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Yrene XXII

Yrene se frotó las sienes mientras Iulius acomodaba galletas en la vitrina. Le agradecía su presencia, la había ayudado a limpiar los cristales y escaparates mientras ella atendía visitas indeseadas.

—Tu visitante matutino pareció desagradarte.

—Voy a arrancarle los ojos a Louis Stanford y Diane Lloyd —respondió—. Dime, ¿cómo mierda se pierde un velero?

—¿De que clase?

—Una goleta —contestó—. De cinco mástiles y mil novecientas toneladas ya con la carga.

—¿Y la tripulación? —cuestionó—. Quizá el capitán era un inexperto y sufrió algún tipo de eventualidad.

—¿Crees que subiría a una embarcación de mar abierto a un inexperto? No, Mærsse, era tripulación veterana y han trabajado conmigo por dieciocho años.

—Quizá piratería, pérdida de anclas, tormentas —enlistó—. Los barcos se pierden por miles de razones.

—Los piratas se llevan la carga, la pérdida de anclas no impide la navegación, las tormentas dejan escombros y cadáveres —contestó—. Las cosas no sólo desaparecen y ya.

—¿A cuánto ascenderá la pérdida? 

—No estoy segura, doscientos, trescientos millones quizá, sin contar las compensaciones a las familias de los marineros —contestó—. ¿Qué se supone que le diga a esa gente? No me importa tanto el dinero pero muchos de esos marinos eran el soporte de sus familias y tal vez no vuelvan, si supiera que el barco se hundió, que los robaron y asesinaron tendría algo que decir pero decir que el barco simplemente no aparece no es una explicación.

—Comprendo pero todos conocen los riesgos y peligros del océano. —aseguró—. Dime, ¿en qué zona fue avistado por última vez?

Yì Rén lo miró fijamente y él se encogió de hombros levemente, podía adivinar el curso de la conversación.

—La última vez que se vio fue al sur de Abya Yala y después un bergantín lo vio rumbo al cabo de buena esperanza pero de tierra, nada, lo vieron también fuera de la ruta comercial —contestó—. Todo es muy irregular.

—¿La compañía lo declaró ya como pérdida? Deberían hacerlo ya, tomando en cuenta de en donde fue visto por última vez, el cabo de buena esperanza es un cementerio de barcos. —respondió él, terminando de acomodar las galletas en uno de los escaparates.

—Aún no, pero en un mes lo harán, cuestión de tiempo. —respondió pensativa—. Tenían que llegar a Londres en Abril, estamos en Julio, también me disgusta que hayan tardado tanto en informarme todo esto.

—No te disgustes, como aseguradora solo tienen responsabilidad de ciertas cosas, tu responsabilidad es estar pendiente de tus propiedades —Iulius empezó a cortar una tarta en rebanadas—. Y necesitas más empleados, empezando por un contador, una cajera, una empleada de limpieza y una empleada doméstica.

—Sé matemáticas, me gusta limpiar y encargarme de mi propia casa —dijo mientras tomaba un paño y un pequeño aspersor para limpiar las mesas—. A veces simplemente no puedo estar pendiente de los barcos, sus cargas y tripulaciones, las tiendas de telas, la pastelería, proveedores y todas las obligaciones de condesa de las que mi madre no se hace cargo.

—Estás dándome la razón —El hombre continuó acomodando los escaparates—. Necesitas ayuda.

—Tendré una esposa.

—¿Pretendes que Jill de Rais deje su trabajo y su vida para hacerse cargo de la mitad de tus deberes?

—Cuando lo planteas de esa manera suena terrible —dijo mientras limpiaba una mesa —. Se supone que una pareja está para ayudarte.

—Eso es cierto pero no pareces estar tomando en cuenta las ambiciones y deseos de Jill de Rais —contestó—. ¿Que pasa si no puede con los números?¿Si no le interesan los barcos?¿O si simplemente no quiere ayudarte de esa manera?

—Creo que tienes razón —respondió después de considerarlo—. Pero no quiero contratar a cualquiera, no me gustan los extraños husmeando en mi casa y espacio personal.

—Eso suena más razonable, a propósito, ¿qué sucedió con Sarah? Tu anterior empleada.

—Se mudó a Londres —respondió—. Su hijo entró a la universidad y compró un departamento allá.

—Que afortunados ambos —afirmó—. Asumo que no tuviste nada que ver con esa admisión.

—Asumes correctamente —dijo—. Yo solo soy responsable de las diez becas Christie que se dan en esa universidad y el muchacho resultó ser el candidato perfecto para una de ellas.

