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Jill XI

Se había excedido y lo sabía, pero no conseguía que le importara lo suficiente como para empañar la alegría que sintió cuando Yrene le dijo que sería encantador conocer a su familia.

Ese pequeño momento de cielo la había mantenido en paz durante la solitaria estadía en Londres.

Jill se preguntó como un lugar tan descolorido podía ser tan importante, se dijo que debían ser el océano y los barcos, ella no podía pensar en alguna otra fuente de interés.

—Tía, ¿en qué piensa?

—Perdón, mi cielo —respondió—. Pasó algo que me consternó antes de viajar.

—¿Es lo de «Jack, el destripador»? —preguntó Ning.

Jill habría deseado que su sobrina nunca se enterase de ese horror, lo último que quería era que su pequeña se sintiera insegura en el que sería su hogar, al menos por unos meses.

—No precisamente, Nini, lo que me genera un disgusto y me preocupa es que los padres no cuiden de sus hijas —confesó—. Una niña de aproximadamente quince años golpeó mi puerta en busca de trabajo ya entrada la noche, la llevé en auto a su vecindario, ¿Qué le hubiera sucedido de tocar la puerta de alguien peligroso? ¿La puerta de una mala persona?

—Tiene razón, pero tampoco conoce las necesidades de esa familia.

—No existe justificación para que un adulto de a niños la responsabilidad de poner pan en la mesa, Nini —Las palabras salieron de su boca sin cuidado, sin tacto pero su sobrina no se inmutó.

—¿Es por eso que no me permites trabajar?

—Si, creo que los adultos tenemos que proveer y darles las herramientas para que construyan un futuro —afirmó.

La camarera puso frente a ella la taza de café que pidió y al beberlo lo primero que pensó fue que sabía a infortunio. Amargo e intenso.

—Disculpe, ¿podría proporcionarnos azúcar? —pidió y la mujer asintió.

—El café ya tiene azúcar, tía —informó Ning en voz baja al probar el suyo.

—No el suficiente —respondió—. Me gusta mucho el dulce.

—Lo sé, por eso no me sorprende que esté pretendiendo a una pastelera —bromeó su sobrina—. Cuénteme más de ella, tía, por favor.

—Es toda una mujer, ha viajado por el mundo y ha visto demasiadas cosas —No pudo evitar que una sonrisa se formara en su rostro—. Alguna gente la acusa de ser fría, pero yo veo, la veo en verdad, es firme, de las personas que no preguntan que tan difícil es un trabajo pero no por arrogancia sino para hacer la vida de otros más sencilla aunque tiene la inteligencia para decidir cuando una persona tiene que hacer algo por su cuenta.

—¿Y como es con usted?

—Es atenta, escucha realmente lo que digo, da hermosos regalos —explicó—. Me mira como si no hubiera nada más alrededor, me lleva del brazo como si fuera su mayor orgullo.

—Suena maravillosa —Ning se recargó en la mesa—. Me hace feliz saber que tendrá alguien que le haga compañía.

—Gracias, mi cielo —contestó—. En una de tus cartas me hablaste de un muchacho, ¿que fue de él?

Ning bajó la mirada y su sonrisa se difuminó. Jill se preguntó que le sucedió, ¿Qué le hizo ese hombre a su pequeña? Si le había infligido daño lo encontraría para servirle a Nini su corazón en una bandeja de plata.

—Decidí dejar de verlo.

—¿Cuál fue el motivo? —respondió.

—Al principio era muy lindo pero luego empezó a decir cosas que me dieron miedo.

Una gota de café cayó sobre la blusa blanca de su sobrina.

—La abuela me habría golpeado por esto —dijo, elevando un poco la voz e intentando limpiarse, Jill extendió su brazo y le acarició la mano.

—No pasa nada, cielo, solo es una mancha —La miró a los ojos y sonrió—. Me decías.

