Capítulo 43.
Era impresionante observar cómo su mundo se derrumbaba frente a ella, en cámara lenta, suave y sin ningún ruido.
Antes de que se cumplieran treinta y cinco días sin ver a David, despertó con la desagradable sorpresa de que ya no podía transportarse de ninguna forma mágica posible a otro lugar. El viento dejó de abrazarla en su manto y su magia perdió tanta capacidad que ya no pudo convertir la materia de su cuerpo en animales que le permitieran volar o andar a distintos lugares de su hogar.
Ahora tendría que caminar mucho.
Ya llegado el atardecer de trigésimo segundo día sin ver a David, los animales corrieron a informarle que alguien había entrado al bosque. Al principio creyó que era él, no obstante, los animales le transmitieron otra cosa. No, no era David, sino un intruso.
Pudo confirmarlo cuando sintió una parte de su cuerpo ser lastimada. Una herida surgió en su antebrazo derecho como si una flecha hubiese rozado su piel. No gimió ni gritó de dolor, estuvo atenta a sus oídos y comprendió que el herido era un árbol. Reanudó su marcha en dirección al humano para cumplir con su deber de convertirlo en algo preciado para el bosque, pero no pudo. Cuando llegó al frente del claro rodeado por árboles, el humano ya se había ido.
Se maldijo todo el día, frustrada. Sus peores miedos se estaban comenzando a hacer realidad, todo se estaba yendo de cabeza, así que de forma inevitable un pensamiento afloró en su mente. «¿Qué me matará primero? ¿La Tierra o los humanos?» Si estos comenzaban a ir más seguido a su hogar, las heridas serían más frecuentes, y como pudo comprobar, ya no sanaban tan rápido como antes.
No le dolía mucho la herida, estaba acostumbrada al dolor, sin embargo cuando David le sujetó el brazo se le escapó un pequeño chillido. Fue lo peor que pudo hacer puesto que hizo que el joven se preocupara más. Él tenía sus propios problemas, ¿por qué le importaba lo que sucediera con ella? «Me pregunto si no fue un error haberme hecho su amiga»
Regresó al presente cuando David soltó una exclamación de sorpresa. Debía admitirlo, estaba emocionada por el detalle tan hermoso que él le había hecho al bosque. A ella nunca se le hubiese ocurrido, aunque tampoco es como si tuviese muchos amigos humanos a quienes habérselo pedido.
Quizá sus problemas evitaban que saltara de alegría frente a él. Después de todo, ella no podría verlos crecer, pronto su vida acabaría y aún no encontraba la forma de decírselo a David. ¿Cómo hacerlo? Estaba tan feliz y emocionado que no quería arruinarle esa mínima felicidad con algo tan banal como su vida.
Apretó con fuerza el ramo de flores. Por un segundo deseó que todo se detuviera. Quería quedarse allí, con él, regalarle millones de sonrisas y enseñarle todo lo que ocultaba ese majestuoso lugar. Lamentablemente ella no le había podido mostrar sino menos de una cuarta parte de ese inmenso terreno, mas para él, parecía ser suficiente siempre y cuando estuviera su lado.
Sonrió al verlo intentar cavar un pequeño hoyo para las semillas. Pudo contar alrededor de unas treinta. No todas germinarían, pero las que lo hicieran se erguirían en el futuro como hermosos pedestales naturales, fuertes y brillantes. Reconoció a los abedules, esos que no habían en el bosque, y también a los castaños y limoneros. ¡Vaya elección! Había una enorme variedad de árboles y David escogió los más indicados para rellenar ese terreno vacío.
Al ver la extensión de tierra que aparentemente era infértil a su magia, le traía malos recuerdos. Saboreaba el horrible momento que vivió años atrás, cuando la humanidad aún visitaba su hogar. Ahí presenció una de las escenas más terroríficas de su vida, y que no pudo apreciar tan de cerca cuando fue diosa. Siempre tenía que encargarse de toda la naturaleza en general, pocas veces pudo atender estos problemas personalmente.
—Te vas a ensuciar todo —dijo riendo por lo bajo. Le resultaba tierno el esfuerzo que estaba haciendo David, aunque no le gustó del todo, ¿realmente él podía hacerlo?—. No te esfuerces demasiado.
—Oh, vamos —El chico terminó sentándose en la tierra, con las piernas cruzadas. Su cara de cansancio le resultaba de cierta forma, encantadora—. Es pan comido.
