Yrene XV
Los Hulme la estaban cansando con su incesante lluvia de comentarios e hipótesis inútiles. La hacían perder valiosos minutos que podría estar usando con Jill de Rais o invirtiéndolos en buscar una casa para sus próximos invitados, incluso podría estar sentada acariciando a uno de sus gatos o hablando con algún cliente, cualquier cosa sería mejor que la minucia de la investigación pero tenía que escucharla, después de todo tenía que saber como y en que se estaba gastando su dinero. Podía ver que César también estaba harto.
—¿Estoy aburriéndoles? —inquirió Arthur Hulme.
—Así es, está aburriéndome y sobre su pregunta estulta, por enésima vez, no tengo enemigos y los que podrían serlo no tienen el estomago para abrir mujeres y extirparles el útero y el corazón —dijo, dejando que su irritación se hiciera evidente—. ¿Está todo en ese reporte?
Señaló las manos de Agatha y el montón de papeles en ellas, la mujer asintió.
—Déjelos y desaparezcan de mi pastelería ahora, el oficial y yo los revisaremos, pónganse en contacto hasta que tengan algo nuevo para nosotros. —Ordenó y César asintió en acuerdo.
Los investigadores entregaron sus reportes y salieron del lugar recibiendo miradas de algunos clientes.
—¿No te parece que te excediste?
—No recuerdo haberle permitido dirigirse a mi con esa confianza, detective Taylor —aseguró—. Y no lo hice, aprecio sus habilidades pero si la información y detalles que traen no dan luz al asunto, no sirve y por consiguiente me hacen perder tiempo y el suyo.
—También dinero —aseguró César, esbozando media sonrisa.
—¿Le parece que me preocupa el dinero, detective?
—Me parece que le disgusta que se malgaste cualquier recurso —respondió—. Tampoco es que esté en desacuerdo con usted, nos hacían perder tiempo.
Soltó un suspiro, era un día ajetreado y no había descansado mucho durante la noche, en su pecho sentía presión, como si sus pulmones lucharan por respirar, aún de pie en su pastelería sentía que se asfixiaba, debía ser todo el trabajo que había llegado, los reportes de mercancías, los daños a los barcos por la tormenta del caribe y la interminable lista de números y cuentas por revisar que estaban en su escritorio. Sienna insistía en que contratara un contador pero ella no estaba dispuesta a hacer tal cosa, no había estudiado para dejar que alguien más metiera sus manos en los asuntos financieros de su familia y la fortuna que ella sola había construido en setecientos años.
—Yrene, me gustaría preguntarle algo, ¿por que descarta con tanta vehemencia que esto esté relacionado con usted?
—No lo hago, César Taylor pero desestimo la hipótesis de que mis enemigos públicos y declarados sean tan obvios —respondió—, si quisieran intimidarme habrían recurrido a quemar alguna de mis propiedades, envenenar a mis gatos o arreglar un accidente para alguno de mis seres queridos pero todos mis intereses están resguardados y mis negocios marchan como deben hacerlo, si esto tiene que ver conmigo, es alguien con sentimientos mucho más discretos hacia mi. Si es que, desde luego, esto es sobre mi.
—Es razonable que creamos que es sobre usted, Yrene.
Yrene acomodó un pastel en la vitrina y miró al hombre.
—Una hipótesis razonable sigue siendo eso, César Taylor, una hipótesis, no una realidad y mucho menos una verdad arrolladora. —Le sonrió—. Y encuentro decepcionante que usted desee tomar el camino de las obviedades y las suposiciones, puede hacerlo mucho mejor. Hay algo que no estamos viendo, encuéntrelo.
La ultima palabra no la dejó salir como una orden sino como un reto.
—¿Está retándome, Señorita Adler?
—Desde luego que no pero no me opongo a que lo vea de esa manera —respondió con una sonrisa—. Sé que no somos amigos, César Taylor, pero lo veo estresado.
