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Capítulo 6

No se entendía, él mismo no entendía lo que hacía y porqué se comportaba de esa forma. Nunca se había sentido tan imponente y confundido a la vez. La situación, las acciones, las historias... Todo hacía que sus pensamientos no actuaran uniformemente. Pero sólo tenía una cosa bien en claro.

Debía ayudar a Xavier.

Y estaba seguro que Hernesto pensaba lo mismo.

Aun sabiendo eso, toda la historia que les contó Gadné hacía que se estremeciera de tan sólo recordarla. Le daba aun más pesar saber que Xavier pasaba por la misma situación, cuando días antes sonreía como si no ocurriera nada, sonreía como si todo su mundo fuese fenomenal. Recordó ese característico brillo en sus ojos al comentarles sobre Gadné, su sonrisa extrovertida y su ánimo tan vívido. ¿Cómo no se dio cuenta de lo que le ocurría? Era tan importante y en ningún momento se dio cuenta de ello.

Sintió que no conocía a Xavier. Con sumo esfuerzo intentó ponerse en sus zapatos. ¿Qué haría él si Mérida desapareciera? Su hermana podía ser una molestia la mayoría de las veces, siempre era muy pesada, se unía con frecuencia a las bromas de su madre, sólo que de una forma más intensa. David muchas veces tuvo que tragarse las inmensas ganas de gritarle, al fin y al cabo era el hermano mayor y debía comportarse como tal, aparte que tenía terminantemente prohibido alterarse. Mérida era una chica que estaba pasando por la pubertad, sus actitudes eran muy normales. A pesar de todo la quería, era su hermana y había pasado muy buenos momentos con ella, no deseaba perderla. «Pero Xavier la perdió»

Gruñó para sí mismo y le dio un golpe a la cama.

Ya había pasado un día desde que hablaron con Gadné. Esa tarde, después de haberse sentido tan frustrado se fue dejando a Hernesto con la joven. Le hizo un ademán pidiéndole que no le siguiera y el castaño le hizo caso. David se fue dejando a la chica un poco sorprendida, sin embargo de su boca no salió ningún tipo de despedida.

Caminó sin rumbo por diversas calles, entre las algarabías de las personas, sin ánimos de internarse de nuevo en esa historia que no le provocaba un buen augurio. Seguía dudando. No quería creer en nada de lo que se había enterado horas antes. La prueba de esas veracidades era Xavier, su mejor amigo, así que era lógico que creyera.

Sus pensamientos iban y venían como las olas del mar en un día muy soleado. De la misma forma se encontraban las aguas de su meditabunda mente. Ni si quiera detenerse a tomarse una pastilla hizo que dejara de cavilar.

Continuó caminando absorto en sus pensamientos. Por unos minutos se detuvo a observar a las personas que andaban de un lado a otro. Veía en sus rostros tantas emociones como las de él en ese momento. Cada individuo parecía estar encerrado en su propio mundo, recorriendo el mismo camino casi de forma mecánica. Muchos parecían tener tantos problemas encima que daban la impresión de cargar un saco sobre sus hombros. Observó entonces la basura tirada en pequeños rincones de la calle; bajo árboles o al lado de botaderos repletos de desperdicios. «¿Así es la ciudad de Arlesia?» Recuerda haberse preguntado en un momento. Sin embargo se detuvo en un lugar inesperado.

En todo su camino nunca pensó llegar a la verja de metal que indicaba el inicio del bosque encantado. Él no lo pensó, pero parecía que sus pasos habían sido manipulados, pues mucha casualidad resultaba el haber parado frente al causante de todos sus problemas, resultaba hasta irónico. La inseguridad que había estado intentando evitar por un buen lapso de tiempo regresaron para molestarlo.

Caminó con recelo al frente del bosque, como un lobo que mira hostil a un depredador. La sensación de miedo se fue casi al minuto. Era muy normal, incluso la verja tan desgastada por los años. Al frente había un guardia sentado bajo una enorme sombrilla. Tenía sus pies encima de una pequeña mesa blanca de plástico duro, silbaba el ritmo de una canción. Aprovechó en ese momento de hacerle alguna pregunta, tal vez para obtener respuesta a las suyas, o aminorar un poco el huracán de las inseguridades que tenía.

