Jill IV
Jill se encontró nuevamente con las manos cubiertas con pintura roja. Y tenía el olor a muerte pegado a la ropa junto con el aroma a hierro de la sangre.
El terrible sonido agudo del timbre la interrumpió, a ella y a su agradable compañera.
La taxidermista parecía concentrada y pese a tener una severa deficiencia auditiva, el pitido logró llamar su atención.
Jill le sonrió y con señas le explicó que iría a ver al responsable de tan inoportuna interrupción. La dueña de la casa encontraba más cómodo usar la lengua de señas que gritar para que la otra mujer pudiese entenderla. Además disfrutaba el silencio, le daba paz y espacio para pensar.
Con una tela blanca se quitó la sangre de las manos lo mejor que pudo, dejando solo la mancha rojiza sobre su piel y algunas salpicaduras en su vestido.
Caminó con presteza hasta su puerta y al abrirla pudo ver fuera de la reja la trágica presencia de Genevieve Oh. La mujer que estrepitosamente fracasaba en encontrarla y condenarla por sus crímenes.
Cruzó su jardín plagado de rosas para abrir la reja metálica.
—Detective Oh, buenas tardes —musitó—. Dígame ¿en qué puedo servirle?
—Buenas tardes —Genevieve evitaba mirar a la cara a Jill—. Hoy no vine como oficial de la policía, vine como una mujer a la que le interesa el bienestar de otra.
—Pase —Jill se hizo a un lado para dejar pasar a Genevieve, no estaba particularmente interesada en lo que iba a salir de su boca, pero habría sido muy descortés despacharla sin atenderla.
—Tiene un jardín muy hermoso —comentó Genevieve—. Yrene odia las rosas.
—Eso lo sé, a mi no me gustan pero eran de mi madre y no tengo corazón para sacarlas —respondió—. ¿Usted tiene jardín?
—No, yo vivo en un apartamento en Rotten Lake —contestó y ambas cruzaron el umbral.
—Rotten Lake ¿está al otro lado del puente? —Inquirió Jill, sabiendo perfectamente la ubicación del vecindario, si bien no era un lugar empobrecido tampoco era tan exclusivo como Celestial Vale, donde ella tenía la fortuna de vivir.
—Así es —Genevieve se quitó el abrigo mientras Jill cerraba su puerta—. ¿Dónde puedo colgarlo?
—Ahí hay un perchero —señaló—. ¿Desea una taza de té?
—Se lo agradezco pero no pretendo extender mi visita —dijo Genevieve, tomando asiento en el recibidor.
Jill escuchó entonces el sonido de metal golpear el suelo y se apresuró a ir hacia otra de las habitaciones, Genevieve se tomó el atrevimiento de seguirla.
Se encontraron entonces con el cuerpo de un venado y una serie de instrumentos para su disección en el suelo.
Jill preguntó con sus manos.
—¿Es sordomuda?
—Hipoacúsica, si le habla muy fuerte ella escuchará —corrigió Jill, mientras Thomasin levantaba los objetos del suelo.
«Fue un accidente.» Gesticuló Thomasin. A Jill le parecía que las manos de aquella mujer eran preciosas, como las de una escultura de Medicci o las de una pintura de Leonardo.
«Lo sé. » Respondió Jill y agregó. «Soy descortés, está es la oficial Genevieve Oh».
—Perdone, señorita Oh, esta es Thomasin Serrat —Ambas se saludaron e ipso facto Jill indicó a Thomasin que les diera un momento de privacidad.
Cuando Thomasin cerró las puertas, Jill dejó caer la máscara y Genevieve vio una metamorfosis ocurrir. Las comisuras de sus labios descendieron, desdibujando la sonrisa que segundos atrás adornaba su faz.
Jill sabía perfectamente lo que ocurría con su rostro, sabía que la cara que podía parecer afable y dulce se iba para dar paso al monstruo.
—No sabía que usted es taxidermista.
—No lo soy, Thomasin es taxidermista y yo aprendo de ella —contestó Jill, con su tono le pedía a la policía ir directo al tema que les concernía.
Genevieve observó el animal a medio desollar y sintió su estómago revolverse un poco.
—Es un gran animal —dijo Genevieve, pensando en que Jill no parecía una cazadora—. ¿Le gusta la cacería?
—En lo absoluto, es de un cliente, Marino Hoffman —contestó—. Fue el primer venado de su princesa y nos pagó para conservarlo por siempre.
—Su princesa bien podría ser «Jack, el destripador» —señaló Genevieve—. Y el amor que ese hombre le tiene a su hija Morgana, es cuando menos sospechoso.
