Genevieve XX
Arrugó el papel en sus manos, era completamente ridículo.
La desgraciada se había dejado caer, el empujón que le dio no había sido ni lo suficientemente fuerte como para mover a un niño, mucho menos a una mujer de la constitución de Jill de Rais.
Pero ahora estaba ahí, con una suspensión escrita por su jefe y su arma retenida. De buena gana se habría metido una bala pero eso seguramente llenaría de placer a muchas personas y no podía permitir aquello.
Tomó sus cosas y se apresuró a salir de la estación, no tenía deseos de escuchar los sermones de César ni de aguantar las miradas de desaprobación de sus compañeros, definitivamente Jill había montado un espectáculo maravilloso. Viéndola sentada sacudiendo lastimosamente su vestido, con sus mejillas rojas y los ojos llenos de agua hasta ella misma se sintió culpable, se veía tan indefensa y pequeña, la lástima desapareció cuando Yrene entró en escena y Genevieve cayó en cuenta de que era un cuadro preparado para Yrene, para que Jill pudiese ser la princesa en peligro.
Entonces sintió asco.
El asco se convirtió en rabia al instante de recibir la suspensión firmada por Salinger.
Necesitaba aire, necesitaba dejar de pensar en el asunto.
Sus pasos la guiaron hasta la banca donde siempre estaba Edward Frey, esta ocasión no era diferente.
—Buen día, detective Oh —Le dijo el hombre cuando ella se sentó a su lado.
—No veo que tiene de bueno. —respondió secamente, no iba a tolerar que se burlaran de ella.
—Debe ser una delicia convivir con usted, golpea a esa pobre mujer y ahora es grosera con las personas que hacen que usted reciba una paga. —contestó y se levantó para reacomodar el cartel que había fijado a una de las farolas.
No iba a recibir nada de aquello.
—Pues me pagan muy mal, sépalo —contestó—. Además no son los impuestos de los limosneros como usted ni los de las putas como su hermana los que pagan mi salario, de hecho, no pagan impuestos.
El hombre arqueó una ceja, como si estuviera poco impresionado con su respuesta. Solo respiró con profundidad y negó con la cabeza.
—Ahora entiendo que usted no hiciera ningún avance en la captura del asesino, las mujeres como mi hermana no le importan, son putas, escoria, alimañas casi. —Habló, su voz temblorosa por el enojo que contenía—. Aunque usted haría bien en recordar de dónde salió, puede que su madre haya sido una puta o limosnera.
—Usted no sabe nada de mi.
—¿Acaso no sabe usted que su vida es de dominio público?
El hombre la miraba como si fuese estúpida. Pues claro que lo era, Yrene era casi una figura pública y ella casi fue su esposa, la prensa rosa se había dado festines con su historia personal. Y también con su relación, algunos la pintaban como la dama rica que se había enamorado de una joven promesa que había salido de la nada, otros, los más, habían dibujado a Genevieve como una cazafortunas, una oportunista y trepadora social.
—No todo lo que se lee en los periódicos es cierto.
—No, pero creo que hay algo de cierto cuando dicen que usted no está especialmente preocupada por la justicia. —afirmó—. Yo organicé las patrullas ciudadanas, el detective Taylor ha enviado a revisar las condiciones de bares y burdeles, ha hecho que cerraran los que operan fuera de las leyes, Yrene Adler paga los investigadores, nuestras comidas y abrigo, el comandante Sallinger mantiene a raya a la prensa, su compañero Turner ha ido a solicitar una audiencia con nuestra princesa. Y usted no ha hecho nada más que atacar a la nueva prometida de una mujer con la que terminó una relación hace años.
—¿Cree que a Yrene Adler le importa la justicia?¿O a Sallinger? ¿Cree que a ellos les importa su hermana?
—Quizá no, quizá Sallinger solo hace el trabajo por el que le pagan y quizá la señorita Adler tiene una vida demasiado aburrida y se entretiene resolviendo esto —dijo—, pero hacen o al menos lo intentan.
—¿Intentar es suficiente?
—Desde luego que no pero intentar lleva a lograr cosas y lo que estoy diciendo es que usted ni siquiera lo intentó —aseveró, siguiendo con la mirada a un hombre que entró corriendo a la estación—. Disculpe, ahí viene la patrulla de anoche, tengo que hablar con ellos. Que tenga un excelente día, detective Oh.
