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Capítulo 8

Las palabras no brotaron de su boca. Sintió un incontrolable deseo de abofetearle el rostro. Simplemente no podía ir, deía pensar primero en todas las consecuencias que eso les podría traer. ¡Era una locura! David mantuvo la calma, en lugar de levantar su mano, respiró. Estaban allí, él y su amigo habían previsto eso y planeaban detenerlo.

—No. —Negó—. No puedes.

—Oh, sí que puedo —repuso. Xavier se levantó y se colocó las gafas con brusquedad—. No es necesario que vengan conmigo. Desde hace meses quiero saber que ocurre en ese lugar. Después que me enteré de lo de Gadné tuve curiosidad y una corazonada, y no me equivoqué. Julieta no está muerta, estoy seguro.

—No puedes estar seguro si no sabes qué ocurre allí —refutó Hernesto levantándose de la silla—. No quiero ser pesimista hermano, pero... no lo sé, no puedes ir y arriesgar tu vida de esta forma.

—¡Maldición, Xavier! —Se quejó David levantándose. El moreno les miraba hosco. Estaba enojado y su corazón se aceleró «No, no, cálmate, no te alteres» Hernesto le colocó una mano en el hombro ejerciendo una leve presión. Inhaló, exhaló y continuó—. No vayas, no es buena idea.

—¿Ahora me dicen que no es buena idea? Ustedes querían ir, empezamos juntos esto. Ya se los dije, no tienen por qué venir. Yo sí tengo motivos porqué ir a ese maldito bosque. Amaré mucho la naturaleza, mas ese pútrido lugar se comió a mi hermana y la quiero de vuelta.

—¡Oh! Excelente idea. ¿Qué le dirás al bosque? —preguntó David sarcástico «No te alteres»—. Oye, quiero a mi hermana ¿Me la devuelves?, ¿notas lo patético que suena?

—Por Dios, David déjame en paz. Ya les conté todo, todo por lo que estuve sufriendo estos malditos meses de incertidumbre, de dudas, de tristeza, hundiéndome cada día más en un abismo interminable, en el que día a día caía sin llegar a tocar el fondo. Cada vez que cierro mis ojos recuerdo cada uno de los momentos que viví con mi hermana, cuando la tuve por primera vez en los brazos, cuando me molestaba a la edad de cuatro años. Recuerdo el miedo que le tenía al mar, y cada noche me interno en una oscuridad en la que cada recuerdo pasa como una telenovela en mi mente, como fotografías que estaban guardadas en lo más profundo de mi cabeza y que solo salen a desfilar cuando me duermo, para atormentarme y hacerme despertar llorando a las tres de la madrugada. —Exhaló—. ¡Ustedes no saben qué se siente! ¡Ustedes no saben lo que es perder a alguien y saber que eres la única persona que la recuerda!

»Es peor que perder a un familiar, es peor que la misma muerte. Es vivir día a día con el olvido, convivir con él mientras se burla del sufrimiento vacío de sus familiares queridos; mientras goza del dolor de quien la recuerda, ríe cuando nota el rostro de incredulidad de las personas cuando pregunto por ella. —Se detuvo, se secó una solitaria lágrima que se deslizaba por su mejilla oscura—. Ustedes no lo saben y por eso intentan detenerme, pero iré, sea como sea iré, así tenga que pasar por encima de ustedes.

Perplejidad, tensión; eso era lo que había envuelto el ambiente en la cómoda que algún día había sido cálida y acogedora, como el mejor fuego en un día de invierno; llena de momentos divertidos entre amigos. Ya nada de eso quedaba, únicamente el dolor de Xavier y la incomodidad de ambos chicos.

David no podía estar más presionado que en aquel momento. No podía refutar el dolor que sentía el moreno. ¿Cómo hacerlo? Él tenía razón, ni él ni Hernesto sabían lo que se sentía, e incluso así comprendían lo duro que debía ser. No podían detenerlo, era su decisión, una que le podía costar la vida. Entonces se formuló unas preguntas, rápidas y fugaces que le llegaron a la mente sin quererlo ¿Era capaz de vivir sin Xavier? ¿Lo recordaría o lo olvidaría al igual que olvidaron a su hermana?

