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Yrene XVII

Bebió de su copa y se recargó en el sillón, en la pequeña sala aún podía escuchar el bullicio y la música del evento que organizó. La comitiva islandesa parecía divertirse, sus invitados británicos estaban cómodos y socializando y al fin había entregado a Jill de Rais un anillo de compromiso, todo marchaba de maravilla.

Sin embargo necesitaba un momento a solas, se había cansado de las sonrisas y felicitaciones, de las conversaciones superficiales y  el ambiente festivo. No se sentía con ánimo de celebrar nada, había mujeres muertas y ninguna respuesta, nada, solo la vaga esperanza de que la pequeña reunión sirviera como trampa para su asesina. Habían asistido César Taylor y los hermanos Hulme para vigilar a sus sospechosas. No había nada interesante.

—Para una mujer recién comprometida te veo con un ánimo demasiado sombrío.

—He tenido días agotadores, Iulius Mærsse. —afirmó pero no se movió para mirarlo—. Siéntate junto a mi.

Escuchó los pasos y él finalmente tomó asiento junto a ella. Él llevaba una camisa que ella le había obsequiado, de seda roja y bordados dorados. Le parecía un bello detalle que se la hubiera puesto para verla después de tanto tiempo, pensó brevemente en lo peculiar del asunto, ella misma había optado por un qipao de colores idénticos, como si en la distancia pudieran tener las mismas ideas.

—Esa camisa te sienta muy bien. —afirmó—. Me sorprende que aún la tengas.

—La mandaste a hacer especialmente para mi en China. Es un regalo invaluable, Yì Rén. —contestó—. ¿Me contarás sobre lo que te aflige?

—Nada en lo absoluto, te lo he dicho, estoy cansada, he trabajado mucho.

—Seguro así es, es una reunión elegante y refinada, además tú estás tan deslumbrante como siempre —contestó—. Un poco atrevido y revelador ese qipao, en mi opinión.

—Tenía que usar algo especial, pedí matrimonio hoy. —Fue inevitable sonreír.

—¿Puedo expresar mi opinión?

—Lo harás aunque me niegue pero aprecio que tuvieras la inútil cortesía de preguntar. —respondió—. Así que habla.

—Te apresuras, siempre que te encuentras bajo presión empiezas a acelerar cosas y a tomar decisiones sin pensarlas demasiado.

Era cierto. Pero no consideraba que fuese una mala decisión.

—No puedo argumentar contra ti, estás en lo cierto, es una decisión apresurada pero no una tomada a la ligera.

Iulius apretó los labios, más que tratando de quedarse callado, pensando.

—No es sólo tu premura lo que critico, también el hecho de que no sientes amor por ella.

—No pero creo que podría llegar a hacerlo con el tiempo y la convivencia. —respondió—. Ella me gusta y es adecuada.

—Lo es, es bonita y educada, sabe sonreír y ser cortés, te aburrirá hasta la demencia.

Otra cosa cierta.

—Un poco de aburrimiento es siempre saludable.

—Abúrrete con los periódicos, con fiestas como estas, no con una persona y menos con una que se muestra tan entusiasta a la perspectiva de pasar su vida contigo.

—No me gustan los sermones y no eres bueno para ellos.

—Ài Rén, no te estoy dando un sermón y sé perfectamente que no puedo disuadirte de la decisión que ya tomaste, simplemente digo que me parece precipitado. ¿Qué harás si al final te das cuenta de que no puedes sentir amor por ella?

—Existe el divorcio.

—Las personas no se casan pensando en la posibilidad del divorcio, Yì Rén. —respondió—. Además, ambos sabemos que esto nunca ha sido lo que quieres para tu boda.

No, no lo era. Siempre había soñado con que se le propusieran y una relación donde no tuviese que tomar siempre la iniciativa.

—No se puede tenerlo todo, Iulius Mærsse.

—No suenas como tú y es un despropósito intentar razonar contigo, estás aferrada a una pésima decisión y eres demasiado arrogante para reconocerlo, será mejor que lo discutamos después sin que te sientas atacada por mi opinión.

Wǒ bù xù yào nǐ de yì jiàn. —respondió, esperando que no la pudiera entender.

—Sé perfectamente que no necesitas de mi opinión y no viajé a discutir contigo —Iulius soltó aire, ligeramente irritado—. Traje un pequeño obsequio para ti.

El hombre buscó en su saco y extrajo una pequeña caja alargada color azul.

—Lo vi en Oxford y no pude resistir a traerlo para ti.

