Capítulo 39.
La tenacidad de David estaba comenzando a causar estragos en su vida.
Era más observador de lo que quería y las últimas semanas se vio muy atento con respecto a ella. ¿Qué iba a hacer? Quería decirle, contarle por todos los problemas que estaba atravesando, pero la sombra del temor terminaba ganando la partida, haciendo que ella sola se consumiera del dolor y de agonía.
Esa vez fue muy ruda con él. Planeaba disculparse cuando la figura delgada de David se había ido casi corriendo del bosque. Tuvo temor de que algo le hubiera ocurrido, después de todo ese joven no podía realizar ninguna actividad física que lo agotara demasiado. «¿Estará bien? —Se preguntó sumida en la ingenuidad de sus pensamientos. Se acurrucó entre las ramas del nido—. Hoy no vino, quizá no vendrá más. ¿Me odiará?»
—No —respondió ante sus pensamientos—, no puede odiarme, no hice nada malo —Se excusó ante la oscuridad de su entorno. Frunció su ceño, triste. No había hecho nada grave, aunque tal vez para él lo haya sido—. No quise insultarlo, pero... ¿Cómo no temer de mi pasado? Si ha sido él quien me ha carcomido el alma desde que me volví una guardiana. Si David lo supiera... no sé cómo reaccionaría. No quiero que me tenga lástima. —Le dijo al viento. Este no contestó a las inquietudes de su amiga. Volvió a sentirse sola, desconsolada.
Ya había pasado la hora de contacto con el Árbol Padre y curiosamente no deseó dormir esa noche; o quizá no fue deseo, sino que simplemente no podía conciliarlo sin la ayuda de la almohada que le habían regalado. Sus pensamientos giraban en David, en Dairev. Cada noche recordaba lo felices que habían sido; las sonrisas e incluso los malos momentos. Ahora los atesoraba como lo más preciado que le quedaba.
De alguna forma se le seguía haciendo difícil ver a David y pensar en la veracidad de sus palabras. Se preguntaba, «¿es él quien me lo dice? ¿O es Dairev?» No importaba, sus acciones seguían teniendo el mismo poder que su predestinado de más de un milenio atrás. Habían cambiado su vida; la infeliz guardiana que se sumía al bosque pensando en su final desapareció casi por completo, ahora estaba ella, Forest; la diosa que se alegraba al ver las flores, que cantaba junto a los pájaros, que bailaba bajo los rayos del sol disfrutando de su cálido abrazo.
Sonrió al recordar que lo hizo, ese día lo hizo. Su cuerpo volvió a sentir la ligereza de su vestido de seda al moverse en círculos; los brazos extendidos disfrutaban del cálido ambiente y sus pies se movieron dejando estelas brillantes en el piso. Los pájaros cantaban a su son y los animales del bosque salieron para verla bailar anonadados por la ligereza de su andar.
No tenía una razón específica del porqué hacerlo. Simplemente su cuerpo sintió esa necesidad; la de sentirse libre y ágil como el viento. Tenía que admitirlo, se sintió fenomenal hacerlo; recordó como era de niña, e incluso, en esa etapa que tenía el aspecto de una adolescente; la inocencia del pensamiento que poseía permitía que estuviera sumida en una alegría continua. Claro, hasta que todo su pasado regresó de golpe. De allí, todo cambió.
Escuchaba el cantar de los grillos y el ulular de los búhos. La luna todavía no alcazaba su apogeo y ella seguía sin conciliar el sueño. Comenzaba a considerar la opción de tomar la almohada que le regaló el dios del sueño hasta que escuchó pasos dentro de su bosque.
Se sobresaltó pero no pudo levantarse con la rapidez que quería. Continuaba adolorida por las quejas de la Madre esa noche, así que permaneció sentada bajo su nido esperando que el intruso apareciera. Sintió ansiedad; eso de no percibir la presencia de quien entrara a su bosque comenzaba a ofuscarla, ¡todo era más complicado ahora!
Le pidió al señor viento que se hiciera presente; este lo hizo arremolinándose a su alrededor, informándole que quien entraba no era un humano, sino un ser superior; un Dios.
