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Jill XXIII

Comenzaba a aborrecer al hombre, con su llegada a la ciudad todo se había vuelto sofocante a su alrededor. A veces su seguridad no estaba en la misma habitación que él pero patrullaban las calles, deteniendo a cada extraño que se acercara a la locación dónde él estuviese y eso, infortunadamente, era la pastelería de Yrene casi siempre. Faltaban aún unos días para que tuviesen que partir a Londres, la comitiva islandesa a cumplir sus deberes políticos e Yrene y ella a cumplir con el compromiso y evento aristocrático que tenían.

 A veces se olvidaba de que Yrene pertenecía a una familia con titulo y un condado. Cuando lo recordaba entendía el motivo de que a ella también la estuviesen considerando una oportunista y una trepadora, todos esos cuchillos que una vez apuntaron a Genevieve, ahora la apuntaban a ella.

—Su turno, madeimoselle de Rais —Iulius la hizo volver a su juego.

Sabía que no podía ganarle, tenía a su rey atrapado entre una torre y un caballo. Tenía un rato de haberse llevado a su reina. Jill suspiró, podía mover un poco a su rey para retrasar la derrota inevitable o podía aceptarla con dignidad.

Movió su rey una casilla al frente. 

Iulius la miró con intriga inundando su único ojo, no parecía comprender lo que ella hacía, no miró demasiado sus piezas antes de deslizar diagonalmente a su reina, amenazando desde otro flanco al rey. ¿Cómo la había vencido tan rápido? Jill no se preciaba en ser buena en el ajedrez pero tampoco se había considerado mediocre. Aquella partida le había demostrado que se había equivocado, no sólo sobre el ajedrez sino con él, había mucho más que el político, que el traidor, que el anterior pirata, todo eso parecían ser disfraces, roles que abandonaba para luego convertirse en otra cosa. 

Había en su mirada, algo que le decía que esa partida vaticinaba algo mayor. Algo catastrófico que con grandes probabilidades ya se encontraba escrito en las estrellas. En la mirada de aquel hombre que comenzaba a despreciar podía ver oscuridad.

—Bien, me rindo —Jill inclinó al rey y le sonrió a su interlocutor—. ¿Quiere jugar otra?

—Si le complace. —Le respondió, empezando a poner las piezas en sus respectivos lugares—. Dígame, ¿dónde estudió arte?

—En Londres, aunque siempre fui una entusiasta y me gustó aprender al respecto desde muy joven —afirmó, poniendo también sus piezas negras—. ¿Usted fue a alguna universidad?

—No —contestó tajante—. Todo lo que he aprendido ha sido de forma autodidacta, soy un ávido lector y por fortuna he viajado mucho y de ahí he obtenido buena parte de mis conocimientos.

—¿Qué se aprende de los trabajadores de muelles o de corsarios? —preguntó.

—Se sorprendería, el conocimiento valioso puede venir de cualquier lugar —respondió—. ¿Desea jugar esta vez con las blancas o las negras?

—Conservo las negras —dijo—. ¿Ha estado casado? Los medios son muy inconsistentes con la información sobre usted.

—Me satisface saber que el dinero que gasto en mantener mi privacidad no es un desperdicio y en teoría si —afirmó y movió un peón del centro—. ¿Y usted, ha estado casada?

—No —Jill movió su caballo hacia el frente —. ¿A qué se refiere?

—Existe un certificado de matrimonio con mi nombre y el nombre de Irina Aljéric —contestó—, pero ese fue un nombre que usó mi mayor benefactora para poder acceder a mi en la prisión y después poder sacarme de ahí.

Jill sabía que se refería a Yrene, era algo que ambas habían conversado y su adorada tuvo la atención de aclararle a detalle pero Iulius era críptico, cuidadoso de no revelar algo que Yrene pudo no haber contado, eso le agradaba, mostraba caballerosidad y discreción. Otro peón hacia delante.

—Y, madeimoselle, dígame —continuó él—. ¿Qué piensa respecto al asunto de la asesina?¿Cuál es su hipótesis?

—¿Por qué piensa que tengo una hipótesis? —cuestionó, la pregunta le parecía extraña, avanzó su caballo adelante—. Y pienso que es terrible, nadie merece irse así de este mundo, me siento muy mal por ellas y por sus familias?

