Capítulo I
Fue entonces cuando su visión del mundo se vio comprometida, y todo gracias a un simple desvelo. Porque aquel desvelo tenía nombre y apellido, cabellera larga, muy larga, lisa y ojos cafés. Sabía cantar, bailar y actuar, por tanto, según sus intereses: ella era perfecta.
Alondra Martínez atravesó la vereda ante sus ojos bajo el tempranero sol de las siete. Iba retrasada, tanto como él, pero tampoco se le veía que avanzaba con demasiada prisa.
Permaneció quieto por un momento solo para verla cruzar la calle con aquella tan característica manera de caminar, elegante y pausada, como si la vida fuese una pasarela que se extendía infinita ante ella.
El semáforo, ahora en verde, le había cedido el paso hasta más allá del cruce. David, todavía absorto, anonadado, volvería en sí poco después de perder de vista la siempre llamativa figura de Alondra. Su reloj marcaba las 7:07 a.m. El retraso se volvió más significativo entonces al recordar que, tristemente, ya no le quedaban pases de entrada.
Corrió a toda prisa ni bien la luz del semáforo volvía a tintarse de rojo. El sol sobre su cabeza le fue calentando la todavía húmeda cabellera mientras su mente, ajetreada, revoloteaba entre tareas, exámenes y la figura de Alondra dibujando pasos por la vereda.
El oscuro portón del instituto se abre paso frente a él. El arco que hay más adelante parece mirarlo fijamente a la vez que, de fondo, resuena el bullicio matutino del estudiantado presente: aún no han desalojado el gran salón.
David suspira. Al parecer la suerte no lo ha abandonado todavía. Apresura el paso y se escabulle por el pasillo buscando evadir el gran salón. Doblaría por la derecha en busca de la escalera que lleva al primer piso y así, con sigilo, ser el primero en habitar el salón de clases.
–Justo a tiempo, Castro –dijo una voz a sus espaldas. David se detuvo en seco.
–No es lo que parece.
En su rostro, una expresión de intenso temor se dibujó a la vez que, con cierto nerviosismo, una sonrisa deformada se le escapó de entre los labios. Aquel que lo miraba fijamente se mantuvo serio todo el rato.
–Habíamos hecho un trato –musitó David, llevándose las manos a los bolsillos; –Deja de atosigarme por un rato ¿quieres?
–Solo quiero ver los avances –dijo el otro apartando la mirada por un instante; –No es para que lloriquees tampoco.
Un silencio pretencioso se resguardó entre ellos, a una distancia prudente, mientras las miradas de ambos permanecieron esquivas.
El bullicio que provenía de abajo comenzaba a agudizarse, clara señal de que la población estudiantil comenzaba a movilizarse. David reaccionó de entrecortado: sacó de su bolsillo un trozo de papel muy bien cuidado y le tendió la mano al visitante.
–Ahí tienes lo necesario, ya luego me avisas si quieres algún cambio –aclaró sin esperar respuesta. El otro, en silencio, solo se llevó el papel al bolsillo de la camisa, dio media vuelta y se marchó como si nada. Las voces de fondo comenzaron a estar cada vez más presentes y los pasos hacían eco escaleras abajo: el día acababa de iniciar.
David, por un instante, repasó mentalmente lo previsto para el día: inglés a primera hora, historia después del receso, la tortura de física después de eso y, como cereza del pastel, química al final del día.
–No tengo tiempo para esto –musitó al rascarse la cabeza con cierto fastidio. Más allá de las tareas y evaluaciones, sus pensamientos revoloteaban en muchas otras direcciones (y alguna que otra distracción desinteresada).
Entonces la figura de Alondra surgió una vez más ante sus ojos dejándole, como es costumbre, la mente en blanco, la boca abierta y la mirada perdida.
–Buenos días a todos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro