Jill XXX
Jill tomó asiento junto a aquel hombre y lo observó de reojo, podía comprender porque a Yrene parecía interesarle tanto. Tenía un magnetismo extraño y una facilidad de palabra excepcional, era imposible quitarle la atención. También se encontró cambiando de opinión, encontrándolo un poco atractivo pero sin duda aquello era algo que él había ganado con el tiempo, Jill había visto sus fotografías de juventud y lo encontró insípido, como cualquier otro hombre caucásico, así que su atractivo estaba en sus cicatrices y en el indudable paso del tiempo. Solo le encontraba un defecto: la oscuridad.
—Tengo que hacerle una pregunta, señorita de Rais —dijo el hombre y la vio directo a los ojos aún cuando Jill hizo su mejor esfuerzo por evitarlo, ipso facto bebió de su vaso, el líquido tenía un ligero gusto anisado y amargo.
—Dígame, ¿sobre que? —Ella respondió, sosteniéndole la mirada y al observarlo se dio cuenta de que su ojo era tan oscuro que tenía problemas para distinguir el iris de la pupila.
—Va a encontrarlo absurdo, es sobre amor, de pareja, aclaro.
—Es un interesante tema, honestamente me asusta un poco que me pregunte a mi al respecto —bromeó—. Usted me intimida un poco, adelante, dígame y yo haré lo mejor por no dar una respuesta muy extraña o intensa.
Lo hizo sonar como algo divertido pero era cierto, podía sentir en el interior que algo del intercambio iba a disgustarla.
—¿Cómo lo sabe? —cuestionó él y dirigió su mirada a la pista de baile donde Yrene hacía su mejor esfuerzo por bailar con la princesa Isabel.
—Disculpe, no comprendo. —admitió—. ¿Cómo sé que cosa?
—¿Cómo sabe quién es la persona correcta, ese posible «para siempre»?
Jill lo observó detenidamente, buscando en su rostro algo que le delatara y lo encontró cuando el hombre dio una mirada furtiva a la pista.
—Perdone mi atrevimiento, no creo que sea la pregunta correcta, la pregunta es ¿Por qué le interesa?
Iulius Mærsse soltó aire y la volvió a mirar pero su expresión era ligeramente más suave. El sentimiento de próximo disgusto se hacía más fuerte dentro de Jill, volvió a beber del licor verdoso en su vaso.
—¿Sabe? Hace muchos años conocí a una persona y cuando le tuve enfrente, sentí que le he conocido por siempre —dijo y recargó un codo en el reposabrazos del sillón—. A veces cuando le miro siento que nací únicamente con el propósito de ver su rostro y escuchar su risa y no importa cuanto tiempo transcurra, esas sensaciones no se borran ni se debilitan, ¡hasta sus defectos son encantadores, incluso me gustan más de lo que me exasperan!.
Jill se había enorgullecido toda su vida de decir que su madre se había equivocado al llamarla estúpida. Y ese sentimiento de triunfo la golpeaba nuevamente, ella había tenido razón, el hombre estaba enamorado de Yrene, sin importar lo mucho que tratara de ocultarlo con los pronombres neutros y evadiendo con ahínco mirar hacia la pista de baile.
—¿Y pretende que yo le diga si eso es amor? —inquirió.
—¿Cree que debí casarme con esa persona?
—Creo que esa persona sería la indicada para usted si ella se siente de la misma manera —respondió tratando de evitar la última pregunta—. Pero solo podrá saberlo si le dice a ella como se siente.
El semblante del hombre se transformó por un breve instante. Jill había dado un tiro en la oscuridad al decir «ella» pero por la manera en la que las cejas del hombre se arquearon, reafirmó su conclusión inicial.
Él hablaba de Yrene.
Y Jill se dio cuenta de su única equivocación, instigarlo a confesarse. Si aquel hombre iba hacia Yrene con el corazón en la mano, Yrene disolvería cualquier relación y compromiso para estar con él.
Recordó otro corto fragmento de una conversación que escuchó entre Lord Marino Hoffman y su esposo, ella estaba buscando agua para limpiar un pequeño accidente en su vestido y escuchó las voces. Habían sido descuidados, hablando fuerte y con puertas entreabiertas.
«—Cielo, ¿ya está todo preparado para el baile? —cuestionó Larús.