El guardia estaba entretenido jugando en un pequeño teléfono. El sonido se entendía en aquel silencio pacífico de la plaza de al frente. Los toboganes yacían abandonados, no habían familias ni niños jugando cerca, sólo la tranquilidad que generaba la falta de niños cerca. David se acercó y tuvo que carraspear para que le prestase atención. El oficial le miró de soslayo y detuvo el juego para atender a David.

—¿Sí, que desea? —preguntó con voz ronca.

—Eh, quería hacer un par de preguntas con respecto al bosque —respondió David señalando con su dedo índice la verja. En ese momento escuchó el cantar de los pájaros en los árboles, sonido que le pareció muy encantador.

—Claro. —Había dicho el guardia con fastidio—. Adelante.

—¿Por qué este bosque no es tan concurrido? —El guardia se encogió de hombros.

—No lo sé, se cuentan cosas de este bosque, no muy buenas. —Negó con la cabeza—. No sé que esperan para talarlo, hace falta unas cuantas residencias para visitantes, o construir un gran hotel para turistas. Quizá centros comerciales. Este es un buen terreno que está siendo desaprovechado.

David se había sorprendido al escuchar sus palabras. El tono apático del guardia le provocó asco. No podía asimilar lo que sus oídos habían escuchado ¿Realmente había deseado que talaran ese bosque? «Seguro el guardia no pensó bien sus palabras —pensó—. No pueden talarlo, por muy embrujado que esté, no pueden hacerlo»

El sonido del cantar de los ruiseñores llegó a sus oídos. Era una hermosa melodía, tan meliflua y dulce como la miel. Sintió que se calmaba con la presencia de algo natural, así que en vez de reprocharle aquel comentario tan despreciable, decidió continuar con las preguntas.

—¿Qué historias? —Se aventuró David. El guardia intentó emular una sonrisa agradable, tal vez para ocultar su fastidio, pero no lo logró. Terminó por alejar su mirada y centrarla en la mesa mientras sus dedos toqueteaban la base rítmicamente.

—Se nota que usted no es de esta ciudad. —Había musitado—. Historias locas, extrañas y que todo el mundo cree. Dicen que el bosque tiene vida, otros que está encantado; o que en él hay una bestia devora hombres. Lo cierto es que la mayoría de las personas que cuentan esas historias nunca han entrado. Creo que los comentarios se escuchan desde hace unos años atrás, no sé quien lo difundió. Al final, la mayoría de las personas lo creyeron.

»Yo no he entrado, me limito a realizar mi trabajo y cuidar de quien entra y quién sale, incluso si nadie lo hace. En fin, muchos de los que pasan con intención de entrar terminan acobardándose, así que continúan su camino restándole importancia a este viejo bosque.

El guardia suspiró mientras negaba lentamente. Se veía exacerbado con las preguntas de David, pero decidió comportarse y continuar su relato.

»La verdad es que a mí también me da miedo entrar. Antes no creía en esos cuentos, sigo sin creerlos del todo. Como dijo mi mamá una vez «mejor prevenir que lamentar» No me lo está preguntando, pero... —aclaró, de repente más interesado en su charla—, todo ocurrió cuando llegó una vez a mi casa una señora llamada Helena. Estaba desesperada y lloraba a mares. Me había preguntado por un tal Guillermo, me preguntó que si lo conocía. Yo negué, nunca había escuchado su nombre. La señora insistió en que yo lo conocía, que era su mejor amigo. Al final terminé echando a la mujer de mi casa, me estaba molestando y tuve suerte que más nunca regresó. En su desesperación me dijo que había ido al bosque, que me había invitado y yo me había negado; lo cierto es que supuestamente desapareció aquí. La señora me dio lástima, yo la conocía. Había ido al instituto de la milicia, no sé para qué porque al final no visitó a nadie. Fue una experiencia extraña que perdió importancia con los años.

David había analizado la historia contada. Se le hizo muy extraño y ahora empezaba a darle más credibilidad al cuento de Gadné. Habían personas que pasaban por lo mismo, que buscaban a alguien desaparecido y que no existía, que nadie recordaba a excepción de una persona. «El guardia tenía un amigo; ese amigo entró al bosque y desapareció, luego cayó en el olvido» Le seguía sonando irracional pero eso era lo que en resumidas cuentas había ocurrido. Decidió hacer una última pregunta, no característica de él, mas debía saciar su curiosidad.