—Y así su madre no gasta un centavo en su educación, que casualidades tan misteriosas.

—A las personas trabajadoras, honestas y buenas les aparecen tarde o temprano buenas oportunidades —respondió Yrene—. No me mires así, de verdad creo que las personas decentes eventualmente reciben lo que merecen.

—Si creyeras eso, no inclinarías la balanza para favorecer.

—Su decencia, esfuerzo y bondad me inspiran a hacerlo, no lo hago porque crea que les hago un favor o caridad —aclaró—. Yo puedo mover hilos en favor de alguien pero ese alguien tendrá que tomar la oportunidad y seguir esforzándose, además, hace unos días alguien me dijo que todos recibimos un poco de ayuda alguna vez.

—Tienes un buen corazón.

—Discutible y muy atrevida afirmación, tomando en cuenta que somos los responsables de una guerra.

Iulius le sonrió. Le encantaba su sonrisa, desde el pequeño diastema entre sus incisivos superiores, sus caninos peculiarmente afilados hasta el único hoyuelo que se formaba en su mejilla izquierda.

—Tu cabello está más largo.

—Brillante y poco obvia observación, Adler —Su sonrisa se amplió y su ojo descubierto se achicó—. Considero dejarlo crecer.

—Solo házlo si decides dejarte la barba —respondió—. Las canas te lucen muy bien.

—Solo a ti te gusta como se ve este viejo.

—Tienes cincuenta y dos, ya hablamos de esto, Mærsse, aún eres joven.—Se puso seria.

—Lo sé, simplemente que en este tiempo las mujeres interesadas en mi han decrecido y las interesadas en mi hija aumentaron —afirmó—. Ahora yo te digo, no me mires así.

—Yo no hago nada, solo me atrevo a decir que quizá el desinterés de ellas en ti, tiene que ver con el hecho de que las rechazas a todas, con las que haz tenido haz sido especialmente negligente o que tu princesa las asusta.

—Quizá tengas razón —dijo él y tomó aire—. Tengo algo que decirte pero no te gustará mucho, aunque yo personalmente lo encontré divertido de algún modo.

—Detesto el suspenso, Iulius, habla ya —respondió.

—Recibí una invitación a un restaurante de parte de Genevieve Oh —informó.

—Que puto fastidio, a veces casi siento que vive para molestarme —dijo—. Si no la quisiera tanto y no fuese tan entretenida, le habría puesto ya una orden de alejamiento.

—Voy a ir, me intriga.

Yí Rén no lo diría en voz alta pero a ella también.

—¿Qué restaurante?

—Hïmmel —contestó—. ¿Qué tal es?

—Demasiado costoso para el bolsillo de Genevieve, muy bonito y elegante, desde luego —respondió—. La comida es regular, excepto sus pescados y mariscos, esos son terribles, no te los recomiendo. De ahí únicamente me gusta su salteado de cerdo y su mousse de chocolate.

—Recordaré no pedir pescado. —dijo y se sentó en uno de los bancos frente al mostrador—.  Me pregunto para que querrá verme.

—Te citó por exactamente la misma razón que tú irás, curiosidad —aseguró—. No deberá tener mucho que hacer puesto que ayer la suspendieron, así que el nuevo cuerpo no es su asunto ya.

—Me sorprende que no atraparan ya a la asesina.

—¿Por qué?

—Por que tú estás metida en el caso y los problemas no suelen durar mucho en tus manos.

—Ese es un lindo cumplido, Iulius —contestó—. Y me obliga a redoblar esfuerzos, siendo honesta estoy perdida y ya no sé en dónde más buscar.

—Pregúntale a Emilie, hace muchos años te mostró lo buena que es descifrando cosas.

—Tal vez lo haga. —dijo—. En temas más agradables, abrí tus obsequios. El collar es precioso, también muy peculiar, aunque un exceso.

—Cinco mil perlas, nada más y nada es un exceso al tratarse de ti, además quería darte algo diferente a los diamantes y plata que sueles usar —Iulius la miró a los ojos al decirlo—. Sabía que te gustaría precisamente por tratarse de una pieza tan particular. Pensé mucho en ti al recibirla y fue de las pocas cosas que le negué a Nilsa.