—Es mucha presión —contestó—. Me gusta mi trabajo y quiero hacer de esta ciudad un lugar un poco mejor pero no me gustan los reflectores, añaden un nuevo nivel de presión, tener al mundo esperando por resultados y preparado para que fracases...
—Suena a mi vida. —respondió—. No es ningún secreto que mi madre es una condesa negligente y que mi padre está enfrascado en sus intereses, así que yo cargo con sus responsabilidades sociales y políticas.
—Eso además de sus empresas y negocios. —contestó—. Dígame, ¿no es solitario?
—¿A qué se refiere? —Frunció el entrecejo y tomó uno de los libros de cuentas de la pastelería—. No creo comprender su pregunta.
—Ser usted, quien tiene que resolver todo y asumir tantas responsabilidades, ¿no es solitario?
Se guardó un suspiro, lo último que quería era la pena de aquel hombre pero tampoco quería mentir.
—Lo es pero encuentro placer en mi soledad —respondió.
—Yo jamás podría, si no fuese por mi esposa no sería capaz de llevar este peso —afirmó—. Supongo que no todos necesitan ayuda.
—¿Esta es su forma de tratar de que le confíe mis sentimientos? —cuestionó—. Es entretenido pero hay trabajo que hacer y un problema que resolver, lo último que necesito es sentarme a escuchar y hablar de sentimentalismos absurdos.
—¿Quiere hablar de trabajo?
—Si, estoy pensando, de acuerdo a los expertos estamos buscando a alguien que posiblemente excede el metro con setenta y cinco, no hay muchas damas con esa característica —dijo—. Sé que usted no está descartando a los caballeros pero quizá investigar a las mujeres nos acerque más rápido a una respuesta.
—¿A que damas conocemos con esa o una mayor estatura?
—Abigail Sallow, Genevieve Oh, Jill de Rais, Mihrimah Brown, Elle Godwin, Morgana Hoffman, Alice McGill y Eden Serrat, eso en Celestial Vale —respondió, aunque Ginny era del otro lado del río—. Ocho no son muchas pero creo que es un buen inicio.
—Jill de Rais es una opción descartada, especialmente después de lo que las cortesanas dijeron y los adjetivos que usaron para describirla, francamente dudo que esa mujer pueda matar siquiera un ratón —Cesar soltó una risa—. ¿Me serviría una rebanada de su tarta de cereza?
—Hago constatar que es usted quien descarta a la señorita de Rais y no yo y mi relación personal con ella —respondió—, usted no se la merece pero igualmente le daré un trozo.
—La señorita de Rais es una mujer muy dulce y muy cálida, pero sería incapaz de guardar un solo secreto, me contó mucho de sí en un almuerzo —César le sonrió—. Ya no esté enojada conmigo, usted sabe que siempre hago lo mejor que puedo y lo que creo correcto.
—Con usted no estoy enfadada, nunca lo estuve pero usted resultó ser tan decepcionante como cualquiera.
Yrene se inclinó para sacar de su vitrina la tarta de cerezas y tomó un cuchillo para rebanarla, era sencilla, solo estaba hecha de masa quebrada, cerezas y una reducción de vino, sin embargo era la más solicitada y la estrella de su pastelería. También era su favorita, no necesitaba ser demasiado elaborada ni sofisticada para ser perfecta.
—Eso alcanzó a doler, no mentiré —El hombre hizo una mueca exagerada de dolor y consiguió sacarle una risa.
Tomó dos platos y sirvió la tarta, una rebanada para él y otra para sí.
—¿Le hiere ser puesto al nivel de los demás, detective Taylor?
—No hay nada peor que ser del montón, al menos quisiera ser más decepcionante que el común.
—¿Quisiera ser excepcionalmente decepcionante? Yo sé muy bien como podría serlo —dijo—. Fracase o renuncie.
—Renunciar y fracasar nunca han sido opciones para mi, señorita Adler, ¿o acaso le parece que si?
—Desde luego que no, si así fuese no habría hablado con Sallinger sobre darle el caso —afirmó—. No iba a desperdiciar dinero y recursos al tener a Genevieve al mando.