—¿Por qué, a pesar de todas las historias contadas, este bosque continua existiendo? ¿No han pensado en talarlo, como dijo antes? ¿Cree en esas historias? —Esa última pregunta se había transformado en varias. El guardia chasqueó la lengua irritado. De igual formas contestó «Tal vez soy lo más interesante que le ha pasado en el día, o la semana»

—La verdad es que no lo sé. Han querido talarla incontables veces pero nunca falta uno que otro ambientalista a dañarlo todo. Agregan a las leyes, grupos de personas obsesionadas con la naturaleza que vienen de otros estados a "defender" el ecosistema para luego irse. Enarbolan frases de reflexión, queriéndonos decir que talar el bosque es una idea errada. Opino que hay que hacerlo, después de todo no hace nada allí. El hecho de que sea patrimonio natural nos jodió todo. —Suspiró con frustración—. En mi sincera opinión, deberían hacerlo. Nadie lo visita, nadie le tiene aprecio a este bosque. En cualquier momento quedará en el olvido y cuando eso suceda nadie se dará cuenta del momento en que desaparezca. —El guardia sudaba muchísimo, al igual que David, el calor en ese momento era abrasador—. Maldito calor infernal. —Se había quejado.

David asintió y se retiró con una sonrisa falsa en los labios. Le había enojado completamente la actitud del guardia y creyó que hacer esa clase de preguntas sólo serviría para avivar la llama. Obtuvo datos interesantes, aunque no muy agradables. No quería que talaran ese bosque, estos eran refugio de muchos animales, no sólo de aves. David no sabía mucho de él, mas sí que tenía varias hectáreas resguardadas por la gran verja de metal. Nadie, en los tiempos que era concurrido, se habría atrevido a cruzar la verja sin pasar por la entrada. Era alta, de metal y con unas afiladas púas al final, puntiagudas, tenebrosas.

Las miró por unos segundos. Se percató de un detalle interesante. No eran tan largas como esperaba.

Dejó de pensar en lo que había ocurrido con Gadné, del día en que hablaron, del día en que se encontró y habló con ese guardia.

Decidió dejar de cavilar tanto y borrar ese recuerdo de la jornada más extraña de su vida. Aunque si lo pensaba mejor, no había sido tan extraño como la vez que se atrevió a comer gusanos en una de esas locuras de darse de superviviente. Había sido sólo una vez en las que quisieron experimentar algo distinto, pero debido a su enfermedad no pudieron hacerlo como se debía, así que al tercer día decidieron retarse a comer algo asqueroso; los tres optaron por gusanos. Hernesto se había negado y Xavier se burlaba de ellos mientras se los comía como si fuese lo más normal del mundo. Al final tuvo que comerse el gusano con la mejor cara de asco que tenía. Xavier que también era amante de la fotografía, aprovechó el momento de tomar varias fotos que habían quedado geniales.

«Es distinto. —Se reprochó mientras se levantaba de las tres almohadas apiladas y quedaba sentado con las piernas cruzadas, sobre el blando colchón de la cama—, uno resulta ser fantasioso y aquello fue real» Rió un poco al recordarlo del todo.

Frunció su ceño al sentir que sus problemas regresaban. Era un poco más de las diez de la noche y en la sala seguían todos despiertos. Miró su computadora por unos segundos. Por primera vez en mucho tiempo la utilizaría para algo más que las tareas de la universidad.

No se había tomado el tiempo de investigar lo suficiente sobre el bosque. Se limitó a escuchar cuentos e historias, así que en esa ocasión debía buscar respuestas por él mismo. Tecleó por internet un buen rato, hasta que encontró entradas sobre el "Misterioso Bosque de Arlesia" Declarado patrimonio natural debido a su extensión de cuatro mil hectáreas, que albergaba a una gran biodiversidad de flora y fauna, sin contar el relieve no muy alto pero rico en arroyos y cascadas. Según lo que leía, Gadné se había equivocado, desde su declaración habían pasado doscientos años, no obstante llevaba mucho más allí que la misma ciudad.

No tardó mucho en encontrar imágenes sobre el bosque. Era realmente hermoso. En las fotografías desfilaban flores de diferentes especies, árboles, cascadas y un río que a su parecer era bastante cristalino. La búsqueda se paralizó, no se registraron más fotos recientes del lugar. La última fue de 1984. Una familia de cuatro personas sonreía para una foto frente a un gran roble de unas hojas verdes muy vívidas. David se detuvo en esa, algo estaba mal.