Abrió la caja mostrando un dije de plata con la forma de un gato y dos zafiros a modo de sus ojos, también llevaba una fina cadena de eslabones rectangulares. Era una pieza muy moderna y encantadora.

—Es divino, te agradezco el pensar en mi. —Tomó la caja y la guardó en uno de los bolsillos de su qipao, mandarlo a hacer con ellos había sido una espléndida elección.

—Yo siempre pienso en ti.

—Eso es inusualmente dulce —Soltó un suspiro y bebió otra vez—. Sé que tienes razón, sin embargo ya está hecho.

—Yo concedo en que es posible que resulte bien y que esa mujer te haga feliz —cedió—. Tu felicidad es lo que más me interesa de esta situación.

—Lo comprendo, sé que mi felicidad te interesa y lo aprecio. —confesó—. Basta de esto, no hay interés en mi vida romántica, mejor cuéntame, ¿Tu viaje ha sido ameno?

—Tan agradable como podría ser estar acompañado de cinco guardias británicos , quince de los míos y algunos fotógrafos por distintos lugares, todos atrayendo atención hacia mi, mi hija, mi hermana y los tres funcionarios islandeses que llegaron junto a mi.  —aseguró con un dejo de burla—. Al menos toda mi tripulación está fuera del ojo público.

Río. Iulius siempre había despreciado ser el centro de atención así que entendía esa incomodidad.

—Deberías disfrutar las cámaras, viéndote tan bien como lo haces deberías sentirte en tu elemento. 

—Gracias por ese cumplido pero sólo a ti te parece que me veo bien.

No le gustaba escucharlo hablar de esa manera, siempre le había parecido muy atractivo pero ahora, con canas platinadas entre sus rizos oscuros y el semblante desprovisto de apariencia juvenil lo encontraba mucho más apuesto.

—Sólo hablas así porque deseas que diga lo atractivo que eres y cuanto...

—¿Cuanto te gusto? Mejor que tu prometida no escuche jamás que dices cosas como esa. —bromeó, interrumpiéndola y sentándose de una manera más cómoda en el sillón.

—Y cuanto haz cambiado respecto a cuando nos conocimos, Iulius Mærsse. —Finalizó.

—No considero haber cambiado tanto, cuando nos conocimos ya había perdido mi ojo y tenía el cabello como ahora.

—Antes no tenías canas y eras más atlético, no tan delgado, también eras más arrogante, más desconfiado y menos diplomático.

—Me gusta pensar que, más que cambiar, me he refinado y aprendido mucho, especialmente de ti, eres mi amiga más leal y honesta.

—Estás demasiado sentimental el día de hoy, ¿sucede algo? —Provenientes de él, los sentimentalismos y cumplidos no la disgustaban pero eran inusuales y solía darlos cuando se sentía en particular vulnerable.

—Emilie también se casará pronto, mi hija quizá en un par de años y yo regresaré a mi soledad, no las resiento, al contrario, me da paz saber que estarán con personas adecuadas que cuiden de ustedes pero la melancolía es inevitable.

Podía comprender eso, le había pasado miles de veces en su larga vida, muchos amigos habían encontrado parejas, formado familias, envejecido y muerto y ella seguía, sola la mayoría del tiempo, aislada y por temporadas, incluso amargada. Siempre había deseado el imposible, una pareja para la eternidad, un compañero o compañera con quien ver al mundo transformarse, con quien aprender cosas nuevas y también con quien hacer cosas simples como leer libros y hacer limpieza pero a menudo sólo podía ser espectadora.

—Me temo, Iulius Mærsse, que de mi no puedes deshacerte. —contestó—. Siempre estaré para ti, te acompañaré en cada paso que sea necesario y mi incondicionalidad te pertenece, voy a casarme, si, pero no pienses ni por un segundo que dejaré de ser tu amiga más leal, tu aliada más feroz, tu espada y tu escudo en las adversidades. Estaré mientras me quieras contigo y mientras sigas siendo el hombre y amigo que eres.

Vio el único ojo de Iulius llenarse de agua y también lo vio contenerse para que después le obsequiara una leve sonrisa.

—Gracias, Yì Rén, entre todas las cosas valiosas que poseo, la que más atesoro es tu afecto y no podría aceptar perderlo ni alejarme de ti y nunca podré retribuirte todo lo que me haz dado.