—Cuando cosas como estas suceden, todos creamos hipótesis, todos nos contamos un cuento o creamos un motivo, me gustaría saber el suyo —afirmó.

—Creo que quién lo hace es una mujer muy triste y muy sola pero también muy trastornada  —Le contestó y lo vio fruncir el entrecejo—. Sé que quizá suena a una visión compasiva sobre alguien que ha derramado mucha sangre pero lo cierto es que las personas saludables y con conexiones emocionales significativas no hacen ese tipo de cosas.

—Tiene mucha razón —Movió el mismo peón que la ocasión anterior, se aproximaba a su caballo para llevárselo—. Yì Rén no mintió cuando me dijo que usted tiene una inteligencia destacable. 

Yrene hablaba de ella con sus amistades y exaltaba sus cualidades. Encontró eso muy dulce, todo valía la pena al saber que su adoración de verdad la valoraba como su futura compañera.

—¿Qué hipótesis tiene usted, Iulius? 

—Pienso que cuando atrapen a la asesina, en su casa descubrirán que su madre era una mujer de ojos azules y cabello negro —contestó él, regalándole una media sonrisa.

¿Cómo había llegado a esa conclusión? No estaba equivocado, río.

—Probablemente, esas personas tienden a estar obsesionadas con sus madres —bromeó al tiempo que quitaba su cabello del pronto alcance de los peones, quizá así ocultaría el intenso latir de su corazón y su ligera incomodidad—. Supongo entonces que no está de acuerdo con la hipótesis de que esto se relaciona con Yrene.

—Estoy de acuerdo parcialmente, creo que ve en Yrene algo de su madre...

Quiso abofetearlo, Yrene no se parecía en nada a ese monstruo que había sido su madre. Jolene de Rais habría deseado ser tan solo una fracción de la mujer que Yrene era, brillante, exitosa y decente, no un ente consumido por las sombras de su propio fracaso y su propia depravación.

—O quizá ve en Yrene la mujer que le habría gustado tener como madre —concluyó.

Por un instante se sintió sucia y no estaba segura de dónde llegaba la ligera vergüenza que sintió ante la sugerencia de ver una madre en Yrene.

—Interesante hipótesis, ¿qué harían en su país con una criminal así?

—Depende de su condición mental, aunque lo más seguro es que iría a la horca, aunque me gustaría incorporar un invento llamado silla eléctrica, se sienta al condenado en ella y se pasa por su cuerpo una corriente eléctrica para matarlo —explicó, deslizando su alfil por varias casillas.

Debía ser honesta, sonaba terrible pero mucho más piadoso de lo que escuchaba en las calles que harían con la asesina de encontrarla antes que la policía. Había escuchado comentarios que iban desde la tortura, pasaban por el desollamiento y llegaban al descuartizamiento, al menos ninguna de esas cosas tendrían que pasarle pues ya no quería seguir dando valiosos segundos a malas imitaciones de la belleza de su adorada pero aún tenía que hacerlo un par de veces más. La dama de su último impulso había enviado a César por callejones sin salida, el escrutinio estaba sobre damas que no habían sido invitadas a la bienvenida de Iulius, que se había convertido en la noche de su compromiso y eso la mantenía a salvo.

—Suena a una muerte rápida y menos dolorosa de la que ha sometido a esas pobres mujeres...

—En mi experiencia, uno de los mayores problemas del mundo es que convertimos la eterna necesidad de empatía en un deseo de venganza —Él la miró con atención—. Todos queremos en algún momento que esos que nos lastiman sufran lo mismo, que sientan lo que causaron pero así no funciona el mundo, herida por herida y nos desangraríamos antes de sanar.

¿Lo había juzgado mal? Aquello sonaba piadoso, comprensivo.

—Dice esto pero igual considera que es válido enviar a la muerte a alguien por sus errores —Estaba fascinada con el giro de la conversación.

—Un error es quemar una tarta, pisar a un desconocido al pasar por un lugar, el homicidio no es un error —respondió—. Creo en el castigo pero no creo que deba aplicarse violencia excesiva, debe haber reglas y leyes a las que apegarnos.