Hernesto estaba cabizbajo a su lado. Dejó que el silencio bailara en la habitación junto a la tensión, logrando un hermoso baile que para ellos era tan imperceptible como la esperanza que en algún momento David tuvo. Xavier había tomado una decisión y hacerlo declinar era muy difícil.

—Xavier. —Le llamó Hernesto en un tono que utilizaría un domador para calmar a una bestia—. Queremos ayudarte, pero no te quieres dejar ayudar.

—No les estoy pidiendo ayuda —puntualizó férreo—. No me entienden ni me entenderán. No vendrán conmigo, no se pueden arriesgar. Yo lo solucionaré.

—No, no puedes —discrepó David, empecinado—. No puedes solucionarlo tú solo, no puedes irte y dejarnos sólo a Hernesto y a mí ¡Tenemos muchos años de amistad! No puedes acabar con ello así sin más por una sospecha. No estás seguro de nada de eso, no sabes a ciencia cierta si Julieta... —Tragó saliva. No quería ser cruel, aunque tal vez eso le abriera los ojos «O se los cierre»—... si Julieta sigue viva.

Las palabras parecieron taladrar el corazón de Xavier porque su rostro se congestionó y pareció derrumbarse allí mismo. Aguantó las lágrimas. David supo que su orgullo no le permitía llorar delante de sus amigos. Se sintió mal por lo que dijo, tal vez no debió hacerlo. Xavier necesitaba palabras duras que le mostrasen la verdad, que dejase de fantasear y de ilusionarse con ideas que podían lastimarlo más que en ese momento. Era mejor un balde frío de verdad, a uno hirviendo de mentiras.

—Váyanse —masculló. David notó que apretaba los puños.

David y Hernesto se miraron, ambos querían quedarse más tiempo e intentar entablar una conversación más tranquila, mas no esperaron que él lo pidiera una segunda vez. Se retiraron de la habitación y cerraron la puerta esperando tal vez, como una pequeña luz en medio de la oscuridad, que la razón aconsejara a Xavier, que lo meditase mejor y no cometiera la locura que se había propuesto a cometer. David esperaba que el moreno entre aquellas penumbras que se cernían en su interior le hicieran reflexionar.

Supo que no lo haría

Maldijo la idea de ir al bosque y haberlo aplaudido, maldijo cada uno de los acontecimientos que le llevaron a ese lugar.

«Oh Xavier —pensó—. No he perdido a mi hermana, pero estoy seguro que me dolería más o igual la pérdida de un hermano»

No estaba de humor para hacer nada. De nuevo recostado en su cama miraba al techo con reproche. Su cabeza reposaba en tres almohadas gruesas muy cómodas. Miró hacia arriba con recelo, como si aquel color blanco fuera el responsable de todo lo que estaba ocurriendo. Quería golpear algo, mas sabía que si se desahogaba de esa forma los nudillos le dolerían y a su madre le podría dar un infarto. Se rehusó a hacerle caso a sus impulsos y continuó pensando en lo que haría.

No quería dejar solo a Xavier, no era propio de él. Sin embargo, ¿acaso en su estado era capaz de ayudarlo? ¿Podía ir a ese bosque e ignorar todas las historias que le decían que no regresaría vivo de esa? ¿Era capaz de dejar a su familia? Y sobre todo ¿Era capaz de arriesgar su vida por ello?

Gruñó de frustración, se sentía acorralado «Xavier es parte de tu familia, no puedes dejarlo. —Se reprochó—. Pero si lo haces continuarás vivo» Volvió a recordar la conversación con su padre y luego a todas las fotografías de internet. Sin duda algo pasaba allí dentro. Sin embargo no estaba seguro de poder ser de ayuda, su salud siempre había sido muy inestable y él prácticamente vivía con la muerte, con la incertidumbre de saber, ¿moriré mañana o pasado? ¿Tendré un ataque cardíaco? ¿Cuánto tardaría en que tuviera una impresión muy fuerte que llevara a su corazón directo al colapso? Después de todo era parte de su vida y hasta los momentos se había alejado de ello. ¿Y si en el momento en que menos se lo espere ocurre?