—¿Te asusté? —preguntó una dulce voz. La figura de la mujer se visualizó cuando dejó atrás un árbol—. Lo siento, llegué hace unos momentos pero me perdí. Me costó más de lo usual percibir tu presencia, pequeña flor.
—Vida —murmuró Forest. Intentó levantarse de su nido. Esta vez no lo logró, sus piernas le fallaron provocando que callera de nuevo a la tierra; incapacitada completamente. Cada día era más frecuente la debilidad de sus músculos luego de escuchar a la Tierra.
—Oh, mi pequeña flor, que mal la estás pasando —dijo Vida agachándose hacia ella. Acercó su mano a su mejilla y depositó un tierno beso en la frente de la guardiana—, pensé que querías un poco de compañía.
—La quiero. —Forest bajó su mirada—. ¿P-Puedes quedarte un poco más? —preguntó cual niña pequeña. Vida sonrió con calidez.
—Puedo hacerlo. Me quedaré hasta que logres conciliar el sueño.
—¿Cómo sabes que no puedo hacerlo?
—Mi pequeña Forest, ¿soy tu madre, lo olvidas? Te conozco tanto como conozco al mundo. Ven. —Vida se hizo espacio entre el nido de Forest y se acostó, depositó su vista en las estrellas. La guardiana imitó su movimiento, solo que se recostó del pecho de la Diosa. Como lo esperaba, no escuchó latidos—. Puedo percibirlo, tienes dudas —aseveró en un murmullo. Forest asintió con lentitud.
—El futuro. No sé qué pasará con las almas que este bosque tiene retenidas. Cuando yo no esté todo cambiará. —Vida asintió sin despegar su mirada del cielo.
—Murieron —Forest abrió sus ojos. Se volvió con brusquedad hacia Vida, asombrada por la afirmación—. Todas las almas que están retenidas en este lugar y que han sido olvidadas porque esas personas perecieron, han muerto de igual forma; su recuerdo ya nadie los mantiene, salvo tú. Cuando desaparezcas esas almas subirán a la frontera, a la espera de decidir entre el cielo y el infierno. O, en todo caso, la reencarnación.
—¿Y los que no han muerto?
—Son pocos. En este lugar percibo muchas almas; la mayoría no tiene lugar en el mundo terrenal; son miles pequeña flor. Quienes aún son recordados pueden regresar o renunciar en definitiva a su vida en el mundo.
—¿Y quién decide eso? —preguntó sin parar de mirar a Vida—, creí que simplemente regresarían.
—Pueden hacerlo, pero ¿Qué sentido tiene que regresen cuando sus seres queridos son unos ancianos? Pueden vivir, en ese caso todos sus recuerdos son alterados desde el natalicio en adelante, todos los momentos se reemplazarán hasta que la cronología cambie y no recuerden nada de lo que vieron dentro del bosque. El reloj para esas almas comenzará a andar de nuevo y verán como sus seres queridos envejecieron y ellos no, aunque en realidad no se darán cuenta, creerán que es normal porque eso va dentro de la alteración de los hechos. Sin embargo las personas que guardaron el recuerdo gracias a ti seguramente sufrirán una conmoción, sabrán una verdad que nadie creerá. En lo personal me sigue pareciendo algo doloroso.
—¿Cuántas almas son las que pueden regresar? —Tragó saliva, temerosa por saber la cantidad. La diosa de la vida comenzó a mirar el bosque. Forest sabía lo que estaba haciendo. Contando.
Los ojos cafés de Vida brillaron con intensidad, como si un foco de luz estuviera alumbrando sus pupilas de manera directa. Se movían por todos lados escrutando el bosque y las mínimas vidas que tenía. Luego de unos segundos su mirada se apagó. Soltó un pequeño suspiro quejumbroso.
—Cien.
—¡¿Cien?! —exclamó la guardiana, sorprendida. Habían sido miles las almas que había tomado. Vidas que había arrebatado y que ya no tendrían un retorno al mundo. Irremediablemente la culpa embargó su pecho de tan solo imaginarse todo el daño causado. «Soy un monstruo —pensó tapándose los ojos con sus manos—, merezco lo que me pasa»
—¡No! —exclamó Vida al leer sus pensamientos. La diosa obligó a la guardiana que la mirase. Sus ojos se encontraron. Los de Forest emanaban culpa y tristeza, una que Vida intentó apaciguar—. No te digas eso más pequeña flor, no eres un monstruo. No tenías opción, era tu deber y estabas obligada a cumplirlo. Gracias a ti la humanidad sigue en pie; la Tierra se ha mantenido a raya. Lo has logrado.
