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Yrene XII


«—¿Crees en la diosa? —cuestionó Jill de Rais—. A veces te veo en el templo, pero no te veo arrodillarte ni orar.

—No —contestó de manera tajante—. Voy al templo cuando mis amistades me invitan o cuando hay algún funeral, es una actividad que me permite conectar con otras personas pese a no compartir sus creencias.

—Pero eres aurea.

—El impirio, magia o como desees llamarle, se puede sentir, puedes ver sus estragos y sus maravillas —Le contestó—. Pero dioses, no lo sé. Lo más parecido que ha visto la tierra a dioses, fueron los celestiales y los destruimos.

Jill de Rais soltó un suspiro, como si aquella no fuese la respuesta que deseaba.

—Yo si creo, la idea de estar solos en la existencia es aterradora y también arrogante, no podemos asumir ser lo único que hay.

Yrene no creía que la humanidad fuese lo único en la existencia, habiendo millones de galaxias y planetas, la humanidad solo podía ser un fragmento de vida. Igualmente, no aclaró aquello solo asintió.

—Cuestión de perspectiva, supongo.»

Yrene repetía en su mente cada fragmento de las conversaciones de la velada y atrapando los detalles que en el momento se le pudiesen haber escapado.

Azúcar se trepó a su regazo, clavándole sus garras ligeramente pero ella no se inmutó.

—Azúcar, ¿cómo estás? —dijo, bajando su mirada al animal y a los diminutos agujeros que dejó—. ¿Te ha pasado que parece que dices todas las cosas incorrectas? Por supuesto que no, eres un gato y eres adorable.

Yrene abrazó al animal y sintió las garras en su espalda, no lo reprendió pero ablandó su agarré y el gato saltó de su hombro al suelo.

Frente al espejo de su tocador empezó a desmontar su peinado, quitando pasadores y adornos uno a uno. Deshizo las trenzas y tomó el cepillo, se dirigió a la sala de estar, caminando lentamente y bajando un escalón tras otro.

En cualquier momento sonaría el teléfono.

Se acomodó en el sillón más pequeño y empezó a cepillar su cabello.

Cuando el teléfono sonó, lo tomó en seguida y colocó el altavoz, esperaba que aquello funcionara, había pagado una fortuna por el.

—Buenas noches, Iulius —contestó—. ¿Me escuchas?

—Buenas noches, Yì Rén —respondió—. Desde luego que te escucho.

El sonido no era tan limpio como el de los teléfonos de otros mundos pero funcionaba.

—¿Qué noticias tienes para mí, Mærsse? —cuestionó.

—Tengo en las manos un sobre con el sello de la princesa Isabel Lancaster —afirmó—. Llegó hace unas horas pero esperaba a llamarte para sorprendernos juntos.

—Es otra oferta para la negociación de paz, me temo que no será sorprendente —Yì Rén respondió, preguntándose la razón de no haberse enterado de aquello—. No me hagas esperar, Iulius Mærsse, no soy una mujer paciente, dime qué dice.

—Es una invitación al baile de verano en Londres, en menos de un mes —contestó—. Se espera mi presencia con una comitiva islandesa y se espera que esté abierto a discutir la paz, estabas en lo correcto, nada nuevo, pero tú debes tener novedades para mí, cuéntame de Jill de Rais.

—Sienna te contó —Yrene contuvo una risa—. Tal vez me case con ella, es dulce y su compañía es placentera, aunque hay algo mal con ella.

—¿A qué te refieres, Yì Rén?

—Usa una máscara, es extremadamente dulce —informó—, pero su máscara se cae a instantes, no dice las cosas que le disgustan pero en su rostro se ve todo lo que siente y piensa.

—Eso no te molesta —respondió—. Nunca te ha agradado la gente que no filtra lo que dice, así que se más precisa.

—Desde luego que aprecio la gente que mantiene control y mide sus palabras, pero Jill de Rais miente —contestó—. Y la mentira si me disgusta.

—Eso si explica tu sensación de que existe algo mal con ella —Iulius afirmó—. Cuéntame más de ella, no me es posible sacar conclusiones con tan escasa información.

—No me apetece —Yrene siguió cepillándose el cabello—. No del todo, iba a consultar algunos detalles sobre anatomía pero me di cuenta de que no quiere involucrarse en lo que hago.

