Jill XXXV
Nini no había deseado partir, incluso se había molestado un poco por acelerar su vuelta a París pero sabía que la perdonaría con el tiempo. Apenas era día dieciseis pero se sentía como si hubiese pasado una eternidad, al ir hacia el puerto vio lo que debía ser el cortejo funebre de Krystal.
Esa mujer no merecía tanta dignidad en su entierro.
Trataba de no pensar en ello, ni en la furia de Yrene ni en la desconfianza que sentía hacia Dahlia. También en la intriga que le provocaba Eliseius, quien Dahlia había enviado a Lone Iland para seguir los pasos de Yrene y tener conocimiento de sus actividades y poder tenerle algo de ventaja.
¿Ventaja para que? Probablemente para el tema de su herencia, lo encontaraba ligeramente ridiculo. ¿Cómo podría heredar algo de padres que no morirían jamás por la mano de la naturaleza? No estaba en posición de discutir con Dahlia, era quien tenía la mano guía en la situación, no había pedido nada de ella aún e incluso aquella tarde irían a mostrar algunas de sus piezas listas para la venta, esperando deshacerse de varias.
Sabía que poner distancia era la mejor solución por el momento, sin embargo, se sentía incorrecto pero tampoco quería dar tiempo a que descubrieran los productos de sus malos impulsos.
Manejó desde el puerto hasta el departamento donde vivían Dahlia y Eliseius en ocasiones según sabía, aun no estaba segura de que tipo de relación tenían ellos dos ni que clases de cosas escondían pero esperaba pronto tener algo que le permitiera equilibrar un poco la balanza.
Tocó el timbre y Dahlia bajó a recibirla y a ayudarla a bajar los multiples cuadros del auto. Eran tan sólo nueve piezas, primero tratarían de ofrecerlas a los vecinos y después ofrecerlas en galerías o museos.
―Jill, mi cocinera acaba de preparar la comida, comeremos antes de pasar a los negocios ―indicó Dahlia, cargando cuatro piezas juntas, ella subió cinco, no eran pesadas y no le apetecía bajar varias veces.
En el departamento no se encontraba Eliseius, sólo Dahlia y la criada que también fungía como cocinera. Dejaron las piezas y se dirigieron al comedor, dónde ya se encontraba lista la mesa.
―Quiero saber, Jill, ¿Cómo fue que conociste a mi amada hermana? ―inquirió mientras tomaba su lugar en la mesa.
―Me volví clienta habitual de su pastelería cuando llegué de Jersey ―contestó y tomó un lugar también.
―¿Y quedaste flechada en cuanto la viste o cuando probaste sus deliciosas galletas? ―Preguntó Dahlia, sus ojos verdes brillaban con intriga y algo más, algo que no podía identificar.
―Creo que fue cuando la vi en el parque, ella estaba comiendo un helado y un niño se cayó a unos metros, ella se levantó y lo ayudó y consoló, eso me atrapó ―confesó―. Siempre me había parecido muy hermosa pero muy distante y no pensé que fuera tan maternal y tan dulce.
Dahlia Adler ahogó una carcajada, cómo si le hubiese dicho algo ridiculo.
―Nunca pensé que alguien podría considerar dulce a mi amada hermana, siempre ha sido más bien desagradable.
―La llamas tu amada hermana y también desagradable ―Señaló.
―¿Cómo llamarías tu a alguien que siempre te quita de las manos todo lo que quieres?
Podría haber tocado el resentimiento de su interlocutora, era palpable y en cierto modo se había materializado en su complicidad.
―¿A qué te refieres?
―Yo siempre quise salir del este y mi madre decidió llevarla con nosotras a Hungría, casi tuvimos que arrastrarla, cuando llegamos, conocimos a un conde, joven y muy apuesto, todo un caballero ―comenzó a contar mientras la empleada comenzaba a servirles una espesa sopa―. Yo quedé prendada de él, le conté a ella lo mucho que me había gustado, le rogué a mi madre que se hiciera una propuesta para casarme con él...
―Y entonces ella se casó con él ―completó, Dahlia ya había mencionado aquello.
―Si pero se aferró a él, cuando mamá le preguntó a ella si quería desposarlo, ¡ella que siempre había dicho que no quería casarse y que incluso ya no era pura y virgen! ella dijo que sí ―añadió, molesta.
¿Qué proposito tenía resaltar la falta de su virginidad? Era algo valioso pero no primordial.
―Te pareció entonces que lo hizo sólo por que tu lo querías.
―Si, incluso cuando nos enviaban regalos, ella escogía las sedas que más le gustaban y me daba las que no quería o las joyas que no le gustaban, cuando eramos adolescentes mordía todos sus dulces para no darme ninguno ―comentó y tomó de su sopa.
Le parecían razones no sólo frívolas, sino infantiles para tratar con tal ingratitud a su hermana.
