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Jill XXXII

Ese no podía ser el fin, ni la despedida. Debía haber un poco más.

Le había fallado a Yrene y era difícil de reparar y desde luego tenía un problema nuevo: Dahlia Adler. No tenía la certeza de cuanta información poseía la mujer, sabía que había asesinado a Krystal, no podía saber lo demás.

Sentía aquellos ojos verdes mirarla con atención mientras empacaba con prisa sus pertenencias, se preguntaba si estaba buscando chantajearla, usarla o lastimarla. Con lo que sabía podía hacer cualquiera de esas cosas. No podía matarla, eso la condenaría pero estaba a salvo mientras Dahlia quisiera mentir por ella.

―Mi hermana se enterará ―dijo finalmente Dahlia―. Espero tengas un plan.

No, no lo tenía. Como si hubiese planeado aquello como algún tipo de criminal o monstruo, no tenía ningún plan, había tenido un impulso al que respondió. Buscó en alguna parte de sí por el miedo pero no pudo encontrarlo, sólo buscaba por una respuesta, una solución a sus nuevas circunstancias.

―¿Qué me sugieres? ―Le preguntó.

―Que te escondas en el confín más recóndito del mundo ―respondió Dahlia―. Que nos escondamos, mejor dicho, cuando Yrene sepa lo que hiciste, sabrá que mentí y lo que hiciste con Krystal será poco comparado con lo que Yrene haría con nosotras.

Lo dudaba, habían hablado de temas así e Yrene parecía creer en las leyes y su justicia. Optaría por la policía, los tribunales jueces y verdugos antes de tomar el asunto en sus manos. No le gustaba pensar en una huida y tener que esconder su rostro de Yrene. ¿Cómo podría limpiarla de sus pecados si se escondía? Sería imposible.

―No puedo ―aseguró.

Cerró su maleta y se decidió a salir de la habitación, iría a casa para esperar por su castigo, no sin antes anticipar la partida de Liu Ning, lo mejor sería alejarla antes del desastre que se desataría. Quizá incluso tendría que transferirle una fuerte cantidad de dinero para que pudiese mantenerse, no estaba segura de que sucedería si iba a prisión.

Salió del cuarto con Dahlia siguiéndola en silencio pero con una odiosa insistencia, bajaron las escaleras con presteza y se encontraron con Yrene.

―Si algo se te ha olvidado te lo haré llegar una vez en Lone Iland ―Le dijo―. Te veré otra vez, Jill de Rais.

Aquello sonó como a una amenaza, el tono de voz de Yrene estaba desprovisto de algún aprecio que hubiera existido antes. Sin embargo albergaba algo de esperanza pues no pidió que el anillo le fuese devuelto.

Una vez en la calle no estaba segura de a dónde debía dirigirse, la luz de la tarde le golpeaba el rostro, intensa, lacerante y cruel, por instinto se cubrió el rostro con una mano.

―Esta casa tiene la peor ubicación de la historia, madre dice que Yì Rén insistió porque le gustaba como le da la luz pero a mi madre siempre le pareció incomoda ―dijo Dahlia―. Poco podía decir cuando el dinero usado para ella era de mi hermana.

Era difícil de creer puesto que Krystal estaba preocupada de que Yrene dejara de recibir ingresos familiares pero decidió no comentar nada al respecto.

―Es una casa hermosa, una pena que se encuentre tan descuidada ―contestó, sintiendo la necesidad de respaldar a Yrene―. Y deberían agradecer si fue Yrene quien puso tan cómodo techo sobre sus cabezas.

No quería antagonizar con su nueva compañía pero tampoco quería ponerse a su merced con tanta facilidad. Sabía que corría el riesgo de que Dahlia se retractara de su mentira y la pusiera en un verdadero predicamento pero tenía la sospecha de que aquella desconocida tenía un motivo más allá de fastidiar a su hermana mayor.

―Nadie se lo pidió.