—Solo logré la muerte de miles de personas —repuso en un hilito de voz—, merezco lo que me pasa. —Forest bajó su mirada en un gesto claro de culpa.
—No sirve de nada que te lamentes. Fueron miles que murieron para salvar a millones. ¿Qué crees que hubiese pasado si de la nada la Tierra hubiese arrasado con ciudades? Ahora que la situación ha dado un vuelco intenta enmendar todo lo que puedas. Disfruta con David, sé feliz junto a él.
—¡No! Temo a ilusionarlo —negó con lentitud—, no quiero lastimarlo más de lo que le hecho. Si llega a verme de otra forma sufrirá cuando desaparezca.
—O puede que no —musitó Vida desviando su mirada. Forest se volvió hacia la diosa, llena de inquietudes por su reciente insinuación. Justo cuando abría la boca para preguntar, Vida le interrumpió—. Sé que has vivido mucho, que has errado, pero... ¿No has pensado que si te quedas puedes cambiarle la vida a David? ¿O, encontrar en él la felicidad que por tanto tiempo has esperado?
—¿Acaso existe una forma en la que mi agonía se detenga?
—Si en algún momento decides seguir viviendo se te otorgará pequeña flor. Bastará con que yo se lo pida al Creador. —Vida aprisionó las manos de Forest entre las suyas—. Solo imagínate la cantidad de cosas que puedes hacer junto a David; todos los momentos que puedes crear aparte de los que ya has vivido. Puedes ser feliz. —Forest depositó sus ojos esmeraldas en los de Vida; en ellos atisbó la esperanza del vivir, de que su amada hija encontrara la felicidad en un pequeño chico con problemas cardiacos. La guardiana comprendía su querer, mas ponía en duda que seguir viviendo mermara el caótico mar de su existir. Por encima de lo que ella quería, seguía existiendo la inminente sombra del deber. Si escogía la vida, ¿era capaz de proteger el bosque con las habilidades que le quedaban? ¿Arriesgaría el bienestar de su ecosistema únicamente por poner encima de él a sus sentimientos?
No sabía qué responderse.
Deseaba tantas cosas... y entre ellas estaba morir. Quizás el deseo era nefasto, pero después de tantos golpes que la dura eternidad le propició llegó de manera inminente. David no estaría con ella todo el tiempo, sin importar que su alma fuera la de Dairev; algo los ataba, probablemente ese hilo del destino que le habló Aido hace un tiempo, pero ambos eran distintos ahora, estaban separados por una enorme brecha. Él moriría en un parpadear de ojos para Forest, en caso de que decidiera continuar viviendo. ¿Podría soportar el dolor de ver a su amigo morir? No, iba mucho más allá que eso. Era ver en él todo lo que ella no pudo tener; sentir como las visitas se acaban con el tiempo, como forma su familia y la deja a un lado. Al final la desdicha retornaría a las fauces del bosque para tomarla de los brazos y decirle «te lo dije, debiste acabar contigo cuando tuviste la oportunidad»
Inconscientemente se había acuclillado bajo las ramas de su nido; sentía un profundo dolor de cabeza que a la vez se hacía presente en su vacío pecho. «¿Por qué duele tanto? —Se preguntó alterada—, ¿por qué mis deseos se vuelven contradictorios?» En lo profundo de su ser comenzaban a aflorar sentimientos de manera paulatina; todos chocaban colisionando en una explosión que no era sentida por nadie, salvo por ella. De repente su cabeza comenzaba a murmurar deseos sin sentido; imágenes alegres en los que ella era feliz junto a Dairev, percepción que con lentitud adoptó el rostro de David. ¿Era posible que si se echaba para atrás en su decisión de morir lograra alcanzar la felicidad que añoró tanto o igual que la muerte?