Sí, podía averiguar qué ocurría dentro del bosque, hacerlo podría evitar que Xavier cometiera alguna locura, pero ¿Sería lo más prudente?

Notó que era la hora de su pastilla, así que se la llevó a la boca tragándola sin agua. Luego regresó a la cama molesto y frustrado.

En ese momento su teléfono sonó, cuando lo tomó vio el nombre de Hernesto, era un mensaje. Lo leyó. No se impresionó ni un poco al leer su contenido, desde que salió de la casa del moreno sabía lo que ocurriría.

Ahora sólo faltaba él por tomar una decisión.

«Iré, no lo dejaré solo. ¿Qué harás tú? -Hernesto»

Suspiró. Golpeó la cama con fuerza. No estaba seguro de qué responder. No quería admitirlo, mas tenía miedo. El olvido empezaba a tomar importancia, no le gustaba para nada el peso que esa palabra tenía. Olvido. No existir, como si nunca hubiera nacido y pisado ese mundo, ¿era eso lo que quería? ¿Acaso si iba dejaría que todos sus anhelos se esfumaran como la tenue exhalación de los últimos momentos de alguien? Dejar que todo lo que era se desvaneciera de forma tan efímera que no tendría tiempo si quiera de pensar en lo que había hecho.

Se dio un tenue golpe en la frente. Ya había dudado mucho tiempo, le dio vueltas al asunto tanto como pudo, buscando la mejor solución a todo. En último instante tomó una decisión; contestó ese mensaje y escribió las palabras con sus dedos temblorosos, llenos de dudas y confusión.

No supo si su decisión era la correcta.

Suspiró y le dio a enviar.

«Iré. –David»

La noche era fría y albergaba oscuras sombras que le seguían a cada paso que daba. Las calles de la ciudad de Arlesia se mantenían solitarias, salvo por los indigentes que se mostraban en los basureros buscando comida. Sentía que el frío traspasaba su remera negra. No parecía ser él quien caminaba a esas horas de la noche por esos lares.

No había luna y pocos faroles se cernían en la espesura de la noche, alzándose altos y solitarios, únicamente con la compañía de polillas que pululaban a su alrededor como las hormigas en la dulce miel. Los perros callejeros dormían entre cajas y basura, unos más esqueléticos que otros. Algunos vagaban en la penumbra, buscando algo que pudiera saciar su hambre, entre bolsas de basura y demás. Él caminó ignorando sus gruñidos cuando se acercaba demasiado.

No había carros que pasaran por las carreteras y ya empezaba a sentir el frío en sus pies a pesar de estar usando una de sus botas más nuevas y abrigadas. No sabía si era por el cambio climático, más la baja temperatura no era muy común en verano. Le inquietaba el silencio al caminar, temía que en algún momento le fueran a robar.

Caminó y cruzó calles como por una hora hasta que finalmente llegó al lugar que quería. Un farol alumbraba esa esquina y pudo atisbar la sombra negra de alguien al frente de la verja. Tenía un aspecto similar al de él, salvo que la figur era ás grande y fornida. Tal vez habría sentido miedo si no hubiera sabido quién se ocultaba entre la capucha negra, pero no era así.

Llegó y esa persona se quitó la caperuza dejando visible únicamente su rostro que seguía oscuro a causa de la noche. Sus ojos brillaban con cierta intensidad, como las de un felino en plena cacería.

—Llegaste más temprano de lo que creí —susurró. Notó como se frotaba las manos.

—¿Por qué hoy a esta hora? —espetó lo más bajo que pudo. Se había sorprendido cuando le dijo la hora de encuentro y la fecha. Era peligroso sin agregar que era la primera vez que salía tan avanzada la noche a escondidas de su mamá—. ¿Estás seguro que vendrá? —preguntó—. ¿Te lo dijo?

—No, pero a juzgar el cómo estaba hoy no creo que quisiera estar mucho tiempo sin revisar este lugar. Sabes que le gusta hacer todo cuando las personas duermen, y lo más rápido posible. Piénsalo, él esperará a que su mamá termine de ver la novela de media noche, luego saldrá y vendrá directamente. Sólo tenemos que esperar una hora más. No se resistirá —repuso con seguridad. Hernesto se veía más maduro y menos olvidadizo que como lo era normalmente. Se encogió de hombros al ver la incredulidad en David—. Por cierto, sé que haberte preguntado si venías fue algo imprudente; no te sobre esfuerces ¿Vale? Estaré al pendiente de ti. —Él asintió.