Ahí estaba la epítome de la ingratitud, por supuesto que no lo habían pedido pero siempre había que estar agradecidos por los regalos y las facilidades proporcionadas por otros. Si Yrene podía continuar llamando hermana a esa desagradecida, ella tenía esperanzas.

Jill vio un carruaje que se detuvo en cuanto le hizo la señal. Dahlia se apresuró a darle una dirección y ambas subieron.

―Vayamos a mi casa, necesitas cambiarte y descansar antes de decidir cualquier cosa ―dijo con un tono que parecía más calmado―. Además tengo un auto para llevarte a Lone Iland con mayor facilidad.

¿Cómo se había dejado convencer? Había transferido un tercio de su dinero a la cuenta de Nini, aproximadamente lo que le podría costear el resto de sus estudios universitarios y poco más. Otro tercio lo transfirió a la cuenta de su difunta hermana, algo en las sombras de su mente le había dicho que no se deshiciera de las cuentas de Janine cuando murió y lo último lo retiró, lo llevaba en un bolso. No tendría tiempo de vender su casa ni sus joyas pero podía intentar malbaratar algunas piezas de mucho valor, en especial las joyas que alguna vez pertenecieron a su madre y que tenía intención de obsequiarle a Yrene como regalo de bodas.

No podía vender los muebles, mucho movimiento en su hogar atraería la atención de Yrene, sólo podría hacer venta de cosas pequeñas y discretas, Dahlia le aseguró que su amigo Eliseius podría ayudarla a mover algunas cosas como cuadros, libros y antiguedades.

Antes en la notaría había cambiado las escrituras de su casa en Jersey en favor de Liu Ning, el cambio tardaría un mes en efectuarse pero una vez iniciado no debía existir conflicto alguno para que su sobrina pudiese tomar posesión de la propiedad y venderla, rentarla u ocuparla.

Dos pasajes, uno a España y otro que cruzaría el atlantico hasta Abya Yala dónde no la podrían tocar. Ni los Sapa Incas del sur, ni el Tlatoani del centro, ni los gobernantes en el norte habían enviado de vuelta a los criminales que llegaban a sus tierras y siempre y cuando se adaptaran, eran bienvenidos, lo cual era muy conveniente. En veinte días estaría partiendo hacia lugares nuevos y aguardaría por la oportunidad de hablar con Yrene, de darle tiempo de perdonarla después de que la descubriera.

Había cometido un error al abandonar el baile y dejar a su adorada en tan bochornosa situación, lo que más lamentaba era no poder pasar el cumpleaños de Yrene con ella y tener que celebrar el propio sola, faltando dieciseis días para el de Yrene y trece para el suyo.

Catorce de Julio estaría marcado para ella, el día en que permitió que la oportunidad de poseer a la mujer de sus sueños se le escapara de las manos. La fecha en la que acabó con la vida de Krystal Belcourt.

El único consuelo que le quedaba es que en tres días Iulius Maersse partiría directo a una trampa que, con suerte, acabaría con él, a diferencia de para su llegada, su flota se iría del muelle de Londres y no del norte. Si la Diosa aún la miraba, cuando tuviese que irse a España ya se habría recibido la noticia de la muerte de aquel hombre que parecía haberle traido la desgracia.

Aunque algo le decía que no era tan afortunada y que su rivalidad con él apenas estaba naciendo, brotando como una semilla en tierra fértil.

Jane, la destripadora sería también cosa del pasado, el tiempo se le agotaba y su plan de culpar a alguien por sus errores se caía a pedazos, la Diosa le sonreía a Genevieve Oh a quién pretendía atribuirle sus flores marchitas, en tan pocos días no podía conseguir una historia creíble. Sin duda alguien comenzaría a encajar las piezas despues de su partida, habría sido una necedad considerar que nadie se daría cuenta de que cuerpos dejaron de emerger del río en su ausencia. No sería algo que pudiesen comprobar tampoco, se quedaría en la imaginación colectiva como un misterio.


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