Jill XXVIII
No cabía duda, Yrene era tan perfecta que las alimañas la rodeaban atraídas por su luz.
Cual sanguijuelas ávidas de sangre, las amistades de Yrene se alimentaban de ella, de sus bondades y de sus privilegios. ¿Quién sería Krystal Belcourt sin Yrene Adler? Nadie. No sería nada.
Tampoco Genevieve Oh.
Siempre había considerado poco a Genevieve, desde luego tenía un rostro placentero y un ingenio aceptable, ambas cosas opacadas por la debilidad de su temperamento y la volatilidad de sus sentimientos pero la nueva información habían convertido la pequeñez de Genevieve en nulidad.
¡Oh, dulce destino! Con la verdad de la deslealtad de Genevieve y Krystal en sus manos y la información que su dulce Nini le había proporcionado, referente a la leve sospecha de su obra siendo atribuida a la detective tenía el mejor cuadro a pintar. Un cuadro que hablaba del castigo a la traición en nombre del amor.
¿Qué mejor que castigar la ofensa de Genevieve con las flores marchitas? ¿Qué mejor castigo para la traición que ser marchitada por la defensora de la persona que traicionaste?
No estaba segura de en que momento se había comenzado a sentir una defensora de Yrene, quizá en el momento que se sintió defendida por ella pero estaba decidido, si su adorada la protegía y cobijaba, ella sólo podía pagar con la misma moneda. Era su deber y también un placer.
Y sin duda sería más simple culpar a Genevieve que a Elliot Godwin, quizá demasiado simple, no había mayor desafío en destruir a alguien que ya estaba a medio camino de destruirse a sí misma pero si había algo de justicia en ello.
Krystal era más difícil, era más importante pero no podía seguir impune, su ofensa era peor.
Y desde luego estaba el asunto de que Krystal era vin malefici de Yrene, había hecho su investigación. El lazo que se creaba con el vin malefici era algo especial, una simbiosis en la que uno podía valerse del impirio del otro, para atacar, para defenderse o para sobrevivir, una lucha con Krystal sería similar a pelear con Yrene.
Krystal podría valerse de todo lo que ella aún desconocía de su adorada para sobrevivir e incluso para acabar con ella.
Necesitaba de la ocupación de Yrene para hacerlo, un momento donde su propia ausencia pudiese pasar inadvertida
Algo se le ocurriría, no quería dejar a su prometida muy desatendida con Iulius aún en la ciudad y menos con tantas habladurías y chismorreos que corrían por las calles y las mansiones de toda la élite.
Yrene no se caracterizaba por su calidez y aún así podía decir que no estaba siendo fría, sino gélida, no le había complacido en lo absoluto el descubrirla espiando pero sabía que la perdonaría.
La casa Adler en Mayfair era de las más grandes y aún así parecía haber estado deshabitada por mucho tiempo, como si la familia hubiese dejado de existir, se preguntaba si acaso era así, si Yrene se había distanciado tanto de sus padres que en el afán de no verse, habían dejado la propiedad intacta y casi vacía, con los muebles de la mayoría de habitaciones cubiertos por sabanas que tenían una buena capa de polvo y las ventanas atascadas.
Podía ponerle muchos peros a la casa pero el principal era el tener que compartirla con Iulius, Emilie y Nilsa Maersse, otros dos funcionarios islandeses y la seguridad que los seguía a cada paso. Sabía que sería solo por esa tarde y esa noche, quizá por la mitad del día siguiente pero había estado deseando encontrarse a solas con su prometida.
Podía intentar mentirse pero la verdad era que la deseaba.
Con tanta fuerza, con tanto ardor que la quemaba por dentro.
En contraste con su frialdad hacia ella, su animación se desbordaba con Iulius Maersse, la hija del ministro había preferido recluirse en una habitación que le había sido preparada a convivir en el pequeño salón de visitas, le parecía peculiar pues a la jovencita la precedía la fama de ser una hija celosa e intransigente con las mujeres que se acercaban a su padre.
