César XIII
«¡Estoy embarazada, otra vez!». César repasaba las palabras de su esposa una y otra vez.
Una pequeña parte de su ser tenía miedo, era imposible sentir paz en la ciudad. No se sentía tranquilo al ver a su esposa salir ni al ver a su pequeña jugando en los parques, andando con su bicicleta, ajena al horror de las calles.
Trató de hacer a un lado sus inquietudes y retomó la lectura del reporte frente a él.
Yrene estaba jugando con él y con Genevieve. A él, dándole los reportes llenos de rigurosos y molestos detalles redactados por Arthur Hulme y a Genevieve haciéndola ligeramente a un lado en su caso.
No es que sintiera que tenía autoridad para sentirse ofendido, él sabía perfectamente lo que ocurría entre Krystal y Genevieve. Y guardó silencio.
Pero habría preferido que Yrene le gritara, que lo pusiera en ridículo o que le dejase de hablar, aquello era más sencillo de sobrellevar, a diferencia de las pequeñas inconveniencias diarias que Yi Rén podía provocarle.
—¿Qué lees? —La voz de Genevieve lo interrumpió.
—Y aquí vamos —dijo en voz alta y la oficial de pie frente a él frunció el entrecejo—. Es el primer reporte de los Hulme.
—¿Y porqué te lo entregaron a ti? —cuestionó—. ¿Qué le sucede?
—Probablemente sabe algo que nosotros no —contestó—. Salinger nos quiere en su oficina, estaba esperando tu llegada.
Ginny lo observó y César vio algo en su mirada encenderse, estaba enojandose de manera anticipada.
Iba a ser una larga mañana.
Caminaron en paz, él detrás de Ginny, sus pasos resonando por los pasillos, si miraba por el ventanal podía ver a Edward Frey apostado en una banca metálica, en silenciosa protesta por su hermana muerta. Ejerciendo presión y azuzando a los inconformes.
Entró a la oficina del comandante Salinger, quién apenas los miró.
—Oficiales, tomen asiento —indicó y ambos obedecieron—. No les haré perder demasiado de su tiempo, como bien saben, obtuvimos la colaboración de investigadores externos y una cantidad ilimitada de fondos para resolver el caso de «Jack, el destripador».
—Obtuve, comandante. —interrumpió Ginny—. Yo la obtuve.
César de manera instintiva se frotó la sien.
—Y decidí que habrá cambios en pos de la eficiencia —Salinger se recargó sobre su escritorio, sin dar atención a Ginny—. Oficial Taylor, el caso es suyo.
—No —respondió Genevieve.
—Cederá toda la documentación, declaraciones y recursos al detective Taylor de manera inmediata y lo asistirá únicamente si él lo requiere.
—Este fue el verdadero precio de Yrene Adler, ¿No es así? ¿Sacarme de mi caso? ¿Mostrarme incompetente?
—No eres tan importante, Ginny, esto no se trata de ti —recriminó César sin pensarlo demasiado—. Comandante, antes de avisar a la prensa quiero reunirme con las familias para informarles de manera personal el cambio.
—De acuerdo, la reunión de prensa es a las once de la mañana —respondió—. También informaremos de la posibilidad de «Jane, la destripadora».
—Quiero solicitarle que se retenga esa información, comandante —respondió—. Si se trata de una mujer, podría sentirse a salvo al saber que buscamos un hombre. Pero si damos la información a la prensa podríamos ponerla alerta y perder ventaja.
—No tenemos ninguna ventaja, César —respondió Ginny—. No sabemos nada, no tenemos una línea de investigación ni nombres ni nada.
—Los Hulme me trajeron una larga lista de clientes problemáticos en burdeles y bares —aclaró—. Señalaron tres en particular pero no quiero descartar ninguna posibilidad, también trajeron muchos testimonios de cortesanas.
—Es absurdo, las prostitutas no hablaron con nosotros.
—No, pero si quisieron conversar con el dinero de Yrene Adler — afirmó el comandante y César no pudo evitar una sonrisa—. Debo admitir que es de utilidad.
—De nada. —dijo Genevieve.
César sentía un especial amor por su compañera, desde siempre habían sido ambos contra el mundo pero en ese momento lo estaba poniendo de pésimo humor.
—Es todo, oficial Oh, retírese —Salinger tenía menos deseo que nadie de oír la rabieta de Ginny, se veía en su rostro—. Díganme, Oficial Taylor, ¿qué nombres tiene para mí?
Genevieve se levantó y salió de la oficina, cerrando detrás de si la puerta con un azotón.
—Tengo muchos, le haré llegar la lista, pero algunos resaltan —contestó—. Y me temo que hay algunos apellidos importantes, como Sallow, Thompson, Stevenson y De Goya.