—A mi me parecen perfectamente normales, todos los padres aman a sus hijas y lo normal es que quieran proveerles de todo y tratarlas como auténticas princesas ¿o su padre no era así?
Era del conocimiento de Jill que el padre biológico de Genevieve la había abandonado en las calles y que su padre adoptivo era un hombre conocido por su frialdad y mezquindad, pero tenía la intención de ver donde estaban las grietas de la mujer y si ella podría presionarlas o al menos causarle la misma incomodidad que ella sentía con su invasión.
—Si, mi padre me adora y me consintió mucho.
«¿Por qué está mintiendo?» Se preguntó Jill, tomando un escalpelo para continuar el trabajo de Thomasin.
—Dígame, señorita De Rais ¿es cierto todo lo que dicen de la belleza de Morgana Hoffman? —preguntó.
—Lo que se dice de Lady Morgana, no le hace justicia —contestó Jill, más atenta en desollar al animal que en oír a Genevieve—. Es la segunda mujer más bella que he visto en toda mi vida.
—Puedo suponer que la más bella es Yrene Adler. —dijo la señorita Oh—. De ella he venido a hablarle.
—Pues hable —contestó Jill, dedicándole una mirada inquisidora.
Se preguntaba que clase de veneno saldría de la boca de Genevieve y que mentiras diría sobre su adorada. La oficial tomó aire, sin estar segura de si sus palabras serían recibidas adecuadamente.
—Sé que usted empezará a salir con Yrene —empezó la policía, su voz se cortaba por la incapacidad que tenía para elegir las palabras—. Vine a advertirle sobre ella.
—Advertirme —Jill levantó la mirada, encontrándose con los ojos azules de su interlocutora—. Dígame, señorita Oh, ¿Yrene llegó a infligir en usted algún tipo de violencia?
—Yo no lo nombraría como violencia pero tal vez como un potencial riesgo —dijo—. Por ejemplo, Yrene elogiará todas sus pinturas ahora, le dirá que todo lo que usted hace es arte pero en el futuro, verá su nuevo trabajo y le dirá que es mediocre comparado con su trabajo pasado y la hará reiniciar.
—Dígame, Genevieve, ¿realmente le parece negativo que su pareja no le aliente a realizar un trabajo de manera mediocre? —Jill dejó el trabajo a un lado, para erguirse y mostrar su completa indignación.
—No son las cosas que Yrene dice o hace, es el como las dice y las hace —respondió Genevieve—. ¿A usted le parecería agradable ir a mostrarle algo en lo que ha trabajado por horas y que ella directamente diga que ese trabajo es deficiente?
—Soy una persona sensible, mentiría si dijera lo contrario, pero prefiero la verdad sin adornos —respondió, sin soltar el escalpelo—. Si usted necesita las cosas con suavidad y edulcorante, debió expresarlo, así como yo en algún momento comunicaré mis necesidades. Soy perfectamente consciente de que en algún momento Yrene me hará daño o yo a ella y lo tendremos que trabajar, eso desde luego si nos convertimos en una pareja. ¿Algo más?
—¿Me está culpando de que ella me hiciera sentir insuficiente? —Los ojos de Genevieve se abrieron en genuina incredulidad.
—Puedo ver que usted tiene el mal hábito de victimizarse y buscar dar vuelta a lo que se le dice —Jill sintió sus mejillas estirarse en una sonrisa—. Nunca dije tal cosa, pero todos somos responsables de proteger nuestro corazón, usted se quedó en un lugar donde no recibía lo que quería y ¿eso es culpa de Yrene?
—Teníamos momentos buenos hasta que ella me engañó —replicó Genevieve—. Me fue infiel, me humillaba y nunca me hizo sentir como su igual y usted se queda ahí, diciendo que me rompió el corazón porque yo lo permití.
—La gente habla Genevieve, habla de como usted no estaba en sus cumpleaños, como la dejaba plantada y como le gritaba cuando salía con sus amigas —Jill pasó sus dedos por el filo del instrumento en sus manos—. No venga a mi casa a insinuar que saldré con «Jack, el destripador» cuando en su historia no hubo monstruos, solo dos mujeres que se hicieron daño.
—Usted es como ella —concluyó Genevieve—. Espero estar ahí para verlas arrancarse los ojos.
—Dígame Genevieve, ¿por que desea con tanta intensidad ser enemiga de una mujer que amó y antagonizar conmigo?—preguntó, ladeando su cabeza un poco pero sabiendo que no recibiría respuesta, después de un largo silencio apretó los labios—. Vaya que es usted descortés, le pido que se retire de mi casa —pidió Jill.