—Está en su derecho de no hacerlo pero podrías decirle que apreciarías su conocimiento y que el asunto es importante para ti.

—Ella sabe que valúo su conocimiento.

—¿Se lo dijiste?

—Así es —aclaró—. Le dije que necesitaba de ella y su conocimiento.

—Recuerda que las personas necesitan más que eso, Yì Rén Adler —El hombre hizo una breve pausa—. Necesitan que digas algo como, «me gustaría que me apoyes con esto, sé que es un tema del que eres conocedor y valoraría mucho tu ayuda».

—Demasiadas palabras para decir la misma cosa, Mærsse.

—Ya lo sé, nosotros no pedimos ayuda ni opinión a menos que valoremos en algún grado a quien se lo pedimos —aclaró, como si fuese necesario—. Pero los demás pueden tener necesidades emocionales distintas a las nuestras, hay personas que necesitan ser verbalmente afirmadas y validadas, puede ser el caso de Jill de Rais, quizá «el necesito tu conocimiento» la hizo pensar que solo necesitas eso, conocimiento, no su aportación personal y que por lo tanto puedes consultar a cualquier otra persona.

—Comprendo —respondió—. Aunque no eres el más adecuado para darme consejos para relacionarme con otros y menos románticamente.

Iulius río.

—Dime, ¿quién mejor que tu antiguo esposo para aconsejarte en el romance?

Fue su turno de reír.

—Cambiando de tema, Yì Rén, ¿debería aceptar la invitación? —cuestionó—. Algo, ¿cómo lo digo? Huele a podrido.

—No es una emboscada, les gusta conservar su falsa superioridad moral —respondió—. Pero veo dos posibilidades, pretenden comprarte o provocarte para que hagas algo irracional y puedan justificar la violencia contra Islandia.

—Entonces esto es un espectáculo.

—Toda la política es un espectáculo y la de los principados es uno muy lamentable —respondió—. Si me lo preguntas, yo asistiría y vería cuál creen que es mi precio para después escupirles en la cara.

—¿No asistirás?

—Probablemente si, aunque no he visto la invitación —respondió—. No reviso el correo desde la invención del teléfono, el fax y el telégrafo.

—No me sorprende, el tema del baile te encantará —afirmó—. «Celestial». El código de vestimenta es estricto, según leo.

—No tienes idea de cuánto desprecio estas cosas.

—No lo haces, desprecias a las personas que irán y desprecias la idea de ver a tu madre ahí.

—Todos parecen querer hablar de mi madre últimamente —dijo, dejando ver su fastidio—. Elizabeth Adler me es indiferente.

—Voy a aceptarlo pero solo por el hecho de que no me apetece discutir contigo no porque sea verdad —contestó—. ¿Sería adecuado el que lleve a mi hija conmigo?

—Desde luego —respondió, pasando el cepillo por las puntas de su cabello—. Es tu hija, la persona más importante para ti y por quién haces todo esto.

—Hago esto por todos nosotros, no solo por Nilsa.

—Lo sé, Iulius Mærsse, lo sé. —Terminó de cepillar su cabello y lo empezó a trenzar—. Igualmente creo que mostrarte como algo más que un líder político te sería útil, verte como un ser humano, un padre, un hermano y un amigo puede tener sus beneficios.

—Sigue tu propio consejo, Adler.

—No es lo mismo, soy una mujer —contestó—. No estoy autorizada a la humanidad sí deseo ser considerada respetable.

—Eres respetable —Iulius hizo una pausa—. En temas más placenteros, Nilsa tiene un nuevo pretendiente y parece que el muchacho le gusta. Eso me hace feliz.

—Me parece maravilloso, es joven, debe disfrutar esta etapa. —Terminó su trenza—. Pero, ¿A ti que te parece el muchacho?

—No tiene nada que pueda hacer que me oponga a la relación —admitió—. Pasará tiempo antes de que decida si me agrada pero es trabajador, vive de la piratería y la pesca, no puedo juzgarlo, yo mismo viví en los muelles y robé para vivir.

—Me hace sentir tranquila que no olvides de dónde vienes, Mærsse.

—Nunca podría hacerlo, aunque haya quiénes si olviden.