No, ¿en dónde quedaba su preciado bosque? Tenía un milenio recién cumplidos en él; si aceptaba continuar viviendo sin tener ningún tipo de poder para protegerlo, ¿cómo podría vivir allí a cuestas de su dolor? Lo más probable era que muriese ante los primeros daños que causasen los humanos, o los pocos que se atreviesen a pisar el bosque; luego, cuando se den cuenta que nada allí puede hacerles daño irían más y la destrucción sería peor.
—Necesitas pensarlo —afirmó la diosa de la existencia mientras se levantaba con lentitud. Forest inmediatamente tomó su mano impidiendo que se fuera.
—No te vayas —murmuró cual niña pequeña. Sólo con su madre era tan vulnerable—, dijiste que te quedarías hasta que lograra conciliar el sueño.
—Lo sé. No planeaba irme, solo quería dejar a un lado mis plumas —rió la diosa. Forest asintió soltando su agarre. Seguía insegura, pero Vida tenía razón, necesitaba pensar mejor las cosas, aunque por más vueltas que le daba al asunto siempre acababa en el mismo resultado; nada.
—No creo que pueda —admitió cabizbaja. Vida logró escuchar el murmullo de Forest e inmediatamente le envolvió en un abrazo, uno dulce lleno de amor.
—Quiero que seas feliz, mi pequeña. Desgracia la mía que no puedo darte la felicidad que tanto añoras. Quizá mis acciones sean erradas, mas no hallo otra forma en la que puedas cambiar tu perspectiva del mundo.
—Lo sé. Yo... creí que la solución era la muerte. Creí que era el mejor camino, ahora dudo de mis pensamientos. ¿Cómo es posible eso? No lo entiendo —Negó quejumbrosa. Suspiró nostálgica—, debí aceptar su mano cuando tuve la oportunidad. No sabes cuánto me arrepiento.
—Fuiste valiente pequeña flor. Sabías que no podías salvar a tu familia y aun así corriste en su ayuda. Eso solo demostró que tus acciones fueron puras.
—¿Puras? —preguntó Forest con sorna—, mira hacia donde me han llevado mis "acciones puras"
—Así es la vida pequeña flor. Nunca sabes lo que puede ocurrir, es imprevisible, cuando decides seguir un camino otros se van cerrado, y a su vez abriéndose. Simplemente tomas la decisión que crees correcta y te arriesgas. Tranquila, sé que tú puedes afrontarlo. Disfruta y no pienses en el mañana; quizás el pensar tanto en el futuro ha causado que no disfrutes el presente.
—Probablemente... —Forest sonrió con un ápice de tristeza. Miró a Vida y asintió soltando un pequeño suspiro—. Lo intentaré. No pensaré más en lo que vendrá luego. Disfrutaré con David. Seré... feliz. —La diosa sonrió complacida. Le abrazó.
—Bien, entonces es mejor que duermas pequeña flor. Tengo el leve presentimiento que David vendrá mañana temprano. Descansa.
—¡No! Todavía quiero preguntarte algo —exclamó al recordar una pregunta que rondaba por su cabeza desde hacía tiempo. La había dejado a un lado, mas debía aprovechar la presencia de quien tenía indudablemente la respuesta—. ¿Cómo se suicidó? —preguntó en un hilito de voz. Inmediatamente se instaló en su garganta un nudo de dolor. Vida miró a su hija con un ápice de lástima en su rostro.
—Ya veo, ¿quieres verlo por ti misma? —Vida enarcó su mirada en la guardiana, esperando una afirmativa—, no sé si recuerdas que mi bufanda de plumas es el contenedor de los recuerdos de quienes viven y mueren.
—Sí. Cada pluma es la puerta hacia los recuerdos de una persona. "Remren"—murmuró una palabra que no existía en el vocabulario de los humanos. Vida la había inventado guiándose por el idioma de los dioses—, ¿puedo ir?
—Claro pequeña flor, aunque, debes saber que lo que verás no será fácil de asimilar. No quiero que sufras.
Forest lo pensó un momento. El temor de volver a ver a su amado después de tanto tiempo, saber que no podría hablarle o cambiar lo que había vivido le carcomía el alma, sin embargo creyó necesario verlo con sus propios ojos.
—Es mejor ahora que nunca.