—¿Entonces esto si fue obra suya?
—No, yo hice una sugerencia pero quién tomó la decisión fue el comandante. —Yrene comió y saboreó las cerezas.
—Pues su sugerencia fue escuchada y bien atendida.
—Tengo conocimiento de ello, Genevieve hizo un maravilloso número al respecto aquí mismo.—contestó disgustada, nunca le había gustado el drama público—. Pero así es todo con ella, drama y gritos.
—Ginny ha estado bajo mucha presión —respondió el hombre, siempre prudente y razonable—. Pero tiene usted razón, está tan enfadada conmigo que ni siquiera he podido contarle que seré padre por segunda vez.
—Felicitaciones —contestó—. Usted y Anastasia son grandes padres, seguro este segundo bebé les traerá mucha felicidad.
—Se lo agradezco, dígame la verdad, ¿usted en su larga vida jamás ha sentido la curiosidad de ser madre?
—La he tenido pero la curiosidad no es suficiente razón para traer una nueva vida al mundo o para tomar una bajo mi tutela —admitió, en un par de ocasiones la maternidad había pasado por su mente pero tampoco había llegado a considerarlo de manera seria. Se sentía satisfecha con su vida como era—. Y me admito tradicional, no desearía tener un bebé sola, respeto a las madres solteras pero siempre he querido una pareja y matrimonio y así, quizás contemplar la posibilidad de convertirme en madre.
—Nunca pensé que a usted le interesara jugar a la casita —bromeó.
—Me interesan muchas cosas, cuando digo que lo quiero todo me refiero a eso, a que lo quiero todo —afirmó—. Quiero mi propia familia, una pareja devota, citas, aniversarios, viajes y un para siempre.
—Lo último es más difícil de conseguir que cualquier cosa.
Yrene lo sabía, lo más cercano a un amor imperecedero era el amor que sus padres se tenían e incluso ese, a veces, parecía a punto de caerse a pedazos. Pero ni aquello ni las malas experiencias podían detenerla de fantasear con más. Con todo.
—Lo sé, pero no pierdo la esperanza de que alguien pueda amar a este monstruo.
Recordó cada vez que alguien la llamó así. No le preocupaba lo que los extraños la consideraran pero si le importaba lo que sus seres queridos pensaran, su madre y su hermana fueron las primeras en usar esa palabra para definirla y su padre se había quedado callado mientras pasaba. Tampoco es que quisiese engañarse a sí misma, sabía que aquello era correcto, que era un monstruo, voraz y listo para irrumpir en el paraíso si fuese necesario para obtener algo que quisiera.
—Peores monstruos son amados. —aseguró el hombre pero su mirada a Yì Rén le decía otra cosa.
«Usted no es un monstruo, eso me dicen sus ojos. » Apreciaba que no hubiese dicho aquello, no habría estado segura de que responder.
—Es difícil permanecer disgustada con usted, César Taylor.
—Comuníqueselo a Genevieve, por favor —Él río para después dar un bocado—. Realmente no me gusta estar en malos términos con ella y no me gusta aportar a que refuerce su sentimiento de que todo el mundo quiere ser su enemigo.
—Intenté pelear con ese sentimiento suyo, es un despropósito, ella siempre ha creído que el mundo está en su contra, no importa lo que otros hagamos, la que tiene que tratarse eso es ella. —Yì Rén estaba convencida de que había algo mal con la percepción de Ginny sobre el mundo, pero no podía hacer nada al respecto, comió un poco más—. Volviendo al trabajo, voy a organizar una pequeña fiesta de bienvenida para un viejo amigo e invitaré a nuestras candidatas, quizá podamos escuchar o averiguar algo.
—¿Cuando? ¿Su amigo el usurpador? —César sostenía la cuchara a punto de comer pero sin hacerlo.
—En seis días y no se refiera a él de esa manera en mi presencia —contestó—. Para ese día con suerte tendremos más información y quizá habremos descartado a alguien.