—Yo no lo hago —aclaró como si fuese necesario—. ¿Y como se encuentra Emilie?

—Malhumorada.

—Esa no es una novedad, Iulius, dame noticias nuevas.

El hombre río, a Yrene le encantaba como se oía su risa, habría deseado poder escucharlo más a menudo, incluso si lo escuchara diario no se habría aburrido de escucharlo jamás.

—Siendo serio, Emilie está recuperándose de manera satisfactoria pronto será capaz de retomar su posición como capitana —mencionó—. La amputación de una extremidad no es cualquier cosa pero pone mucho empeño en la rehabilitación.

—Emilie es fuerte, estará bien. —Yì Rén subió sus pies al sillón y con un brazo alcanzó una libreta en la mesa junto al teléfono —. Iulius, ¿confiarías en una potencial pareja que paga por prostitución?

—Depende de la circunstancia, si lo hace mientras es cortejada o corteja, no lo haría, ¿es esto sobre Jill de Rais?

—Es correcto —respondió—. Me contó que contrata trabajadoras sexuales como modelos, pero según las notas de Arthur Hulme que tengo en las manos, hay algunas que contrata con frecuencia.

—¿Pediste que la investigaran?

—No precisamente, Jill entra en la idea que tenemos de «Jane, la destripadora» y no la conozco lo suficiente como para rehusarme a una investigación razonable.

—¿Hablaste con las trabajadoras?

—Sería inapropiado, esperaré a que Arthur me entregue un reporte más completo —dijo—. También empezaré a buscar una casa en Lone Iland para ti, Emilie y tu hija, necesitas dónde quedarte mientras estés aquí.

—¿No nos abrirás las puertas de tu casa?

—Sabes que no es posible —respondió—. Odio decir esto tan seguido pero, sería muy inapropiado, un hombre soltero en la casa de una mujer sola.

—Por favor, Yì Rén Adler, hace veinte años vivimos juntos por casi cinco años y aunque te disguste, hay quiénes piensan que eres la madre de mi hija.

—Pero no lo soy, Iulius Mærsse, tú estás soltero y yo estoy siendo cortejada por alguien más —contestó secamente—. Lo adecuado en este momento no es darle a nadie algo de lo que puedan hablar.

—La gente siempre hablará. —El hombre imitó el tono—. Pero en realidad, comprendo perfectamente a lo que te refieres, de cualquier forma, me sería agradable si pudiese estar cerca de tu casa. No nos vemos a menudo y estaré en los principados en la fecha de tu cumpleaños, voy a llevarte unos obsequios.

—Te lo agradezco, yo también tengo algunas cosas para ti —Pasó sus dedos por las hojas—. Sienna estará muy feliz de saber que vendrás.

—Sienna siempre está feliz —respondió—. Krys no toma mis llamadas, ¿cómo se encuentra?

—Sabes que puedes visitarla y hablar con ella, pero no me preguntes sobre lo que le sucede porque en primera instancia, no lo sé y tampoco me genera ningún tipo de interés, si te soy sincera.

—Estás irritada, puedo entenderlo por tu elección de palabras —dijo Iulius—. Pero está bien, veré si puedo establecer contacto con ella.

—Tienes razón, desde luego me interesa y espero que esté bien pero aún estoy... —respondió—. ¿Enojada? ¿Decepcionada?

—Tienes razones para estarlo.

—Pero ya quiero dejarlo ir, lo que más me pesa es que no se reconoció el daño que se me hizo —Yì Rén habló tan bajo que pensó que el hombre al otro lado del teléfono no podría escucharla—. Mi hermana en la cama con mi prometida y ni una disculpa, simplemente dejó de hablarme y se mudó a Londres. No tienes idea de lo estúpida que me sentí.

—¿Hay algo que pueda hacer por ti?

—Te lo agradezco, Iulius, solo necesitaba decirlo —contestó—. Ya no hay nada que hacer al respecto.

—¿Deseas hablar sobre algo más, Yì Rén?

—Si, háblame de esa mujer, la que le mencionaste a Sienna —Hizo una pausa—. Anika, la que te pretende.

—Tampoco funcionó, a Nilsa no le agradaba.

—Esta se rindió en tiempo récord —bromeó—. No lo entiendo, te soy honesta, te derrites ante tu hija y dejas que lleve tu vida romántica.