La diosa asintió. Vida se levantó para tomar su bufanda. El plumaje brillaba con distintas tonalidades rosadas y blancas, con destellos luminosos que anonadaban a cualquiera que lo viera. Forest no fue la excepción, pues, al igual que su portadora, transmitía calidez y paz a pesar de que muchas de ellas debían contener amargos recuerdos que sin duda muchos de sus dueños desearon olvidar.
Vida comenzó a escrutar las plumas, hasta que halló la que Forest supuso que era la de Dairev. Era pequeña, igual que el resto. La guardiana se sintió atraída, tanto que extendió su mano para tocarla, hasta que Vida la detuvo. Su madre sonrió con calidez y le extendió la mano esperando a que ella la aceptara.
Eso hizo. E inmediatamente todo a su alrededor cambió.
El viento se movió con fiereza; definitivamente no era el que ella cuidaba. El bosque desapareció en un soplido, al igual que las flores y el resto de su mundo. Por primera vez en siglos salía de ese encierro. Su alrededor era una mezcla de colores que pasaban con vertiginosidad, como si fuera el pasar de una vida completa. No alcanzaba a visualizar formas exactas. Se movían sin producir sonido alguno, hasta que todo se detuvo en un solo momento.
Vida continuaba a su lado, siendo al igual que ella, una espectadora de los sucesos del pasado. Sus pies tocaron de nuevo la tierra, en el que un incipiente pasto crecía, como alguien que se repone después de una destrucción
El sol irradiaba alegría pero en aquel lugar no alcanzaban sus majestuosos rayos. Por más que intentara darle color, la devastación natural era abrumadora. Forest reconoció ese lugar; uno que le traía hermosos recuerdos, salvo ese. Se acercó con lentitud a las ruinas del que en algún momento fue su hogar. Ahora solo quedaban escombros y trozos de madera ennegrecidos. Observó los restos de su cama y la de su hermana. Todo era tan distinto a cómo era antes.
Escuchó un sonido detrás de ella y cuando se volvió lo vio. Observó su rostro después de tanto tiempo. De forma inmediata su pecho se apretujó de tristeza al ver que la alegría que antes ese chico poseía se había desvanecido, como resultado había quedado un rostro demacrado, ojeroso. «Por los dioses Dairev... ¿Eres tú?»
Su rostro estaba tan vacío como el pecho de la guardiana. Aquellos ojos cafés que en algún momento amó habían sido reemplazados por dos piedras sin brillo alguno, carentes de emociones, más logró atisbar entre la sequedad de su alma una pizca de fuerza rodeada de tristeza. Tenía los párpados hinchados de tanto llorar y sus labios agrietados. Ya no había color en él, el blanco y el negro pintaban su cuerpo y alma. En ese momento se dio cuenta, estaba muerto.
Los ojos del chico se cristalizaron dejando salir de ellos lágrimas que comenzaron a desplazarse por sus mejillas. Dairev sollozó delante de Forest a pesar de que no podía verla. Las piernas de él perdieron fuerza, cayó de rodillas al frente de las ruinas de la casa.
—Lo siento... —sollozó Dairev secándose vanamente las lágrimas, para darle paso a más. Volvió a sollozar, más fuerte—, es mi culpa... todo es mi culpa.
—¡No! —Le grito Forest al recuerdo. Se acercó para tocarlo pero su mano traspasó el cuerpo de Dairev recordándole que ya no podría modificar nada. En donde estaba era el pasado y allí nada podía ser cambiado. Sintió una mano en su hombro. Al volverse vio a Vida que negaba con lentitud.
—Lo siento, lo siento —repitió el chico ahogándose entre sollozos. Su pequeño cuerpo temblaba y la palidez de su piel se hizo más visible que antes—, Lu... lo siento tanto, no debí menospreciarte, debí salvarte ¡Te lo prometí! —exclamó lleno de reproche—, te dije que te protegería ¿Y qué hice? ¡¿Qué hice?! —bramó golpeando la tierra seca con todo lo que tenía. Ese simple golpe bastó para que sus nudillos sangraran—. No merezco vivir, no puedo continuar si tú no estás junto a mí —sollozó de nuevo, cubrió su rostro del salado mar de las lágrimas—, te quise tanto... no... ¡Te quiero tanto!