—Claro, díselo a las gotas de sudor de tu frente. Parece como si te hubieras bañado en el río. —Forest rió al mismo tiempo que él se secaba apresurado las gotas de su frente—. Te iré a ayudar.
—¡No! Yo puedo hacerlo solo.
—No seas terco, apenas llevas cinco agujeros y ya estas agotado. Es mejor que no te esfuerces demasiado, tu corazón no está bien —David bufó, enojado. Sí, quizá no le agradaba que mencionaran su enfermedad como un obstáculo, así lo fuera.
Él se mantuvo sentado, observando como Forest abría con agilidad y un poco de ayuda de la magia que le quedaba, agujeros en la tierra de unos tres y cuatro centímetros de profundidad. A ella no le importaba ensuciarse, vivía por el bosque y moría por la naturaleza; sentir la tierra en su piel, verla manchar una simple tela, no era nada más que la tierra buscando ser vista y protegida.
—Tu corazón no está bien —repitió, esta vez en voz baja. No quería hacerlo sentir incómodo, siendo eso lo inevitable.
—Supongo que decirte lo contrario no servirá de mucho. Ya lo sabes. —David adoptó un gesto pensativo—. No, no está bien. Puedo morir.
El viento silbó entre ellos. Ella pudo escuchar como pasaba sigiloso, quizás inquieto. Extrañaba escucharlo.
No dijo nada. No se acercó a él para abrazarlo porque no era lo que él quería. En realidad no podía saberlo con seguridad, pero presintió que más gestos de lástima sobraban en la vida de David.
«Ya somos dos» quiso decirle. Mantuvo su boca cerrada advirtiendo una posible reacción nada favorable para él. Debía callar, así ambos estarían mejor. Pensó un rato en qué decirle, mientras calculaba la distancia necesaria para sembrar las semillas. Luego, por su mente cruzó una idea, una que solucionaría cada uno de los problemas del joven de rulos. Estaba consciente de lo que ello implicaba, mas haría todo lo posible por llevarlo a cabo. «Por favor, que funcione» rogó mientras apretaba un puñado de tierra.
—No morirás. —Fue lo único que pudo decir.
—No puedes saberlo.
—Sí puedo. No morirás, David —insistió soltando la tierra de su mano y volviéndose hacia él para mirarlo—. Sé que no lo harás.
Sus miradas quedaron fijas, una en la otra, como si estuvieran luchando. David parecía querer gritarle y sacar toda la frustración que cargaba por dentro. Ella no podía asegurarlo, sus palabras no eran una firma en su destino; nada era seguro, por lo tanto sí podía morir. ¿Cuándo? ¿Dónde? Esas eran las incógnitas, quizá más temprano que tarde.
Forest continuó su labor en silencio, incluso teniendo la mirada del joven de rulos fija en ella. De vez en cuando le miraba de reojo, pero siempre se encontraba con el mismo rostro. Triste, frustrado. Se notaba que no quería hablar de ello, así que no forzó más el tema.
No hasta que él quiso hacerlo. Pero en su contra.
—Tú tampoco estas bien. —Subió su mirada ceñuda. Ya sabía que él debía sospechar algo. No planeaba darle motivos de preocupación, así que nada más le quedaba actuar desinteresada en ello.
—En realidad estoy muy bien, no sé porque te haces esas ideas ton...
—¿Tontas? —completó un tono más alto—. Entonces es tonto que no puedas transportarte con rapidez como antes; es tonto que tengas una herida en tu brazo y no sane como la primera vez que lo vi; es tonto que hayan lastimado a un árbol y TÚ como su guardiana no hubieses hecho nada para impedirlo, es...
—¡Basta! —bramó Forest, colérica. Por primera vez en mucho tiempo sintió el calor apoderarse de su rostro y el viento agitando su cabello. Se levantó enojada y a la vez herida por las palabras de David, ¿qué podía saber él de lo que le pasaba o no? Sólo quería protegerlo, evitarle un mal innecesario, ¿cómo se supone que lo haría cuando su magia estaba desapareciendo? Dudaba en que pudiera ayudar a su corazón como antes.
