Jill VII
Aún no podía creer que realmente estaba sucediendo.
Un hermoso vestido de tela vaporosa y encaje blanco cubría la delicada figura de Yrene. En los brazos llevaba una enorme caja blanca adornada con un lazo dorado y de su brazo colgaba un abrigo níveo con brocados platinados, con la mano sostenía apenas un ramo de lirios púrpuras.
El cabello negro en un sencillo peinado, sostenido por una peineta de oro blanco y zafiros.
—Eres muy hermosa, Yrene —dijo Jill, extendiendo su mano hacia Yrene, quién le sonrió pero le entregó el ramo
—Gracias, estas son para ti, Jill de Rais. —respondió—. Viniste en tu auto, habría preferido caminar, sin embargo lo aprecio, me tomé el atrevimiento de prepararte un obsequio.
—Deseaba ahorrarte el inconveniente de ir caminando —respondió, cuando estuvieron frente al vehículo, Jill le abrió la puerta y la ayudó a ponerse cómoda.
Jill cerró la puerta y subió, ella llevaba en el asiento trasero un ramo de lirios y una caja de regalo que superaban en tamaño a los de Yrene. Se preguntaba si tal vez se había excedido y si la joven Adler la consideraría desesperada.
—Yo también te compré un obsequio, espero que eso no te cause disgusto —dijo, pisando el pedal para iniciar el movimiento.
—No, agradezco el detalle —contestó Yrene—. Es un modelo precioso, Jill.
—¿El auto? Si, es bonito y también es descapotable.
—Quiero decir, el modelo de tu vestido —respondió Yrene, sonriendo—. El amarillo te sienta de maravilla.
—Te lo agradezco, si me permites la sinceridad, no estaba segura de que se me viera bien —confesó, mientras miraba a Yrene en el retrovisor—. Me pregunto si tu alguna vez te sientes así.
—Con riesgo de sonar engreída, te confesaré que no —respondió.
Jill sintió entonces como Yrene acercó una mano a su rostro y puso un mechón de cabello detrás de su oreja.
—Me gusta como se ve tu rostro sin cabello en el —comentó—. ¿Haz considerado llevarlo recogido? Tienes un cuello espléndido.
—Gracias y no, no lo había pensado, —Dio vuelta en una de las avenidas principales, sería el camino más corto a la casa de arte, si llegaban pronto, tal vez Yrene no vería lo nerviosa que estaba.
—Cuéntame algo, Jill de Rais, conversa conmigo. —dijo—. Estoy nerviosa y el silencio no me es de ayuda.
—¿Qué deseas que te diga? —Dejó salir una pequeña risa.
—Lo que tu desees —respondió—. De todos tus trabajos, ¿cuál es el que más te enorgullece?
—Tengo un cuadro del puente de Lone Iland y el río bajo las estrellas —contestó—. Es muy simple pero creo que en su simplicidad se captura toda la belleza del lugar.
—Me encantaría verlo, seguro es muy bello —Yrene sonrió ampliamente—. Aunque en realidad quisiera ver todo tu trabajo.
—A mi me daría un enorme placer mostrártelo —confesó—. Yo admiro mucho todas tus creaciones, el pastel que preparaste para Irene Beaumont fue exquisito.
Se le había escapado, había estado espiando la pastelería en un rato de aburrimiento, con suerte Yrene no preguntaría en que momento lo vio.
—Te lo agradezco —Yrene observó por la ventana, viendo como se acercaban a la casa de arte.
—Ya estamos aquí —Jill buscó un lugar para estacionarse, encontrando uno en una de las calles contiguas al recinto, junto a muchos vehículos más.
Una vez que el auto se detuvo, Jill bajó y le abrió la puerta a Yrene.
Yrene bajó del auto y a Jill le pareció que era como una princesa bajando de un carruaje, le tendió la mano como si ella misma fuese el príncipe de un cuento romántico.
Se tomaron del brazo y caminaron, los tacones de Yrene golpeando el suelo eran música en sus oídos. Entraron juntas a la casa de arte, una construcción de altas columnas y loseta marmoleada, alfombras rojas y candelabros de cristal.
Se aproximaron a la taquilla y Jill compró los boletos para entrar a la función del ballet. No escatimó y compró los mejores asientos, estaban por encima de lo que realmente podía costear pero no le importó, estaba segura de que con un par de comisiones futuras podría reponer el gasto.
Nada era demasiado. Nada era suficiente.
Fueron guiadas hasta un palco por un mozo.
El asiento consistía en un sillón rojo aterciopelado, con cojines blancos y ribeteados con dorado. El suelo estaba alfombrado y el palco era compartido únicamente con solo otras dos personas, que ya se encontraban ahí y quienes no les dedicaron demasiada atención.
Yrene tomo asiento primero y cruzó las piernas, también se pasó una mano por el cabello, como asegurándose de que siguiera perfecto.