—Será un placer —Genevieve abrió la puerta del salón—. No se moleste, sé donde está la puerta.
Jill escuchó los tacones de Genevieve alejarse. Uno tras otro, golpeando el suelo de madera, casi podía ver la falda de tafetán de la policía deslizándose en el aire al ritmo de su movimiento.
Se preguntó si acaso la intención de Genevieve había sido solo implantarle dudas sobre Yrene y su próxima y anhelada cita.
La presencia de Thomasin la regresó al momento, al venado por desollar y a un retrato pendiente.
«Ella no parece agradarte». Explicó Thomasin con una sonrisa y las manos moviéndose velozmente. «Pero creo que es bonita».
Jill sonrió y tomó al venado de las dos patas traseras.
«Ayúdame a voltearlo». Pidió. «Me desagrada a un nivel razonable y sin duda yo le disgusto a ella».
Thomasin tomó las patas delanteras y ayudó a Jill a dar vuelta al animal y unir esfuerzos en arrancar su piel. El olor era particularmente desagradable, sin embargo su carne sería deliciosa, recordaba que el conde Marino Hoffman había tenido la cortesía de invitarlas a cenar con él, su hijo y su hija.
Quizá Jill podría hablarles de lo hermoso que sería tener una bella pintura familiar.
Pero pensaría en ello después, tenía un animal por desollar y un vestido que comprar.
Jill había pasado toda la tarde midiéndose un vestido tras otro e irritando a las amables vendedoras que le atendían. Sin embargo, el vestido necesitaba ser perfecto, debía ser tan bello para causar que Yrene se sintiese orgullosa de ella.
Jill sabía todo lo que Genevieve no había sido y podía intuir las cosas que habían despedazado aquella relación.
Ella no sería ausente ni permitiría que su trabajo la absorbiera, sino que cada pincelada sería por Yrene y su tiempo sería para ella.
—¿Le puedo ayudar? —Una voz interrumpió sus pensamientos y Jill observó a la vendedora. Era la séptima vez que oía esa pregunta y comenzaba a sentirse harta de escucharla.
—Busco un vestido para salir en la noche —dijo, observando las arrugas en el uniforme rojo de la empleada, un botón dorado mal cosido en su chaleco y la falda mal planchada—. Necesito que sea impresionante.
Las comisuras de los labios de la mujer se elevaron en una sonrisa.
—Acompáñeme, señorita —respondió, mientras se viraba para dirigirse a las escaleras—. Dígame, ¿tiene en mente un color o estilo?
Jill la siguió, subiendo un escalón tras otro. Aquella era una pregunta mejor, sí era honesta, sólo sabía aquello que no deseaba. Nada de blanco, aquel color, símbolo de pureza y perfección solo podía pertenecer a Yrene. No deseaba un corsé exterior que acentuara demasiado su figura y tampoco quería algo que le entregara las miradas de los extraños. Sólo anhelaba parecer perfecta para su cita.
—No realmente, espero usted pueda apoyarme —contestó, poniendo ambos pies en la segunda planta de la tienda, observando a su alrededor. Hombres eligiendo corbatines, damas buscando vestidos y zapatos.
—Dígame, ¿le parecerían bien el amarillo o el rojo? —cuestionó la empleada mientras la guiaba a uno de los colgadores.
—Esperaba un color menos vistoso. —respondió Jill, con la vista fija en un hombre que se debatía entre un corbatín azul y una corbata gris—. Desearía que me trajera vestidos azules, discúlpeme un instante.
—Si señorita.
Jill se aproximó hacia el hombre que se miraba fijamente al espejo, alternando sus opciones frente a el. Tratando de decidir cual le favorecería más, Jill tomó una corbata color carmín con pequeñas líneas doradas y se la tendió.
—Creo que esta le sentaría de maravilla, se vería usted más apuesto, oficial Taylor —comentó, él la miró dubitativo pero finalmente tomó la opción proporcionada y la observó con detenimiento en su cuello frente al espejo. Su semblante se iluminó al encontrar el accesorio como favorecedor.
—Se lo agradezco —respondió—. También su amable cumplido, pero soy un hombre casado.
—Oh, me malinterpreta, es usted atractivo pero tengo una preferencia por las damas —aclaró Jill, sonriéndole—. Si no le representa incomodidad, me gustaría preguntarle algo, oficial.
—César —Él tendió su mano y Jill la estrechó con poca fuerza pero permitiéndose sentir la calidez de la palma de la mano del oficial—. No estoy en servicio, pero dígame.
