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Yrene III

Yrene podía sentir las miradas sobre ella mientras sus tacones resonaban sobre la loseta gris de la estación de policía.

Decidió no establecer contacto visual con nadie, pasó directamente hacia la oficina de la oficial detective Oh.

Yrene observó las persianas cerradas de la oficina y llamó a la puerta pero nadie respondió.

—Fue a comprar su cena, no debe tardar —Una voz grave y aterciopelada llamó su atención—. Puede esperarla dentro.

Yrene asintió, negándose en un principio a responderle al hombre. Él era de las pocas personas que sabía la verdad sobre la ruptura del compromiso de Yrene y Genevieve.

—Gracias, oficial Taylor. —respondió al tiempo que se viraba para mirarlo—. ¿Se marcha ya? —cuestionó, mirando al maletín en su mano izquierda y el sombrero en su mano derecha.

—Si, tengo una familia que me espera.

«O amigos a los que cubrirles sus infidelidades y amoríos» Pensó Yì Rén . Aún estaba furiosa, pese a que carecía de sentido estarlo, la lealtad de César por lógica debía pertenecer a la mujer con quien creció como una hermana, así que hizo a un lado su enojo y le sonrió.

—Cierto, envíele mis saludos a Anastasia —respondió—. Pronto les visitaré, la pequeña Nastya debe ser enorme ahora.

—Será un placer, señorita Adler, a mi esposa le gustaría mucho volver a verla en nuestra casa y siempre es usted bienvenida.

Yrene le sonrió de nueva cuenta y giró la perilla de la puerta para entrar en la oscura oficina. Una vez dentro buscó la cadenilla del foco y lo encendió, le disgustaba en sobremanera lo que veía. 

Había documentos en cada mueble, su piso estaba polvoriento e incluso podía ver el abrigo mal colgado en un gancho de metal, con las mangas dobladas.

En el escritorio estaban esparcidas las fotografías y los archivos de las víctimas de «Jack, el destripador». Era obvio por las imágenes y el caos que Genevieve Oh no sabía lo que estaba haciendo. Claro. Genevieve Oh no podía tener en orden su escritorio, ni su vida, menos podría tener el crimen de Lone Iland bajo control.

La puerta se abrió.

—¿Revisando documentos confidenciales? —preguntó Genevieve balanceando la charola de su cena en una mano.

—¿Vamos a pretender que usted no llevaba documentos de esta índole a mi casa y los discutía conmigo? —contestó, desde luego no era una pregunta de la que quisiera respuesta.

—¿Me trajiste la lista?

—No recuerdo haberle permitido tratarme con familiaridad, Oficial Oh —aseguró con más severidad de la intencionada—. Y así es, le he traído la lista, junto con algunos libros y artículos que podrían servirle de apoyo o al menos arrojar alguna luz sobre su investigación.

Genevieve puso su cena en el escritorio, haciendo a un lado los papeles, sin quitarle la mirada de encima. A Yì Rén le resultaba en extremo incomodo el contacto visual pero se obligó a mirarla con la misma insistencia y seriedad.

—Siéntese, señorita Adler —invitó—. Puede soltar sus cosas.

Yì Rén dejó los libros y su carpeta con documentos en un espacio libre sobre el escritorio y tomó asiento frente a Genevieve.

—Dígame, Genevieve Oh ¿que requiere de mi?

—He estado pensando en tu hipótesis pero no sé como armarla para presentarla al teniente —respondió, bajando la mirada.

—¿Entonces usted necesita que haga su trabajo? —inquirió—. Puedo hacer eso por un precio, no sería la primera en pagarme para poner su mierda bajo control.

—No necesito que pongas nada bajo control, solo tu colaboración —Genevieve respiró profunda y pesadamente, sabía que las cosas se pondrían feas. 

Quizá no debería pero una pequeña parte se regodeaba en el desamparo de la oficial, otra parte quería burlarse sobre lo pequeña y patética que resultaba mendigando apoyo y una más, quería ayudarla y resolver cada cosa que revoloteara en la mente de Genevieve.

—Necesita que haga algo de lo que usted no es capaz —respondió—. Eso tiene un costo, le paga a las personas por hacer las cosas que usted no puede, y yo tengo un precio bastante asequible según mi perspectiva.