La pieza en cuestión era un una gargantilla de tres hileras de perlas de la que pendían unas finas redes de perlas más pequeñas que servían para cubrir los hombros. antebrazos y la espalda, como si de una capa corta se tratara  y en los cruces de la red había pequeños zafiros cortados en cuadrados. Era inevitable pensar en el océano al verla y ella adoraba el mar, al igual que él. Ambos habían construido sus vidas, sus riquezas y sus imperios en un barco, ambos habían entrado al agua como personas comunes y los había regresado a tierra convertidos en monstruos.

—¿Le negaste algo a tu princesa por mi?¿Quién eres? —contestó burlona, Iulius no tendía a negarle a su hija ningún capricho—. Y me conoces, probé el collar y debo decir que encajó en mi cuello y hombros a la perfección, revisé los libros y también me gustaron, algunos son muy raros, al igual que muchas de las pinturas que trajiste para mi, así que sospecho que ese robo al barco del ministerio de cultura tuvo que ver contigo.

—Soy culpable, vendí la mayor parte de la carga pero conservé unas pocas cosas y traje otras para ti, sí Nilsa es mi princesa, tu serías mi reina —bromeó también y ambos rieron—. La piratería es un gran negocio si se sabe que barcos robar.

—Soy afortunada de poseer tu amistad, tus hombres me habrían llevado a la ruina.

—Sin duda. —admitió—. ¿Te ayudo en algo más, Yì Rén?

Yrene se aproximó a él y lo abrazó por la espalda, su calor era reconfortante.

—No pero quisiera que me abraces también. —Lo soltó lo suficiente para que él pudiera girarse y volver el contacto recíproco.

Él la abrazó con fuerza y ella lo imitó, estaban tan juntos que podía sentir los latidos de Iulius. Poco le importaba que alguien pudiese verlos desde la calle, también era improbable, aún era temprano.

El contacto duró más de lo que se podría haber considerado apropiado, minutos quizá pero ninguno de los dos parecía querer ser el primero en romperlo. Finalmente fue Iulius quién la soltó.

—Y contéstame de nuevo, ¿estás entusiasmada por tu boda?

Yrene tomó nuevamente los utensilios para limpiar y se dirigió a detrás de se mostrador para limpiarlo, pretendiendo no haber escuchado.

—Sé que me escuchaste, Yì Rén.

Respiró profundo y se viró.

—Honestamente cada vez estoy más segura de que me apresuré, no estoy tan emocionada como debería estarlo. —confesó—. Jill es una mujer muy dulce, maternal, comprensiva e inteligente pero...

—No es suficiente, o al menos no se siente como motivo para casarse —concluyó Iulius por ella—. No quiero ser cruel pero, ¿no fue eso lo que arruinó tu relación con Genevieve Oh?

—Si, tienes razón pero ya le he prometido matrimonio a Jill, sólo tengo muchas dudas, ¿la viste anoche? Estuvo muda e incomoda todo el tiempo, congelada y nerviosa, como si nosotros hubiésemos estado evaluándola.

—Nosotros y ella, ¿encuentras la falla, Yí Rén?

Estaba hablando de Jill de Rais como ajena a su vida y su grupo social. Era un error pero aún la percibía como una extraña. Iuluis recargó sus brazos en el mostrador, con el afán de estorbar y que ella le pusiera atención.

—Veo a lo que te refieres, sin embargo no me puedo retractar de esa decisión.

—Yì Rén, no te cases. —Le dijo él.

—¿Por qué no, Iulius?

Lo vio respirar profundamente y abrir la boca para hablar pero cualquier cosa que fuese a decir, murió en su garganta.

—Dame una razón para no casarme, Iulius Mærsse.

—No quieres casarte y yo tampoco quiero que te cases. —contestó él, su tono un poco más elevado y lo vio luchar un par de segundos por retomar la compostura—. Estás dudando y tú misma dijiste que no querías casarte si la idea de pasar la eternidad con alguien no era un sí rotundo.

«¿Por qué no quieres que me case?» Pensó en preguntar pero reconoció que no estaba preparada para cualquiera que fuese la respuesta.

—Necesito pensarlo, me tomaré este tiempo de aquí al baile en Londres para meditar y tomar la mejor decisión, una que no vaya a hacer miserable a nadie.

«En especial a mi».

—Ya no hablemos de esto, no es mi intención darte mayor carga mental, mejor háblame de tu atuendo para el baile. —Iulius le sonrió levemente, queriendo romper la tensión que había creado.

—Jill de Rais y yo iremos como Maeve y Eloise —respondió y vio el semblante de su interlocutor cambiar, sabía lo que estaba pensando—. Escucho lo que piensas, fue su idea y yo sé que debí negarme pero ella me habría hecho demasiadas preguntas que aún no podría responderle.