—De pronto hacía pequeños comentarios como «mi esposa estará en casa y si no quiere, haré que lo quiera» o que no tenía mucho caso que tantas mujeres estudiemos porque solo algunas de nosotras hacemos cosas notables —contó—. A veces no gustaba de mi ropa ni mi arreglo, me asustó la posibilidad de meterme con alguien violento, así que me negué a verlo más.

—Hiciste bien, Nini, sé que debió ser difícil pero hiciste lo correcto al no permanecer en donde no te sentías feliz.

—Gracias tía, yo sé que encontraré al hombre que me haga feliz en el momento correcto.

—Lo encontrarás y será muy afortunado de tenerte —respondió, oyendo como la mesera ponía la azucarera en la mesa—. ¿Te gustaría viajar hoy, o hasta mañana?

—Hoy, me encantaría mañana estar recorriendo las calles de adoquines blancos y maceteros con flores púrpuras que siempre me describes en tus cartas —contestó con entusiasmo—. Además quiero conocer a mi futura tía.

—Entonces partiremos de inmediato —Jill endulzó su café y lo removió con una cuchara—. Te arreglé una habitación, espero que de verdad te guste.

—Pienso que me encantará, gracias por hacer espacio para mí en tu casa

—También es tu casa, Nini.

El viaje había resultado más agotador para su sobrina de lo que había considerado, así que siendo más del mediodía del viernes dieciocho de Junio, Liu Ning seguía profundamente dormida.

Jill deseaba invitar a Yrene a cenar pero se preguntaba si tan poca anticipación podría resultar desagradable para su adorada o para su sobrina.

Tomó un pedazo de papel y escribió una nota para Nini, avisándole que saldría a realizar compras para la cena y que tendrían visitas durante la noche.

Al salir se encontró con el brillante sol del verano y una suave brisa, el mundo no se había detenido en su ausencia, las personas llevaban bajo el brazo periódicos con su última obra aún en primera plana.

No es que le gustara el apodo. Crudo, explícito. Vulgar y de mal gusto.
«Jack, el destripador». Era casi obsceno, la narrativa pintaba un monstruo, un depredador nocturno y que tomaba placer en el homicidio. Jill no era un monstruo.

Caminó por la calle tranquilamente, en dirección a la pastelería, con el viento estival elevando ligeramente sus rizos claros. Desde la distancia pudo ver a Yrene regando las plantas del exterior.

Cuando estuvo lo suficientemente cerca pudo escucharla musitar una canción extraña:

"Do you really think
That I would ever let you go?
Do you think I'd ever set you free?
If you do I'm sad to say
It simply isn't so
You will never get away from me!"

Su voz era tan dulce como la miel, suave y airosa, como si fuese el preludio de una de las tormentas veraniegas.
Jill podía intuir que Yrene podría alcanzar notas altas con comodidad.

—¿Qué estás cantando?

Yrene la miró de reojo, sin arrancar su atención de sus plantas, pasando una pequeña tela por las hojas para librarlas del polvo citadino. Llevaba su hermoso cabello negro en dos trenzas sobre su cabeza, como una corona y con pequeñas perlas en las uniones.

—Es la canción de una obra musical —respondió—. Es sobre un hombre que bebe una fórmula para convertirse en otra persona y hacer todo el mal que no se atrevería a cometer como él mismo, pronto esa maldad se apodera de él y comienza a transformarse sin la poción.

—Y entonces tiene que encarar la verdad, de que es realmente una mala persona y la fórmula es una excusa para su maldad. —concluyó, un detalle captando su atención.

—Algo así —respondió Yrene, sin bendecirla con una sonrisa o un cumplido ante su comentario acertado.

Después de haberlo notado, ya no podía dejar de verlo.

En el brazo de Yrene una cicatriz de aproximadamente veinte centímetros de largo, delgada, blanca y antigua. Tan grave que el tiempo no la pudo desvanecer.

—Perdona mi atrevimiento, ¿qué te sucedió en el brazo?

Yrene la miró finalmente, su entrecejo fruncido y después sus ojos abriéndose en entendimiento.