—Así es, aunque no me apetece ver al lobo blanco mostrando sus colmillos —El tono de Lord Marino estaba entre la seriedad y la broma.
Larús soltó una risa antes de responder.
—A nadie le apetece, salvo quizá a Yrene Adler —dijo—. Y te sugiero que no lo llames lobo blanco, al menos no donde él pueda llegar a escucharte.
—¡Desde luego que no! Quiero volver a casa en una sola pieza —dijo Marino—. Ese hombre es un animal, he oído cosas bastante escabrosas de él.
—Probablemente sean ciertas, una vez le cortó la lengua a alguien que se dirigió groseramente a una mujer mayor. »
Jill se decidió a tentar a la suerte, observó al hombre que examinaba atentamente un candelabro con grabados.
—¿Le puedo preguntar algo? —preguntó y él no la miró.
—Desde luego, señorita de Rais.
—¿Por qué lo llaman el lobo blanco? —inquirió.
En lugar de hacer acto de presencia el disgusto, el hombre le sonrió y después dejó salir una risa. Cómo si ella le hubiese dicho algo divertido, un mozo pasó y ella recibió otro vaso de la misma bebida que había terminado y dejó el vacío.
—Dígame, Jill de Rais, ¿tiene el desagradable hábito de escuchar detrás de los muros?
—¿Disculpe? No lo comprendo —No tenía idea de cómo lo había adivinado.
Él soltó un suspiro. Decepción.
—Señorita de Rais, no ofenda mi inteligencia —Finalmente la miró a los ojos—. Le voy a decir algo, no sea tan obvia cuando quiera disgustar a una persona, algunos animales muerden cuando los molestan demasiado.
La melodía en el fondo terminó y las parejas se separaron, Yrene pronto estuvo frente a ella y Jill le tendió una copa de limonada.
—Te lo agradezco, Jill de Rais.
Yrene bebió y tomó asiento entre Iulius y ella, parecía cansada.
—Señorita de Rais, ¿me concede esta pieza? —Iulius se puso de pie y le extendió la mano.
Habría sido muy grosero negarse y haría que Yrene preguntara cosas.
—Desde luego.
Le tomó la mano y lo siguió a la pista. Le disgustaban sus manos rugosas y su agarre como el de una pinza de hierro. En cierto modo su forma de sostenerla tenía un parecido con el de Yrene, era un agarre en la palma, sólido y que no le permitía sentir libertad o ligereza.
—Yo nunca tuve intención de ofenderlo o disgustarlo, Iulius —dijo, buscaba sonar convincente—. Confieso que no comprendo siquiera el motivo de que piense tal cosa, los amigos de Yrene también son los míos.
—Sin intención de ofenderla, señorita, a mis amigos los elijo yo —contestó él, casi con asco—. Le daré crédito, es usted una excelente mentirosa pero si va a casarse con Yrene tendrá que mejorar mucho.
Al menos la estaba reconociendo como prometida de Yrene.
Habría deseado no ver.
Pero estaba pasando frente a sus ojos, Yrene tenía el vestido subido hasta la cintura y su ropa interior estaba en el suelo, con sus piernas desnudas rodeaba la cintura del hombre que embestía repetidamente y con vigor. Sus dedos estaban enredados en el cabello de Iulius Mærsse y se besaban con ansias, con hambre. Él le acariciaba el rostro y el cuello, como si ella fuese lo más precioso y delicado del mundo y ella lo retenía en sus brazos aunque era evidente que él no tenía intención de alejarse.
Si la evidencia no hubiese sido avasallante Jill habría elegido creer que el hombre se había aprovechado y forzado en Yrene.
¿Qué lo hacía merecedor de poseerla en aquella forma con la que Jill sólo podía soñar?¿Con qué derecho podía el disfrutar aquel placer?.
Jill lo vio susurrar algo en el oído de su adorada y la vio sonreír.
Sintió su estómago revolverse cuando escuchó gemir a ambos y vio a Iulius intensificar su ritmo y a ella aferrarse a su espalda.
El deseo de vomitar se intensificó cuando la escuchó pedir por más. Era obsceno. Lo que ese hombre hacía con ella era inaudito, era como si toda la oscuridad en él la infectara con su sola cercanía.