—No lo hago, simplemente que no estoy solo, si me caso, también mi hija tendrá que convivir con mi esposa.

«Tu preciosa hija le cortaría el cuello a cualquier persona con la que te cases.» Pensó pero se abstuvo de decirlo.

—Quizá no lo entiendo porque no tengo hijos —respondió finalmente.

—Tal vez —coincidió—. Aunque habrías sido una madre estupenda.

—Por supuesto, soy estupenda —contestó—. Pero sabes que tengo mis dudas respecto a la maternidad y los niños son demasiada responsabilidad.

—Yo tampoco planeaba la paternidad y mírame.

—Eres un buen padre.

«Y un hombre maravilloso.» Agregó mentalmente.

Se acomodó de nueva cuenta y siguió su conversación empezando a sentirse adormilada.

Los primeros seres humanos en cruzar el umbral de la pastelería fueron los hermanos Hulme, con sus trajes beige perfectamente planchados y la obviedad de su profesión en cada centímetro de sus existencias.

—Buen día, señorita Adler.

Arthur Hulme era un hombre alto y atractivo, portador de una sonrisa amplia y cálida; Agatha era lo contrario, si bien compartían la misma piel negra y rizos espesos, ella tenía un semblante más sombrío, duro. 

—Buenos días, ¿que puedo ofrecerles? —inquirió, mientras uno de sus gatos le pasaba a Agatha por entre los pies.

La mujer se inclinó y alzó en brazos al gato.

—Té de menta, por favor, señorita Adler —respondió Agatha, más concentrada en el gato—. ¿Este está en adopción?

—¿Y usted, señor Hulme? —preguntó—. Y desde luego, todos los gatos están en adopción, señorita Hulme, esa belleza es Anís.

—Café con leche, se lo agradecería —Arthur fue el primero en tomar asiento en uno de los pequeños sillones de la pastelería, mientras su hermana bajaba al animal.

Agatha se sentó frente a su hermano, a una distancia razonable del mostrador mientras Yì Rén preparaba sus bebidas. 

Yì Rén podía sentir sus ojos sobre ella, de reojo pudo verlos sacar papeles de sus maletines y mirarse entre sí, casi derrotados.

En una charola dorada acomodó las bebidas y una variedad de galletas, las acomodó en la mesita entre los hermanos y les sonrió, al tiempo que jalaba una silla para acompañarles.

—¿Qué tienen para mi? —cuestionó, recargándose por completo». ¿Traen los nombres que me prometieron?

Arthur comió una galleta con mermelada y asintió.

—Así es, no solo eso, tenemos información sobre su pintora también. —respondió—. Creo que es importante empezar por esa parte, anoche visitamos varios establecimientos, algunos respetables y otros de dudosa categoría, si me lo permite...

—Vaya directo al grano, Señor Hulme, les pago por hora —interrumpió—. Y a menos de que sea relevante, no me interesan los detalles de los tugurios de Lone Iland.

—En dos burdeles conocen a la Señorita de Rais como un rostro familiar —dijo el hombre—. Tuvimos el placer de conversar con dos señoritas  que con frecuencia son contratadas por la Señorita de Rais y me dijeron algunas cosas sobre su trabajo...

—No lo repetiré de nuevo —Yrene se hizo hacia delante y recargó sus codos en sus piernas.

—Las cortesanas dijeron que la señorita Jill de Rais paga por tres o cuatro horas de su tiempo para que ellas posen mientras las pinta o dibuja —Agatha respondió en lugar de su hermano.

Yì Rén lo agradeció en silencio, ya que su paciencia se estaba acortando.

—También nos contaron que nunca las ha tocado, una de ellas incluso uso la palabra «frígida» para describirla. —agregó—. No es proclive a beber en exceso pero si eso llega a suceder, tanto las trabajadoras como el resto de personal aseguran que es inofensiva, que hace bromas y cuenta su vida personal a todo el que pregunte.

—Al parecer su madre la maltrataba mucho —comentó Arthur—. Sin embargo, nos hablaron de tres personas que son conocidas en los burdeles por tratar con violencia a las señoritas y proclives a la agresión verbal y la impertinencia: el Doctor Henry Thompson, la señora Abigail Sallow y Marc Villin, un carnicero.