—Habla como un gobernante, hábleme cómo lo haría un hermano o un padre. —pidió y lo vio dudar.

 —Tiene razón, sí alguna victima fuese mi hermana o peor, mi hija, la asesina no tendría piedra bajo la que esconderse y ni la peor tortura en este mundo sería suficiente —confesó—. Pero no puedo dirigir a nadie regido por mis sentimientos, sé como tienen que ser las cosas.

Se encontró dando una sonrisa, si hubiese dado una respuesta distinta lo habría sabido deshonesto. Jill movió un peón.

 —Comparto su opinión y sentimiento, no sé que haría si alguien lastimara a mi sobrina —comentó—. Un muchachito le habló mal en una ocasión y le juro que me habría encantado abofetearlo.

—Debo decir que la entiendo, sin embargo mi hija a menudo lo hace antes de que yo tenga que hacerlo, a veces incluso se excede.

Lo suponía, Nilsa parecía el tipo de mujer que atravesaría el cuello de cualquiera que le faltara el respeto o se atreviera a intentar tocarla de alguna manera que ella no deseara.

—Parece una jovencita muy temperamental —respondió—. Debió ser difícil criarla sin su madre.

—Supongo que criar es siempre difícil, lo haga un matrimonio, un padre soltero, una tía sola o un abuelo mayor —contestó y avanzó otro peón, Jill consideró que aquella no era la respuesta de un viudo—. Entre todas las cosas que he echo y todas las ocupaciones que he tenido, la de ser padre es la más desafiante.

—Concuerdo pero para mi es muy satisfactorio ver cómo crece mi sobrina y estoy muy orgullosa de la mujer en la que se está convirtiendo —respondió—. ¿Puedo hacerle una pregunta?

—Puede, igualmente debo informarla de que puedo tomarme la libertad de no responderla. 

—¿Por qué no envió a su hija lejos de la guerra?

Él apretó los labios.

—Cuando era pequeña nunca se la habría confiado a nadie y cuando creció nunca pude convencerla de irse, consideré el obligarla pero no tuve el valor —respondió, no pareciendo muy orgulloso de ello—. Es su turno, madeimoselle.

El ajedrez, por supuesto. Movió su otro caballo al frente, Iulius respondió rápidamente moviendo el alfil que tenía disponible directo para llevarse su pieza recién movida. ¿Cómo no lo vio?

—Veo otra derrota en mi futuro —bromeó—. ¿Podríamos detenerlo y sólo continuar nuestra conversación?

—Desde luego —dijo, devolviendo las piezas a sus respectivos lugares—. Aunque creo que el té se nos ha enfriado.

—Me pregunto que tendrá a Yrene tan ocupada en su cocina —comentó.

Había pasado a la pastelería con la intención de almorzar con ella, pero se encontró con Sienna en el mostrador y varios de la comitiva de Iulius ocupando mesas y charlando animadamente. Al principio se había resistido a sentarse con él y su hermana pero después de que Yrene le dijera que se encontraba ocupada decidió unirse al hombre y Emilie, quien más temprano que tarde se fue de la mesa.

—Me temo que yo —comentó él y dio un sorbo a su té, por la mueca que hizo supo que en definitiva estaba frío—. Ayer le comenté que me apetecía un pastel de queso muy especial que hace.

Y ella se levantó a prepararlo, le tenía tanta consideración a ese hombre que puso una preparación para él por encima de pasar tiempo con su prometida. Recordó otra cosa que la molestaba, a menudo Yrene e Iulius se encontraban intercambiando comentarios en chino, la lengua materna de Yrene y que al menos en aquel circulo, sólo ellos dos entendían, dejando fuera así a todo el mundo.

—Debe ser muy elaborado para demorar tanto.

—Lo es, hace dos pasteles de queso muy delgados, a uno le pone encima mermelada de grosellas y fresas y algo de coco, unos hilos de miel y encima el otro pastel con algo de natilla de chocolate y frutos deshidratados —interrumpió Sienna—. ¿Desean más té?

Parecía que Iulius compartía su gusto por los sabores dulces e intensos.

—No, te lo agradezco, Sienna —dijo él.