Forest sintió como el picor en sus ojos regresaba. Le dolía tanto ver a la persona que amaba de esa forma; completamente destruida. La culpa regresó a su alma como un feroz león que caza a su presa. Deseó regresar al pasado y aceptar su mano cuando pudo.
—Por favor... perdóname —suplicó Dairev al viento. Tomó en su puño un poco de tierra seca—, aquí debimos ir los dos, ¿recuerdas? Debimos convertirnos en árboles porque tú los amabas tanto como yo te amo a ti. —Se secó las lágrimas que tenía su rostro. Se levantó del suelo—. No puedo continuar. Una persona como yo no puede seguir viviendo. —De nuevo, sus ojos se cristalizaron—, perdóname Lu, por favor perdóname por lo que hice... y por lo que haré.
Desde ese momento Forest fue una cruel expectante de lo que ocurrió. Dairev se alejó de la cabaña lo más que pudo con una soga en la mano. Caminó dejando atrás los restos del bosque sagrado que ella por tanto tiempo cuidó. Anduvo vagando por leguas lejos del pueblo hasta que el atardecer se ciñó sobre él. Cuando lo hizo Dairev había entrado a un bosque, uno que quedaba lejos del hogar de Laurel. Buscó un árbol y comenzó a preparar su tumba.
Forest notó la ansiedad y el miedo que invadían a Dairev. El miedo que le causaba la situación, empero sus pensamientos soltados al viento insistían que era lo mejor. Para él ya no tenía sentido continuar viviendo. Morir era la mejor alternativa que encontró.
Amarró la soga a la rama más fuerte lo mejor que pudo, preparó todo con una agilidad impresionante, hasta que llegó el momento que ella no quería que llegara. El amor de su vida; el chico con el que soñó tener una vida normal; con el que deseó tener una familia, comenzó a envolver su cuello con la cuerda; el objeto que sería su verdugo.
—¡Detente! —gritó Forest llena de temor—, ¡no lo hagas! —pidió a sabiendas que era imposible. Sintió un vacío enorme en su estómago al no ver reacción por parte de él. Su cuerpo comenzó a temblar reaccionando al frío que se había instalado en el lugar. «No... no... no lo hagas —suplicó en su mente, quiso cerrar los ojos, pero no lo hizo—, no mueras»
—Lu... perdóname... —suplicó Dairev por última vez. Presionó la soga en su cuello y luego de soltar un suspiro saltó de la rama en la que estaba parado. Se escuchó la presión de las cuerdas ante el peso de su amado, mas eso fue lo de menos.
Inevitablemente su vista quedó varada en él; en el hermoso rostro que se desfiguraba contraído por el dolor. Gritó, no ella siendo Forest, si no su vida pasada. Sintió como Laurel regresaba y gritaba llena de terror ante lo que veía.
—¡Suficiente! —bramó Vida, y el recuerdo accionó ante su bramido. Todo desapareció como una llama que es apagada y la oscuridad invadió el lugar. Forest temblaba, contraída de una profunda pena. La imagen de su amado entregándose a manos de la muerte no se borró de inmediato. Se quedó allí, detenida en su memoria.
Sus manos parecían cubos de hielo que tiritaban de frío. Ni siquiera se dio cuenta cuando regresó a la normalidad; estaba varada en algún lugar de su mundo, recordando una y otra vez la misma escena.
—¡Forest! —gritaba Vida, mas sus intentos por hacerla reaccionar no dieron frutos—. ¡Forest! —gritó de nuevo, esta vez moviendo a la guardiana con brusquedad. Ella pareció reaccionar porque parpadeó. Fue en ese momento que se dio cuenta que había vuelto al nido. El Árbol Padre se alzaba imponente, al igual que los dolores en su cuerpo que habían regresado para recordarle que no podría librarse de ellos con facilidad.
Gimió de dolor, lo que causó una fuerte impresión por parte de Vida.
—Lo siento pequeña flor. Debí negarme... —Forest negó, sin poder cerrar su ojos. El escozor en sus ojos continuaba. Deseaba llorar, mas no lo hizo.
—Necesitaba verlo —murmuró, todavía presa del recuerdo—, debí aceptar su mano cuando pude. —Se reprochó lastimera.