No le importaba el dinero en realidad pero le interesaba que estaban dispuestos, tanto Genevieve como la policía de Lone Ilan a entregar a cambio de su apoyo.

—¿No es suficiente pago el ayudar a sacar un asesino o asesina de las calles y hacer justicia para esas pobres mujeres? —cuestionó con falsa sorpresa—. Pensé que ellas te importaban.

—Así es, me importan las víctimas pero recordemos que están muertas y yo estoy viva y mientras lo esté necesito techo, alimento y vestido —afirmó—. Usted pretende valorar mi intuición y mi habilidad para traer claridad a los lugares más oscuros, pero no valora mis talentos lo suficiente como para pagarlos, la verdad no sé de qué estamos hablando entonces.

—Tu estás lejos de necesitar, tu familia es dueña de medio maldito país y podrías vivir con lujos hasta el final de tu existencia sin mover un solo dedo ¡y te niegas a apoyarme! —vociferó.

—Quizá tiene razón, quizá soy mezquina y egoísta  y aún así me niego a regalarle mi trabajo y recursos cuando mi precioso tiempo puede ser invertido en ocupaciones más placenteras.

—Hablas de la chica.

—Si, hablo de la chica. —contestó poniéndose de pie.

—Tu y yo sabemos que sólo la usarás como un entretenimiento temporal, que la exhibirás como un trofeo y luego te olvidarás de ella, Yrene —aseguró Genevieve, su cena enfriándose frente a ella.

—Usted no sabe nada, Genevieve Oh, ni siquiera ha podido ver que todos sus cadáveres se parecen.

—¿De qué estás hablando? Las víctimas son de etnias distintas, unas fueron caucásicas, otras asiáticas y dos, hispanas.

—Puede ser, pero todas fueron de altura y complexión idéntica, todas y cada una poseían cabello negro o castaño oscuro, piel blanca y ojos claros. —señaló, tomó aire y lo soltó con suavidad—. ¿Sabe? Ya no tengo nada que hacer aquí, que tenga usted una maravillosa noche.

Tomó sus cosas y se dispuso a retirarse.

—Yrene, espera , está claro que soy incompetente para este trabajo y si no resuelvo esto, me despedirán.

No sólo eso, la ciudad entera la odiaría.

—Sería lo mejor que podría pasarle, nunca tuvo madera de detective, tiene una capacidad excepcional para seguir órdenes y para hablar en público, también para hacer amigos pero carece de lo necesario para buscar criminales y atraparlos y yo, me temo, no se lo haré más sencillo.

—¿Todavía estás tan enojada conmigo que prefieres a un asesino allá afuera a ayudarme?

—Genevieve, solo le di una hipótesis con las piezas que tengo del rompecabezas pero no sé quien puede ser Jack o Jane, no tengo mucho salvo algunos contactos que podrían dar información y esos no se los entregaré sin una compensación de por medio. —respondió—. Lea los libros, tenga sus propias ideas y arme sus propias hipótesis,  ya le estoy dando muchas herramientas para que lo haga, ahora, si me disculpa, me retiro, llamaré a mis amigas y a Irene, tenemos planes.

Yrene se viró y se dirigió a la puerta.

—¿Tan pronto vas a dejar de lado a tu nueva adquisición?

Yrene puso la mano en la perilla de la puerta, tentada a morder el anzuelo que Genevieve le estaba arrojando. La oficial Oh quería que Yì Rén le gritara, que hiciera una escena que sirviera de entretenimiento a la mitad de la estación de policía. Cualquier cosa que encajara con la narrativa de que Yrene poseía un carácter explosivo e irracional.
Yrene nunca iba a entregarle a Genevieve lo que deseaba, así que se giró para mirar una vez más a la detective, le sonrió y abrió la puerta.

—Que tenga una hermosa noche, Oficial Oh —dijo en voz alta—. Disfrute su cena.

Fuera de la oficina había aún policías que estaban sospechosamente cerca de los muros, habían estado oyendo la conversación desde luego pero tenían la suficiente decencia como para fingir que no. Caminó en silencio por la oficina hasta encontrar la salida, pensando en lo desesperada e incapaz que debería sentirse Genevieve si se había atrevido a pedir su ayuda. No era la primera vez que la policía de Lone Iland mostraba su ineptitud, constantemente recibían ayuda de personas externas a la organización. Los detectives privados y los áureos como ella resolvían los casos y la policía se colgaba la medalla. La gloria era poca y el trabajo era demasiado, sin mencionar que era peligroso. Aún tenía la cicatriz del disparo que recibió la última vez que jugó a la detective con la policía de la ciudad. Y  aún así lo estaba considerando, sus pendientes no eran ni urgentes ni importantes, tampoco eran tan emocionantes como buscar un asesino en serie y ella estaba aburrida, necesitaba algo nuevo y estimulante.