—Verá, mi hermana quiere mudarse conmigo pero la inquieta el tema de... —Dejó al aire la frase para que César Taylor pudiese llenar el vacío—. ¿Hay algo que yo pueda decirle para tranquilizarla, más allá de que la policía trabaja diligentemente?
—Me temo señorita que no puedo revelarle detalles pero si le sirve de algo, puede usted decirle a su hermana que las damas de su clase parecen no estar en el radar de nuestro asesino —explicó, mientras la observaba, como tratando de recordar donde la había visto.
—Se lo agradezco, quizá eso pueda hacer que ella se sienta más segura —Jill pasó sus rizos por detrás de su oreja y le dio al oficial otra pequeña sonrisa—. Y disculpe mi intromisión pero no podía quedarme mirándolo luchar por decidir.
—La ayuda siempre se aprecia, señorita, espero su hermana disfrute la cuidad —respondió César—. ¿De dónde es su hermana?
—Somos de Jersey, pero yo vine aquí hace casi cuatro años —explicó amablemente.
—He oído que es una ciudad muy apacible, ¿porqué se mudó? —inquirió el hombre, tomando nuevamente el corbatín azul. Le había gustado.
—Fui a la academia de artes en Londres pero una ciudad tan grande no era para mi, quise volver a casa cuando terminé mis estudios pero en Jersey no conseguí trabajo, así que vine aquí. —contó de forma animada y la mención de sus estudios pareció devolverle toda la atención del hombre.
—Aquí no es tan feo como Londres pero aún existe gente que pague por arte, ¿correcto? —dedujo—. ¿Sabe? Mi esposa trató varias veces de ser admitida en la academia de arte de Londres pero aparentemente no llega a los estándares solicitados.
—Así es y lo lamento, es difícil conseguir la admisión, ¿su esposa se dedica a algún área en particular? —inquirió.
—Si, por ahora su interés está en la pintura y el dibujo —respondió César—. Me gustaría poder pagarle un profesor, incluso hablé con Giuliano Stein...
—Ese hombre es una pesadilla viviente y si me lo pregunta, es más reputación que talento —interrumpió y soltó una risa leve—. Lo lamento, no le permití terminar.
—Me dijo que no enseñaba a principiantes pero me dio una lista de otros pintores en la ciudad, infortunadamente no he podido visitarles —Jill notó que el entrecejo de César se fruncía, insatisfecho consigo mismo.
Jill podría terminar con su agonía y ofrecerse como docente de la señora Taylor.
—Asumo que es una lista corta.
—Así es, de tres o cuatro nombres que, según el caballero, son los únicos pintores valiosos en Lone Iland —César miró por encima del hombro de Jill—. Creo que la buscan.
Jill se viró para observar a la vendedora aproximándose a ella con dos vestidos en perchas. Si se le hubiese pedido una opinión directa respecto a ellos, habría explicado de manera enérgica que eran las prendas más monstruosas que habría tenido la desgracia de ver.
—Quizá podría mostrarme algo amarillo, esos no parecen de mi talla —explicó pudiendo sentir la irritación de la mujer quien se fue inmediatamente.
—Dígame, ¿de dónde nos conocemos? Su rostro me parece vagamente familiar. —preguntó.
—Creo que pudo haberme visto en el funeral de Misty Frey —respondió.
—¡Por supuesto! La vi con la señorita Adler y mi compañera Genevieve —Rememoró.
—Claro, aunque si usted me permite la indiscreción, me sentí muy incomoda durante la conversación —Jill explicó—. Parece que hay un poco de tensión entre ellas.
—Tensión es decir poco —César sonrió, dejando ver sus dientes blancos y perfectamente alineados, era una bella sonrisa que a Jill le hacía pensar en los adoquines blancos e inmaculados del exterior—. Fueron el centro del escándalo hace cuatro años, creo que usted aún no vivía en la ciudad.
—Aunque hubiera estado aquí, yo soy una de esas personas que jamás se entera de nada —Jill mostró una sonrisa también—. ¿Qué fue lo que sucedió?
—Estuvieron comprometidas, entregaron invitaciones para la boda, tenían todo planeado —resumió—. Hubo rumores de infidelidad por parte de la señorita Adler y rumores de violencia entre ambas.
El hombre comenzó a pasar los dedos entre otras corbatas, parecía que era más necesidad de mantener las manos ocupadas que la búsqueda de algo.
—A la gente le gusta crear historias sobre otras personas —respondió, esperando un gesto delator.
