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Epílogo.

Despertó por el ruido de su teléfono.

Se sentía aturdido, no recordaba absolutamente nada de lo que había pasado. Parpadeó para acostumbrarse a la luz el sol, miró a su alrededor. Reconoció la entrada del bosque con sus árboles y sus matorrales. Casi de inmediato una presión invadió su pecho. Las ganas de llorar habían vuelto. Recordó todo.

¿Lo que vivió fue real? No quería creerlo, se negaba a creer que había perdido a Forest para siempre. En esos momentos no supo reconocer que lo que sentía en realidad era el dolor de la pérdida de un ser querido, de un conocido, no del amor de su vida. David ya no sufriría por ello. Muy lejos de su alcance se encontraba su predestinada, la chica con la que encontraría la verdadera felicidad.

Se levantó del suelo con dificultad. Tenía muchas preguntas, empezando por el ¿Cómo había llegado ahí? Recuerda haber caminado por horas, se adentró al bosque como nunca en su vida lo había hecho. Entonces ¿Qué hacía allí en la entrada? Por sí mismo no habría caminado hasta allí, eso lo sabe a la perfección, le exigió demasiado a su cuerpo. Se inspeccionó, extrañamente se sentía bien, completamente funcional.

Se sobresaltó al escuchar de nuevo el timbre de su teléfono. Alguien le llamaba. Lo sacó de su bolso al cuarto timbrazo. Cuando observó en la pantalla el remitente no se lo pudo creer. Su mano empezó a temblar y su semblante se convirtió en una máscara de sorpresa incomprendida.

Xavier le estaba llamando.

«Esto no puede ser posible» Su corazón palpitando con rapidez, las manos sudorosas, su instinto gritándole que todo era real, mas temía de que no lo fuera. A pesar del temblor de sus manos, fue capaz de contestar. Tragó saliva.

—¡Hasta que por fin agarras el teléfono! —exclamó la voz de Xavier desde la otra línea. David se quedó perplejo. Definitivamente era su voz—. Tenemos tres horas esperándote fuera del bosque. ¿Qué demonios haces? No... espera... Hernest...

—¡Te creía muerto, hombre! —La voz de Hernesto resonó por el auricular. David tuvo que recostarse de un árbol para no caer de la impresión—. ¿Aló? ¿Estás ahí? Demonios Xavier, ahí no hay nadie, como que le robaron.

—¿Qué? No puede ser —dijo el moreno sin colgar—. ¿Aló? ¿David, eres tú? ¡Di algo!

Inhaló profundo. No podía creerlo. ¿Realmente eran ellos? ¿O estaba teniendo un sueño? Parpadeó varias veces, incluso se dio un leve golpe en el brazo para saber si era real. Todo parecía indicar que sí. Casi llora de la dicha. Quería saltar, gritar.

—Estoy aquí. —murmuró—. Sigo aquí.

Soltaron un suspiro.

—Qué bueno. Ya imaginaba tu debilucho cuerpo tirado en un rincón de cualquier callejón después de ser profanado y robado de todo lo que cargases encima. —David rió. Definitivamente ese era Xavier—. ¿Qué estas esperando? Mueve tu blanco trasero, estamos en la plaza esperándote.

Y dicho esto, colgó. David sonrió, soltó una risa histérica en el bosque. Se sentía dentro de una ilusión, nada parecía real. ¿Cómo habían muerto? ¿Por qué? De cualquier modo se olvidó por completo de lo ocurrido antes, la herida que causó la ida de Forest había empezado a cicatrizar. Antes de andar hacia adelante, se detuvo, se dio media vuelta y miró el bosque. Observó el verde color, el olor dulce de su aire. Pronto no habría nada de eso.

—Te extrañaré, Forest.

Y sin decir más nada, avanzó hacia la salida. Ahí culminaba una de las etapas más extrañas y hermosas de su vida. De algún modo hubo un quiebre, finalizó algo que daría paso a un nuevo comienzo.

La salida fue ansiosa, temblaba en cada paso que daba, verlos de nuevo le producía un nerviosismo que comenzaba a controlar su cuerpo. Jugueteaba con sus manos, sudaba, sonreía sin quererlo en realidad. Cruzó y fue directo a la plaza, donde a lo lejos reconoció ambas figuras. El moreno con sus lentes le gritaba a alguien que jugaba en los aparatos infantiles, más allá estaba Hernesto, con su cuerpo rechoncho y su cara cuadrada. Estaban sentados en unos bancos, esperándolo a él, como siempre.

