Epílogo II: La oscuridad que abraza
El timbre llamó su atención y se aproximó con presteza a la puerta, al abrirla se encontró con el rostro afable del cartero que le entregó su correspondencia, ella a cambió le dio unas cuantas monedas como propina.
Se dirigió a su estudio con las diversas cartas en sus manos, repasó una tras otra, cuentas, invitaciones y alguna publicidad. Ninguna tenía el mayor interés para ella, Dahlia se hacía cargo de todas aquellas trivialidades. Deslizó una a una entre sus dedos. Hasta la última, cuando sus dedos se encontraron una textura ajena: un sedoso papel blanco con sello de la nueva nación Islandesa.
Sintió su corazón detenerse y omitir un latido. Existían dos remitentes que podían estarle escribiendo desde aquella tierra que ella consideraba un congelador sin encanto, ninguno de los dos era bueno.
Abrió el sobre y se encontró un fino papel membretado con cuatro iniciales doradas: Y. R. A. M.
Yì Rén Adler Mærsse.
De repente hacía frío en pleno verano y el cielo se ennegrecía. Un escalofrío quería escalar por su cuerpo y ella quería mantenerlo a raya, casi inevitable, pues su piel se erizaba y su calor corporal amenazaba con abandonarla. Ya en el estudió peleó por mantenerse en pie y dejó caer el resto de irrelevantes misivas.
Se rindió.
Se sentó, trató de recuperar la compostura y aunque lo intentó con ahínco, sus ojos no fueron capaces de enfocar ni una sola palabra. Sentía la habitación volverse pequeña y sus pulmones negarse a funcionar. Frío, tenía frío aunque los rayos del sol habrían podido quemar incluso a través del cristal.
Luchó por la respiración, por aire, por vida y cuando al fin su cuerpo se llenó de oxígeno y su corazón abandonó la arritmia, sujetó la carta entre sus dedos.
«Dulce Jill De Rais:
Ainsi bas la vida, mon chérie. Nos vimos forzadas a separar nuestros caminos por un amargo tiempo, está aun fuera de mi conocimiento si estaremos alejadas durante más meses, años o dolorosos siglos. Sin embargo, quería mostrarte que vayas a donde vayas, mis palabras lograrán acariciarte; sé que pensarás en mi, que las nubes de la tormenta harán que recuerdes mis ojos y mi mirada, que pensarás en mi cabello y mis pestañas cuando la oscuridad de la noche te abrace.
Yo pensaré en ti cada día que permanezcamos distantes, te veré en las pinturas de Emilia Goya, en la oscuridad de los bosques y en la naturaleza muerta en las galerías.
Voy a darte mi corazón sangrante en esta misiva, no, ni por un instante te sientas mal. Ahórrate la compasión. Tu alcanzaste un lugar en mi corazón que pensé que no podía ser tocado y me recordaste de mi humanidad pero también me hiciste rememorar a esa parte que muchos creyeron conocer y que no pudieron siquiera vislumbrar.
Con tu dulzura toxica, tus palabras envenenadas y tu mano delicada reviviste al monstruo.
Pasé días a tu lado, mirándote. Mientras tu mirabas a la fantasía yo te veía a ti. Me preguntaba si podía extirpar la oscuridad en ti, si podía exorcizar los fantasmas en tu interior.
Cuando te observé en todo tu horroroso esplendor por mi mente pasó la idea de que no podría arrancar la impureza de ti.
Pero conforme los días pasaron me quedé con el entendimiento de que no hay oscuridad que mi luz no pueda desvanecer, no hay impureza que no pueda extirpar, enfermedad que no pueda purgar ni rincón que mi mano no pueda alcanzar.
Te escribo para extender una promesa que le hice a los restos mortales de la amada hermana que me quitaste y a lo que dejaste de Genevieve, quien no pudo vivir lo suficiente como para que pudiese comprender que siempre la amé.
Te prometo, Jill de Rais que verás la luz.
No temas, Jill, te voy a alcanzar y te liberaré, eliminaré cada macula de tu alma.