—¿Sabes cómo entraremos? —Hernesto se volvió para observar la verja.

—La única entrada será escalándola. Diría que sus filos son un problema, pero son pequeños. Si somos lo suficientemente ágiles saldremos sin daño alguno.

David asintió.

Y como Hernesto había predicho esperaron una hora exacta hasta que vieron por la plaza la sombra de alguien acercarse con sigilo hacia la entrada del bosque. A diferencia de ellos ocultaba su rostro en una remera gris que era visible gracias al farol que tenuemente alumbraba la esquina, entre las polillas que no dejaban de volar a su alrededor. ¿Querían acaso quemarse? Él no lo sabía, pero eso deseaba, que se quemaran con lentitud, ardiendo y sintiendo el dolor de sus alas chamuscarse. Para su desgracia el cristal que mantenía el foco las mantenía a raya.

La silueta negra se acercó y se detuvo a unos pies de reconocer las sombras que estaban a su frente. Hizo un ademán de regresarse. Negó tenuemente la cabeza y continuó acercándose con unos pasos aminorados. Se detuvo al frente de él y se quitó la capucha.

Miró con incredulidad a través del cristal de sus anteojos, mas no emuló ninguna sonrisa que les demostrase que estaba de acuerdo de que estuvieran ahí, al contrario, su ceño se frunció y de su boca emitió un quejido.

—¿Qué diablos hacen aquí? —Xavier miró a los lados temiendo que lo hubiese dicho muy alto «Nadie está aquí —pensó el chico de rulos—. ¿O sí?»

—No permitiremos que hagas una locura —repuso David con calma, incluso si no lo estaba.

—Si vinieron para evitar que yo cruce esa verja están equivocados, nada me hará regresar. Y tú menos que nadie debería estar aquí, es peligroso —refutó al cruzarse de brazos. David ignoró su comentario que claramente le decía «Eres débil y morirás por tu condición» No permitió que le hiriera pues sabía que el moreno no lo dijo con esa intención. Ya estaba cansado de ser una carga; él lograría salir de allí, no sabía cómo, mas lo haría. Hernesto negó con la cabeza.

—No vinimos a detenerte, vinimos a acompañarte. Empezamos juntos esto y juntos lo terminaremos. —Xavier miró por el rabillo del ojo a Hernesto. Sus facciones demostraban incredulidad, no estaba realmente seguro de lo que decían pero no lo demostró en palabras, únicamente dejó soltar un bufido.

—Es peligroso —insistió. Luego miró a David.

—Una persona indómita lo es aún más. Yo puedo controlarme con mis medicamentos, tú no —replicó David—. Así que vinimos para evitar que cometas locuras que te cuesten la vida. Entraremos. A la primera señal de peligro regresamos, esa es la condición, sino no te dejaremos entrar.

Xavier miró a David enojado y sorprendido a la vez. Él pelinegro no era de poner condiciones para hacer algo y ni siquiera titubeó cuando lo dijo. Estaba consciente de que ese caso era especial. Iban a entrar para descubrir el misterio que envolvía al bosque y sus desapariciones mas no planeaba convertirse en uno. Se lo había hecho saber a Hernesto y ahora a Xavier

El moreno tal vez albergaba en su interior alguna esperanza de pasar sin involucrar a sus amigos. No hizo falta una prueba más, no era posible, David lo dedujo con rapidez «Somos dos contra uno y Hernesto siempre ha podido con él y conmigo al mismo tiempo» Agradeció que el castaño hiciera ejercicio y estuviera de su lado.

Esperó una respuesta. Hernesto no intervino hasta que Xavier suspiró y asintió.

—Está bien. A la primera señal salimos corriendo. —Inmediatamente se arrepintió de su comentario—. Salimos ca...

—Déjalo. —David le miró y sonrió. No quería que el moreno se apenara por el comentario, después de todo era cierto, él sobraba y aun así decidió ir por voluntad propia para ayudarlo.