Él era una criatura repugnante, pocas personas existían dignas de Yrene pero era aquel la peor alimaña que pudo haber elegido.
El sudor frío le empapaba la piel mientras los observaba, peor que la unión física que compartían eran sus rostros.
No solo las expresiones de placer, sino el contacto visual casi ininterrumpido, la complicidad en la mirada y la voracidad de sus besos. Ella nunca podría tener esa intimidad con Yrene ni aunque lo intentara.
¿Por que no podía apartarse?¿Por qué no podía dejar de mirar?
Supo que el acto había culminado cuando él se detuvo, con el sudor en la frente y su compañera en los brazos. El pensamiento de su inmunda semilla dentro de Yrene la atormentaba, esa suciedad en su cuerpo era casi imperdonable.
Casi. Se podía resolver.
Ese hombre más pronto que tarde subiría nuevamente a un barco y partiría para no volver en muchos años, quizá nunca más si la Diosa aún guardaba algo de generosidad para Jill y los principados no fallaban en su cometido de eliminarlo. Incluso si no era así, podía vivir con la idea de su esposa dándose un capricho carnal de vez en cuando, después de todo era algo que todo el mundo hacía y no era el fin de ningún matrimonio.
Eso era, simplemente tenía que dejarlo ir.
Habiendo decidido aquello volvió a cerrar la puerta por la que espiaba, dio la media vuelta y se decidió a regresar al salón principal donde el resto de invitados al baile se divertían.
Iulius Mærsse fue el primero en reaparecer en escena, su cabello nuevamente prolijo, su camisa blanca perfectamente abotonada y el saco asimétrico abierto, sus botones dorados centelleando bajo las luces de los candelabros. Su pulcritud y su expresión severa la hicieron dudar por un instante si era en realidad ese el hombre que había estado con Yrene, aquel extraño le había parecido salvaje y desesperado. No un caballero como el que estaba frente a sus ojos.
Se dirigió hacia él y le sonrió.
—Señor Mærsse, nos privó del placer de su compañía. —dijo, no estaba segura del motivo pero se sentía ligeramente mareada y tambaleante, debió ser la impresión.
—Salí a conocer los jardines, son maravillosos y requería de aire fresco, es una noche muy cálida —contestó.
—No me parece que lo sea pero sin duda la caminata lo hizo entrar en calor —aseguró—. ¿No tiene idea de dónde se encuentra mi prometida?
—Me temo que no, señorita de Rais.
«Alimaña mentirosa.» Pensó.
—¿Por qué no la buscamos? —preguntó él y la desconcertó—. Conociendo a Yì Rén, debe estar viendo el arte en alguno de estos salones y seguramente usted también apreciará muchas de las exquisitas obras de este palacio.
—Me parece una magnífica idea.
Iulius Mærsse le ofreció su brazo y ella se enganchó de el, tenía que admitir que le sorprendía la aparente tranquilidad del hombre, ella jamás podría haberse sentido tan calmada rodeada de sus enemigos.
—Dígame, Señor Mærsse, ¿desde hace cuánto tiempo es usted amigo de Yrene?
—Veintiséis años, ài rén y yo tenemos una larga historia.
—Me doy cuenta, creo que comenzamos con el pie izquierdo —informó mientras caminaban hacia un enorme corredor que exhibía pequeñas esculturas de un material que ella no fue capaz de reconocer—. A veces soy torpe con mis palabras y comentarios pero le reitero que mi intención nunca ha sido antagonizar con usted.
Si iba a compartir el corazón y el cuerpo de su futura esposa con alguien más, mejor conocerle.
—Le creo, señorita De Rais. —Se detuvo frente a una pieza, una pareja besándose—. Dígame, ¿espera con emoción el día de su boda?
—Desde luego, Yrene es la mujer de mis sueños.
—Que espléndido.
—Ahora dígame usted, ¿la mujer de sus sueños como es? —inquirió, esperando no haberse excedido.
—¿Ya empezaremos tan pronto a hacernos confidencias? —preguntó pareciendo interesado.
—Usted sabe que la honestidad a menudo es torpe, así que diré nuevamente que deseo que usted y yo seamos amigos, usted es importante para Yrene así que es importante para mí.
Miró con atención la escultura, los ojos cerrados, las manos tomadas con aparente fuerza.