—Matthiu De Goya es extranjero, importunarlo sería crear problemas con Catania y España —Salinger soltó aire—. Sallow es casi intocable, aunque depende de qué Sallow hablemos, esa familia es un nido de serpientes.
—Hablamos precisamente de la cabeza de la serpiente, Abigail Sallow. —respondió y su jefe apretó los labios, sabía que si resultaba ser alguien poderoso no sería sencillo ponerle las manos encima—. Me pondré a trabajar de manera inmediata, comandante, tenga un buen día, lo veré en la reunión de prensa.
La cabeza le dolía, los familiares de las víctimas veían el cambio de detective como un retraso en la investigación. Como la policía de Lone Iland perdiendo valiosos minutos en burocracia, el único que no parecía disgustado era Edward Frey, que permanecía silente en su asiento, mirándolo y escuchando con atención.
—Oficial Taylor, dígame a mi y a todos los presentes, ¿qué hará diferente? —Finalmente el hombre interrumpió—. ¿Cómo sabemos que la investigación si avanzará bajo su dirección?¿O debería decir, bajo la dirección de «un ciudadano consternado» que paga detectives privados?
—Los hermanos Hulme son pagados por la policía de Lone Iland, lo demás son habladurías, Señor Frey —respondió César—. Lo que haré es no descartar ninguna posibilidad, como les dije al inicio de esta reunión, tenemos ya una lista de sospechosos y una nueva línea de investigación.
—Y se niega a decir más, no nos entrega nombres y tampoco comparte su conocimiento.
—Empatizo con usted, Señor Frey, pero lamentablemente la investigación debe proceder de la forma más discreta posible, no podemos arriesgarnos a alertar al asesino —respondió.
—Esa no es información, oficial Taylor —Edward mantenía un tono sereno—. ¿Cree usted que seríamos tan estúpidos de divulgar información que podría tranquilizarnos y hacer que se haga justicia?.
—Son sus palabras, Señor Frey —César no necesitó decir más para terminar de disgustar a los presentes—. Señores, señoras, por mi parte ha sido todo, les deseo un maravilloso día.
Les señaló la puerta con el brazo y les dedicó una incómoda sonrisa. Uno a uno salieron, todos iban vestidos de negro y tenían el mismo semblante sombrío. Faltaban personas, no encontraron familiares de cuatro de las víctimas y también faltaba la familia de Christine Lewis, la última victima encontrada.
Apoyó las manos en el escritorio y soltó aire, extrañamente acumulado en su cuerpo.
Christine era tan pequeña, tan joven. Algo tenía que hacerse pronto. No se dio cuenta cuando se quedó solo y tampoco cuando una alta silueta se recargó en el marco de la puerta.
Aunque por el rabillo del ojo podía verla, no fue sino hasta que se enderezó que pudo ver a la dama: Jill de Rais.
—Buen día, oficial Taylor —musitó la mujer.
Era bella, con su cabello rubio oscuro y sus ojos rasgados, alta como pocas mujeres.
—Señorita De Rais —Saludó con la cabeza—. ¿Puedo hacer algo por usted?
—Realmente solo vine a invitarlo a almorzar, debe estar abrumado —contestó ella, tenía una voz delgada y que no correspondía a su edad, sonando aún como una jovencita—. Las noticias viajan muy rápido.
—¿En serio?
—La oficial Oh hizo un pequeño espectáculo en la pastelería de la Señorita Adler —admitió con vergüenza—. Sé que es de mala educación escuchar las discusiones ajenas, pero no fueron pocos quienes se enteraron de que el caso le fue transferido a usted.
—Lamento que Genevieve fuese a incomodar a la Señorita Adler y a usted —respondió, la punzada en su cabeza acrecentándose—. A veces ella permite que sus emociones la controlen.
—Usted no tiene que disculparse por las acciones de alguien más, realmente vine a ver cómo se encuentra usted —Ella le sonrió débilmente y le puso una mano en el hombro—. Todos están pensando en otras cosas y si bien este es su trabajo, nadie debe pensar en la inmensa carga y presión que le han impuesto.
—Usted está aquí.
Se sentía extrañamente reconfortado, era cierto, Ginny pensaba en su reputación, las familias pensaban en sus muertas y la sociedad miraba expectante. Y había sentimientos que no podía compartir con su esposa, lo último que deseaba era asustarla.
—Así es, si me lo permite, me gustaría invitarlo a almorzar antes de la rueda de prensa —Jill quitó la mano de su hombro.
—¿Cómo supo...? Genevieve, ¿correcto?