—¿Se trata de Iulius Maersse? —cuestionó, reformulando—. Tengo que ser honesto y admitir que tengo gran curiosidad por conocerlo, he visto fotografías del hombre pero no es lo mismo que verlo en persona.
—Así es, ahora que lo menciona, creo que ustedes se llevarían de maravilla —afirmó, tenían caracteres similares y opiniones afines—. Aunque asumo que lo que le genera curiosidad es mi relación con él.
—Me declaro culpable —contestó y se llevó la cuchara a la boca—. Ginny me contó algunas cosas pero no sé que tan confiable es.
—Se supone que me casé con Iulius hace veintiséis años pero fue una historia que fabriqué solo para tener acceso a él en la prisión, después lo saqué de ahí pero era poco seguro que permaneciéramos en los principados, así que por cuatro años vivimos en Abya yala —comenzó—. Desde luego formamos un vinculo muy bueno pero no del tipo romántico, lo demás son habladurías que toda persona razonable desoye.
—Las historias que inventan las personas son más emocionantes, lamento informarle.
—Me temo que a veces la verdad es decepcionante —aseveró—. Por eso jamás entendí el motivo de que Genevieve sintiese celos de mi afecto hacia él.
—Los sentimientos no son razonables, mucho menos los celos, no espere poder entenderlos.
—Aún así, como seres pensantes y civilizados no podemos dejarnos dominar por impulsos primitivos e ideas que solo están en nuestras cabezas fantasiosas —respondió—. ¿Usted que piensa de ofrecer recompensa por cualquier pista o información por la asesina?
—O asesino, pienso que podría ser un movimiento peligroso, podríamos tener una cacería de brujas y personas señalando a vecinos que desprecian o a quienes envidien—afirmó—. Y ya tenemos suficiente de eso ahora que el Times de Londres envió a esa periodista, Ratch.
Yrene río. Al oír aquel apellido recordó el apellido Ratched que asociaba a una enfermera de ficción; no podría ver a esa periodista sin sonreír.
—¿Qué encuentra tan divertido, señorita Adler?
—Nada, nada en lo absoluto. —respondió—. Lamento mucho que no le guste la idea, en realidad ya di la orden a los Hulme para que den recompensa por información.
—No me sorprende, aunque apreciaré que no me pida opiniones que no tiene intención de tomar en cuenta —César Taylor la miró con algo que fue incapaz de identificar—. Y le voy a pedir que no actúe a mi espalda.
—Le recuerdo, César Taylor que al final, estamos hablando de mi dinero, recursos y empleados. —Yì Rén dio un bocado tranquilamente —. Si me complace podría contratar matones y sicarios para atacar a los sospechosos y extraer una confesión por la fuerza, o quizá podría ejecutarlos a todos o hacer que vayan todos al paredón o la horca, pero estoy haciendo esto por el camino de la ley. Así que voy a ser extremadamente clara, pido su opinión por cortesía pero yo a usted no le rindo cuentas ni mucho menos estoy bajo sus ordenes.
César la observó como quien ve una rareza. Con confusión y una pizca de asombro, le dio la impresión de que el hombre por un pequeño instante había olvidado con quien estaba tratando y ella no podía permitir aquello. No eran amigos.
—¿Realmente me odia tanto?
Ahí iban otra vez. Sus decisiones en torno a la investigación no eran personales, pero ya que insistía con tanta vehemencia, podía hacerlo personal.
—Nunca he odiado a nadie, usted no es lo suficientemente especial para cambiar eso, César Taylor. —replicó—. Pero ya que estamos siendo directos debo decir que tiendo a dudar de la honorabilidad y diligencia de los mentirosos.
—¡Por favor, yo jamás le mentí!
—La omisión también es mentir, detective, si no fuese grave no sería un delito. ¿O acaso no se castiga a quienes retienen información sobre un crimen? Estoy un poco desactualizada con el tema de la ley, así que ilústreme.
—Está recayendo en una falacia de falsa equivalencia y no voy a engancharme, señorita Adler.
—Quizá, estoy comparando una falla moral con una falla a la ley, pero igualmente la moral es importante, la ley se transforma pero nuestros valores nos guían en todas partes y a lo largo del tiempo dentro o fuera del marco de la legalidad ergo no podemos excusar fallas morales solo porque podrían resultar minucia para la ley. —dijo, elevando un poco la voz, haciendo que un par de clientes se giraran para verla—. Usted sabía que Genevieve me era infiel, lo supo por meses enteros y no hizo nada al respecto, se convirtió en su cómplice y yo no tengo porqué aceptarlo ni juzgarlo con otros estándares que no sean los míos, si su moralidad y ética están bien con eso, me apena, pero los míos no pueden pasar por alto sus flaquezas que de algún modo terminarán trasladándose a su vida profesional.
Lo último lo dijo tan bajo que César apenas pudo escucharla pero por sus expresiones supo que él recibió cada palabra clara como el agua.
—¿Algún día va a perdonarme o dejar de juzgarme con tanta severidad?
—Dígame, cuando me mira, ¿ve a una persona que perdona?
—Ya que lo pregunta, a veces cuando la miro, solo veo el monstruo que todos dicen que es. —César soltó aire—. Terminamos por hoy, me retiro, mi lady.
Él tomó sus cosas y se retiro sin prestar atención a las miradas de los clientes, a quienes Yrene les dedicó una sonrisa.
Se encontró observando hacia el río desde el puente donde la asesina presuntamente arrojaría a sus victimas.
No le importaban las creencias de César o el resto de sus allegados, Yì Rén a contraluz de los sucesos conseguía divisar la mano de una mujer, contundente y feroz. Estaba en los vestidos inmaculados, las gargantillas ocultando la marca de la muerte, los peinados solo arruinados por el agua, las suturas que se hacían cada vez más finas y lo órganos faltantes.
Podía hacerse una imagen velada, una mujer alta y fuerte pero de un aura atrayente, casi afable que no advirtiera a sus victimas del peligro. Vestida en colores sobrios y oscuros, con sencillez y cierta prolijidad pero sin excesivo esmero. Contrario a la hipótesis de César, dudaba de que ella tuviese que incluirse en la ecuación; había demasiadas mujeres en el mundo con ojos claros y cabello oscuro. Yrene jamás se consideró tan especial.
—¿En que piensas, Yrene? —Jill atrajo su atención al momento.
—Asuntos del trabajo, Jill de Rais, nada urgente, mejor dime, ¿a donde me llevas?
—Es una sorpresa —Jill le sonrió ampliamente—. Quería agradecerte por todo lo que hiciste por mi sobrina.
—Solo le compré unos vestidos y no me lo tienes que agradecer, lo hice con mucho gusto. —respondió, pensando en que ella no daba regalos para ser compensada y en lo enferma que le resultaba la idea de dar algo para recibir más a cambio, casi repugnante—. Pero aprecio la sorpresa, así que la contemplaré como un obsequio.
—De acuerdo.
Jill estaba extrañamente silente y las manos le sudaban, Yrene se preguntó que le pasaba.
—¿A ti te sucede algo, Jill?
—No, en lo absoluto —contestó—. Aunque siendo fiel a la verdad, me gustaría tener una conversación incómoda contigo.
—Tengámosla entonces.
—Discúlpame si soy invasiva, eres libre de no responderme —dijo, Yì Rén habría querido decirle que empezar una conversación con una disculpa no era lo mejor—. Sé que Iulius Mærsse y tú vivieron juntos hace muchos años y que tienen un lazo estrecho pero me gustaría saber si existió algo más entre ustedes.
Yrene sonrió. No quería mentir pero en definitiva no era el mejor tema previo a una cita.
—Invasivo, si, pero lo permitiré, Jill de Rais. —respondió—. Infortunadamente no creo entender el sentido de tu cuestionamiento, ¿estás preguntándome si acaso compartí mi cama con él? ¿O si existió un interés romántico?