Jill sonrió y se acomodó a un lado de su cita quien ipso facto le tomó la mano. Las luces se apagaron y el ballet dio inicio.
Mientras las bailarinas danzaban en el escenario, los ojos grises de Yrene seguían a una en particular y Jill se preguntó que tenía aquella mujer que la hiciera tan llamativa. No era la más hermosa ni tampoco era la principal, pero la mirada de Yrene caía en ella con tanta naturalidad como las abejas van a las flores.
—La conozco —musitó Yrene, acariciando los nudillos de Jill pero sin dirigirle la mirada—. Zhao Ya Ning.
«La mujer por la que rompió su compromiso con Genevieve Oh». Jill pasó saliva y soltó un poco de aire, pensando en que se estaba delatando.
—¿Es tu amiga? —murmuró.
—No, pero me hizo un favor hace unos años —respondió secamente, de nuevo sin siquiera bendecirla con su mirada—. Y en retorno yo le hice otro, me da un enorme placer ver que lo ha aprovechado.
«Me hizo un favor.» Le pareció una extraña elección de palabras. La combinación era atípica, fría, como los cadáveres en el río y desprovista de cualquier sentimentalismo, como el documento de una transacción o el manual de una máquina.
No parecía haber rastro de pasión alguna, mucho menos de un amorío por el que renunciarías al altar.
Repasó los hechos en su mente.
Rememoró su llegada a la calle Ivory, mientras arrastraba un pesado baúl vio a Yrene por primera vez, caminaba con presteza mientras Genevieve Oh la seguía, diciendo su nombre. Mejor dicho, gritándolo y poniendo a ambas en vergüenza.
A Jill desde ese momento le pareció que Yrene era la mujer más bella que había tenido la oportunidad de observar.
Luego los rumores, las habladurías de que habían visto a Yrene en compañía de una bailarina, que parecían sospechosamente cariñosas.
Finalmente la ruptura de la cual Yrene regresó a casa con las manos sucias y su vestido tintado en rojo, en compañía de dos policías.
Después supo de la cancelación de la boda.
Regresó al presente, a la mano de Yrene sobre la suya. Algo estaba mal en la historia conocida, como un libro al que le habían arrancado páginas.
Pronto sintió a su acompañante recargarse en su hombro y se sintió animada a abrazarla, cuando lo hizo no fue rechazada.
Pensó en si acaso su adorada Yrene podría sentir como su corazón latía desbocado y como sus manos se ponían un poco resbaladizas, en el caso de que así fuese, esperaba que no la encontrara repugnante.
—Me gustas mucho, Jill —Le pareció escuchar que musitó su adorada y eso fue suficiente para sentir paz el resto del ballet.
El restaurante era tan hermoso como la mujer frente a ella, con las sillas de terciopelo rojo, las alfombras oscuras y los candelabros de cristal.
El mantel estaba perfecto y la compañía era deliciosa, Jill no podría sentirse más contenta, habían hablado del ballet, de arte, compartieron copas de vino y caricias furtivas en las manos. Jill incluso dejó ir con facilidad la incomodidad que le provocaron las miradas de otros comensales.
—Jill, con riesgo de parecer intensa, voy a hacerte una pregunta. —Yrene habló para después beber de su copa.
—Dime.
—¿Qué es lo que estás buscando en una relación? Me refiero, ¿qué es lo que deseas?
—Sé que sonará ridículo...
—Jill de Rais, quiero que me escuches, para mi jamás será ridículo lo que desees expresar —interrumpió—. Lo que desees es importante, ahora continua.
—Gracias, te diré, quiero algo para siempre —dijo—. Yo no soy capaz de envejecer, pero quiero pasar el resto de mi existencia al lado de una sola persona con quien compartir mis sueños, metas y ambiciones, deseo algo hermoso y duradero.
—Que dulce eres, creo que tu y yo vamos a entendernos muy bien —respondió—. Ahora, una cosa más, antes de que tengamos otra cita, es menester que tengas algunas cosas claras sobre mi, la primera es que soy una mujer celosa, si deseas estar conmigo, será solamente conmigo, podría abrirme a experimentar en el dormitorio pero no estoy dispuesta a abrir una relación sentimental, la segunda cosa es que yo no perdono las fallas ni las traiciones. ¿Soy lo suficientemente clara?
«Antes de que tengamos otra cita. Quiere otra cita conmigo.» Pensó.
—Debo ser honesta, yo también soy una mujer celosa pero no actúo de manera desproporcionada, mi primer recurso siempre serán las palabras y la honestidad, habiendo dicho eso, he estado esperando mucho tiempo por este momento y no pretendo arruinarlo —Jill trataba de sonar segura—. He demostrado mi devoción hacia ti con mi paciencia y mi nula insistencia y antes de fallarte, mutilaría una parte de mi cuerpo.
Yrene esbozó una sonrisa amplia y Jill sintió como si le estrujaran el corazón. Todo iba a resultarle bien, no podía arriesgarse a perderla ahora que la tenía tan cerca.
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