—Ven —Le dijo Vida extendiendo su mano. Ella la aceptó. Ambas se acomodaron entre el nido. La guardiana posó su cabeza sobre el pecho de Vida, transmitiéndole el dolor que arraigaba en su alma—. Tranquila, eso ya pasó, ahora todo es diferente. Él vive de nuevo, él te visita cada que puede. Olvida esa imagen y duerme mi pequeña flor. Presiento que mañana será un día muy entretenido para ti.
—No creo que pueda dormir —agregó cerrando sus ojos, quejumbrosa.
—Oh, sí podrás —insistió la diosa. En ese momento depositó un beso en la frente de la guardiana y la envolvió en un tierno abrazo—. Te quiero hija —murmuró para luego acariciar su cabello. Forest cerró sus ojos, dejándose envolver por el aroma a orquídeas—. Duerme pequeña diosa.
La guardiana asintió, dejándose abrazar por la calidez del cuerpo de Vida. Después de varios minutos, Forest cayó rendida sobre el pecho de la diosa, acompañada del dulce cantar de los grillos y de la luz de la luna en su máximo apogeo. La noche se cernía sobre ella, acobijándola bajo su manto oscuro, ajeno a todo lo que ocurriría luego.
Nadie en el bosque se dio cuenta cuando el aroma a orquídeas desapareció. Simplemente el curso de sus vidas siguió normal. ¿Por cuánto tiempo?
Nadie lo sabía.
Seguía sumida en un sueño muy profundo, sin sueños ni imágenes que pudieran atormentar su apacible dormir. En esa dimensión en la que estaba en el mundo terrenal y su alma en otro lugar, sintió como movían su mano con delicadeza. Quiso despertar de inmediato, como lo hacía antes, mas su cuerpo pesaba, deseoso de continuar en esa oscuridad llena de paz en el que nadie podía hacerle nada.
Siguió sintiendo como su mano era movida, esta vez acompañada de pequeños roces sobre su espalda. Con lentitud regresaba a la realidad. No quería deseaba seguir sumida en un sueño sin interrupciones, pues, por primera vez en mucho tiempo no se sobresaltaba adolorida por los calambres en el cuerpo; síntomas comunes luego de una noche agitaba entre las raíces. Tal vez gracias a Vida sus pesares habían desaparecido por una noche. Eso era suficiente, estar en paz era todo lo quería.
Gruñó cuando percibió que todos los sentidos regresaban a su cuerpo accionados por el tacto que algo o alguien ejercía. Se removió incómoda, ya pudiendo mover sus músculos. Al hacerlo sintió como todos los toques se alejaban, lo que le sacó una sonrisa «Ardillas traviesas —rió por lo bajo—, ¿por qué me despiertan justo ahora?» Abrió uno de sus ojos, pero inmediatamente volvió a cerrarlo encandilada por la luz del sol. Parpadeó varias veces hasta que enfocó su mirada. Atisbó a una pequeña ardilla que se sobresaltó ante la mirada de la guardiana. El pequeño animal se le acercó e inmediatamente todos lo hicieron.
—De acuerdo, de acuerdo —rió la guardiana, restregándose los ojos—, ¿qué ocurre? —Se levantó con lentitud, intentando acostumbrar su vista ante la luz mañanera. Aunque había algo extraño, el sol brillaba más de lo que esperaba. «¿De verdad es temprano?»
Frunció su ceño al escuchar lo que una ardilla le decía. Un humano dentro del bosque, el mismo que iba casi todos los días. El corazón de Forest, en algún lugar del inmenso universo, comenzó a palpitar con rapidez al saber quién era. Prontamente el señor viento le informó lo mismo. David tenía más de una hora esperándola en el jardín de la doncella, inquieto porque la guardiana no se presentaba.
Forest se levantó de un golpe y buscó algo que ponerse. En esta ocasión eligió un vestido blanco y corto que le llegaba hasta las rodillas. Algo juvenil para lo que le gustaba, mas era bonito «Tal vez le guste a David —pensó. Rápidamente desechó ese pensamiento—, ¿qué cosas dices? ¿A quién le importa si le gusta o no?» Negó ignorando a medias el sonrojo de sus mejillas.