Al llegar observó cómo Xavier traía a su hermana Julieta, a regañadientes.

—Ya estás muy grande para los columpios, entiéndelo. —gruñó.

—¡Nunca se es demasiado grande para ellos! —replicó ella.

Ambos al llegar se dieron cuenta de la figura enclenque de David parada frente a los tres totalmente atónito de lo que veía. Xavier y Hernesto sonrieron al verlo, y sin esperar mucho abrazaron a su amigo. David no reaccionó de ningún modo, ni siquiera lloró.

—Esto es real. —murmuró. Sonrió, la alegría no parecía caberle en el pecho.

—Sí, es real que te estemos abrazando al mismo tiempo, lo que parece muy homosexual, lo sé. —Xavier se separó con una risita—, mas mi corazón siempre será de una fémina. Y no me preguntes por qué me abalancé hacia ti como si tuviera meses sin verte. Sentí esa necesidad y ya.

—Completamente. Fue instantáneo. —apoyó Hernesto.

—¿Por qué están aquí? ¿Qué recuerdan?

Ambos amigos se miraron los rostros, confundidos. Julieta abrazó a David.

—¿A qué te refieres? —inquirió Xavier—. Estamos aquí porque ayer nos pediste que viniéramos a acompañarte. Al parecer tenías algunos asuntos en el bosque que resolver, cuestión que me parece muy extraña porque sueles invitarnos a todos lados —Hernesto asintió—, tú entraste y nosotros decidimos esperarte aquí afuera como los buenos amigos que somos. ¿A que sí lo somos? Y bueno, dio la casualidad que Julieta regresó del campamento al que había ido por vacaciones anoche, y me la tuve que traer porque mamá sigue molesta con ella desde la escapada que se echó con sus amigas.

—No hicimos nada malo. —refutó Julieta cruzando sus brazos. Su cabello esponjoso se movió al ella voltear su rostro en un gesto de enojo—. Entramos al bosque y nada malo pasó. No entiendo la angustia de esa mujer.

«¿Nada pasó? Desaparecieron por meses. —Quiso decirles, mas no parecía adecuado en esas circunstancias—. ¿No recuerdan nada de aquella noche?»

—Su angustia es porque se cuentan cosas muy malas de ese lugar. ¿Y si te hubiesen robado ahí dentro? Que yo sepa, no tienen ninguna amiga que se parezca a mi grandote amigo para que les proteja. —Le guiñó el ojo a Hernesto dándole pequeños codazos en el pecho.

—Sí, bueno. No hemos hecho grandes cosas en estas vacaciones. Es un poco extraño, porque recuerdo lo que hicimos estos últimos meses, pero a su vez siento como si en realidad no hubiésemos hecho nada. ¿Tú no? —preguntó Hernesto. David negó.

—De hecho, yo siento exactamente lo mismo. Es demasiado extraño. —Xavier se encogió de hombros y tomó de la mano a Julieta—. Nada que hacer, es tiempo perdido y olvidado. No hay que desistir, todavía queda una vida por delante que descubrir y miles sitios que visitar. ¿Qué les parece si nos vamos por hoy? Me siento un poco cansado.

—Lo mismo digo. Me duele la cabeza. —agregó Hernesto.

David no habló mucho en el camino de ida. Se dispuso a oír la gran cantidad de historias que entre Xavier y Hernesto obtuvieron de algún modo desconocido. Todos esos recuerdos tapaban el agujero temporal en el que estuvieron atrapados en el bosque de Arlesia. Contaron las discusiones en sus hogares por la universidad, algunos embrollos en los que Julieta se había metido, los viajes de ellos tres al cine y a la piscina local. Recuerda que Hernesto bromeó sobre el bosque y lo muy normal que era. Lo definió como «poco especial» Xavier fue un poco más cruel, esperaba encontrarse dentro de una película de terror en donde encontraría cabezas decapitadas y brujas ahorcadas entre las ramas. «Decepcionante»

David se abstuvo de contarles todo. No podía, no le creerían. Al parecer alguien muy por encima de un simple humano como él se encargó de rellenar el tiempo perdido. Julieta continuaba tal y como la recordaba, le dio la sensación de estar más alta, pero se lo atribuyó al tiempo que tenía sin verla.