—¿Abigail Sallow contrata prostitución femenina? —inquirió, casi sorprendida.

Era de dominio público el conocimiento de que la viuda Abigail Sallow tenía u particular gusto por los muchachos de corta edad y también era conocida por el maltrato físico y verbal a su servicio doméstico, lo único que la protegía era su incómodo hijo y abogado, Aurelius Sallow, que Yì Rén consideraba tan agradable como una cucaracha.

—Así es y al parecer es a menudo, algunas nos comentaron que le gusta asfixiarlas y golpearlas, cosas similares dijeron de los varones y fueron muy explicitas en detalles que evidentemente a usted no le interesan —contestó Arthur mientras Agatha bebía su té y bañaba con atenciones a uno de los gatos.

—Lleven esa y toda la información que posean a César Taylor en la estación de policía, no quiero oír más por ahora

—La oficial a cargo es la detective Oh.

—¿Algo en mi indicación no fue lo suficientemente claro, Señor Arthur Hulme? —preguntó, sentía aprecio por el investigador pero sus instrucciones no estaban a discusión—. También espero un reporte a máquina mañana, en ese reporte si quiero hasta el más insignificante de los detalles.

Arthur bebió de su café y asintió. Yrene lo imitó y se levantó de su asiento, alisó su pantalón blanco y volvió a colocar la silla en su lugar inicial para dirigirse a la cocina y sacar del horno los croissant que había dejado en el interior, en el momento que abrió la puerta, el reloj le avisó que era momento de extraerlos.

Sacó del horno el pan y lo dejó sobre una mesa para que pudiese enfriarse y volvió al frente. En silencio observó a los Hulme, intercambiando sonrisas y comentarios. Sintió una pizca de nostalgia pero la hizo a un lado, era un sentimiento inútil.

La campanilla.

Detrás de Jill, su sobrina Liu Ning, ambas en vestidos hasta los tobillos, pese a que empezaban a estar de moda a media pantorrilla. Yrene no estaba segura de si eso le gustaba, los vestidos de Jill eran oscuros, desactualizados, como si se hubiese quedado atrapada en la sombría década anterior o como si todas las sombras del abuso maternal salieran a la superficie a través de su ropa.

La hacía pensar en otra persona. «No, no voy a pensar en él. No es un problema que pueda resolver, pero, ese si».

—Buenos días, Jill de Rais —dijo y le sonrió—. Buen día, Son Liu Ning.

—Buenos días, Yrene.

—¿Qué les puedo servir? —preguntó—. ¿Desean algo frío? Con esa ropa deben tener calor.

—Si, me encantaría un té de limón, Lady Yrene —respondió Nini.

La niña era realmente encantadora, a diferencia de con Jill, en los ojos oscuros de Nini y su deslumbrante sonrisa podía encontrar genuina dulzura y verdadera ternura. Le resultó casi trágico ver a la jovencita empezar a enredarse en la oscuridad de Jill.

—Estoy bien así, en realidad venía a preguntarte algo, Yrene.

—Dime —dijo mientras juntaba todos los elementos para preparar el té de Ning—. Son Liu Ning, cielo, ¿puedes elegir una mesa y ponerte cómoda mientras preparo tu bebida?

La muchacha asintió pero se encontró rápidamente distraída por un pequeño felino que se cruzó en su camino.

—¿Ayer dije o hice algo que te hizo enfadar?

Yì Rén pretendió no entender y observó a Jill con los ojos entrecerrados.

—Te despediste de mi de una manera muy fría y pensé que algo en mi comportamiento te había parecido impropio o rudo, aclaro que si fue así, puedes decírmelo y lo voy a corregir.

«¿Qué fue lo que te hicieron, Jill de Rais?¿Quien te dañó tanto?». Pensó. Estiró su brazo y acarició el rostro de Jill con suavidad.

—No hiciste nada malo, Jill de Rais, me disculpo si mi despedida fue demasiado distante, no fue mi intención hacer que sintieras inquietud —respondió—. Me encantaría invitarte a dar un paseo, no olvido que te prometí unas flores y ayer no pude comprarlas.

—No tienes que molestarte...

—Déjame mimarte, Jill, para mi es un placer.

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