—¿Aquí? —Levantó el brazo con el pañuelo que usaba para limpiar las plantas—. Ya no lo recuerdo.

Mentira. Aquella herida en su momento pudo haber causado la pérdida del brazo, un corte tan grande en una extremidad tan fina, era casi milagroso que Yrene hubiese conservado su mano dominante.
Una lesión así nunca podría olvidarse pero decidió no insistir, Yrene le contaría cuando estuviese lista.

—¿Fue tu viaje placentero, Jill de Rais?

Yrene finalmente le sonrió y se acomodó las mangas.

—Fue un poco cansado pero lo disfruté, el clima es precioso —respondió—. Vine a invitarte a cenar a mi casa conmigo y mi sobrina, esta noche.

Su adorada miró hacia dentro de la pastelería, fijando su mirada en Sienna y luego en el reloj.

—Estaré ahí a las ocho de la noche, compraré unas flores para ti —contestó, asintiendo levemente con la cabeza—. Dime, ¿qué sabores son del agrado de tu sobrina?

—Las cerezas, el queso y las zarzamoras —contestó—. Aunque le gustan mucho cuando son ácidas y el queso de sabor fuerte, no tan dulce.

—Prepararé algo especial.

—No es necesario que te molestes —contestó y la mirada en su adorada le hizo entender que no le estaba preguntando ni pidiendo una opinión—. Pero si eso te complace, estaré encantada de recibir lo que desees prepararnos.

—Es una cita, Jill de Rais —Yrene sonrió ampliamente y estiró su mano izquierda para pasarle un rizo detrás de la oreja—. Será un placer verte esta noche y será un honor conocer a tu familia.

—Te veré esta noche, entonces —Jill tomó la mano de Yrene y le plantó un beso.

—¿Qué te parece, Nini? 

—Se ve delicioso, tía —respondió, observando el lomo de cerdo recién salido del horno—. Le encantará a nuestra visita.

—De verdad espero que si —contestó—. Esta cena debe ser perfecta.

—Me esforzaré por ser agradable y no ponerle en vergüenza —Nini bajó la cabeza.

Jill le tomó la barbilla con delicadeza y la hizo alzar el rostro.

—Tu eres perfecta, mi cielo, nunca me harías avergonzarme —Le acarició el rostro y le sonrió—. Sé que debido a todas las palabras y desplantes de tu abuela, aún no puedes ver a la hermosa y brillante señorita que eres pero yo estoy aquí para apoyarte hasta que puedas ver lo maravillosa que eres.

Su sobrina le sonrió. Jill no le mentía, Nini era la única mujer estudiando medicina en la mejor escuela de París y además era una alumna de excelencia, también era muy bella, con sus grandes ojos oscuros y sus mejillas rellenas.

Con su vestido azul y puños y cuello de encaje blanco le parecía la heroína de una novela romántica, tan tierna y joven. Era la hija que Jill nunca se atrevió a siquiera soñar.

El timbre.

Bendijo a la diosa en silencio, la mayoría de personas golpeaba la puerta metálica.

—Llegó —dijo emocionada y haló de Nini hasta la puerta de entrada.

Abrió la puerta y sonrió.
Yrene llevaba un vestido blanco de volumen considerable, mangas largas y hombros caídos, dejando a la vista su hermoso cuello y la clavícula. Su cabello recogido y con dos peinetas de flores a cada lado.

En los brazos llevaba una botella y la caja de lo que seguramente era un pastel.

—No me dijo que era tan hermosa —susurró Nini.

—Las palabras no le hacen justicia.

Jill suspiró y dejó a su sobrina de pie en la puerta y caminó a toda prisa para abrir la reja.
Al abrir la puerta, recibió con una mano la botella que resultó ser un vino rosado; después le extendió su brazo a Yrene, quién lo tomó con confianza y le obsequió una sonrisa tímida, equilibrando la caja en una mano, como si fuese una habilidad en perfeccionamiento.

Se encontró con su sobrina quién hizo una reverencia pequeña.