—La persona de mis sueños soy yo mismo, no sueño con otra persona más que con el hombre que quiero ser —afirmó—. Sin embargo, la pareja perfecta para mi es una persona inteligente, capaz del bien y del mal, con la sabiduría para decidir a cual recurrir. Que eclipse al mismo sol con su brillo, con una ambición que exceda a la mía para que nunca me permita la mediocridad y mucho amor para dar.
—Un dechado de perfección es lo que busca, me temo que es poco probable que conozca a una mujer de tales cualidades —respondió aunque no fuera a desanimarlo.
—Se equivoca, señorita de Rais, he tenido el placer de poder trabajar y entablar amistad con mujeres de todas esas cualidades y más. —contestó y retomó el paso—. He conocido muchas mujeres extraordinarias y he aprendido mucho de ellas, incluso si no me agradan, así que no creo pedir perfección.
—Si ha conocido a tantas damas que llenan sus estándares, ¿Por qué no se ha casado?
—Soy un romántico, el amor tiene siempre algo de irracional y no me casaría únicamente porque una persona posea cualidades que encuentro deseables, quiero todo, conocerla, ver estas cualidades en ella, ver sus defectos y enamorarme completa y perdidamente.
Aquello era cierto. Sonaba como la verdad pero algo le daba la idea de que no era un deseo sino algo que ya había pasado, él lo reconociera o no.
—Suena razonable —dijo—. Parece que el amor es un tema recurrente en esta colección de piezas.
—Tiene razón, ¿Sabe? Siempre he admirado las habilidades artísticas y a las personas que las poseen, así que siento un inmenso respeto por usted, en Lone Iland Yrene tuvo la delicadeza de mostrarme algo de su trabajo.
No sabía eso, se preguntó en qué momento sucedió pues estaban rodeados de vigilancia allá donde fueran e Yrene no tenía ninguna de sus piezas.
—Soy muy afortunada de tener este talento —respondió—. Y de tener a Yrene, que parece muy orgullosa.
—Espero se me disculpe, señorita De Rais, pero no creo en tal cosa como el talento. —contestó—. Pero sin duda usted tiene habilidades pulidas y refinadas para el arte y un buen ojo para la belleza.
—Si no es el talento, ¿qué es lo que nos hace excepcionales?
—La determinación —respondió con más firmeza de la que Jill lo creyó capaz—. Uno alcanza tanto como su determinación le permite.
—Una visión de un hombre que lo tiene todo.
—Me halaga que piense que lo poseo todo, hace ver mi vida deseable —afirmó entre un par de risas que tenían una pizca de amargura—. Pero lo cierto es que tengo que creer que uno puede tener tanto como esté dispuesto a sacrificar porque si no todo lo que he trabajado es en vano.
Otra cosa cierta. El asco que sentía por él la hacía sentir débil y tambaleante aún.
—Entonces considera que la determinación implica sacrificio.
—Así es. —concluyó—. La ambición y la determinación llegan hasta donde llega la capacidad de sacrificar.
—Y usted ha sacrificado mucho, ¿por qué?
—Por un país libre, por mi hija, por el futuro —afirmó—. Crecí con hambre, con frío y teniendo que vender mi cuerpo, no es secreto, pero cuando vi hacia afuera, hacia mi alrededor me di cuenta que no quería que nadie más tuviera que hacerlo.
—¿Y se siente satisfecho? —cuestionó, era una pregunta que le podría decir mucho sobre aquel hombre.
—Es una satisfacción parcial, como el placer de una deliciosa cena pero un postre que nunca llega —describió.
—Como si aún pudiera mejorarse.
—Exactamente —Por primera vez en ese recorrido él la miró directamente a los ojos.
El parche sobre lo que Jill asumía como una cuenca vacía era blanco con el bordado de un halcón dorado. Eso era sentido del humor, se dijo. Pero no necesitaba ambos ojos para tener una mirada penetrante, tenía eso en común con Yrene, parecían leer a las personas con solo una mirada.
—Debe ser frustrante, Señor Mærsse.
—En lo absoluto, retomo mi analogía y pregunto, ¿por qué sería frustrante una deliciosa cena? Desde luego quiero el postre pero la cena es por sí misma satisfactoria y placentera. —contestó—. Aprecio y disfruto lo que tengo pero no es excluyente de querer más.
Jill no lo pudo comprender del todo, para ella solo existía el vacío en la eterna búsqueda de ser llenado. Y Jill empezó a entender por qué a Yrene le gustaba tanto el hombre: tenían una innegable sincronía, casi podía tener la sensación de oír a Yrene.
Eso no le gustó. De pronto el contacto con él se sentía sofocante.
El corredor le pareció interminable en aquel momento pero advirtió dos figuras caminando desde el lado opuesto. Aún después de un gran rato de su último vaso, aún tenía en la garganta el gusto a anís, hinojo y ajenjo, aunque debía admitir que había bebido muchos vasos entre bailes.
Los tacones golpeaban a unísono, Jill pronto advirtió que eran dos mujeres y más rápido que tarde reconoció a Yrene, la otra mujer sin embargo le pareció desconocida; había llegado junto a Iulius y su comitiva, eso sabía pero no se había interesado en saber más.
—Que sorpresa encontrarlos —habló Yrene al estar lo suficientemente cerca—. Me encontré a Lilja explorando este exquisito palacio y decidí disfrutar de su compañía.
La dama iba vestida con sencillez y elegancia, un traje blanco y una blusa de satén dorado, joyería discreta, casi austera.
La mujer no era demasiado, caucásica, poco más baja que Iulius y de cabello rubio liso.
—Lady Adler siempre encantadora, según saben —respondió la extraña, sonaba poco complacida, como si Yrene la hubiese distraído de algo.
—Vamos, Lilja Jóhandottir, tenemos mucho tiempo de conocernos, puedes llamarme por mi nombre. —respondió—. Creo que no te he presentado formalmente, esta es Jill de Rais.
Algo estaba mal. Yrene consistentemente la había estado presentando como su prometida los días anteriores pero en el baile en ningún momento.
Lilja le tendió la mano de inmediato y Jill la tomó.
—Un placer, señorita De Rais.
—El placer es todo mío.
No sabía cómo dirigirse hacia ella, así que evito hacerlo.
—La señorita de Rais y yo también exploramos un poco —dijo Iulius—. Nos preguntábamos dónde podrías encontrarte.
¿Lo hacían?.
—Bueno, aquí me tienen —dijo, sacando del bolsillo de su vestido un reloj—. Aunque casi son las diez, tal vez deberías volver al baile, Jill de Rais, nosotros volveremos a nuestro principal asunto.
Jill habría podido asegurar que ese bolsillo había estado en el lado derecho de la prenda y no en el izquierdo como en aquel momento, también el detalle bordado en hilos y cristales rojos, esos bordados que simulaban sangre creía recordarlos en el lado opuesto cuando la vio con Iulius en aquella situación tan comprometedora.
—Comprendo —Asintió—. Nos vemos más tarde.
—¿Te sientes bien, Jill de Rais?
¿Por qué su adorada preguntaba eso? ¿No se veía bien?
—Si, perfectamente.
Iulius movió los labios pero no habló e Yrene asintió y sonrió ampliamente.
—Bien, Jill de Rais, no te metas en problemas, te buscaré apenas terminemos —Indicó Yrene conteniendo risa.
¿De que se reía? No quiso preguntar. Mientras caminaba por el pasillo a solas pensó en la palabra que gesticuló el hombre: absenta.
Krystal Belcourt la miró completamente extrañada por su presencia.
—Señorita de Rais, ¿se encuentra bien?
¿Por qué razón seguían preguntándole aquello? Incluso los mozos se habían atrevido a sugerirle no beber más.
—Perfectamente, sólo me gustaría conversar con usted —comentó.
La mujer la miró dubitativa, tratando de decidir si dejarla pasar o no pero finalmente se lo permitió.
—Pase —dijo—. No debería estar en las calles en ese estado, es un vecindario seguro pero algo podría pasarle.
—Bebí pero no demasiado, señorita Belcourt —respondió mientras la seguía a la sala de visitas—. Créame que aún soy capaz de defenderme a mí misma.
—No lo dudo, tome asiento —indicó al tiempo que ella se sentaba en un sillón individual—. Mi servidumbre se ha ido pero puedo prepararle té si lo desea.
Después de la asquerosidad que les dio en la mañana habría sido muy mala idea pedirle repetir.