Los tres se miraron y asintieron. David estaba nervioso, demasiado. «Tranquilo, no te alteres» Sintió cómo el frío se intensificaba, traspasaba su ropa y pegaba en su piel. De su boca expulsó un peculiar vaho. Xavier buscó en su bolso una linterna y se excusó por no haber llevado más.

—No sabía que venían.

La encendió y empezaron a buscar un lugar por donde entrar. Hernesto y David le comentaron la única forma de entrar, pues no había por los alrededores ningún agujero que pudiesen usar a su favor. Él peculiarmente no sabía si era capaz de lograrlo.

Xavier no lo dudó y empezó a subir, tiró su mochila que cayó en un sonido sordo al otro lado, luego la linterna. Tomó con las manos dos puntas y tan ágil como un gato se dio la vuelta y se posicionó del otro lado. Ya allí bajó con cautela. Cuando pisó tierra se sacudió la ropa y les susurró que hicieran lo mismo. David tragó saliva. Parecía fácil. El moreno indicó que Hernesto fuera primero, así ellos podrían ayudarlo cuando fuera su turno. Terminó por acceder, aunque no estaba seguro de ello.

«Es una aventura, al igual que muchas» pensó intentando apaciguar sus molestos pensamientos.

El castaño empezó a escalar, miró como Xavier iluminaba el cuadrado rostro de Hernesto mientras hacía un esfuerzo por subir. Gracias a eso se le facilitó el trabajo, lo hizo con cautela y tomó dos púas al igual que el moreno. Afincó sus pies, se impulsó y dio la vuelta, pero algo salió mal. No logró pisar adecuadamente del otro lado, se resbaló.

La caída era de un poco más de tres metros, si Xavier no se hubiese posicionado debajo de él para intentar sostenerlo al caer, tal vez se habría quebrado varios huesos. En lugar de eso ambos quedaron tendidos en el suelo, notablemente adoloridos. El moreno se había llevado la peor parte. David les hizo una pregunta, pero ninguno contestó. Hernesto poco a poco se reincorporó, luego ayudó al moreno.

—Maldita sea, cómo pesas. —Fue lo único que masculló.

Antes de ayudar a David, se encargaron de ver si tenían heridas. Hernesto tenía un pequeño corte en el brazo derecho, no tenían ni idea de cómo se lo hizo, pero decidieron vendarlo. Al parecer era más un rasguño que otra cosa, pero la sangre brotaba más de lo esperado.

—Te lo vendaré, no parece muy profunda. Y no la toques—dijo el moreno luego de inspeccionarla. Xavier de su bolso sacó un botiquín de primeros auxilios y de allí sacó una venda, una gasa y alcohol. David atisbó el terror en la cara de Hernesto.

—No pensarás... —Miró a Xavier con temor, el moreno asintió.

—¿Están bien? —El pequeño susurro de David hizo eco entre la oscuridad que invadía la mayoría del lugar.

—Sí —Xavier refunfuñó cuando Hernesto soltó un gruñido de dolor por el alcohol. Empezó a vendarle el brazo con mucho cuidado—. Ya vamos a ayudarte a pasar.

Y así fue. Ellos terminaron y él empezó a escalar con pasos firmes y precavidos la verja. Miraba cada paso que daba hasta que tomó a las púas con ambas manos e hizo un esfuerzo por pasarse al otro lado. Pudo apoyarse de las hendiduras que había entre cada filosa púa. Cuando dio la vuelta sus pies se posaron en la verja. Al lado estaba Xavier dispuesto a ayudarlo. No fue necesario. Tocó tierra victorioso.

Notó que había empezado a respirar con dificultad, su corazón se había acelerado por la emoción. Prontamente empezó a inhalar y exhalar con lentitud hasta que se normalizó. Xavier alumbró el frente y los tres pudieron ver cómo en la oscuridad el bosque se alzaba imponente a muchas leguas de distancia. «Es hermoso» pensó David cuando admiró la hermosura del verde fundirse con el negro de la noche. Admiró a unos búhos que ululaban en las ramas de los árboles, mirándolos con curiosidad. También notó que el aire allí era distinto, más ¿Dulce tal vez?