—Yrene, te presento a mi sobrina, la señorita Son Liu Ning —dijo—. Mi cielo, te presento a Lady Yrene Adler.

Yrene le extendió el brazo a Nini y esta la miró dubitativa pero finalmente se estrecharon la mano.

—Solo Señorita Adler, mi madre es la condesa, no yo —corrigió, pero dirigiéndose a Liu Ning—. Tu jardín es muy hermoso, Jill de Rais.

—Gracias —respondió—. Llegaste en el momento perfecto, la cena recién sale del horno.

Caminaron en un silencio tenso hasta el comedor, abrió una silla para Yrene a la cabecera de la mesa y le recibió la caja del pastel. Posteriormente abrió una silla para Nini y ella se dirigió a la cocina.

Había enviado a su servidumbre a casa temprano y pasó toda la tarde arreglando las cosas para la cena, la pasta de trigo, el lomo asado, la ensalada con frutos secos; la cubertería de plata y el mantel más fino en su posesión.

Sirvió la comida en su mejor cerámica y llevó los platos al comedor, ansiosa. Todo debía ser perfecto.

Cuando estuvieron las tres a la mesa, Jill fue la primera en dar bocado. Luego Yrene, finalmente Nini, quien tenía que esperar a que sus mayores estuviesen comiendo, era una convención social que Jill encontraba absurda pero no iba a comentar aquello, no quería que Yrene pensara que sus modales eran poco refinados.

—La pasta es deliciosa, Jill de Rais, ¿la preparaste tu misma? —Yrene le sonrió y dio otro bocado.

—Si, me complace que te guste —contestó—. ¿Qué te parece a ti, Nini?

—Es exquisita, como todo lo que cocina, tía —Nini asintió levemente y sonrió—. Mi tía cocina para mí en París y siempre es maravilloso.

—Seguro que sí —respondió Yrene—. Tu tía no me dijo el motivo de tu estancia en París pero asumo que es por estudios, ¿no es así?

—Si, medicina —Nini dio un bocado más—. Tengo buenas notas.

—Maravilloso —Yrene le sonrió—. Seguramente llegarás muy lejos.

—Se lo agradezco.

Comieron en silencio durante varios minutos, fue la invitada quien rompió la calma.

—¿Y tu, Jill de Rais, dónde estudiaste? —cuestionó Yrene—. Yo estudié finanzas y administración en Beijing y  gastronomía en Surat.

—Estudié artes plásticas en la academia de arte de Londres e hice un diplomado en ilustración médica en París —respondió y sonrió para después dar otro bocado.

—Ilustración médica —Yrene hizo eco de sus palabras—. Entonces conoces a la perfección la anatomía humana.

—Yo no diría que es así...

—No fue una pregunta, Jill de Rais —Yrene terminó su plato y le sonrió—. Quiero que discutamos algo después de cenar, voy a necesitar de tus conocimientos.

Necesitar. Yrene al fin la necesitaba para algo, podía mostrar que era capaz de aportarle algo, aunque le era difícil imaginar que conocimientos podría no poseer su adorada después de haber vivido tanto y conocido tantas personas y lugares fascinantes.

La pregunta llegó a sus labios antes de que pudiese pensarla de manera adecuada.

—¿Para qué?

—Me uní a los esfuerzos de la policía para la captura de «Jane, la destripadora» y otras perspectivas profesionales pueden ser de utilidad —Yrene se hizo atrás en su silla—. Es lo único que te diré por ahora, Jill de Rais, considero que el tema es inapropiado para la mesa y aún más para una niña.

—Tienes razón.

Jill habría deseado cuestionar la motivación de Yrene para hacer tal cosa, deseaba decirle que aquella no era una responsabilidad que le perteneciera y tampoco una caridad a la que aportarle nada, la policía de Lone Iland era una institución con recursos, personal y tiempo para dedicarse de manera exclusiva a su trabajo, no veía porqué Yrene debería desperdiciar valiosos minutos en una tarea tan poco agradable cuando había actividades terrenales más placenteras.