Ambos hicieron silencio. Forest depositó una mirada colérica en David, un mensaje claro de que no quería que continuara con el tema. Él pareció sorprendido y a la vez enojado. «Lo siento, pero no puedo decirte nada. Es por tu bien»
—David, es mejor que no te metas con asuntos que se salen de tus manos —masculló.
—O sea que admites que algo te pasa —arremetió por su parte. Forest no planeaba gritarle de nuevo, no quería asustarlo, pero era lo que más deseaba en esos momentos.
—Es pasajero. —sentenció con rudeza. Se dio la vuelta para darle fin a esa desagradable conversación y continuar cavando los hoyos.
David se levantó en silencio, creyó que se iría enojado por la discusión que habían tenido. Su respuesta fue tomar un puñado de semillas y sembrarlas en los agujeros que Forest iba haciendo. Ella no dijo nada, dejó que lo hiciera, después de todo era necesario que un humano como él las sembrara, nada de magia, nada de seres sobrenaturales. Sólo los favoritos del Creador. Tal vez hasta pudiese despejar su mente y comprender que no podría hacer nada.
Una hora transcurrió en esa labor. Ambos estaban cansados, en David se notaba un poco más, había logrado sembrar la mayoría de las semillas, con descansos de unos diez minutos. Tuvo la intención de decirle varias veces que se detuviera, pero él como si leyera su mente, se detenía a descansar. Se tomó un par de pastillas mientras reposaba en la tierra. «Espero que le hagan efecto» pensó mientras lo miraba de soslayo.
Ya casi no quedaban semillas. Ella quería ayudar, tal vez no pasaría nada si solo sembraba una. Cuando Forest extendió su mano para tomar el último par, sus blanquecinos dedos, sucios de tierra, chocaron delicadamente con los de David. Ambos subieron sus miradas para cruzarlas unos preciados segundos. La guardiana notó como el chico se sonrojaba, al tiempo que quedaba embobado al verla. Debía admitirlo, ella también sentía cierta atracción hacia él. También le gustaba mucho, le recordaba tanto a Dairev. Cada una de sus facciones eran tan similares. Miraba en David a su antiguo amor. En eso se basaba su atracción. Y el amor que muere una vez no puede regresar a la vida por más que se intente. Siempre estarán las cicatrices, y como lo inevitable, volverá a ser nada.
—¿L-Lo sembramos juntos? —preguntó David, nervioso. Forest sonrió por su ternura.
—Claro.
Habían comenzado a sembrar en espiral, así que sólo quedaba un lugar vacío. El centro.
Forest observó las semillas que llevaba en la palma. Robles. Casi suelta una carcajada al ver que eran robles. Esos árboles eran de cierta forma emblemáticos en sus tres vidas. Gracias a ellos nombró a su primer y único caballo. Como Diosa restauró millones de robles devastados por mano de obra humana, y como guardiana parecía ser que sería la última marca que dejaría en el bosque antes de morir.
Sonrió.
Ambos, en silencio, cavaron el pequeño agujero, depositaron las semillas y la cubrieron de tierra. Por último, Forest pasó su mano para alisar el terreno. Estaba hecho.
—Hazme una promesa. —Forest subió su mirada para ver a David. Dudó antes de asentir.
—De acuerdo. —David inhaló profundo, para luego unir sus manos. Entrelazaron sus dedos hasta formar un puño y lo levantaron a la altura de sus pechos.
Él no habló, parecía cobrar fuerzas para decir lo que quería. Forest se concentró en sentir el nerviosismo que despedía su pequeña mano. Temblaba.
—P-Prométeme que ambos veremos a estos árboles crecer. Yo te prometo que no moriré, resistiré todo lo que pueda cuando llegue el momento de la operación, pero tú también debes prometerme que pase lo que pase estarás aquí, cuidándolos, viéndolos crecer hasta que tengan gruesos troncos y hojas tan verdes como tus ojos. —David apretó su agarre al momento de que sus ojos se cristalizaban. No apartó su mirada—. Prométemelo Forest, hazlo.
No lo entendió. Sí, ya era un hecho que había cambiado gracias a David, no obstante en ningún momento él le hizo sentir así, aprisionada, arrinconada y sin aberturas por dónde escapar. Sintió vaho en el estómago. Desagradable.
Él parecía saber mucho más de lo que aparentaba, tal vez presentía que algo malo le ocurría, que en realidad no estaba bien como simulaba. Forest se había vuelto una persona muy especial en la vida de David, y como tal, parecía sentir un cambio irrevocable en su vida.