César soltó aire por la boca y desvió la mirada, diciendo tácitamente que algo de verdad existía en esos rumores.
—Así es —César buscó un tópico nuevo mentalmente—. ¿Vino a comprar un vestido?
—Si, para una cita, mi primera cita con Yrene Adler —respondió Jill y vio en César una ligera sorpresa—. Sin embargo, ninguno parece perfecto.
—Déjeme decirle algo, no encontrará nada perfecto para la primera cita —Jill sonrió, casi incomoda, eso no le ayudaba—. Pero creo que puede impresionar a su dama, es usted muy bella.
—Gracias —aceptó el halago y decidió dar in disparo en la oscuridad—. Satisfaga mi curiosidad, ¿entre los talentosos pintores de Giuliano Stein, está el nombre Jill de Rais?
—Si, de hecho si —respondió César—. De hecho es a quien más me gustaría conocer, mi esposa suele sentirse más cómoda con otras mujeres.
—Ya la ha conocido, no la tiene que buscar, oficial Taylor —Le dedicó una amplia sonrisa y él dejó salir una pequeña risa, dándose cuenta de que ni siquiera había tenido la atención de preguntar el nombre de la mujer—. Lamento decepcionarlo pero nunca he enseñado, sin embargo sería muy feliz de compartir mis conocimientos.
—Me gustaría que conozca a mi esposa, así hablamos todos y podríamos llegar a un acuerdo —comentó—. Pero después me pongo en contacto con usted, la dejo atender sus asuntos.
Señaló con la cabeza a la vendedora que se aproximaba con un largo vestido amarillo, con un corsé exterior negro, adornado por encajes florales. A Jill la hacía pensar en abejas pero no era objetivamente feo.
—¿Desea mi número telefónico, oficial? —preguntó.
—La buscaré, soy policía después de todo —bromeó César, tomando lo que compraría para retirarse, Jill sonrió, pretendiendo que la broma le había hecho gracia. Quizá no debería acercarse tanto a ningún detective.
La vendedora quitó el velo protector del vestido para que Jill pudiese apreciar mejor los detalles y la suavidad de las telas.
—¿Qué le parece?
—Honestamente, no estoy segura pero me lo mediré —comentó—. ¿Puede mostrarme donde se encuentran sus probadores?
Acto seguido, la uniformada la llevó a los vestidores, las paredes eran de un color azul celeste para destacarlas de entre las blancas del resto de la tienda. Las puertas eran de madera oscura y los cubículos eran amplios, perfectamente podrían haber estado dos personas dentro y no se habrían tocado al cambiarse. En una de las paredes se encontraba colgado un espejo ovalado con un grueso marco dorado.
Cuando tuvo el vestido amarillo sobre su cuerpo no supo que decir ni que pensar. Sabía que le daría las miradas de las personas, su piel resaltaba con una luz inusual y le daba vida a diferencia de los colores fríos que hacían resaltar el verde de sus venas y lo enrojecido de su rostro cuando hacía frío.
No era lo que buscaba pero lo llevaría, después de todo a su vida empezaba a entrar la luz y cuando Yrene con su luminosidad aniquilara su oscuridad todo estaría bien.
No había rincón que la luz de su adorada no pudiese tocar ni distancia que su mano no pudiese alcanzar. Ni la podredumbre debería ser imposible de ser limpiada, el amarillo como la luz solar, la calidez le haría compañía cuando quisiera sucumbir a sus más bajos instintos.
Abrió la puerta del vestidor para mirarse en los grandes espejos del exterior. Observó su cabello cayendo en bucles por sus hombros, el corsé era quizá la única parte que no le gustaba, acentuaba su cintura, tan delgada que parecía que se rompería y también resaltaba sus hombros anchos, pero no le molestaban, al contrario, la hacían sentir fuerte y como si pudiese cargar al mundo sobre ellos. Recordó que su madre solía decirle que nadie jamás la encontraría deseable. Que era tan delgada que parecía enferma y que dios habría obrado con misericordia si de pequeña le hubiese dado muerte.
Todo eso había sido antes de que Jill le arrancara el corazón y lo hubiera devorado con espárragos y arroz.
—Le queda de maravilla —musitó la empleada—. ¿Usted que piensa?
—Que lo llevaré —respondió, aún interesada en su reflejo. Era fascinante como el vestido parecía haberla transformado en otra persona.
Dicho esto, volvió al probador y al entrar en las ropas que antes llevaba, se sintió extraña, como si hubiesen dejado de pertenecerle. Tal vez era tiempo de hacer otra metamorfosis y encerrar al monstruo dentro de ella.
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