—Puedo ver en tu rostro que no apruebas lo que hago, discutiremos el motivo más tarde —agregó su adorada, aunque su tono era ligero y casi bromista pudo ver que Yrene se sentía disgustada—. Mientras, ¿necesitas ayuda para servir el plato fuerte? 

—Yo la ayudaré —intervino Nini—, vamos, tía.

Nini recogió los paltos vacíos y fue detrás de Jill a la cocina.

—Ella me aterra un poco, tía —murmuró Nini—. Me intimida, es la expresión adecuada, no parece una persona a la que me haría feliz enojar.

—Nunca la he visto enojada, mi cielo pero Yrene es de un temperamento muy estable y controlado, su ira no debe ser terrible —respondió—. Solo es muy contundente y habla con crudeza.

Jill cortó las porciones de carne ceremoniosamente y sirvió con el máximo cuidado, todo debía ser perfecto.

Al volver al comedor pudo ver a Yrene examinando cada centímetro de la casa con la mirada, del techo al suelo, pasando por las gruesas cortinas oscuras y los cuadros en las paredes.

—¿Todos fueron pintados por ti? —inquirió.

—No, algunos los pintó mi difunta madre —respondió Jill, poniendo los platos en los lugares correspondientes—. Era muy talentosa.

—Déjame adivinar, ese es suyo.

Yrene dirigió su mirada a la pintura de girasoles en la pared detrás de Jill. Esos malditos girasoles, Jolene De Rais se los arrojó junto con su jarrón a Jill después de pintarlos, en un arranque de frustración ya que aquel no era el resultado que había deseado.

—Estás en lo correcto, aunque no fue su mejor trabajo —respondió, vio a su adoración apretar los labios y mirar hacia otras piezas, pensando—. ¿Qué es lo que piensas?

—Tu madre solo pintaba flores, si no me equivoco, para mi todos se ven iguales —admitió—. Si me lo preguntas, todos son mediocres y deficientes en el uso de la luz y el color.

—Es cierto, sin embargo me parece que sus colores son tan vibrantes y encendidos que le dan encanto a los cuadros —contestó—. Además, creo que para alguien que jamás estudió arte, son muy buenos.

—Eso no lo voy a negar —Yrene le sonrió—. Lamento mi descortesía, a veces cuando noto detalles que me disgustan, me vuelvo físicamente incapaz de ignorarlos.

—Me sucede lo mismo, cuando un error simplemente no puedo dejar de verlo —comentó Nini animándose a conversar—. Señorita Adler, ¿me permite hacerle una pregunta?

Yrene asintió.

—¿Cuál es el lugar más hermoso en el que ha estado?

—Islandia quizás, en el invierno solo hay blanco y glaciares interminables, el paisaje es pulcro y limpio pero en otras épocas del año el verde es tan intenso y el océano tan bravo que es indudable que está llena de vida —contestó después de pensar por un instante—. Murakuc, tal vez, con su sol abrasador y su arena fina.

—Usted habla con más afecto de Islandia.

—Quizá es por que casi todos mis amigos viven allá, peligrosa afirmación, lo sé pero así son las cosas.

—Es una opinión polémica pero yo estoy de acuerdo con la lucha independentista islandesa —afirmó Nini—. La anexión de Islandia a los principados de Britania fue arbitraria e ilegitima. 

—Me temo, Jill de Rais, que tu sobrina es más francesa que británica. —Yrene cortó en pequeños trozos la carne y empezó a comer, Nini y Jill la imitaron.

—Eso es bueno, no la envié a París a convertirse en una nacionalista que no ve más allá de sí —Jill rio—. Además, Francia es nuestro origen, mi madre era parisina y mi padre de Orleáns.

—Lo intuí, tu apellido no podría ser más francés. —Yrene dio un bocado—. La cena es deliciosa, ya que mencionamos amistades, nunca he visto a los tuyos, Jill de Rais, ¿tampoco viven cerca?