—Aún puedes retractarte, puedes decirle que es una historia e inspiración muy escabrosa para dos mujeres próximas a casarse, que es incomodo para ti tomar inspiración en un suceso tan trágico, no es necesario que le digas la verdad.

—No puedo, Iulius Mærsse —respondió—. Quiero que tenga un buen recuerdo de ese baile, sobre todo si al final decido no casarme con ella.

—Un lindo baile no compensará la anulación de un compromiso, al contrario, al darle lo que quiere la estás engañando y subiendo sus expectativas —Se levantó y fue detrás del mostrador con ella—. Sé que no quieres dañarla, creo que le tienes algo de afecto y ella es una mujer muy dulce pero en tu deseo de no lastimarla podrías causarle sufrimiento por una proposición apresurada.

—Sé que tienes razón, ella me interesa mucho, tiene sus defectos pero de verdad me gusta, es atenta y cálida, se interesa por ayudar a otros y parece que le es natural, no es como yo —afirmó, buscando algo que hacer con sus manos—. Sin embargo, hay algo que no termina de gustarme, algo en mi mente está diciéndome que algo está terriblemente mal.

—¿Mal con Jill de Rais?¿Mal con los asesinatos?¿Mal con la oferta de paz que me harán? —cuestionó y abrió la puerta de la cocina—. No sé que es lo que está en tu horno pero creo que comienza a pasarse, lo revisaré por ti.

No lo siguió, el bizcocho estaría bien o al menos eso le decía su olfato que no le sugería que algo se estuviese quemando. Se recargó en su mostrador, se preguntaba que era lo que encendía las alarmas en el fondo de su cabeza, si era Jill, si era la muerte tan presente  o era solo el veloz ritmo de todo lo que acontecía a su alrededor. Aún trataba de cuadrar el rompecabezas.

Úteros, corazones. Úteros y corazones. ¿Qué podrían significar para la asesina?

Vida, creación.

 —Iulius —llamó en voz baja—. Necesito luz.

El hombre salió de la cocina con el bizcocho de maíz recién salido del horno. Aún caliente y en su molde, Yì Rén se apresuró a sacar una tabla de madera y dejarla en la superficie de su mostrador para que él pudiese dejarlo.

—¿ Qué crees tu que pueda significar que la asesina extraiga los corazones y úteros de sus victimas?

—Pienso en el amor —Iulius desmoldó el bizcocho sobre la tabla y se agachó para buscar algo en los cajones sin mucho éxito—. Y en la maternidad, también en la pertenencia.

—Elabora —respondió—. Y los cuchillos están de este lado.

Abrió la gaveta detrás de ella y extrajo un cuchillo y se lo entregó.

—Gracias —Empezó a cortar el pan en rebanadas—. Es un razonamiento simplista el tema de la maternidad, el útero es lo primero que habitamos, antes que a ningún lugar o a ninguna persona, pertenecemos a nuestras madres y pienso que ella no tuvo ese sentido de pertenencia con la suya, el útero también es donde se concibe, en un mundo ideal eso sería por deseo y amor, ahí es dónde encuentro conexión entre ambos órganos, el útero podría ser una asociación a las relaciones sexuales y la intimidad también, creo que por eso las primeras victimas fueron prostitutas, le ponían precio a su intimidad y su cuerpo, a algo que la asesina concibe como sagrado y destinado solo a una persona que se ama.

—¿Y si acaso es que ella no puede ser madre?

—No creo que sea envidia ni codicia, no envidia que las otras sean madres ni mucho menos que sean objeto del deseo masculino —respondió terminando de cortar el pan—. ¿Dónde lo pongo?

—En aquella vitrina —Señaló una vitrina vacía y él se dirigió a ella, con la tabla con el pan en una sola mano—. Prosigue.

Iulius abrió la vitrina y empezó a acomodar las rebanadas con delicadeza sobre el plato de porcelana que había dentro.

—Es una corazonada pero estaría casi seguro de que esa mujer ya es madre o al menos cumple un rol materno para alguien, incluso en sus victimas, las cuida de cierto modo, las limpia, las viste, las peina y hasta cubre la marca de la muerte —respondió—. Si lo piensas, incluso les da una muerte rápida, el cuerpo pierde la conciencia en segundos y la vida en minutos, no las tortura, ni las abusa.

—Y las alimenta, todas tenían estómagos llenos —agregó, aquello nunca le había parecido relevante—. Incluso la niña, ella es la que me hace dudar de tu hipótesis y de todo, hay detalles que no salieron a la prensa.

