta.
—Hay alguien más arriba que sabe de estas cosas, podrías escribirle una carta y solicitarle recursos, tiene buenos investigadores y mucho más dinero que tu.
—Bajo ninguna circunstancia, es darle un pase a pedirme lo que quiera —respondió—. Puedo encargarme de esto.
—No voy a negar eso —contestó—. Yì Rén de verdad quiero que hablemos de tu compromiso.
—Iulius me pidió que no me case y le dije que lo pensaría pero no puedo, ya hice una promesa y Jill de Rais no me ha dado razones para romperla.
—Tienes una razón, que no quieres casarte con ella.
—Me gusta la idea de casarme con ella, las comidas en la mesa con su sobrina, paseos familiares, citas, alguien que no falta a las cosas que me importan —respondió—. Y si, me estoy escuchando y estoy hablando de un concepto y no en realidad de Jill, pero ella puede ofrecerme eso.
—¿Entonces vas a convertir a Iulius en tu amante?
Le daba asco pensar en ello, Iulius no merecía una posición como esa.
Primero pensó en Iulius y no en la posibilidad de dañar a Jill, todos a su alrededor estaban en lo cierto, no la quería y no la consideraba. Quizá se estaba empeñando mucho en aferrarse a una fantasía.
—Nunca he estado con Iulius mientras tengo una pareja, me ofende que creas que le sería infiel a mi esposa y que pondría a Iulius, a quién tengo en tan alta estima en una posición tan degradante —contestó—. Decidí con mucha precipitación el compromiso, no haré lo mismo con una cancelación, voy a darme estos días para poner sobre la mesa mis opciones.
—Es una respuesta sensata, sólo quiero que consideres que Iulius te ama y que no tienen que lastimar gente cuando en realidad podrían estar juntos.
¿Él la amaba? No podría afirmarlo, había entre ellos mucho en común pero también muchas diferencias. ¿Ella lo amaba? No estaba segura, ni siquiera estaba segura de haber amado a Genevieve. Había amado a Darius, su primer esposo y amarlo había sido doloroso, cansado, frustrante y poco placentero. Con Iulius sólo había paz, el tiempo se detenía en su compañía pero también se deslizaba como el agua entre sus dedos, no se le podía retener y se iba más rápido de lo que deseaba. ¿Era eso amor? ¿Esa serenidad que no duraba lo suficiente? ¿Esas cosas que hacía por él y no habría hecho por nadie más?.
—¿Me ama? —preguntó aunque no era una pregunta para Sienna.
—Y tú a él —Le respondió ella—. A veces me pregunto si realmente no se dan cuenta o si simplemente son cobardes.
Quizá un poco de ambas, quizá eran demasiado cobardes para darse cuenta.
—No se arregla lo que no está roto, así estamos bien —mintió.
—Sé que te vas a enojar pero no me importa, eso es una completa mentira, él va de relación en relación porque te busca a ti en otras, de ti mejor ni hablemos —aseveró—. Trajo un barco cargado de cosas para ti, hiciste un libro con todas sus cartas, haz hecho por él cosas que no harías por nadie, hace siglos que no crees en nadie con la fuerza con la que crees en él, no desde...
—Darius —interrumpió—. No ensuciemos esta conversación trayéndolo a colación otra vez.
—Pensé que ustedes estaban bien.
—Lo estamos, con él al otro lado del mundo haciendo sus porquerías y conmigo aquí, viviendo mi vida —respondió—, por eso no le puedo pedir ayuda, es darle un pase de regreso a mi vida y no hay cosa que me obligaría a pedirle ayuda.
Esperaba no tener que tragarse esas palabras pronto, estaba muy segura de que la negociación de paz no saldría bien, Iulius no iba dispuesto a negociar otra cosa que no fuese independencia y los principados no iban a ofrecérsela.
Tenía en su vida la receta perfecta para el desastre. Una asesina, guerra y tal vez matrimonio.
César estaba disgustado.
Disgustado era incluso una palabra pequeña, estaba furioso. Quizá compartir la pequeña sospecha de Sienna había sido una mala idea, él mantenía la compostura debido a los clientes.
Liu Ning estaba sentada en una mesa cercana bebiendo una infusión fría y leyendo un libro. Jill le había pedido que cuidara de ella mientras pasaba dos días fuera con los Hoffman y les hacía una pequeña reparación a un cuadro, había accedido de mala gana pues sintió que se lo debía después del pequeño mal rato que pasó con Iulius.