—Ambas cosas, de verdad, no me tienes que responder.
«No sabe que hacer con la verdad, pero ella la pidió. » Pensó.
—Si, a la primera pregunta. Como adultos que se sintieron atraídos y libres de compromisos, compartimos intimidad sexual —contestó—. Y también intimidad emocional, pero siendo razonables y honestos decidimos que nuestro afecto y cercanía era correspondiente a una amistad y no a una relación romántica. ¿Estoy siendo lo suficientemente clara, Jill de Rais?
Yrene se enganchó del brazo de su acompañante y sintió su tensión de inmediato, pese a ello, Jill no rechazó el contacto.
—Me queda muy claro, aprecio mucho tu honestidad —respondió—. ¿Algo que tu desees preguntarme?
«¿Por qué mientes tanto y tan bien?» Yrene sabía que Jill mentía, al menos parcialmente, que trataba de parecer controlada y madura, pero en su tensión corporal y su semblante ligeramente descompuesto podía ver la verdad. La respuesta que Yì Rén le dio no fue satisfactoria, habría preferido una mentira.
—En realidad si, ¿que interés tienes en mirar hacia el pasado? —cuestionó—. Especialmente hacia el mío.
—Me gusta conocer a profundidad a las personas, especialmente me interesa conocerte bien —aclaró—. De verdad, lamento mucho sí te incomodé con mi pregunta, sé que fue inapropiada.
—En mi experiencia, las relaciones están llenas de preguntas inapropiadas y conversaciones incomodas, así que no lamentes nada, Jill de Rais.
—Bueno, entonces ahora tu hazme una pregunta incomoda —Jill le sonreía, era sin embargo una sonrisa tensa, que le suplicaba piedad y que no presionara sus visibles grietas pero Yì Rén decidió ignorar la silenciosa petición.
—Cuéntame de tu padre y tu madre, de toda tu familia, mejor dicho. —solicitó y miró atentamente a su compañera. Vio su rostro transformarse por una fracción de segundo, las comisuras de los labios cayeron en disgusto y su entrecejo se frunció.
Yrene había estudiado las expresiones faciales asiduamente, ya que en el pasado se había encontrado incapaz de entenderlas.
—Mi madre era un monstruo, de tal clase que hasta habría asustado al asesino de Lone Iland —intentó bromear, pero era evidente que dolía—. Mi padre era un hombre insignificante, se doblaba ante mi madre y se sometía a sus caprichos, mi hermana, mi preciosa hermana, otro maldito monstruo.
«—¡Y es que tu, Yrene, eres un maldito monstruo. » Recordó con un poco de amargura las palabras de Dahlia. Lo peor de ellas es que eran ciertas y para que no dolieran Yrene se abrazó al monstruo. Pese a ello, el adjetivo le dolía de vez en cuando y escucharlo de Jill de Rais movió algo en su interior.
—Pero a todos los amé, a mi madre más que a nadie, no me pude deshacer de nada que le perteneciera después de que murió —afirmó—. Tengo todas sus pinturas, las canciones que escribió, incluso la fusta con la que nos golpeaba, sé que no es lo correcto ni saludable pero espero algún día ser capaz de quemar toda su basura, rosas incluidas.
Yì Rén bajó la mirada. no sabía como responder a tanta información personal.
—¿Y como murió tu madre?
—Enfureció a la persona equivocada y esa persona la acuchilló.
Yrene encontró la respuesta desconcertante, pensó que alguien no habla así del asesinato de un ser querido, menos de la madre. Ella misma tenía la certeza de que si alguien le tocara un solo cabello a Elizabeth Adler, haría todo en su poder por destruirle y ni siquiera estaba segura de si su madre también la amaba.
—Lo lamento mucho, debió ser terrible para ti.
—Lo fue pero cambiemos de tema, esto es un poco deprimente para mi.
Yrene asintió y en su nariz se coló el aroma de azúcar, observó y se encontró a un hombre dentro de un pequeño negocio. Seda de hadas, o al menos así lo había conocido ella cuando vio la máquina funcionar por primera vez.