Achinó sus ojos por unos segundos. Amplió y redujo la imagen por mucho tiempo. Ese sitio lo había visto antes en otra fotografía. El roble se hallaba frente a un río, y más allá se podía atisbar un pequeño claro con algunas piedras mohosas. Regresó a las imágenes que había visto con anterioridad y encontró las similitudes.

Su corazón empezó a palpitar con fuerza. No había árbol alguno. La primera imagen mostraba el mismo río y el mismo claro sin ningún árbol en medio. La siguiente era todo lo contrario. Escrutó ambas imágenes hasta el último detalle, pero las perspectivas eran idénticas. No era posible que un árbol de tal tamaño y fuerza hubiese crecido así en tan poco tiempo, ¿o sí?

Tragó saliva con temor. El corazón seguía palpitando así que se obligó a mantener la calma. Su padre se lo había dicho, una de las historias mencionaba a un árbol. ¿Cómo era posible? ¿Era verdad?

Apagó la computadora conmocionado. Había encontrado mucho más de lo que se esperaba. No podía creerlo, era tan inverosímil. Buscó la última pastilla de la noche y se la tragó sin agua. Debía contárselo a Hernesto. Le envió un mensaje diciéndole que no iría a la universidad, no tenía ánimos de ser responsable en esa ocasión. Ambos decidieron encontrarse al frente de la plaza del bosque. Era el lugar más indicado para contarle lo descubierto.

Al día siguiente se había levantado con la alarma para ir a la universidad. Bajo una maldición recordó que no la desactivó para pararse temprano. Su mamá cocinaba el desayuno cuando bajó a la sala todavía en calzoncillos.

Ya había culminado su rutina de autoevaluación física. Se sentó en la mesa y tomó la primera pastilla del día. Su mamá ya empezaba a insistir en el tema de Fernanda, así que David a regañadientes le mostró ciertos puntos que ella desconocía.

—Jah, siempre supe que no era buena influencia para ti —bufó Cristal al ver el video pornográfico que Fernanda había protagonizado.

—Ya mamá, de todas formas no me gustaba. Algún día encontraré a una buena chica.

—No sé cuándo llegará ese día —exclamó con un dejo de cansancio—. Vas a tener que engordar unos kilos, no quiero que mi nuera crea que no te alimentas bien, o que sufres alguna enfermedad mental.

—¡Mamá! Yo como lo suficiente —protestó algo enojado «No soy tan delgado» Claro, era evidente que sí lo era—. Que no engorde es suficiente, además ¿Para qué quieres que sea gordo? Ni muy flaco ni muy gordo, es suficiente. Así lo indicó el doctor.

—Sí, lo dijo. Sólo que tú no eres ni muy gordo ni muy normal. Eres muy delgado —recalcó en un tono bromista. Por breves segundos David atisbó su mirada maternal llena de dulzura, que cambió casi al instante para darle paso a la mujer carismática y burlona que era—. Ya perdí la cuenta de las personas que me preguntaban si tenías anorexia.

Ciertamente, lo confundían siempre por eso. Aunque nunca —afortunadamente— había tenido un trastorno alimenticio, era simplemente así desde que tenía memoria. Y no importaba que hiciera ejercicio, seguía pareciendo alguien que comía muy poco. «Peso setenta kilos —pensó recordando el número que le marcó el peso esa mañana, como era normal—. Está acorde a mi estatura»

—Papá una vez dijo que siempre encontraremos a nuestra alma gemela, no importa nuestro aspecto físico. En algún momento encontraré la mía, ya verás.

—Tu padre anda mas metido en sus libros que en la vida real —reprochó—. Pero supongo que tiene razón en parte. Siempre encontraremos a esa persona adecuada, por mucho que insistamos en que no será así. Ojalá que la tuya sea una muchachita muy cariñosa. —Cristal miró de soslayo el ornamentado reloj de pared que se encontraba en la fineza del papel tapiz de la cocina. En cada movimiento se formaba el clic característico de los segundos. Luego miró a David y se percató de sus fachas—. ¿Por qué no te has arreglado? ¡Llegarás tarde!