―Eso era infantil de su parte ―dijo.
Hablar así de Yrene le molestaba, le retorcía las entrañas y deseaba volver el estomago pero no quería antagonizar con la persona que podría hundirla no sólo ante los ojos del mundo sino ante los de Yrene.
―Lo era y eso no cambió nunca, cuando nos volvimos mujeres en Tang ella era la del apellido, la hermosa y talentosa, los hombres le enviaban obsequios y ella ni los miraba, me decía que tomara lo que quisiera y lo demás lo repartía entre las criadas ―informó―. Que deshonra, tener que usar lo mismo que llevarían las criadas, algo que para ella valía tan poco que ni lo miraba.
Tanta pena sin sentido. Se preguntaba que tanto podía confíar en la narrativa de Dahlia, lo que le contaba parecía pequeño e insignificante, la diatriba de una niña encerrada entre el rostro y la figura de una adulta. Tanto desprecio sin sentido. Ni la propia Jill odiaba a su hermana de aquella forma, a la hermana que le sostuvo los brazos mientras su madre hacía que hombres la usaran, a un lado de eso cualquier rencilla familiar le parecía absurda.
―Comprendo, es algo insultante, no te conozco mucho pero nadie se merece las sobras ―afirmó―. ¿Por cuál razón haz decidido contarme esto?
―No es que vayas a decirselo a nadie y me gustaría que confíes en mi ―confesó―, no tengo intenciones de hacerte daño con lo que sé, en lo que me concierne, Krystal era una maldita y una usurera, no lamento su muerte.
Jill probó su sopa, era repugnante, aguada y la verdura estaba sobrecocida.
―No deberíamos hablar de eso, tu empleada está aquí ―indicó―. No quiero...
―Entiendo ―respondió―. Pero me gustaría entender tus motivos.
―Te lo dije, fue un impulso en la borrachera ―afirmó―. Ella nunca me hizo nada.
Dahlia siguió comiendo la repulsiva comida.
―No estás comiendo ―apuntó la mujer―. ¿No te agradó la sopa?
―La verdad no ―contestó―. ¿Por qué estás ayudandome?
―Creo que realmente fue un error lo que hiciste, son cosas que pasan pero en realidad esperaba que me dijeras algo sobre mi hermana ―dijo y puso un rostro serio―. Cuando ella dejó a su esposo, se llevó algo muy valioso, me preguntaba si tu sabes si aún lo posee o me podrías ayudar a recuperarlo.
¿Qué podría ser tan valioso?
―Nunca entré a su casa así que no puedo saberlo ―aclaró, no quería invadir el espacio de Yrene ni ayudar a una persona que evidentemente le deseaba el mal―. ¿Qué se llevó?
―Sangre de ángel ―contestó―. Darius no sabe si ya la ha usado o si aún la puede recuperar.
―Ya no me puedo acercar.
―Escucha, creo que todavía podrías tener una oportunidad, si es que no te importa lanzar al abismo a otra persona ―comenzó Dahlia―. Eres muy afortunada, encontraron a Genevieve Oh con el cuerpo, la detuvieron pero Yrene la protegió, sin embargo aún la pueden culpar y puedes volver con mi hermana, no como su prometida pero como amiga y buscar lo que necesitamos.
Aún podía usar a Genevieve como chivo expiatorio.
―No puedes garantizar que puedan culparla de mis crimenes.
Crimenes. Plural. Los ojos de Dahlia se abrieron y esbozó una sonrisa.
―No, por eso no se cancela el plan de tu partida pero me parece que eres una persona que gusta de jugar sus cartas y tomar buenas oportunidades ―dijo―. No se pierde nada con intentar otros planes, si al final no se puede responsabilizar a Genevieve, aún estarás lista para huir.
―No lo sé...
―¿Mi hermana no vale el riesgo?
Desde luego que sí, Yrene lo valía todo. Cada riesgo, cada muerte, cada flor marchita.
―Escucha, mañana parte ese hombre, Yrene volverá a Lone Iland, tu aparecerás cuando abra su pastelería, le llevarás unas flores sencillas, vestirás de negro sin joyas, sin adornos, le darás el pésame y te irás ―indicó Dahlia ante su ausencia de respuesta―. Escribele una carta, la leerá y te buscará, está dolida pero sabe que se excedió contigo así que cuando menos se disculpará.
Seguía sin sentirse convencida pero la posibilidad de no perderlo todo era demasiado tentadora.
―Quiero pensar que funcionará ―admitió.
―No dejaste evidencia en casa de Krystal ―dijo―. Eso es de mucha ayuda, de verdad tienes que ser convincente con tu carta
No, no había dejado nada y tampoco podían ligarla a sus otras flores marchitas.
Sólo una carta y aflicción fingida podrían bastar, parecía demasiado sencillo. Perfecto incluso.
Tenía que esforzarse y quizá, arriesgarse un poco más.
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