Pensó en decirle la verdad, hablarle sobre la Tierra, sobre la naturaleza y su labor en todo ello. Quiso gritarle que pronto moriría y que en aquellos momentos estaba agonizando. Le quiso sonreír mientras lloraba, darle un delicado beso en su frente y susurrarle al oído que lo perdonaba por no haberla salvado de la hoguera aquella noche, decirle que ansiaba encontrarlo en la otra vida.
No hizo ninguna de ellas.
Se quedó observando cómo pequeñas lágrimas se deslizaban por las mejillas del joven. Su mano libre se encargó de secarlas con dulzura, para luego acariciarle la mejilla de la forma más tierna que podía. Abrió su boca un par de veces, mas no emitió sonido alguno, ni siquiera sabía qué contestar, la congoja amenazaba con salir de su boca al hablar y lo último que quería demostrar era debilidad.
Inhaló y exhaló con pesadez, preparada para lo que diría. ¿Era lo correcto? ¿Arriesgaba la vida de David con ello? No pudo formular respuesta a esas preguntas, pues de sus labios salió otra, dirigida a él.
—Te lo prometo.
Mintió. Era una mentira. Las mentiras son espejos, reflejan una realidad distinta, una verdad distinta. Para ella, ese reflejo era el valor de una promesa que tarde o temprano terminaría rota.
A veces las mentiras evitan problemas mayores, dolores y pesares.
Pero sólo por un tiempo.
—Desearía quedarme a acampar, creo que sería algo mágico estando en este lugar tan fantástico. —Se volvió para mirarlo. Él había hecho lo mismo. Sonreía con una pizca de emoción—. Cuando salga de la operación me quedaré unos días, ¿puedo?
Asintió a la vez que forzaba una sonrisa. ¿Qué estaba haciendo? Su lejano corazón le decía que estaba mal, pero la preocupación por él era mayor. Si sus sospechas eran ciertas, su plan funcionaría y él lograría salvarse. Se llevó una mano al pecho sin dejar de mirarlo.
—¿Ya te he dicho que tus ojos son muy bonitos? —preguntó sin despegar su mirada. David se sonrojó al tiempo que ponía una expresión de sorpresa.
—¡Me halagaste! —Forest reaccionó.
—¿Qué? Claro que no.
—¡Lo hiciste! —dijo David mientras carcajeaba. Se sentó agitando varios pétalos de flores—. Este será un día memorable de recordar.
—Exageras. Lo dije nada más porque me recuerdan al mar. —bufó la guardiana. Se sentó al igual que él, con delicadeza. Estaba en un pequeño calvero, algo lejos del camino y del río. Había varias flores y mucho pasto a su alrededor. Ambos al llegar se acostaron para mirar el cielo y buscarle forma a las nubes.
Forest pensó que pasar el tiempo con David era divertido.
—¿Es cierto que te prestarán un corazón? —preguntó ladeando a un lado su cabeza. David rió de nuevo, para volverse a acostar entre la grama.
—Hum, bueno, algo así —La guardiana hizo lo mismo, esta vez quedando ambos muy cerca. En esa posición colocó sus manos en el vientre—. Es más complicado en realidad.
—¿La persona que te lo preste estará de acuerdo? ¿Seguirá viviendo?
—¿Qué? ¡No! —David negó con una sonrisa de lado—, la persona será un donante, alguien que por decisión propia me quiere dar su corazón para que yo lo utilice. Normalmente estas personas se encuentran desahuciadas. Morirán, y como saben que van a morir ponen a disposición sus órganos para que otras personas que aún puedan vivir, los usen.
Forest quedó pensativa.
—¿Son muy comunes los donantes?
—Lamentablemente no. Me colocaron en una lista según la gravedad de mi situación. Aunque también dependerá si soy compatible o no con el corazón donado.
—¿Cómo hacen para saber si eres compatible? —Forest se volvió a mirarlo. Varias flores que estaban aprisionadas en su cabello, se cayeron.
—Hacen muchos exámenes de sangre y este tipo de cosas que hacen los doctores. Ni yo mismo sé cuánto durará el procedimiento. Sólo me toca esperar.
Volvieron a hacer silencio. ¿Qué más podía decirle? Su situación era difícil, y con la información que logró recolectar sobre la operación, no supo del todo si su plan funcionaría. Jugueteó con sus manos, recostada, hasta que se le ocurrió algo más.
Se levantó con rapidez tendiéndole una mano a David. Él acepto, dudoso de la repentina exaltación de la guardiana.
—¿Qué ocurre?
—Vamos a un lugar.
—¿A dónde?
—¿Por qué te importa a dónde? Confórmate con saber que iremos en busca de la suerte. —Forest rió, cual niña que va a iniciar una pequeña aventura. David frunció su ceño, confundido, luego rió al igual que ella aceptando su invitación.
Todo el camino estuvieron tomados de la mano. La guardiana no lo notó, pero David estaba más que nervioso; no despegaba su mirada de la delicada mano de Forest, como si fuera una especie de reliquia sagrada.
Ella caminó entre la diversidad de árboles, guió a David y lo ayudó cuando era necesario. Llegaron a un pequeño riachuelo con piedras grises llena de moho verdusco. El terreno era pedregoso. Se respiraba a humedad más el dulce aroma del aire natural. Se escuchaban los pájaros cantar y algunas cigarras en los árboles. Del otro lado del pequeño río habían varios helechos acuáticos; algunas hojas reposaban sobre el agua y se mecían a su merced.
—¿Y qué es lo que debemos encontrar aquí? Es un lindo lugar para descansar un rato.
—Mira más allá David —Forest extendió sus brazos al tiempo que se volteaba frente a él—. Observa lo que hay en este lugar y encuentra la suerte.
—¿La suerte? —preguntó escéptico. Forest rió al notar su confusión, así que corrió al otro lado del riachuelo y comenzó a buscar entre los helechos.
David no lo entendió, así que comenzó a observar a su alrededor, buscando algo que no sabía qué era.
La guardiana sintió su mirada inquisitiva por varios lugares, escuchó varias exclamaciones de sorpresa y cómo se quedaba perplejo observando ciertos animales, como los caracoles. Anduvo un poquito más arriba, hasta que encontró lo que buscaba. Sonrió al notar que habían muchas de ellas.
Solo quedaba esperar que él lo encontrara.
—¡Oh! ¡Un trébol de cuatro hojas! —Forest rió al escuchar la exclamación de David.
—Encontraste la suerte.
David se acercó entusiasmado hacia la guardiana para llevarla al lugar en la que estaba la pequeña planta. Se detuvo anonadado por lo que terminó encontrando.
—Esto es... fantástico —murmuró.
Habían por lo menos unos cuatro helechos de tréboles, y en el suelo crecían una gran variedad de ellos. Se acuclilló para poder mirarlos más de cerca.
—Saldrás bien de la operación —afirmó la guardiana. Cerró los ojos y recitó una pequeña oración al tiempo que tocaba un trébol—. Una hoja para la esperanza...—Una de las cuatro hojas del trébol brilló por unos segundos. David miró asombrado como el resto se repetía al tiempo que ella hablaba—, una para la fe, una tercera para el amor y la última para la salud. Un único trébol para la felicidad del individuo que hoy acude a ti Madre, impoluto de mente y que necesitará de tu benevolente poder para sobrevivir a las adversidades.
Forest colocó su dedo índice y pulgar en el tallo del trébol que había tocado. De un jalón despegó la pequeña planta. Como supuso, no le hizo ningún daño. Miró de soslayo a David, el joven estaba sorprendido, mirando con perplejidad a la guardiana.
—Creí... creí que no eras una persona supersticiosa. —Forest rió.
—Lo soy si involucra a la Madre. —Tomó la mano derecha de David con delicadeza, y en la palma depositó al trébol que había arrancado—. Ten, cuídalo. No morirá porque ahora es un amuleto sagrado. —Se rascó la nuca, insegura—. Nunca había hecho uno. Vida me enseñó a hacerlo de pequeña, sólo eso, ¿a quién le haría uno? Mi suerte consistía en poder vivir alrededor de la naturaleza ¿Qué más podía pedir? Aunque ahora me siento afortunada de tenerte cerca. Has sido un gran amigo. —Subió su mirada y notó una leve decepción por parte de David.
Frunció su ceño. ¿Por qué parecía de repente triste?
—¿Sólo un amigo? —«¡Claro! Ya sé a qué se refiere»
—No sólo un amigo. También un gran confidente. —Forest sonrió ampliamente, esperando la misma reacción por parte de David. Obtuvo una sonrisa forzada.
—Claro... —En ese momento sonó un timbre. La guardiana se sobresaltó hasta que David apretó un botón rojo de algo que tenía en su muñeca—. Lo siento, ya me tengo que ir, es tarde —rió nervioso—. Mamá me va a matar.
Ella asintió, volviéndose a poner en marcha junto a él. Esta vez de regreso.
Caminaron por casi cuarenta minutos, hasta que llegaron al frente de la verja. Forest se quedó atrás mientras David avanzaba. No se dieron un abrazo de despedida. Nada.
—¡Espera! —exclamó—. ¿Vendrás mañana? —David negó, triste.
—No lo creo. Me redujeron la actividad física por mi estado. Es todo una suerte que en este lugar no haya sentido nada alarmante. Intentaré venir otra vez en la semana, te lo prometo. —Sonrió de lado, queriendo transmitirle seguridad. De repente, frunció su ceño—. Forest, no olvides nuestra promesa —expresó con seriedad.
—No lo olvidaré.
—De acuerdo. ¡Nos vemos! —Se despidió con una sonrisa.
Atrás de él, el rostro ensombrecido de la guardiana desapareció entre los matorrales del inmenso bosque.
Ya se sentía cansada de caminar tanto. En definitiva el no poder transportarte hacía todo mucho más cansino. El bosque era grande, un humano normal podría recorrerlo alrededor de quince días, quizás un poco más. Y antes ella podía estar en cualquier lugar de sus dominios en tan sólo un parpadeo.
Tenía que llegar al centro del bosque cuanto antes; el temblor que causaba el Árbol Padre solía asustar a sus hijos, y ese miedo ella podía sentirlo; no le gustaba, así que para ahorrar ese mal momento debía llegar rápido.
Corrió por horas, y siguió incluso cuando finalizó el ocaso. Estaba agotada, se sentía como una humana, una de verdad «En eso terminaré convirtiéndome. En una mortal»
Llegó cuando la luna estaba en su máximo esplendor. Las estrellas brillaban en el impecable cielo nocturno, brindando luz a la guardiana. El Árbol Padre esa noche en especial se veía majestuoso, incluso, atemorizante por su tamaño. Forest pensó que ya faltaba poco para que jamás volviera a verlo. Suspiró temerosa. Aún no encontraban a las almas que se convertirían en la liga de dioses en protección a la naturaleza, y un trozo de su magia cada día era arrebatada. Ya no era una protectora, no podía proteger nada. Había fracaso en su labor.
Miró a su alrededor. Distinguió miles de vidas. Desde la diversidad de matorrales y árboles, hasta los pequeños y medianos animales que convivían allí. Ya no podría protegerlos, ni escucharlos. Y pensar que todos creyeron que Forest estaría por siempre allí, cuidando de las generaciones de cada uno de ellos. No, ya no más.
Cuando llegó la hora, Forest se resignó al dolor como todas las noches, igual que una pequeña mariposa se entrega a un depredador. Escuchó a la Madre. Más víctimas de los humanos. Incendios en el Amazonas, animales completamente extintos, otros en grandes peligros, un mar que llora y que expulsa líquido negro, tala compulsiva, olor a podredumbre, a muerte ¿Cuándo pararía?
Cuando su tortura acabó, sintió que faltaba una parte de su alma. Sí, eso comenzaba a ocurrir todas las noches. Ya no podría hacer algo que antes frecuentaba. ¿Qué era? No lo sabría hasta que por inercia lo intentara.
Gimió sobre su pequeño nido de hojas secas. Apenas y pudo arrastrarse allí, continuaba muy adolorida. «Lo siento Madre. No pude protegerte» apretó un puñado sin importarle que estas sufrieran, ya no las escuchaba, dejó de escuchar a las plantas una semana atrás. Las liberó cuando comenzó a sentir un profundo dolor de cabeza.
Sí, no las escuchaba, mas el dolor permanecía.
Escuchó un arrullo tierno, sosegador. Alguien comenzó a acariciarle el cabello de hebras doradas con mucha dulzura. Luego, una entonación.
Ella despierta rodeada de paz.
Sonríe con calidez a sus amigas las flores,
Quienes entonan muchas canciones.
Ella, dulce y mágica canta junto a las aves,
Vuelan, vuelan a lugares inexplorables.
El río refleja su figura,
Linda muchachita llena de dulzura.
Corre, corre sin parar, riendo con
Las liebres hasta no poder más.
"Pequeña flor en su máximo esplendor,
No te marchites nunca por favor" piden los
Animales. Inocencia hay en sus corazones,
Devastados quedaran al no verte más.
Yo también extrañaré a esa linda flor,
De cabello como el fuego, y de ojos de cristal.
Oh pequeña, todo lo que comienza debe terminar,
Y tú marchitar hermosa flor,
Pronto acabará.
Se repitió, una y otra vez. Cerró sus ojos deleitándose con el melifluo cantar de su madre. Sintió un leve picor en sus ojos, de nuevo quería llorar, pero no podía, no tenía lágrimas. Cuando acabó continuó en su regazo, sintiendo como las manos de Vida acariciaban su cabello.
—Falta poco —murmuró Forest—. Lo sé, lo siento aquí. —Tocó su pecho.
Vida permaneció en silencio.
—Necesito pedirte un último favor. —Forest se levantó con dificultad, la diosa le ayudó para que se quedaran mirando fijamente. Llevaba como era usual, su cabello recogido en una cebolla, y en sus hombros reposaban las plumas de un débil color rosado—. Protege a David. No permitas que Muerte se lo lleve.
—Mi niña. —Vida acarició su mejilla, al tiempo que depositaba un beso en su frente—. No está en mí manipular el destino de los humanos. No puedo tomar esas decisiones.
—¡Por favor! David no merece morir, él...
—No todos obtenemos lo que merecemos. Si así fuera la vida entonces tú no estarías aquí en estas situaciones. —Forest entre cerró sus ojos, triste.
—Pero David...
—Él es un chico fuerte, sé que podrá superarlo.
—¡Necesita un corazón! ¿Cuántos hay en esta ciudad dispuestos a dar el suyo? —Vida desvió la mirada. Forest no necesitó más nada que ese gesto para responder a su pregunta—. ¿Lo sabes cierto? Ya sabes si él vivirá o morirá. Siempre lo has sabido. —Vida se levantó, dándole la espalda.
—Descansará. La muerte no es tan mala como la pintan.
—No... ¡Él no puede morir! No lo voy a permitir.
—Pequeña flor, sé que lo quieres. —Vida se dio la vuelta y envolvió en un abrazo a la guardiana, queriendo apoyarla—. Mas no puedes hacer nada, tú no...
—Sí, sí puedo —dijo determinante. La diosa se sorprendió por el tono y afirmación de Forest, así que se separó de ella para mirarla fijamente—. Para eso necesitaré de tu ayuda.
Las flores y los cerezos presenciaron su conversación como lejanos espectadores. Ellos también se habían encariñado con David a pesar de no haberlo visto. Los rumores de un chico amable que amaba la naturaleza fue regada por los pájaros que volaron a todos los rincones del lugar, y otros animales no hicieron nada más que confirmarlo. Además, ver a su guardiana encariñado con un humano, no sólo era extraño, sino que también especial.
Aunque no podían hablar con ella, hubiesen estado de acuerdo con su decisión.
Vida estuvo de acuerdo. Era arriesgado, pero por cariño a Forest y respeto a David, lo haría.
Forest suspiró aliviada. Él cuidaría de los árboles que sembraron ese día. Todo estaría bien.
—Vida... una última pregunta. —Miró a la diosa con su ceño fruncido—. ¿Cuánto tiempo me queda? —Vida miró a otro lado, triste—. Por favor. Dime.
La diosa volvió a mirar con pesar a Forest. En ese momento tomó un mechón del cabello de la guardiana y lo alisó hacia ella sin ocultar la pequeña lágrima que resbalaba por su mejilla.
Forest abrió sus ojos al ver hebras plateadas.
—Muy poco.
N/a:
¡AUXILIOOOOO! T-T Esto se está acabando y no quiero. Perdonen por tardar, hago todo mi esfuerzo por traerles un texto medianamente presentable. Sé que tiene errores, pero confío que algún día los corregiré.
¿Qué les pareció el capítulo? ¿Les gustó? Ando muy pendiente de ustedes, en cuanto pueda responderé a sus comentarios. Les quiero un mundo. Saludos y muchos besos!
-Little.
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