No hubo grandes cambios esa semana. No salió como deseaban sus amigos. Necesitaba pensar. Le costaba asimilar cada un de las situaciones que vivió con Forest, incluso llegó a creer que en realidad no existieron, que hubiesen sido una simple y cruel ilusión. Acostado en su cama miraba al techo. Su vista se perdió en las paredes y observó los porta-retratos, de nuevo estaban sus amigos. Y de repente su mirada azuleja se depositó en un pequeño trébol de cuatro hojas que había mandado a enmarcar. Se arrodilló sobre el colchón y lo tomó entre sus manos. Esa era la prueba de que ella en realidad sí había existido. Sin haberse dado cuenta una lágrima cayó sobre el cristal, le siguieron otras. Juntó su frente al marco mientras sollozaba.

David no lo sabía, pero muy lejos de su alcance y de su memoria existieron fuerzas que acercaron a sus dos almas, las alejaron, las volvieron a acercar, y finalmente las separaron para siempre. Él no comprendía por qué ya no sentía ese incontrolable sentimiento que le embargaba al pensar en ella; algo dentro de él había cambiado, algo se había esfumado con vertiginosidad.

Con el pasar del tiempo la herida cicatrizó. El amor se desvaneció con la premura de una tormenta pasajera. Al pensar en ella, en su bondad, en su inmenso querer hacia la naturaleza, no sentía sino nostalgia. Le recordaba como un ente todopoderoso que dio su vida por algo mucho más grande que toda la humanidad junta. Y eso era irremplazable.

La Tierra misma sintió el fallecer de Forest. El mundo entero se removió intranquilo por un largo y tortuoso mes. Se reportaron sismos de magnitudes muy altas en los cincos continentes del mundo. Huracanes de niveles altos desbastaron ciudades enteras, olas de metros elevados llevaron a las costas toneladas de basura de muchas generaciones pasadas. La humanidad estaba siendo castigada por todos los siglos de daño. La tierra se estaba anunciando, gritaba, pedía clamor, y muchos humanos se dieron cuenta de ello al observar su vida en cimientos. Las bajas humanas fueron incontables, murieron aplastados por sus edificios, o ahogados en el mar. En Arlesia milagrosamente no ocurrió nada. Para David fue obra de acción divina. ¿Los motivos? Nunca los supo.

Un mes después todo se apaciguó. La naturaleza continuó resistiendo y la humanidad volvió a tomar el rumbo de antes. La diferencia yació en la gran cantidad de movimientos activistas de ecologistas que marchaban y protestaban por el futuro del mundo. Constantemente elaboraban proyectos de conservación ambiental, se unían en grandes grupos para limpiar las ciudades, los bosques, playas y llanos que se encontrasen. Colocaban botes de basura y hacían programas de educación para los infantes.

Ser ecologista se volvió una moda.

No faltaban los que se unían para subir sus fotos a las redes sociales, escribir frases sacadas de internet e invitar a otros a que se unieran. Para David, fue algo bueno. De algún modo se fueron uniendo más personas a la causa y cuando llegó a Arlesia, los tres amigos no dudaron en ayudar. El bosque fue visitado nuevamente. Primero un gran grupo de ecologistas capacitados y experimentados inspeccionaron el lugar y lo prepararon para abrirlo al público. El gobierno contribuyó aportando cierto capital para la inversión en botes de basura, afiches y carteles informativos sobre la importancia de la preservación natural.

Todo estaba marchando muy bien. Salvo que era moda.

Y como toda moda, dura un par de años.

La siembra de árboles cesó, el pequeño grupo de ecologistas que quedaban ya no eran escuchados, y el hombre sumido en su enorme idiotez regresó a tirar un frasco de plástico al mar. Todo el progreso logrado en ese entonces fue perdido en un par de meses.

Por otro lado, David una semana después de haber presenciado la muerte de la guardiana, le llamaron a su casa desde el Centro de Donaciones de Arlesia. Le habían encontrado un corazón clínicamente apto para él. Su salud había empeorado y ya tenían pensado hospitalizarlo cuando la noticia llegó.