—No se moleste, pretendo ser breve y no interrumpir mucho su noche.
—Entonces la escucho con gusto —dijo Krystal y se acomodó en su sillón, la mujer ya estaba en su bata de noche y bajo ella podía ver que llevaba un camisón grueso.
—Sé lo que pasó entre usted y la anterior prometida de Yrene —dijo y vio la mandíbula de la mujer tensarse—. No la estoy juzgando, sólo es que desde eso, Yrene parece no saber que puede confiar en mi y en las demás personas y me pregunto si acaso usted que la conoce más podría darme un consejo.
Krystal la miró con los ojos entrecerrados y pareció pensar cuidadosamente.
—¿Ha pensado, señorita de Rais que no es que Yrene no sepa confiar en las personas sino que usted no se ha ganado su confianza?
Eso era ofensivo. Por supuesto que se había ganado su confianza con su paciencia, su silencio y su devoción.
—¿Ella no se abre con nadie?¿No le hace confidencias a ninguna persona? —preguntó la mujer sin darle espacio a responder el cuestionamiento anterior.
—Yo soy su prometida.
—Y aún así está pidiéndome consejos para conseguir la confianza de mi hermana —señaló.
—Sé que ella confía en mi de algún modo, sólo quiero mostrarle que yo no la traicionaré como lo hizo Genevieve o como lo hizo usted.
—Esta no es la manera, viniendo a sus espaldas, buscando el apoyo de otros en lugar de ir directo a ella —contestó—, Usted pide consejo porque se da cuenta de que quizá tiene el interés de Yrene pero no su afecto y menos su confianza.
Claro que la tenía, pronto se casarían.
—Señorita de Rais, diga —continuó—. ¿Cuántas veces Yrene le ha servido té desde un gaiwan?
—Una —mintió.
—Es un comienzo —respondió—. Pero Yrene aún no la hace parte de su vida.
—Por supuesto que si, salimos mucho y nos vemos casi a diario —informó.
Una sonrisa burlona habría sido mejor que lo que recibió, una condescendiente.
—Exacto, usted no hornea con ella, no ha entrado a su hogar, no han tocado un dueto musical, no han volado una cometa juntas o se han cepillado el cabello una a la otra —enlistó Krystal—. Estoy segura de que Yrene tampoco le ha enseñado ni una sola palabra en su lengua materna y que tampoco le ha preparado pasteles de luna ni jiaozi rellenos de carne y que tampoco le ha obsequiado algún han fu o qipao o una horquilla para el cabello.
¿Cómo sabía aquello?
—No, no ha hecho esas cosas pero me ha dado joyas y muchos regalos —afirmó, tenían que significar algo.
—Desde luego, no me lo tome a mal pero no es igual un regalo como una joya a algo tan personal como algo relacionado a la cultura que tan celosamente protege —respondió—. Yì Rén es muy celosa de su herencia cultural y de su nombre, es algo que tiene en tan alta estima que no lo compartiría con alguien que recién conoció, su cultura son sus padres biológicos, su origen, su infancia y su juventud, té vertido de un gaiwan para quienes la amamos es su expresión de amor, su forma de decirnos que somos amados por ella, de decir que somos su familia, un han fu es el equivalente de que diga que sabe que alguien estará un largo tiempo como para verle algo tan especial.
—Pero los regalos que me ha hecho, las citas que ha planeado, toma en cuenta mis pasiones y mis intereses —comentó.
—Yí Rén se interesa en conocer a las personas y las cosas que aman pero es lo que ella considera decencia básica —respondió Krystal—. Por supuesto que usted le interesa, si no fuese así no tendría ese anillo en su dedo pero aún no puede decir que tiene su amor o su confianza y me temo que es por algo de usted y es normal, basta con verla para darse cuenta que esto es una mentira.
—¿Esto? —comenzaba a sentirse incomoda.
Comenzaba a sentirse vista.
—La historia de la pintora abnegada que cuida de su sobrina, hiede a falsedad —afirmó—. Todos queremos sentirnos vistos y aún así, usted, por alguna razón se esconde.
—Yo no me escondo.
—Se esconde, no quiere ser vista, porque de ser vista no será amada —La precisión de Krystal la empezaba a enfadar—. Se escabulle de eventos, se ausenta por largos periodos de tiempo, miente mucho y al parecer tiene poco control con las cosas que consume, Yrene puede no decirlo pero nota todo ello.