—Me disculpo, César Taylor, estuve fuera de lugar —dijo en voz baja.
—No estoy molesto por su sospecha, estoy molesto debido a que tiene sentido —confesó—. Y debido a que, si alguien ya tuvo ese pensamiento, pronto otras personas podrían comenzar a tenerlo también, si no es que ya lo tienen.
—Por eso decidí decirlo, en especial debido a que sabemos que pasaría si Edward Frey llegara a esta sospecha, no tiene mucho aprecio por Ginny —afirmó, dando pequeñas miradas por encima del hombro de César para ver que nadie estuviese escuchando.
—Una sospecha así destruiría a Genevieve —contestó César—. Ginny estuvo de viaje hace varias semanas, podemos averiguar a dónde fue y así podríamos afirmar que Ginny no estuvo en Londres cuando se compraron los dijes.
—César, no me pregunte como lo sé pero Ginny estuvo en Londres en aquel momento —respondió—. Pero he pensado en algo, esos dijes los vendí hace poco más de dos años, ¿va a decirme que no estuvieron en exhibición antes de que la asesina los comprara hace unas semanas, bueno, meses ahora? ¿No le parece extraño?
—Es cierto, el joyero debería haber vendido algunas piezas de forma individual —respondió, haciendo eco de los pensamientos de Yrene—. ¿Cómo recordó con claridad el nombre en la medalla?
—Le dije que esto era fabricado —Le recordó—. ¿Cree que pueda estar bajo amenaza?
—No, creo que está comprado —afirmó César—. No parecía intimidado cuando lo entrevistamos por segunda vez, parecía molesto de que se le hiciera venir aquí y de que lo alejáramos de su familia.
—Voy a enviar a Arthur Hulme a investigarlo, si hay algo extraño en sus ingresos podríamos tener una sospecha más sólida —afirmó—. También puede que conozca a la asesina y la esté protegiendo.
—Puede ser —concedió él—. ¿Y su hermana, Sienna?
—Partió a Londres en la mañana a cumplir con un favor que le solicité —comentó—. Jill también se fue en la madrugada a arreglar un desperfecto de los Hoffman, ya debe estar allá.
—No son las únicas, Ginny se fue también, aunque ella se fue antier, me mandó una nota con un estofado repulsivo diciendo que iba a hacer algo fuera de la ciudad pero no fue muy clara —dijo—. Quizá sea algo bueno, que se distancie de este asunto, no le hace ningún bien.
—Es cierto, quizá sea lo más conveniente .
Algunos de sus problemas estaban fuera de la ciudad, eso le daba espacio para pensar y le agradaba eso. Sin Genevieve haciendo un desastre y sin Jill presente podía aclarar algunas de sus ideas.
La campanilla sonó y vio entrar a Agatha Hulme, era bueno, podía pedirle que enviara a Arthur a Londres e investigar al mentiroso joyero.
—Agatha, bienvenida.
—Buen día, señorita Adler, oficial Taylor, me alegra verlos juntos, quería preguntarles algo.
Agatha parecía inquieta, algo inusual para ella, Arthur era quien tendía al nerviosismo.
—Díganos.
—Hoy ha llamado a mi oficina la señora Wilson, preguntando por su esposo —afirmó—. Le dije que debía estar camino a su casa, pero nosotros sabemos que partió ayer en la tarde, debió llegar a Londres en la noche.
—Tal vez se quedó en Lone Iland por una noche —Yì Rén no quería pensar lo peor—. Pregunta en los hoteles cercanos a la estación de policía y llama a la esposa en unas horas, también llama a la joyería. Existe la posibilidad de que se fuera hoy temprano y fuese directo a su negocio.
César permaneció silente hasta que Agatha se marchó pero no parecía muy seguro de lo que Yrene había comentado.
—¿No es conveniente que el hombre desaparezca? —inquirió el detective.
—Es demasiado pronto para hablar de desaparición, verá que el hombre está bien.
Dijo aquello pero ella realmente no lo creía, sí ese hombre conocía el rostro de la asesina, era un cabo suelto. Un problema a eliminar. Tenía la certeza de que si lo encontraban, sería muerto pero esperaba estarse equivocando.
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