Se preguntó entonces si había algo de cierto en los comentarios de que Nilsa podría ser hija de su adorada. Poseían el mismo gris perlado en los ojos y el cabello de ambas era grueso, liso y abundante pero el parecido se detenía ahí. Debía confiar en Yrene, ella no le mentiría sobre nada como eso.
El salón estaba lleno de música desconocida a sus oídos, incluso aquella mujer, Emilie Maersse, a quien había considerado incapaz de sonreír parecía relajada, con el langspil entre las manos.
Era difícil pensar en Islandia como una nación cuando los escandinavos y británicos la habían peleado, despedazado y destruido por siglos enteros, sus ciudadanos eran una mezcolanza de etnias y su identidad tenía pedazos de varios lugares de Europa, aún así Larús Hoffman la había unido una vez para luego venderla. Pero sólo la había preparado para que Iulius la alzara con el campo azur, el águila blanca y el dragón plateado en la bandera. Algo de mérito tenía el hombre
No podía entender la canción, sólo podía divagar por las piezas que tenía de los desconocidos en las casa.
Lilja Johandóttir tenía cuatro hijos, los chismes decían que los tres mayores eran de Larús y que este la había abandonado. Jón, no pudo recordar el apellido, había apoyado a redactar la primera constitución y era un pilar del gobierno y dirección de la nación naciente. No tenía idea de lo que estaban haciendo ellos dos, pues habían salido de la casa, parecía que se sintieron tan aprisionados como ella lo estaba.
Emilie, era la más enigmática, había de ella menos que de su hermano, no eran hermanos de sangre, eso si se sabía pero habían crecido juntos. Las circunstancias se desconocían.
Cuando Emilie terminó de tocar, le dieron un pequeño aplauso.
―Maravilloso, Emilie ―dijo Yrene―. Nunca te lo pregunté, Jill de Rais, ¿tocas algún instrumento?
―Si, el piano pero soy muy mala ―Esperaba que eso le evitara que la pusieran frente al piano del salón.
―Me encantaría poderlo juzgar yo misma pero infortunadamente no afinaron el piano cuando envié a preparar la casa ―afirmó―. ¿Algún talento del que desees hacer alarde esta tarde, Jill de Rais?
―Me temo que no, mi único arte es lo que pinto y dibujo ―respondió, su madre la había enseñado a cantar, a tocar el piano y el cello pero siempre terminaba en una paliza gracias a no poder igualar la maestría de su progenitora―. ¿Qué hay de usted, ministro?
―Nunca podría soñar con igualar la experticia de quien me enseñó pero sé tocar algo el guzheng y el erhu, no sé con cual prefieran que me ponga en ridículo ―respondió.
―Nunca te ha sentado la modestia y tampoco me parece adecuada puesto que yo te enseñé ―afirmó Yrene, mientras caminaba al otro lado del salón, donde descubrió un arpa y la trajo consigo hasta donde los demás se encontraban―. Si del ridículo se trata, voy primero.
Comenzó a afinar su instrumento con delicadeza y a probar su sonido. Jill sabía que era desafiante y que requería de mucha destreza, se preguntó como no sabía que su adorada sabía tocar tan celestial instrumento. ¿En qué cosas era mala Yrene? Suponía que en pocas, había tenido siglos para perfeccionar todo lo que ella quisiera.
Cuando por fin comenzó a tocar, sintió que se volvía a enamorar pero al mirar más allá de Yrene, se percató de que no era la única que había renovado su amor por ella, también el ministro.
Quería que Yrene fuera feliz pero ellas jamás lo serían si él no era borrado de su camino y aunque antes su mente estuvo clara y firme en contar la conspiración que escuchó en la casa Hoffman. Ya no lo haría.
Era menester deshacerse de él o se la quitaría y no lo podía permitir. Estarían juntas o con nadie.
Ando bien odiosa con las notas, los invito a visitar la precuela sobre Yì Rén, "Veneno para ángeles" y a criticarla por interesarse en tanto delulu que anda suelto por el mundo.
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