—No necesito una retribución, tu también haz sido el mejor de los amigos, cuando no he tenido fuerza para nada, tu haz sido fuerte por mi, cuando he necesitado de un protector, lo haz sido, siempre me haz hecho sentir especial e importante aunque con ello no ganas nada y aprecio y valoro todo eso —afirmó—. Creo que nos hemos ausentado demasiado de la velada, volvamos y obséquiame una pieza de baile.

—Bailar contigo es una de las cosas que más he extrañado.

Ambos se pusieron de pie y caminaron juntos al gran salón.


Jill no estaba en ningún lugar a su vista y había sido así por al menos una hora y media. Tal vez también había requerido de espacio para procesar su nuevo compromiso y el cambio que se avecinaba para su vida. Lo mejor era no abrumarla y dejarla ser.

—Señorita Adler, ¿me regalaría un minuto de su tiempo?

—Baronesa Godwin, me asombra que una patriota tan recalcitrante como usted se encuentre entre nosotros, dígame, ¿qué requiere?

—No es secreto mi desdeño por sus ideas y posiciones políticas pero no son mi motivo para aproximarme en este momento. —aseguró—. Vine a decirle que quiero apoyar su esfuerzo en la búsqueda de respuestas a los crímenes que suceden, quisiera financiar las patrullas vecinales y buscar una asamblea con otros nobles de Lone Iland y Londres para conseguir recursos para las familias afectadas.

Inapropiado aceptar el apoyo de una sospechosa pero resultaba tentadora la oferta.

—Voy a meditarlo, baronesa. —respondió—. ¿Cómo supo que he sido yo quien financia las patrullas e investigaciones?

—Las patrullas estaban desorganizadas, uno de ellos lo menciona en su pastelería y dos días después reciben abrigos, linternas, botas, gabardinas, mapas de la ciudad y armas de corto alcance y la ayuda y guía de un investigador y ex militar de la guardia nacional —contestó—. No presumo de ser una mujer muy brillante pero dos más dos son cuatro.

—Está demasiado interesada en esto, baronesa, al punto que podría ser sospechoso. —bromeó pero Elle Godwin se mantuvo seria sin apreciar su sentido del humor.

—Y usted está demasiado acostumbrada a ver que a nadie le interese nada.

—Eso es cierto, la humanidad es vil y egoísta, pocos son más que animales que se arrastran por la tierra así que estoy avezada a ver entre poco y nulo interés —confirmó.

—Una podría pensar que alguien como usted podría ver la bondad en los demás y la belleza en el mundo.

—La veo, pero es silenciosa y mucha menos en contraste a la crueldad y bestialidad, veo el bien y la decencia de algunos pero no soy tan ingenua como para intentar encontrarlos en todos. —Tomó un poco de aire y sonrió—. Sin embargo admiro a quienes conservan esa inocencia y respeto a aquellos que miran más allá de sí mismos.

—Avíseme si accede a mi propuesta. —solicitó—. Y muchas felicidades por su compromiso.

—Se lo agradezco.

Dicho eso vio a la baronesa alejarse, dio una mirada al salón, Irene Beaumont con su pareja, César Taylor aburriéndose, Iulius bailando una pieza con su hija y sus vecinos disfrutando con la música, incluso los Hulme parecían divertirse, era evidente que no estaban obteniendo demasiadas pistas. 

Vio a Jill de Rais entrar en el salón por la puerta que daba al inmenso jardín y se le acercó.

—¿Explorando los jardines, Jill de Rais? 

—Si, son hermosos, esta propiedad es excelente para eventos. —afirmó y le sonrió.

—Si te complace, podríamos hacer nuestra boda aquí. 

—¿De verdad? Sé que este lugar es costoso y no me gustaría que pienses que mi intención es que malgastes tu dinero —respondió.

—Nada de eso, te daré lo mejor que este mundo tenga para dar, serás mi esposa y tendrás todo lo que tu quieras.

El rostro de su prometida se iluminó y sus ojos se arrasaron de lágrimas.

—En ese caso, si me encantaría que nuestra unión se celebre aquí, los jardines son preciosos, deberías ver las flores tan bellas y lo bien que huelen, también las estrellas se ven hermosas allá afuera.

Le alegraba escuchar que disfrutaba del lugar y de esas pequeñas cosas como el aroma de las flores y la luz de las estrellas.

—Me complace que disfrutaras tu paseo por el jardín y el salón, también te agradezco lo amable de tu bienvenida a mis amigos e invitados, significa mucho para mi.

Trató de no pensar en sus muchas dudas y en lo mucho que temía estarse equivocando en su elección, después de todo, todo estaba marchando bien.

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