—Vi eso en París una vez —dijo Jill, señalando el dulce—. Por un instante pensé que realmente se trataba de algodón y que el vendedor se burlaba de mi al decirme que estaba hecho de azúcar.
Rio. Podía imaginar aquello, ella misma había sentido que trataban de hacerle una broma cuando vio aquella cosa por primera vez, en otro París, en otro mundo y en otro tiempo.
—Sé que yo no te pregunté algo realmente pero es tu turno de hacerme una pregunta incomoda. —dijo—. Puede ser sobre lo que desees.
—¿En alguna ocasión le quitaste la vida a una persona, Yrene? —preguntó en voz baja y nerviosa, Yì Rén se atrapó asintiendo antes de tener palabras.
—¿Me preguntas si lo hice con mis propias manos? ¿O acaso te refieres a si mis acciones u órdenes causaron la muerte de alguien? —cuestionó pero no dejó espacio a obtener respuesta—. La respuesta a ambas cosas es afirmativa, sin embargo me intriga la naturaleza de tu pregunta.
—Es mera curiosidad. —afirmó, bajando la cabeza: estaba mintiendo—. Supongo que habiendo vivido tanto, es imposible tener las manos del todo limpias.
«Está buscando respaldo para algo que hizo. » Se dijo a sí misma y se preguntó que sería tan terrible como para buscar la validación de otra persona.
—He tenido que hacer cosas de las que no me siento orgullosa, Jill de Rais, pero de ninguna me arrepiento —Yrene se tomó el atrevimiento de tomarla de la cintura y acercarla—, Todas mis acciones me trajeron aquí, a comer seda de hadas y pasear contigo, ¿te conté que yo también probé este dulce en París? Me dijeron que se llama seda de hadas, me parece apropiado. ¿Compramos un poco?
Se decidió a volver unos pasos atrás y distraer la conversación. Jill en silencio accedió y volvieron al negocio, comprando un algodón para ambas. Yrene tomó un poco entre sus dedos y lo comió, una consecuencia de detener el tiempo es que siempre se encontraba hambrienta.
—Dime, Jill de Rais, ¿te ejercitas mucho?
—En lo absoluto —respondió—. Pero camino mucho.
—Yo también, a veces doy paseos nocturnos, cuando todo está en silencio y tranquilo —dijo—. Podrías unirte a mi en algún momento, tu compañía me complacería mucho.
—Me encantaría, aunque tengo que ser honesta y admitir que mi cuerpo a las diez de la noche demanda descanso.
«Mientes, mientes demasiado.» Comenzó a ponerse de mal humor.
—Comprendo, no todos tienen mis malos hábitos de descanso —bromeó y comió más mientras caminaban—. Me haz preguntado respecto a mi relación con Iulius Maersse y te respondí con plena honestidad, sin embargo tengo que ser más clara contigo, especialmente por los eventos sociales a los que me acompañarás...
Jill comió un poco y la miró intrigada.
—Escucharás cosas de las personas, la mayoría te harán sentir disgustada y probablemente esa sea la intención de quienes las digan —aseguró—. Muchas serán ciertas, otras no, así que quiero pedirte que vengas a mi con tus dudas como lo haz hecho hasta ahora, no te enganches ni respondas a provocaciones.
—Sé que es imposible que lo sepas con certeza, pero, ¿Qué tipo de cosas escucharé?
—Que le regalé la juventud eterna a Iulius, eso es verdad —informó—. Que Nilsa, su hija, también es mía, eso es una mentira, algunos dirán que le fui infiel a Genevieve Oh con él, que lo estoy usando para tratar de convertirme en princesa, un sinsentido en su máximo esplendor desde luego y dirán que eres un entretenimiento para mi, un juguete, todo ello son mentiras, es irreal que te pida que no te enojes, por eso reitero mi petición de que si deseas saber algo, acudas a mi.