Cuando estemos juntas al final te juro que no quedará nada de tu oscuridad pero te aseguro también que el mundo no dejará de encontrar tus pedazos durante mucho tiempo, que tu legado será un bello lienzo tintado en rojo y trozos de tu corazón en una bandeja de plata.
Exorcisaré la oscuridad de ti, arrancaré las sombras de tu alma y devoraré tu impureza.
¿Recuerdas que me dijiste que te arrancarías el corazón del pecho por mi? Hace tanto de esa promesa pero la sigo mirando y un día iré a reclamarla. A reclamar lo que me pertenece. Me perteneces.
Dile a Dahlia, la eterna ingenua, que ni siquiera sueñe con interponerse entre tu y yo o me olvidaré del amor que alguna vez tuve por ella, que me olvidaré de que existió un tiempo en el que la llamé mi hermana, dile que si me estorba compartirá tu destino, entrará en un halo de luz que la aniquilará. Dile, dile que me duele que haya decidido verme como su enemiga y no como su familia pero que me liberó del peso de la duda.
Me corrijo, no le digas, mejor agradécele por mi, por que ahora sé que es lo que tengo que hacer y ahora sé quienes son la maleza en mi camino, la tierra infértil bajo mis pies que necesita purificarse con el fuego y la luz abrasadora.
Suplícale que elija bien, suplica que no interfiera, que siga sus planes de boda y sus clases de dibujo. Suplica que siga adelante y no te convierta en su carga ni su martirio. Porque yo no cerraré los ojos a su complicidad. Si le tienes afecto, no permitas que caiga en mis manos o la espada de mi esposo.
No tengas miedo, por favor. Disfruta de tu vista al río, de la brisa veraniega, del silencio invernal, del cielo azul y el olor de las flores. Goza cada minuto hasta nuestro encuentro, piensa en mi. Piensa en ellas, piensa en como cortaste a mi amada Genevieve en trozos y los dejaste como decoración, piensa en mi dulce hermana Krystal, cuyo único crimen fue su humanidad, piensa en César, a quien le arrancaste una hermana y una amiga, piensa en el amor que traicionaste y a las personas a las que les fallaste, piensa en Liu Ning, tu sobrina, que cargó con el peso de tus pecados y soportó los dedos acusadores. Piensa y si en ti queda un ápice, un rastro de humanidad, espera por mi.
Déjame darte alcance, terminemos con esto. No me hagas correr detrás de ti, no hagas a mi amado convertirse en tu persecutor y no te conviertas en la sombra que me aparte más del tiempo necesario de mis hijos. Entrega paz a los viudos, huérfanos, padres y hermanos de tus victimas y si ellos no te interesan, al menos da paz a aquellos que dijiste amar, a mi que estuve a pasos de convertirme en tu esposa, a la sobrina a la que juraste guardar de la maldad y traicionaste, a ese amigo que destruiste. Y a ti misma, déjame darte la paz que siempre anhelaste y no vivas con el terror de preguntarte cuando será tu último día sobre esta tierra.
Perdona la redundancia de esta carta, a menudo los sentimientos y la sinceridad tienden a ser repetitivos y los míos no son la excepción.
Con todo mi corazón, Yì Rén.
Y por favor, no escondas tu rostro de mi, mi dulce pendiente, tienes una cita con la verdad.»
Tomó aire. Y más. Y no era suficiente. El pasado al fin le había dado alcance, su adoración al fin reclamaría su pertenencia. Las palabras danzaban en su cabeza y trataban de procesar la amenaza pero a su vez, estaba emocionada, por fin podría explicarse, al fin el exilio podía terminar.
—Jill, ¿qué te pasa? Parece que viste un fantasma. —cuestionó Dahlia desde el marco de la puerta, luciendo consternada.
Jill de Rais buscó las palabras y su cerebro las borró durante un instante, en el que fue capaz únicamente de extender la misiva a su interlocutora. Cuando Dahlia le quitó el papel, Jill encontró sus palabras.
—El sol ya viene. —dijo con el hilo de voz que el escaso aire en su pecho le permitió.
Gracias por llegar aquí, nos vemos.
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