Ese día todo fue un completo caos. Corrieron al hospital para que se sometiera a la operación. Le volvieron a dar charlas sobre los riesgos que conllevaba y las probabilidades de vida que tenía. Nadie les explicó por qué fue escogido si tenía a siete personas antes de él. Parecía una perfecta casualidad del destino. Los doctores le hicieron algunas pruebas y finalmente le dijeron que el momento había llegado. David apretó el marco donde se hallaba el trébol que Forest le había dado. Era vivir o morir.

Todos sus amigos y su familia le acompañaron. Su madre lloraba esperanzada que todo fuera a salir bien. Xavier y Hernesto les daba ánimo, y antes de que se llevaran a David, le sonrieron con amplitud. Le dijeron que saldría de eso, que todo estaría bien.

Recuerda que le recostaron de una camilla y lo transportaron de una sala a otra. Habían muchas enfermeras moviéndose de un lado a otro. Una de ellas se le acercó para suministrarle la anestesia. Tenía un aura especial, no sabría explicarlo, de algún modo no encajaba, mas emanaba una paz que apaciguó su nerviosismo. Llevaba un peculiar aroma a orquídeas. Era joven y al moverse lo hacía con una elegancia única. David prontamente se sintió adormilado, mas no paraba de observar los ojos cafés de aquella mujer. Le pareció que en sus ojos había un brillo que no era de ese mundo.

Mientras le inyectaba el líquido, él preguntó en un murmullo:

—¿Cómo se llama mi donante?

Antes de dormirse por completo, antes de que su consciencia volara a otros lugares, notó como la mujer sonreía por detrás del tapabocas. Se le acercó y susurró unas palabras en su oído que no comprendió. Luego de eso, se durmió con el recuerdo del agradable olor a orquídeas.

—Laurel.

Pasó tres días en la Unidad de Cuidados Intensivos sin abrir sus ojos. Los médicos controlaban con frecuencia el avance y cómo su cuerpo reaccionaba ante el nuevo corazón. Entre todos, el caso de David fue especial, un milagro del "Todopoderoso" pues no presentó ningún tipo de infección o rechazo. Fue un paciente perfecto, irreal.

Despertó a los cuatro días. Su familia estaba muy contenta por él. Sus amigos continuaban a su lado, parecían que no habían descansado mucho. Nunca lo abandonaron. Nunca se fueron.

Duró un mes en el hospital, le dieron de alta cuando los doctores consideraron que era necesario, sin embargo le recomendaron que permaneciera cerca del hospital y que informara de forma inmediata si se presentaba alguna reacción desfavorable para David. Por fortuna no fue así. Asistió puntual al control médico. Le dieron buenas noticias, todo marchaba a la perfección con él, no había hasta los momentos ningún riesgo y si continuaba así podría vivir muchos años. Fue un proceso largo y fatigoso, constantemente se realizaba exámenes, ecos, radiografías y exámenes de sangre, pero para David eso valía la pena.

Tendría que medicarse toda su vida para evitar el rechazo al nuevo corazón, mas había vivido toda su vida consumiendo pastillas, unas más no hacían la diferencia.

El tiempo transcurrió con mucha normalidad. Para él la facilidad con la que ocurrió el trasplante seguía abrumándolo, no parecía real. Cuando salieron para preguntar por el donante, dijeron que era de una mujer llamada Laurel, mas no le dieron otra información aparte de eso. No hubo una tumba a la que agradecerle, o un familiar al que consolar. Nada.

Claro que David no lo sabía, pero todos los días visitaba la tumba de su donante. Puntual, desde las nueve hasta las once de la mañana, visitaba el bosque de Arlesia, aquel que fue hogar de Forest. Ahí se tomaba su tiempo de caminar y deleitarse con el panorama que le ofrecía. Las personas empezaban a visitarlo, se iba llenando de lugareños y extranjeros. Estaba más que claro que ya ningún ente protegería a ese lugar. Todo lo que le hacía especial desapareció. No había joyas, ni cristales. Las flores y las plantas vivían y morían, cumplían su ciclo sin que nadie interviniera. El aire dejó su olor y se volvió normal, como el del resto del mundo.

Tres años después continuaba visitando el bosque. Observaba el crecimiento de los árboles que había sembrado junto con Forest, muy alegre comprobaba que continuaban creciendo con rapidez. Eran especiales al igual que su historia con la guardiana.