El problema era Genevieve.

—Suficiente, tengo mejores cosas en las que pensar —Se dijo, evitando profundizar en la incomodidad que le generaba pensar en la detective Oh.

Caminó por la avenida White Hall, una de las más antiguas de Lone Iland. Se podía caminar y a cada paso ver una joya arquitectónica albergando las más exclusivas tiendas y las más renombradas instituciones.
Amplias aceras de adoquines blancos y maceteros con hermosas flores púrpuras daban la impresión de que aquella calle había salido de una de las novelas clásicas. Era perfecta.

Un regalo para Jill, era eso en lo que necesitaba pensar.

Entró a la primer joyería que se cruzó en su camino, examinó los escaparates y exhibidores, todas las piezas que veía le resultaban tentadoras pese a saber que no podrían impresionar a Jill, quien podría adquirir diamantes, esmeraldas y rubíes fácilmente.

Una joya atrajo su mirada, estaba sobre un busto cubierto de terciopelo negro, era un collar formado por varias tiras de diamantes blancos engarzados en plata, las tiras eran flexibles y a los extremos de cada tira había un pequeño zafiro cortado como gota.
Yrene conjuraba la imagen de Jill inclinándose frente a ella, dejando la piel apiñonada expuesta para que le pusiera el collar. Se vería divino, su piel tersa bajo la plata y las piedras preciosas.

Sin embargo, no era un obsequio para una primera cita. No debía ser algo que pudiera garantizarle el interés de Jill.
Las flores y las joyas eran un cliché, si bien podían mostrar el poder adquisitivo de una persona, Yrene no estaba tratando de comprar una novia.

—Es una hermosa pieza —Una voz masculina la interrumpió.

Yrene observó al hombre de arriba hacia abajo, le parecía vagamente familiar, no era un empleado pues no portaba uniforme ni gafete pero no podía ser precisa en señalar ni su nombre o de donde lo conocía, a lo largo de sus ochocientos años había visto miles de rostro y aprendido muchos más nombres que con frecuencia se confundían o perdían en su memoria, solo los viles o virtuosos en extremo mantenían un lugar en su cabeza.

—Me rompe el corazón que no me recuerde, soy Eliseius Weaver.

Navegó por su colección mental y creyó dar con el clavo.

—Cierto, el pobre muchacho al que mi hermanita le destrozó el alma con su rechazo —Yrene sonrió—. ¿Cómo le ha tratado la vida?

—De maravilla, estoy casado ahora —dijo él con entusiasmo e Yrene se sintió aliviada de haber recordado con exactitud—. ¿Es para su esposa, señora Adler?

—¿Acaso las noticias no llegan a York? No me desposé con Genevieve Oh. —respondió devolviendo sus ojos a la joya—. Igualmente la voy a comprar.

—Esa joya tan hermosa le costará mucho dinero —dijo el hombre, llamando con la mano a una empleada que se acercó en silencio.

Yrene miró a la empleada, quien la examinó entrecerrando los ojos, sus labios torciéndose con disgusto en una mueca que Yì Rén consideró cuando menos, inquisidora. Eliseius observaba con atención unos largos pendientes de oro y rubíes cortados en cuadrados.

—Lo llevaré y también los pendientes de rubíes a los que el caballero no les quita la mirada. —afirmó.

La empleada dio otro vistazo rápido a Yrene, de arriba hacia abajo. Analizando su ropa, su reloj, como si buscara el estatus en su aspecto. Yì Rén sintió la incomodidad y el disgusto nacer en su interior, finalmente reconoció que aquella no era una mirada de admiración, ni siquiera de recelo o desdén, era asco. Y también sabía bien que era lo que la provocaba, su etnia. No importaba su apellido inglés, ni su fino vestido, tampoco el oro de sus pendientes o la piel de su bolso, todo lo que esa mujer veía era su piel blanca, su cabello lacio y grueso y sus ojos rasgados.