Respiró con profundidad, empezó a buscar en el salón algo que sirviera para matarla, al final, a eso había ido pero al final se decidió por desatar lentamente su cinturón y halarlo hasta tenerlo en su mano.
—Es usted, ¿no es así? —inquirió Krys, mirando hacia su mano—. Jill, la destripadora.
Se levantó con presteza pero la mano de Krystal fue más rápida, cuando se puso de pie ya tenía el revólver apuntándole.
—¿Ha venido a castigarme? —preguntó—. ¿Mi imperfección la asquea?
—Si —contestó.
—Tengo una curiosidad morbosa —Krystal sostenía el arma con ambas manos, no sería sencillo quitársela—. ¿Qué hace con los órganos que le quita a sus victimas?
—Alimento a sus familias, así siempre llevarán un poco de ellas dentro, al menos unos días.
¿Qué demonio la había poseído para confesar aquello?
—Yì Rén estará deleitada —contestó Krystal pero si iba a decir algo más, no pudo hacerlo, pues la tacleó y ambas terminaron forcejeando en el suelo.
Era más fuerte de lo que parecía, superaba por muy poco en estatura a Yrene y tampoco era de una complexión gruesa y aún así no conseguía someterla ni hacerla soltar su arma, a la que se aferraba con una fuerza que sólo podía describir como sobrehumana.
El sonido la ensordeció por un instante y el dolor le mordía el brazo pero se negó a soltar a su presa que después de disparar había bajado la guardia, al quitarle la pistola la arrojó en la habitación. Aún así, Krystal no parecía presa del pánico, luchaba, los dedos de la mano izquierda de la mujer se aferraban a su nuca y se enterraban en su cuello, tratando de tirar de ella para quitársela de encima. Era zurda como Yrene.
Tenía que resistir, un poco más y la tendría, podría someterla.
Krystal era fuerte pero no lo suficiente.
La otra mano luchaba con la suya, estaba perdiendo sangre, algo tenía que hacer con su herida, no podía darse el lujo de mantener ese brazo inútil e inmóvil.
El brazo dolía, el cuello dolía. Su maldita existencia dolía, la mano que antes estuvo en su cuello reptó a su rostro y el pulgar empezó a querer clavarse en su cuenca. Se vio obligada a quitarse de encima, esa sería una herida mucho más evidente, una que no podría explicar con un asalto. Esperaba que la preocupación de Yrene excediera a su enfado por abandonar el baile.
En el instante que usó para pensar, Krystal se armó con un abrecartas. Jill lo detuvo con su brazo herido, la sangre escurría caliente y no había nada que pudiese hacer para pararla.
¿Cómo había llegado a ese desastre? Si fallaba estaba muerta.
Krys sacó el abrecartas y lo clavó una vez más, Jill alcanzó el cuello de la dama con una mano y empezó a clavar sus uñas y sus dedos como se lo habían hecho a ella. El abrecartas salió y volvió a entrar.
¿Cómo lo iba a explicar?
Krystal comenzaba a palidecer y finalmente perdió la fuerza para seguir con su movimiento previo. Dejó el abrecartas enterrado en Jill, que la soltó y sacó de inmediato el arma cortante y la miró.
—¿Puede un vin malefici saber lo que el otro? —preguntó mientras Krys aún quería luchar, que se había incorporado, con el cabello enmarañado y cubierta con sangre.
—Si quieres saberlo, tendrás que matarme.
Krystal se abalanzó hacia ella y Jill le clavó el abrecartas en el cuello. Krystal cayó de rodillas y aferró ambas manos al vestido de Jill, logrando desgarrarlo un poco.
Jill extrajo el arma y la clavó en el pecho de su nueva victima, una y otra vez. Krystal se derrumbó y cayó al suelo en la octava puñalada. Ya muerta, Jill se colocó sobre ella y abrió la bata y desgarró el camisón, se dio cuenta de que posiblemente había destrozado el corazón pero igualmente hizo el intento de abrirle el pecho.
Falló. Y ahora estaba segura de que sus fallos la destruirían. No tenía la forma de deshacerse de ese cadáver, Yrene se enteraría y se daría cuenta de que la muerte la había seguido a Londres.
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