—No me siento bien hoy, me tomaré el día libre. —Se arrepintió de haberlo dicho sin pensarlo. Debió inventarse otra excusa que le trajera menos problemas. Ni siquiera pudo suspirar, al instante le atiborraron de preguntas.

—¿Qué tienes? ¿Te duele algo? ¿Son las pastillas? ¿Te pesaste correctamente? ¿Es la tensión? ¿Quieres que llame al doctor? —David gruñó. Su madre tenía cierto método de hacerle sentir tan frágil como un cristal, claro, sin esas intenciones.

—Estoy bien, simplemente tengo asuntos que resolver. Saldré con Hernesto. Iré a cambiarme de ropa. Avísame cuando llegue. —Se levantó antes que Cristal hablara.

—David. —Le llamó, de repente en un tono muy serio. Se detuvo en las escaleras sin mirar atrás—. ¿Seguro que no es nada grave?

—No, mamá. Tranquila. Si llego a sentir algo serás la primera en enterarse.

Entró a su habitación en silencio. Suspiró. No le agradaba provocar tantas preocupaciones en su madre. Negó frustrado. A su teléfono llegó un mensaje de Hernesto, decía que ya había salido de su casa, así que se apresuró en vestirse para llegar a tiempo.

Se fue sin mediar palabras con su mamá, no era necesario, ella sabía que si él estaba saliendo era porque estaba bien.

Mientras caminaba en dirección a la parada del bus, consideró la posibilidad de ir ese mismo día a la casa de Xavier. No podía postergar el asunto tanto tiempo. Estaba muy seguro que ese día no había ido a la universidad, al igual que él y Hernesto, no había mejor oportunidad que esa.

Un repentino escalofrío recorrió el cuerpo de David al momento de un pensamiento cruzar su mente «Cuando Xavier se entere de todo lo que sé sobre Gadné y la historia de su hermano querrá ir al bosque —pensó con un atisbo de temor—. Y cuando lo haga no le importará si arriesga su vida o no»

Inmediatamente se formuló otras preguntas. Si Xavier realmente había pasado por todo eso, ¿por qué no había continuado insistiendo? ¿Por qué esperó ese día en específico para decir todo lo que su garganta retenía? David estaba confundido, por nueve meses se había comportado como si nada hubiera ocurrido, entonces ¿Por qué ahora?

Se montó en el autobús antes que este saliera. Sentado en uno de los asientos intermedios, pensó en qué haría si Xavier tenía la repentina y alocada idea de ir al bosque. De alguna forma debía evitar esa resolución de los hechos.

Estaba mirando por la ventana del bus hasta que otro transporte público que venía al lado aceleró, dejando una enorme nube de humo negro lleno de pequeñas partículas de carbón que se colaron por la ventana en la que miraba. Tosió y se sintió sofocado de repente, sus pulmones se llenaron de ese aire tan contaminado muy distinto al olor de los paisajes naturales que frecuentaba. Se separó de la ventana casi al instante; de todas formas tuvo un ataque de tos y sintió un leve rubor en sus mejillas «Necesito ir a un lugar libre de todo esto, urgente» Pensó luego de soñar despierto con el dulce aire de un ecosistema verde. Su corazón se aceleró «No te alteres, no te alteres» Su respiración se calmó en medio de inhalaciones y exhalaciones paulatinas.

Dejó de divagar cuando llegó al lugar pautado. Era poco menos de las diez de la mañana y la pequeña plaza se mantenía un poco más animada que otros días debido al entrenamiento de un grupo de personas. Se ejercitaban al ritmo de canciones que les animaban a continuar a pesar del visible cansancio. Más de diez se mantenían en grupo, muy coordinados en sus movimientos.

David rodeó la plaza. En esos momentos se percataba de las esculturas que tenía en las esquinas; árboles de la vida. Se detuvo a observar uno encima de un pedestal de mármol con una técnica muy bien ejecutada. Quien haya hecho tal escultura seguramente quería mucho que se relacionase con el bosque. Siguió caminando hasta que observó la figura de Hernesto sentado en un banco. Llevaba una camisa azul marino con rayas blancas en las mangas.