—Estaba muy enojada —informó la dama—. Incluso dijo que nunca esperó que su hermano le diera una puñalada por la espalda.
—Aceptaré ese almuerzo, ¿trae auto?
La mujer asintió y caminaron juntos por la estación, desde la ventana César volvió a ver a Edward en su banca, en compañía de varias mujeres con letreros de protesta.
Ambos salieron con presteza y subieron al vehículo.
—Me sorprende que no se encuentre con la Señorita Adler —dijo César después de cerrar la puerta del auto—. Me parece que hacen una linda pareja.
—Se lo agradezco —Jill empezó a conducir—. Yrene llevó a mi sobrina de paseo esta mañana, mi dulce niña necesita distracciones.
—Pensé que sería su hermana quién vendría a la ciudad —contestó César.
—Infortunadamente mi hermana padecía un mal cardíaco y falleció, ahora su hija Liu Ning está a mi cuidado —La mujer respiró profundamente y miró al frente, aunque las lágrimas llenaban sus ojos—. Estará conmigo durante el verano y luego volverá a su universidad en París.
—Lamento mucho su pérdida, Señorita de Rais —César no estaba seguro de que más podía decir, aquello había matado la conversación.
—Jill, use mi nombre, oficial —Dio vuelta en una esquina y se detuvo frente a un pequeño restaurante—. Mi intención es ofrecerle mi amistad.
—Entonces, llámeme César.
Ambos entraron y tomaron una mesa lejana a las ventanas y ordenaron de manera rápida. Fueron atendidos con presteza, era simple, huevos estrellados, pan tostado, acelgas hervidas, pan dulce y café negro.
—Dígame, Jill, ¿está usted feliz con la Señorita Adler?
—La verdad si, es una maravillosa persona —respondió, Jill rompió la yema del huevo en su plato con un tenedor y dio un bocado.—, pese a lo que muchos digan, es muy atenta y se preocupa por las personas.
—Eso yo lo sé —César dio una mordida a su pan dulce—. Yrene es una buena persona, incluso pagó el funeral de la última victima de «Jack, el destripador».
—No me lo comentó —afirmó Jill.
No le resultó sorprendente, Yrene Adler acostumbraba a gastar pequeñas cantidades de dinero en hospitales locales, en la educación de muchachos poco privilegiados, entre otras cosas que trataba de mantener en secreto. Cómo si no deseara que el mundo viera que posee un corazón.
—Yrene no habla de las cosas que hace por las personas —dijo, no sabiendo si era prudente de hablar de las pequeñas muestras de generosidad de Yrene.
—César, ¿desde cuándo es amigo de Genevieve Oh? Honestamente me intriga, ustedes son muy diferentes. —Ella le sonrió ampliamente—. Usted es tan agradable y ella es tan temperamental...
—Es una persona muy dulce —De inmediato pensó que Jill tendría otra impresión y sintió el impulso de ser indiscreto-. Seguramente no es su impresión, con riesgo de ser entrometido, ¿toma usted en serio la advertencia de Genevieve?
Jill frunció el entrecejo y llenó de aire sus mejillas para después dejarlo salir.
—Sonaré como una mujer terrible pero no, me es muy difícil de creer que Yrene Adler pudiese ejercer violencia, si es muy directa y falta de tacto pero no agresiva —respondió bajando la mirada, avergonzada con su confesión—. Y tampoco es como que Yrene pueda ser una amenaza física.
Aquello era cierto, la Señorita Adler no excedía el metro con sesenta, ni los cincuenta y cinco kilogramos. Igualmente le pareció una observación cuando menos extraña.
—Pero es suficiente de Yrene, cuénteme de usted —Jill apoyó sus codos en la mesa—. Sé que tiene esposa, pero nada más.
—Así es, vivo felizmente casado, tengo una hija de ocho años y un nuevo bebé en camino — compartió.
—Que lindo, ¿Cómo se llama su hija? Y felicitaciones, debe ser una enorme bendición.
—Anastasia, igual que mi esposa —Bebió de su té—. La llamamos Nastya.
—Nastya, suena adorable —Ella bebió de su café—. A mi sobrina la llamo Nini.
—Suena muy dulce —contestó—. Mi Nastya es una niña muy activa, está aprendiendo a andar en bicicleta y ha roto muchos vestidos, estamos considerando mandarle a hacer pantalones.
—Eso es increíble, es lindo que busquen que se sienta cómoda —respondió ella—. Su pequeña es afortunada.
—El mundo está cambiando, debemos prepararla —afirmó, para él era un sinsentido educar a su hija con ideas obsoletas sobre lo que una niña tendría que ser—. Queremos que sea libre y feliz.