—Caminemos —susurró Hernesto. Los tres asintieron y empezaron a caminar. Ninguno de ellos comentó el extraño aroma del ambiente.

No tardaron en encontrar un sendero sinuoso; era poco claro, oculto entre tierra y hojas secas que fueron apartando a medida que caminaban con sigilo y cuidado. Evitaban pisar hojas para que el sonido crujiente no se escuchara y pusiera en alerta lo que fuera que había en ese bosque. Un lobo, tal vez, ¿un león? Quizás. «Un árbol»

Todavía no sabían porqué las personas que no salían de ese bosque eran llevadas al olvido, o por lo menos en su mayoría.

Xavier alumbraba los árboles y se sorprendieron al hallar un bosque común y corriente. Con ramas caídas, hojas secas, animales de la noche posados en ramas, uno que otro murciélago y telarañas. Nada que ellos pudieran considerar anormal. O eso creyeron al principio. Casi veinte minutos después descubrieron que estaban errados. Empezaron a detallar mejor el bosque y encontraron cosas extrañas en él.

Se detuvieron al frente del tronco de un árbol, parecía un roble viejo muy grueso, No era el tronco en sí que les llamó la atención sino lo que tenía incrustado en él. Brillaba con una luz propia, verde, uno tan vivo como las hojas de los árboles. Era cristalina y cada línea se notaba a la perfección. Nunca había visto una en la vida real, sólo en fotos. Los tres quedaron perplejos ante la visión.

—¿Eso es una esmeralda? —preguntó Hernesto sin darle crédito a lo que sus ojos veían en ese momento. David se había formulado la misma pregunta, sólo que no la había hecho en voz alta. Lo que fuera que fuese esa piedra sentía que no era una buena idea tocarla. Aunque en lo profundo de su ser deseó hacerlo.

—Eso parece —aceptó Xavier, la tocó incrédulo. Le parecía inverosímil aquello, ¿de cuándo acá un árbol tenía esmeraldas? Era una completa locura y David lo sabía. Ese bosque tenía algo extraño. Ya no quería quedarse allí. Se dio la vuelta para continuar, mas el moreno se detuvo.

Xavier empezó a ejercer un tipo de presión para tomarla, como un sabueso escarbando para tomar un hueso. Las uñas de sus dedos se atrofiaron por la fricción.

—No lo hagas —dijo David sin aplacar el temor en su voz, tocó el hombro de Xavier con intención de detenerlo. Hernesto miraba sin decir palabra alguna—. No la tomes.

—¿Por qué no? —preguntó brusco. Se quitó la mano de David y continuó—. Este bosque me quitó lo que era más preciado para mi, ¿qué diferencia habrá en quitarle una tonta piedra?

David sintió una punzada en su pecho. Eso no era propio de Xavier, pero debía admitir que esa piedra les llamaba, él también quería agarrarla; estaba seguro que Hernesto sentía lo mismo. Negó, no se dejaría vencer por la codicia que empezaba a florecer en su interior. No estaba en él tomar algo que no le pertenecía y mucho menos llevarlo a luz. Cuando Xavier tuvo la piedra en sus manos las tenía todas magulladas, con sus uñas llenas de suciedad. David no pudo soportarlo. Con fuerza golpeó el brazo de Xavier haciendo que la soltara. La esmeralda desapareció entre las hojas secas.

—¡Deja tu maldita estupidez y sigamos! —exclamó David lo más bajo que pudo y por instinto miró a los alrededores. Xavier observó a David directamente a los ojos, parecía confundido, como salido de un trance.

—Lo siento, no sé que me pasó. —Se excusó. David miró a Hernesto y sus miradas se cruzaron. Él le transmitió a través de ella, culpa. «Como lo supuse, él también lo sintió»

Sus manos se pusieron más frías. La punzada en su pecho que curiosamente no era producida por su corazón no aminoró. Algo estaba mal, mas no sabía qué era. Y temía que lo descubriera ya cuando fuera muy tarde.

Tarde.



N/a:

¡Sorpresa! Capítulo a mitad de la semana en agradecimiento a los nuevos lectores :3 Muchas gracias por votar y comentar, se les quiero mucho :3 

No olviden dejarme sus opiniones del capítulo ;) ¡Nos leemos luego! 

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