—Seré franca, no soy una persona con muchos amigos, pero tengo a Thomasin, la taxidermista y a Isaac Truhman, un viejo amigo de la academia de arte, él viaja mucho y a veces solo nos comunicamos por cartas.

—¿No usas el teléfono? 

—Soy anticuada, generalmente lo uso solo para mis negocios, ni siquiera llamo a Nini, me gustan más las cartas. —Jill continuó comiendo—. ¿Tu llamas a tus amigos con regularidad?

—Así es, al menos todos los viernes hablo con Iulius y Emilie Maersse, son algunos de mi amigos más preciados, con mi amigo Darius tengo menor contacto ya que está en Abya Yala y algunos otros están en Beijing pero me llaman dos o tres veces al mes y si no, yo a ellos. —Yrene guardó silencio por un instante—. ¿Tu tienes muchos amigos en la escuela, Liu Ning?

—Si, no quiero sonar presuntuosa pero soy popular y me llevo bien con muchos chicos de mi facultad y con chicas de otras —respondió—. Siempre me incluyen en los planes y paseos, aunque no siempre diga que si, priorizo mis estudios.

Jill podría acostumbrarse a la escena frente a sus ojos, Yrene a su mesa, Ning feliz de hablar y las cálidas sonrisas en sus rostros. Era lo más bello que había poseído en un largo tiempo.

Al ver su mundo tan apacible, decidió tranquilizarse  y sumergirse en la felicidad.

La cena terminó sin contratiempos, disfrutaron del delicioso pastel de moras que Yrene llevó y Liu Ning se había retirado a descansar.

Jill se encontraba frente a Yrene en la sala de estar, bebiendo café y conversando de temas más privados.

Yrene le confió que vivió con Iulius Mærsse durante un par de años, también le contó de algunas parejas del pasado. Ella hizo lo mismo, le contó sobre las chicas que amó y le rompieron el corazón.

Finalmente llegaron a la espina más reciente para Yrene: Genevieve Oh.

—Esta pregunta quizá vaya a disgustarte pero quiero saber, ¿por qué apoyar a la policía?

—Esa no es tu pregunta, Jill de Rais, ambas lo sabemos —respondió Yrene—. Intenta de nuevo, por favor.

—¿Por que hacerle el trabajo y la vida más sencillas a Genevieve Oh? —Jill reformuló—. Tomarle la mano después de que fue a suplicarte apoyo no la hará progresar.

—No, no la hará progresar, pero esto no es por Genevieve Oh o su éxito, esto es personal.

—No lo comprendo —respondió—. Tienes mejores cosas que hacer.

—Y yo no haré nada, Jill de Rais, solo poner a disposición de Lone Iland mis contactos y dinero —Yrene la examinó con los ojos entrecerrados—. Aún tendré tiempo para ti y  para mis otros asuntos.

—¿Por qué?

—Acepté ayudar porque me cansé de que nadie haga nada mientras mujeres mueren —contestó—. Pero luego vi a la última...

—¿La última?

—Era una niña más joven que tu sobrina —dijo y la miró directo a los ojos—. Antes de verla escuché los gritos de la madre, fueron el sonido más desgarrador que he escuchado en mucho tiempo.

Hizo una pausa.

—Luego vi su cuerpo, diminuta, abierta desde sus partes íntimas hasta el cuello, sin útero, sin corazón —continuó—. Con sus huesos rotos y llena de moratones, ¿qué persona hace eso?

—Una con problemas.

—La gente con problemas es alcohólica o adictos al opio o a la prostitución —contestó—. Yo en esa niña vi la mano de la crueldad, de la maldad y ya no veré más, yo me voy a encargar de extirpar esa oscuridad de Lone Iland.

Jill habría querido decirle que si. Que la limpiara, que borrara sus pecados y culpas para que pudiera tener una nueva vida pero el instinto la detuvo y se dio cuenta de que a Nini le había hecho el comentario más equivocado de su existencia: la ira de Yrene Adler debía ser aterradora.


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