—Yo tampoco —dijo—. No hay mucha clientela, deberías sentarte con nosotros.

—La verdad estoy leyendo una novela, sólo decidí verificar que nadie necesitara nada antes de comenzar a leer de nuevo —contestó la mujer con una sonrisa—. Yí Rén ya estaba por terminar, así que debería estar con ustedes pronto.

Esperaba al menos poder probar el pastel que mantenía lejos de ella a su prometida.

—¿Está emocionada por el baile en Londres? Tengo entendido que ese baile de verano es muy especial para la nobleza que asiste a el y la pequeña feria que se hace en esa semana para el resto de la población.

—Así es, es una obviedad decir que nunca fui al baile, hasta ahora que Yrene me hará el honor de llevarme pero a la feria fui en muchas ocasiones durante mi estancia en la ciudad en mi época de estudiante, hay mucha comida y espectáculos, también muchas personas vendiendo algo de su arte —dijo, sus días en la academia habían sido en su mayoría felices y los recordaba con mucho cariño—. ¿A usted le emociona?

—Me encantaría decir que lo hace, pero yo soy un invitado por razones que superan el puro placer y entretenimiento, sin embargo espero poder disfrutar la fiesta en algún nivel —aclaró—. Escuché que usted e Yì Rén llevarán atuendos inspirados en Maeve y Eloise, ¿no le parece una inspiración un poco oscura para unas próximas novias?

—En lo absoluto, sé que tuvieron un final trágico —Quizá trágico era poco pero carecía de una mejor palabra—. Pero considero que su historia es maravillosa, un amor que trascendió a la historia, un amor por el que valía la pena morir y matar y yo considero que eso es muy bello.

—Quizá tenga razón, aunque algunos supersticiosos podrían decir que es un mal augurio, si mal no recuerdo, todo terminó con Maeve siendo descuartizada lentamente por varios días hasta que murió y con Eloise arrancándose los ojos para después ser quemada en la hoguera —Le recordó pero ella lo tenía muy presente.

—Es una fortuna que ninguna sea supersticiosa —afirmó—. ¿Usted tomó alguna inspiración para el traje que llevará? 

—Debo admitir que siempre me ha gustado la ropa, la confección y el diseño, si mi vida hubiese sido otra, me habría dedicado a ello —explicó—. Así que debo decir que sí, tomé mi inspiración de un pintor que Yì Rén me mostró, llamado Hieronymus Bosch, el hombre pintaba sobre el paraíso, el pecado y otros temas muy concernientes a la religión y a lo celestial, que es el tema del evento.

—Suena muy interesante, debo admitir que no conozco al pintor que me menciona pero ahora que lo ha mencionado me encantaría ver su trabajo —aseveró.

En ese momento escucharon abrirse la puerta de la cocina y vieron a Yrene emerger con un pastel en las manos, como siempre, la creación lucía apetecible y su adorada impecable, con su cabello trenzado sobre su cabeza, sus manos enguantadas y su vestido blanco sin una sola mancha. Ella les sonrió y ambos se levantaron para acercarse.

—Ài Rén, wǒ néng bāng nǐ shénme ma? 

Sabía que aquello era una pregunta por el tono empleado por Iulius, deseaba que no tuvieran aquella maldita costumbre, se sentía desplazada y fuera de la conversación.

—Méiyǒu bìyào —respondió ella, poniendo el postre sobre el mostrador.

—¿Podrían traducir para mi? 

—Iulius solo quería saber si podía ayudarme en algo —aclaró—, pero no es necesario.

—¿Entonces por qué te habló en un idioma que sabe que no puedo comprender? —preguntó y al ver a Yrene arquear su ceja y a Iulius fruncir el entrecejo supo que se había pasado de la raya y que su tono había sido inadecuado.

—J'ai besoin de pratique, madeimoselle —respondió Iulius—. Ahora, voy a pedirle que no vuelva a usar ese tono para hablarle a Yì Rén en mi presencia.

—Lo lamento.

—Lo hablaremos después, Jill de Rais, mientras vamos a comer esta delicia —Yrene parecía molesta pero en lugar de dejar a su enojo brotar, lo guardó y se dedicó a sacar rebanadas del pastel.

Estaba en problemas.

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