—¿Qué fue lo que hizo con ella?

—La golpeó, principalmente en el estomago y las costillas, rompió varias, la abertura que hizo para extraer los órganos fue peor, desde sus genitales a su garganta —contestó—. Fue un corte muy profundo...

—Y mucho más rápido —La interrumpió—. A las victimas las abre como si se tratara de una cirugía a corazón, hace incisión y corta el esternón, es un proceso delicado, largo y lento, no como abrir a un animal en la carnicería, como a esa niña.

—No tenía tiempo para su proceso usual —dijo pero Iulius negó con la cabeza.

—No, tenía tiempo pero ya no quería mirar lo que había hecho, creo que ella misma sintió que se excedió y decidió acabar con todo deprisa para no tener que ver sus acciones ni reconocerse —afirmó—. Felicidades, tienes un monstruo que no se cree un monstruo.

Pensó en algo inusual, en una mujer ofreciendo su ayuda para la investigación.

—¿Cómo sabes tanto de este tema? 

—Leí los libros que me enviaste hace un par de años, me pregunto que pensará tu amiga Wen de que me los regalaras —bromeó—. ¿A qué hora empiezan a llegar los clientes?

—Sólo podrá pensar al respecto si se entera, usualmente como a las siete treinta, Jill de Rais siempre viene a comprar algo para su desayuno —contestó, ya era hora de abrir.

Se dirigió a abrir la puerta de los gatos para que pudiesen salir, aunque solo un par de animales se levantaron para seguirla. Parecía ser que sería una mañana perezosa y tranquila, justo lo que necesitaba, algo de paz antes del desastre.

Ahí estaba. Pese a los asesinatos, todo se encontraba en una calma inquietante, como ubicarse en el ojo de un huracán. Se dirigió a la puerta de la pastelería abrió y volteó el letrero de «cerrado» a «abierto».

—Iuluis, voy a pedirte un favor —Acomodó una silla que le parecía fuera de lugar y se sentó en uno de los pequeños sillones de su pastelería mientras veía a Iulius cortar una tarta de manzanas y poner rebanadas en platos.

—Antes dime, ¿te sirvo té o café? 

—En la estufa tengo una infusión de té negro y frutos rojos, tráela —respondió—. Debe estar fría pero si lo deseas puedes ponerla a tibiar.

El hombre fue rápido a la cocina y regresó con la tetera, sirvió la infusión en tazas, puso rebanadas en dos platos y todo lo acomodó en una charola para llevarlo en ambas manos hasta la mesita cercana al sillón.

—Gracias — dijo y sonrió cuando se sentó a su lado.

¿Cómo era posible quererlo tanto? Ella no sonreía a menudo pero en presencia de Iulius no podía dejar de hacerlo, todo cerca de él se le hacía más sencillo, reír, conversar e incluso sentir.

—No puedo hacer estas cosas a menudo, así que no me lo agradezcas —Se acomodó junto a ella—. Ahora dime de ese favor que necesitas.

—Voy a preparar algunos baúles con mis pertenencias, libros de contabilidad, transacciones, documentos legales para que te los lleves a Islandia —contestó—. Y voy a ordenar que todos los grandes desembarques de mercancía se trasladen al puerto Lorient en Francia, tengo una persona de confianza allá.

—¿Así de mal consideras que saldrá la negociación, Yìyì?

—No, de verdad no —rió ante la mención de aquel sobrenombre—. Es horrible, no me llames así y sí, saldrá mal y yo tengo que escapar del desastre que resulte, mi cabeza será la primera que se pida y no quiero pensar en las repercusiones económicas, iré cerrando y trasladando cosas en estas semanas restantes, no puedo trasladar los negocios en sociedad con Krystal pero se los puedo ceder, quizá ya sea hora de hablar con ella y necesito hablar con Jill de Rais, vamos a tener que irnos.

—A mi me encantaría tenerte conmigo pero yo sé que tienes muchos negocios en el continente, Jill de Rais tiene a su sobrina en París, quizá Francia sería un destino mucho más lógico —contestó.

—Supongo que tengo que discutir con Jill, es importante. 

Él asintió, dándole razón. Yrene no dejaba de pensar que se había tardado en poner en acción cientos de cosas y que se había permitido entretenerse demasiado con asuntos de relaciones y romance, había dejado de lado sus verdaderas responsabilidades y no podía seguir dándose ese lujo pero se dijo que por el momento se permitiría un desayuno con un gran amigo.

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