Ese día en específico recibió una gran noticia. Hernesto se comprometía con Gadné. Mostró la foto del anillo por un grupo de whatsapp. La menuda joven había vuelto una semana después de que ellos regresaran de la "muerte" Al parecer su hermano también había vuelto como por arte de magia, diciendo excusas que ella no se creyó. David tuvo la oportunidad de hablar con ella, parecía contrariada.

—Tú lo sabes. ¿No es así? Lo que pasó.

—Tal vez. —Se encogió de hombros.

—No me lo dirás, ¿cierto? —Él negó. Ahí murió esa efímera conversación. Jamás le contaría a nadie lo ocurrido con Forest. Ese sería su secreto más preciado.

Gadné cambió con la llegada de su hermano, se volvió más alegre y llevadera; apreciaba mejor a su familia, y con mucha rapidez se volvió parte del grupo de David. Posteriormente el destino se encargó de unir a los dos chicos que estaban predestinados a estar juntos. Hernesto se enamoró tanto que no tardó demasiado en volverla su prometida. David soltó una risita.

Inhaló profundo mientras se recostaba de un árbol. Jamás olvidaría cada una de las sonrisas que brotaron de sus labios en aquel terreno. Nunca olvidaría la figura imponente de su guardiana, o su melena rojiza; no olvidaría sus ojos esmeraldas, o las pecas que le brindaban color a sus mejillas. Nunca olvidaría a la persona que creyó amar, mas no fue así, lo que sintió en realidad fue un cariño que sobrepasaba la realidad, no era de ese mundo. ¿Cómo explicarlo? No podría y nunca lo haría. Se conforma con saber que lo inefable se desvaneció apenas ella se fue.

En ese lugar, muy lejos de la salida del bosque, un conector pareció encogerse, orillando a dos almas destinas a encontrarse.

Un bulto muy pesado cayó sobre David mientas observaba un nido de pájaros. Hubo un chillido por parte de él, y un gritico de dolor de alguien más. Algunas hojas se habían alborotado frente a David. El tiempo pareció andar en cámara lenta, las hojas danzaron con sutileza atraídas por la gravedad, y gracias a eso pudo observar a quien tenía encima.

—¡Perdón, perdón! No fue mi intención. —exclamó una mujer. Hizo una mueca mientras se sobaba el trasero. David no pudo dejar de mirarla.

Debía tener unos veintitrés años. Era alta y delgada. Su cabello liso era rojizo y lo tenía mal recogido en un moño que se asemejaba a una cebolla. Varios mechones se salían y se deslizaban sobre su perfilado y blanquecino rostro. De pocas pecas y ojos verdes muy claros que se hallaban detrás de unos cristales, usaba gafas de montura negra. Le sonrió a David al tiempo que le ofrecía la mano. Llevaba una cámara fotográfica colgando del cuello.

—Lo siento. No me fijé en qué rama me montaba. —Él aceptó su mano y se levantó—. Es un placer. Soy Lucía. ¿Y tú?

—David. —musitó.

Debía admitirlo, estaba anonadado por su belleza. Lo que no sabía era que ese encuentro no fue casual, ya estaba predestinado. Ambos lo estaban. El tiempo tenía la labor de sanar heridas pasadas y abrirle paso a nuevas vivencias que convertirían a las personas en mejores cada día.

Aquel bosque siempre sería recordado, de un modo u otro cada persona que recorrió sus campos se ligó a él de una forma especial. Cada uno de ellos tenía el deseo de protegerlo, y así fue como perduró a través de los años. La naturaleza era increíble, no importaba el daño pasado, de algún modo ella encontraba la manera de sobreponerse a lo que le hacían. Ahí, donde antes hubo un calvero sin vida, producto de un incendio que condenó a una guardiana, se alzaron hermosos árboles de troncos fuertes y hojas muy vivas. Los animales permanecieron en su hogar y continuaron con sus vidas a pesar de las adversidades.

La naturaleza, la tierra, continuaba luchando. Alrededor de todo el planeta fuerzas externas hacían su trabajo y la misma tierra ponía de su parte. Ella continuaría observando a los humanos en sus casas modernas, vería su destrucción siglos después y presenciaría el renacer de nuevas criaturas. El ciclo continuaría.

La naturaleza es vida y ella siempre prevalecerá por encima de todos. 

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