—¿Desea que los envuelva para obsequiar? —cuestionó, mientras guiaba a ambos al mostrador de mármol y superficie de cuarzo.

—Si, pero en cajas distintas. —Pidió el hombre.

La empleada asintió, cada tanto sus ojos examinaban al resto de personas en la joyería como si fuesen a mendigar y no a comprar, Yrene encontró aquello desagradable y terriblemente ineficiente, aún si pudiera ver a un ladrón desde ahí, nunca podría atraparle. Además existían ocasiones donde la vestimenta no era un indicativo del verdadero poder adquisitivo de una persona.

—La cuenta es de doscientas cincuenta mil coronas. —dijo la empleada dirigiéndose a Eliseius.

—Yo pagaré —dijo Yrene, con un amplia sonrisa mientras se descolgaba el bolso de piel negra para sacar su chequera, la puso sobre el mostrador junto con un bolígrafo.

Yrene tomó el bolígrafo y sostuvo el papel con su mano derecha mientras firmaba.

—Lo pondré bajo el nombre de la joyería —respondió—. Llenaré las certificaciones de compra, en caso de que no existan fondos en la cuenta tendrán mi dirección.

—Si, señorita.

—¿Debería darle un cheque a usted también? ¿O prefiere las monedas? Me doy cuenta que con su pago usted no puede costear unos zapatos aceptables —cuestionó, dedicando a la vendedora una mirada que hizo a su interlocutora soltar un suspiro de fastidio.

—No tiene motivo para ser tan descortés. —interrumpió el hombre e Yrene sabía que quizá él estaba en lo cierto, la intangible pero evidente sinofobia no era suficiente material para ser desagradable.

—Discúlpeme, me excedí.

La empleada asintió, extendiendo hacia ella las dos cajas de la joyería en un silencio sepulcral. Sin duda estaba ofendida con la rudeza de su clienta, igualmente tomó el cheque y observó la firma, Yì Rén vio su semblante descomponerse. Adler era un apellido que decía mucho por sí mismo, si hubiese querido habría conseguido que se quedara sin trabajo,

—Gracias por su visita, Señorita Adler —dijo al fin—. Les deseo una magnifica tarde.

Eliseius se quitó el sombrero y siguió los pasos de Yrene hasta la calle.

—¿Que le está pasando, Yrene?

Por supuesto que él no lo podría entender, para él si acaso aquello habría sido una vendedora con mala cara, no una experiencia cansina.

—Estoy muy cansada y tuve un día muy complicado —respondió secamente, sin deseos de profundizar.

Eliseius le ofreció su brazo e Yrene se enganchó de él con una sonrisa. Si bien no deseaba hablar de lo que sucedía en su interior, tenía curiosidad sobre lo que otros hacían con su eternidad.

—Voy a asumir que no desea contarme de su ruptura.

—Asume usted bien —respondió—. Satisfaga mi curiosidad y dígame que hizo después de que mi amada hermana le obsequió la fórmula que le ha brindado tan larga vida.

—Después del terrible rechazo que recibí, viajé a París, donde me convertí en médico —contó, mientras caminaban—. Ejercí un par de años, hasta que alguien me acusó de sodomía y fui encarcelado por casi cincuenta años.

—Fascinante —Yì Rén guardó su risa—. Una carrera y prisión.

—Sé que no es fascinante como Roma, Beijing o Abya Yala pero tiene su mérito —respondió—. Me casé en dos ocasiones y participé en la guerrilla antiseparatista.

—Parece estar muy actualizado con respecto a mis actividades —afirmó Yrene—. Vino a mi por algo, ¿no es así?

—Si, también quiero saciar mi curiosidad respecto a Dahlia —admitió—. No he tenido conocimiento respecto a ella.

—Yo tampoco, Eliseius Weaver, tengo trescientos veintiséis años sin noticias de mi pequeña hermana —contestó, mintiendo a medias y haciendo público su fracaso en mantener bajo control la rebelión de Dahlia.

—Eso imaginé —Él bajó la mirada y sus músculos se tensaron—. Cuando leí sobre los crímenes de esta ciudad, viajé, pensando en una sola cosa...

—Que Dahlia, en búsqueda de la inmortalidad podría ser «Jack, el destripador» —interrumpió, dejando que el silencio del caballero respondiera por él—. Yo también lo consideré pero Dahlia no tiene la estatura o fuerza física para cometer asesinatos tan violentos.

—¿Puede estar segura de eso? —preguntó.

¿Podía? Las personas cambian y teniendo una fuente de eterna juventud, alguien podría pasar siglos transformándose a sí misma. La propia Yrene había sido tantas cosas y se había transformado en tantos seres que debía contemplar la posibilidad de que Dahlia hiciera lo mismo.

—Sin duda —contestó finalmente.

Eliseius Weaver no pareció satisfecho pero decidió no insistir más, lo último que deseaba era enojar a su acompañante. No después de haber presenciado una sola vez los alcances de la furia de Yì Rén Adler.

—Entonces, Eliseius Weaver, se ha casado —Yrene fue la primera en romper el silencio, diciéndose a sí que debía tener el control de la conversación—. ¿Quién fue el afortunado o afortunada?

—Su nombre es Catalina, probablemente usted no escuchó de ella ya que es hija ilegítima del príncipe de York —afirmó—, pero ella ha sido lo mejor en mi vida y no hay nada que yo no haría por hacerla feliz.

—¿Estaría usted dispuesto a dejar su juventud eterna por ella? —preguntó, sabiendo que aquella era una pregunta más que incomoda para los de su clase.

—No, desde luego que no. —contestó—. Pero si le obsequiaría la fórmula.

Yrene no pudo evitar la mueca de disgusto que llegó hasta su rostro.
Una fórmula de juventud eterna y muchos pensaban en arbitrariamente entregarla junto con su afecto. Sin tomar en cuenta que el amor tiende a desvanecerse con el tiempo.

—No lo aprueba.

—Creo que para merecer una eternidad, las personas deberían tener un mérito mayor a ser amados por alguien poseedor de la fórmula —respondió—. Mis padres solo entregaron la fórmula a tres personas, dos de ellas, sus hijas y pese a sus precauciones, existen cientos como nosotros.

—Dígame, Yrene ¿qué hace a una persona digna de vivir por siempre?

—Esa es una pregunta con trampa ¿no es así? Sin importar la respuesta que de, usted se esforzará por hacerla parecer equivocada.

—Así es —confirmó—. Me ha dicho que no contrajo matrimonio con Genevieve Oh, pero ¿hay alguien especial en este momento?

—No es alguien especial aún, pero el viernes tendré una cita con una mujer, Jill de Rais —respondió—. El collar es para ella, dependiendo del resultado de nuestro próximo encuentro.

—Qué afortunada, contigo nunca le faltará nada.

—Espero que encuentre cualidades en mi persona, más allá de mi posición, mis títulos y mi belleza —contestó, era cierto.

Yì Rén habría deseado encontrar una pareja entre sus iguales, alguien a quien no pudieran impresionar ni su fortuna ni su rango social. Pero el relacionarse con un igual venía con el elevado precio de la intranquilidad. La intriga y las conspiraciones solo eran para ella si había guerra en el tablero y su actualidad no prometía conflicto pronto.

Tendría que buscar con quien pasar su existencia entre las personas más comunes.

—Seguramente verá en usted innumerables cualidades —afirmó Julius—. Pero no habrá objeciones si usted en algún momento se propone.

—Se apresura mucho, no sé siquiera si habrá una segunda cita —respondió.

Mentía, no era de las personas que se limitaba a una cita, no, ella observaba a una persona por un largo tiempo. Evaluaba y hacía algún movimiento.
Jill de Rais le había parecido una buena opción. Era muy hermosa y con una fortuna amplia, dulce y paciente, aunque le parecía silenciosamente insistente no la encontraba asfixiante.
Y lo más maravilloso, Jill nunca había tratado de contrariarla en ninguna circunstancia.

—Tiene razón, dígame ¿a dónde me lleva? —preguntó el hombre.

—A ninguna parte, solo disfruto del placer de su compañía —Yrene trataba de encontrar las intenciones de Eliseius—. Pero ya que lo menciona, acompáñeme a cenar y así puede continuar hablándome de su esposa.

No estaba preguntando y no tenía intención de aceptar un rechazo, él había ido a ella por algo y no sólo por Dahlia, no se creía la casualidad de encontrarlo en una joyería tan lejos de su hogar. Lo vio pasar saliva y respirar con pesadez.

—Será un placer, señorita Adler.

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