Dicho esto, el hombre se levantó y alejó de ella para acercarse a un grupo de hombres y mujeres notablemente cansados. Y, como siempre, llenos de reclamos.
En el escritorio de César había un nuevo archivo y una nueva victima, una en verdad desconcertante: la dama había desaparecido la noche en la que Yrene se comprometió con Jill de Rais y para empeorarlo, había desaparecido de esa fiesta. Más de media centena de personas y nadie notó con velocidad la ausencia de la dama.
Lone Iland enfurecía más, minuto a minuto. No era para menos, si, había sido una mesera pero al final empezaba a encender alarmas entre la sociedad que mujeres comunes empezaran a perder la vida, ya no podían justificar los crímenes con la profesión de las victimas, al inicio a nadie le importaban mucho, eran prostitutas, alimañas de la calle. Pero con el asesinato de la niña. ¿Cómo se llamaba? No importaba, su muerte había cambiado las reglas del juego, no había limites por profesión o estatus y esta última victima lo confirmaba. La asesina no conocía ninguna clase de límites.
Al menos ese ya no sería su problema, después de todo tenía una suspensión de un mes.
La pregunta que rondaba su mente era otra. ¿Qué haría durante un mes? No tenía más amigos que César y no tenía pareja, tampoco tenía pasatiempos. Aunque si poseía una larga de cosas que intentó y terminó abandonado cuando perdieron la novedad.
Caminó por las calles, no tenía mucho interés en ver escaparates o tiendas pero trataba de prolongar su llegada a su casa, ahí no tenía mucho que deseara hacer, claro, tenía limpieza que hacer y cosas que ordenar pero fuera de ello, no tenía demasiado.
Cruzó el puente a pie y llegó a su barrio un poco más despejada, los vecinos no la miraban con especial aprecio, tenía que admitirlo, no era una gran vecina pero lo que la coronó como la peor, fue la pelea que tuvo con Yrene el día en que terminaron, los vecinos habían llamado a la policía y a César, quien tuvo que forzar la puerta para entrar.
Los odió un poco, ninguno sabía que había pasado dentro pero se sentían con el derecho de señalarla y esparcir rumores de ella siendo una pareja violenta. Y su odio era correspondido.
Era una mala idea pero el mensaje ya había sido enviado, se dijo que lo peor que podría suceder era que el hombre jamás tuviese la decencia de responder.
Recordó lo que había puesto en la nota: «Ministro Maersse, le solicito una reunión el día doce del presente mes en el restaurante Himmel a las diecisiete horas con el propósito de resolver un asunto personal que hasta ahora no he sido capaz de cerrar. Atentamente, Genevieve Oh.»
Había sido poco formal y bastante criptica e incluso sospechosa al pensarlo en retrospectiva pero el mozo se había ido hacía un rato ya. Estaba aburrida en su apartamento y limpiarlo no era una opción, tenía tanto desastre que el sólo pensar en acomodar le agobiaba, no habría estado segura por donde comenzar. ¿Cuándo había acumulado tal desorden? Yrene nunca lo habría permitido, cuando estaban juntas, a menudo iba a hacerle la limpieza y preparar comida para recibirla con una deliciosa cena caliente y el refrigerador lleno. Y ahora Yrene se casaría con otra mujer. No era justo, Yrene no tenía a derecho. Tenía que dejar de pensar en ella, ella ya estaba con la siguiente persona y con seguridad no le dedicaba ni un solo pensamiento en el día.
Quitó abrigos sucios de su sillón y se recostó en el, de manera perezosa extendió su brazo para alcanzar un libro que se había dispuesto a leer meses atrás luego de comprarlo en un viaje a Jersey pero que nunca había iniciado, ese era un buen momento. Lo abrió y se sumergió en las palabras, una protagonista que había sido engañada y vendida por su novio a un prostíbulo en la lejana India, era desgarrador pero bellamente narrado.
Se acomodó sobre su costado para seguir leyendo con comodidad, se estaba enganchando y aquello era inusual pero reconfortante, al paso de tres cuartos de hora se cansó y se decidió a levantarse, preparar un café y continuar su lectura.
Un mal movimiento hizo que su libro cayera y de sus páginas saliera un viejo recorte de periódico con un titulo que le pareció peculiar:
«A un mes de su deceso, homenaje a Jolene de Rais. Nos acompañan sus hijas Janine y Jill.»
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