Pasó por al frente de él esperando alguna reacción. Nada. Hernesto no se inmutó, ni siquiera se había percatado de la presencia de David, lo más seguro era que estuviera pensando en algo, o en alguien en específico. David suspiró y le tocó el hombro. Los ojos ámbar de Hernesto se posaron en él. El chico estaba tan agobiado y mentalmente cansado que no quiso ver en aquellas piedras de colores lo que su alma sentía. El señor alegría no estaba activo ese día, incluso así logró sonreír y saludar al castaño.

—Hola. —Le dijo con una semi sonrisa—. ¿Cómo estás?

—Igual que ayer —respondió Hernesto mientras exhalaba un suspiro—. Me sorprendió tu mensaje de anoche. Supongo que tienes cosas muy interesantes qué contarme. —agregó sin dejar de mirar a David.

—Sí, así es. Pero primero, ¿has sabido algo de Xavier?

—Nada. Estoy más que seguro que no fue hoy a clases. —David asintió.

—Lo sé. Tendremos que ir a su casa y hablar con él, las cosas no pueden continuar así. —«No estoy seguro de todo esto, sólo sé que él debe saber la historia de Gadné»

—Lo sé. —Hernesto se mordió el labio inferior y miró David con una expresión de dudas. David suspiró y se sentó a su lado en el banco. Miró a Hernesto de soslayo y supo que quería decir algo.

—Cuéntame.

—He... He estado en contacto con Gadné —resopló. Enseguida sus mejillas se tornaron rosaditas y apartó la mirada de David.

Él quedó sorprendido y dejó que su sorpresa fuera visible en sus facciones. Rió un poco en su mente, tal vez se lo hubiera tomado de otra forma si Hernesto se hubiese mantenido aséptico al respecto, mas aquel gesto sólo podía significar el inicio de una atracción.

—¿En serio? —Logró pronunciar—. ¿Cómo?

—Cuando te fuiste me quedé hablando un poco más con ella. ¿Sabes? El ambiente no era tan tenso, hablamos y me contó un poco más sobre su hermano. Creo que nunca había hablado tanto sobre él con alguien; sentí que ella lo necesitaba, era algo que le oprimía el pecho. —Sonrió con ternura—, ella quería a alguien que la escuchara sin que le discriminara. Creo que se siente cómoda conmigo. Logré escucharla sin molestarla.

David continuaba perplejo. Se sentía feliz por Hernesto, tal vez era lo único bueno que le había ocurrido en días. Aún no quería hablar directamente sobre situaciones románticas, mas prevenía que eso pronto ocurriría. Lejos de ese tipo de temas, encontraba en Hernesto una compañía inigualable que seguramente Gadné había descubierto, sino ¿Cómo se explicaba que hubiera estado con él más tiempo del que David creyó?

—¿Te ha dicho algo más que debamos agregar al misterio del bosque? —preguntó regresando al tema que les incumbía. Hernesto respondió en negativa—. Bueno, yo he investigado algo.

Empezó a contarle la historia del guardia que custodiaba el bosque, le contó desde que llegó hasta que decidió irse. Iba a mencionarle sobre sus investigaciones, mas algo le hizo detenerse en mitad de la frase. No sabía lo que era, sin embargo sintió que era mejo mantenerlo en secreto.

Hernesto se mostró sorprendido cuando finalizó su relato. No dijo nada de inmediato. Ambos quedaron en silencio, observando a las mujeres dentro del grupo de bailo-terapia que se ejercitaban.

—¿Crees que el amigo de ese guardia desapareció en el bosque? ¿Qué tal si hay personas que les sucede lo mismo? ¿Eso quiere decir que sólo una persona recordará a... un... fantasma? —preguntó casi susurrando. La última pregunta no supo muy bien como plantearla. David entendió a qué se refería a pesar de las trabas de su amigo.

—No lo sé —respondió encogiéndose de hombros—. Yo me pregunto lo mismo. —Hernesto suspiró.

—Hay que contarle a Xavier de esto y aclarar las cosas de una vez. —David asintió. Luego de unos segundos Hernesto cambió su expresión y empezó a mirar a David con seriedad y preocupación.

El pelinegro no supo interpretar su mirada del todo, hasta que finalmente esos ojos cristalinos color miel se entrecerraron para compartir los pensamientos que en ese momento asomaban por su mente.

—Pero hay algo que me preocupa —dijo con severidad—. Y es lo que él pueda hacer luego de enterarse de todo.  

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