—Es cierto, el mundo cambia —respondió Jill—. Nastya en el futuro estará muy orgullosa de usted y su esposa.
—Eso espero, aunque en el futuro estará orgullosa de su padre abogado o juez y no de su padre policía —respondió—. Llevo muchos años ahorrando dinero para la escuela de leyes.
—¿Y ya está cerca de lo que necesita?
—No, aún no —admitió—. Siempre hay gastos que resultan prioritarios y realmente quiero pagar los estudios de mi esposa primero.
—¿Por qué? —cuestionó Jill, él la observó buscando algo negativo pero encontró auténtica curiosidad.
—Esto lo sabe todo el mundo, usted parece ser la excepción —respondió—. Nos casamos muy jóvenes, siendo menores de edad y ella lo dejó todo para trabajar y ayudarme a pagar la academia de policía, trabajaba hasta dieciséis horas al día para ayudarme, sé que no hay forma de pagar eso pero ella merece cumplir el resto de sus sueños, no solo el de ser madre y esposa.
—Parece que le avergonzara su historia.
Un poco, tal vez. Si bien las brechas de género empezaban a acortarse aún lo veían como poco. Un hombre incapaz de sostenerse a sí mismo no tenía derecho al orgullo.
—En lo absoluto, solo que ella es la mejor y yo quiero estar a la altura.
—Usted está a la altura, lo que hace es muy importante para todo Lone Iland —afirmó—. La verdad es que yo creo que todas estamos empezando a sentirnos inseguras en algún nivel.
—¿Usted se siente insegura? —preguntó, era un absurdo que alguien como Jill de Rais se sintiera de esa manera, evidentemente era alguien fuera del radar del asesino.
—Si y no, soy consciente de que no soy el tipo de victima del asesino —respondió—. Más que inseguridad, es incertidumbre, por mis vecinas, mis amigas, mi niña y por Yrene.
—Lo comprendo, sobre todo después de la última.
—Fue un crimen terrible —Jill frunció el entrecejo e hizo una mueca de consternación—. No puedo imaginar la tristeza de su familia.
—Los gritos de la madre fueron desgarradores, he de admitir —afirmó y se propuso a cambiar el tema—. Dígame, Jill, ¿su profesión le apasiona?
—Tanto como el primer día —contestó—. Desde que era pequeña sabía que el dibujo y la pintura eran lo que quería hacer por el resto de mi vida, aunque tuve malas experiencias en el camino.
—¿Cómo cuáles?
—Hay una en lo particular que sucedió cuando me gradué, un profesor me dijo en la ceremonia que mi capricho se satisfizo —contó—. Que ya podía volver a los cultivos de arroz, que aún con mi mejor vestido parecía salida de una plantación en Beijing.
Hizo una pausa y bebió de su café.
—Durante un instante, no entendí, mi padre era caucásico, yo rentaba una bella casa en Londres mientras estudiaba, tengo un apellido occidental ¿por qué me trataba así? Me dolió tanto que pensé en que tal vez debería considerar otra profesión, que no había un lugar para mí —continuó—. Luego lo entendí, lo primero que la gente verá son mis rasgos mestizos, orientales y pensé que él no sería el primero ni el último en despreciarme, así que junté toda mi pasión para resistirlo y ahora estoy aquí, no tengo un nombre reconocido en demasía pero tengo lo que siempre quise.
—Es difícil creer que aún después de la unificación la gente aún diga cosas como esas —respondió César—. Aunque también he llegado a escuchar cosas así, pero siendo caucásico nunca son dirigidas a mi.
—Desde luego que no —afirmó—. Y efectivamente, es increíble que aún se escuchen ese tipo de comentarios.
César extrajo un reloj de su bolsillo y miró la hora, se les acabó el tiempo para almorzar.
—Jill, ha sido un placer conversar pero es momento de despedirnos —Llamó a la mesera con la mano—. ¿Le parece si dividimos la cuenta?
La mesera se aproximó y les ofreció la cuenta, antes de responderle, Jill de Rais la pagó.
—Usted invita la próxima vez —contestó la mujer con una sonrisa y miró a la mesera—. Conserve el cambio.
—Gracias —La empleada sonrió y asintió—. Les deseo un hermoso día.
—Vamos, César, lo llevaré a su conferencia —Jill se levantó y miró a la puerta.
Él le ofreció su brazo y ella se enganchó de el. Caminaron juntos hasta el automóvil y durante el trayecto conversaron un poco de sus aficiones y gustos, resultó que a ambos disfrutaban de las novelas románticas, los conciertos de cuerdas y el teatro musical.
Llegó a la conclusión de que tal vez, solo tal vez, podría encontrar una amiga en Jill de Rais.
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