—Así lo haré. —aseguró Jill pero Yrene podía ver que se sentía conflictuada—. No te corresponde decírmelo pero me intriga, ¿Quién es la madre de Nilsa?
—Tienes razón, no me corresponde. —Se pasó la mano por el cabello y después tomó el brazo de Jill, con el que esta sostenía el algodón—. Y lo cierto es que la verdad la saben todos, nadie sabe quién es la madre de Nilsa, así como tampoco se sabe quien fue su padre antes, Iulius es su padre debido a que la adoptó, la sacó de las calles, la gente prefiere no creerlo porque eso implicaría que Iulius Maersse tiene un corazón.
—Por eso te agrada, porque es como tu, ¿no es así?
—Elabora, Jill de Rais.
—Iulius, te agrada y le respaldas porque te identificas con él, ¿cierto? —En el tono sabía que realmente no era una pregunta, de repente se sintió expuesta, vista—. Las personas piensan que son monstruos sin corazón y que las cosas buenas que hacen tienen un trasfondo oscuro o un propósito al que servir.
—Tienes razón, al menos parcialmente, si tengo mis propias motivaciones para respaldar la guerra de Iulius más allá de nuestra amistad, la cual, debes saber, surgió después de unirme a su causa.
«Es cierto, ¿por que se siente como una mentira? » Se cuestionó.
—Las motivaciones se suman y cambian.
—Es cierto, Jill de Rais
Caminaron en silencio durante varios minutos, con el aire golpeándoles pero Yrene lo disfrutaba junto a la luz solar que aún quedaba.
—¿Recuerdas a tus padres biológicos?
La pregunta la tomó sorpresa, no tendía a pensar en ellos a menudo. Tenía vagos recuerdos, tan nublados y desdibujados que a veces le parecían de otra vida.
—Si, tengo pocos recuerdos y muy borrosos pero hay uno en especial, mi madre tenía monopárpados y cabello muy largo en trenzas, cantaba , cantaba de la forma tradicional, con la garganta y la laringe, la recuerdo con mi padre al lado sirviendo comida, aún tengo en mente el aroma a carne y especias, mi padre, él era un hombre bajo y con rasgos muy duros, lamentablemente murieron cuando yo tenía ocho años. —respondió—. Recuerdo que me querían y no pude estar con ellos en sus ultimas horas. Tengo un retrato de ellos, mi hermana Dahlia lo pintó para mi, para que nunca los olvide, es una de mis pertenencias más preciadas.
—Debe ser maravilloso tener hermosos recuerdos de los padres —Dejó salir la frase con amargura pero Yì Rén no podría reprocharle—. Por eso hago lo mejor que puedo por Nini, quiero que cuando mire al pasado, quiera recordarme y la haga feliz el hacerlo.
—Creo que lo haces muy bien, tu sobrina te adora, espero que me llegue a querer tanto como a ti —respondió—. O al menos que me tolere, creo que Liu Ning te ve como su madre y sé que a mi jamás podría ponerme a esa altura.
—Nini es muy dulce, estoy segura de que te amará —Jill le sonrió, tenía una dentadura perfecta, blanca y resplandeciente—. Cambiando el tema, encontré un gatito y lo tengo en mi casa, parece estar sano, quería saber si puedes llevártelo más tarde.
—¿Por que no lo conservas?
—Salgo mucho de mi casa, no tengo tiempo para atenderlo de manera apropiada pero sé que tu los adoras —contestó—. Contigo tendrá un hogar adecuado.
Siguieron su camino hasta llegar a una esquina donde Jill pareció quedar clavada, observaba un aparador que exhibía pinceles y pinturas.
—¿Te gustan?
—Si, esas —Señaló unos oleos—. Volveré por ellas después, también por esos pinceles de arriba.
—Te los obsequio, entremos —Yrene haló de Jill para entrar en la tienda—. Y no te atrevas a decir que no, para mi es un placer.
Ambas entraron al lugar e Yrene sintió que era el inicio de una maravillosa cita, quizá pronto sería tiempo de pensar en un anillo.
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