Ya lista desintegró su cuerpo en miles de mariposas que volaron apresuradas hacia el jardín. Todo el bosque se veía desde arriba igual de vivo que todas las mañanas. Las plantas recibían los rayos del sol y producían oxígeno; uno que era tan puro como las flores que cuidaba. El caudal del río seguía su cauce con calma, las cascadas brindaban la pureza del agua, y los animes continuaban con su ciclo vital.
A lo lejos observó a David quien leía un libro recostado sobre el tronco del sauce. Notó cómo se sorprendía por la presencia de todas esas mariposas volando por doquier, hasta que comenzaron a arremolinare en un solo lugar. Después de unos instantes la figura de Forest se hizo presente al frente de David, quien ya estaba levantado con las manos detrás de su espalda. Ambos se quedaron mirando por unos momentos, mas ninguno dijo nada.
«No me acomodé el cabello» pensó la guardiana acomodando su peinado con nerviosismo. Miró de reojo al chico de rulos que mantenía su mirada hacia un lado, indispuesto a dar el primer paso. Forest suspiró, consciente de lo que debía hacer.
—Lo siento —murmuró cabizbaja. Sintió la mirada de David puesta en ella, pero no se la correspondió.
—Solo quiero que te quede claro una cosa —habló con brusquedad, lo suficientemente alto como para que la guardiana se sobresaltara—. No te hago preguntas porque quiera husmear en tu vida. —Comenzó suavizando el tono de su voz, ahora parecía comprensivo—. Lo hago porque me importas y me preocupa lo que te pase. Quiero que veas en mí alguien en quien confiar, como lo hacen los amigos, porque, ¿eso somos, cierto?
Confianza. Ella había confiado mucho en sus vidas pasadas. Confió en su madre, quien le ocultó su pasado; confió en la gente del pueblo, pensando que se mantendrían a raya de sus vidas; y confió en Dairev, quien al final le dio la espalda. Confió en los dioses que terminaron desterrándola ¿Cómo planeaba David que ella confiara en él con tanta facilidad?
«No —negó para sus adentros—, ya hemos entablado un profundo lazo. Él depositó en mi la confianza para contarme su pasado; es momento de devolvérselo» No le iba a contar todo lo que ocurría con ella en esos momentos; nada de Árbol Padre y las quejas de la madre tierra. Pero sí había llegado la ocasión de que le contara sobre su primera vida.
Sintió un vacío en el estómago y una presión en su pecho. Recordar la vida de quien fue no era fácil. Nunca lo fue, mas era necesario. Subió su mirada hacia David depositando en él todo el temor y la determinación que se fundían en uno solo.
—Tienes razón. Ha llegado el momento que te cuente algo muy importante —dijo con seriedad. David abrió sus ojos; en ellos un destello de curiosidad se hizo presente.
—¿Qué es?
—¿Recuerdas... la vez que te conté sobre mí? ¿Sobre lo que había sido antes de ser una Diosa? —tartamudeó observando a David. Inmediatamente comenzó a dudar si decirlo o no «Por los dioses —pensó con un dolor en su estómago—, es como si le fuera a contar a Dairev todo por lo que pasé» Un leve picor en sus ojos se hizo presente.
—Una humana... —musitó David, sorprendido—, ¿tú...?
—Sí. Llegó el momento que sepas más sobre mí —Esperaba alguna reacción de David, pero solo se encontró con una sonrisa llena de alegría. «¿Por qué... por qué lo hace?» De alguna forma quiso correspondérsela, así que lo hizo. Sonrió.
Al hacerlo él dejó de tener sus manos detrás de su espalda. Abrió sus ojos al ver lo que tenía en ellas. Ya era común, mas le seguía encantando el gesto. Le resultaba tierno de su parte.
—Orquídeas —dijo inhalando su aroma «Huelen igual que Vida»
—Sí. No quiero que me cuentes sobre ti mientras me miras con esa cara de temor. Conmigo no tienes nada que temer —aclaró. Soltó una pequeña risa—, tampoco es que sea alguien muy amenazante —dijo extendiendo sus brazos. Fores rió mientras negaba con lentitud. «Eres más fuerte de lo que crees», pero no se lo dijo.
Ambos comenzaron a plantar las orquídeas. El ambiente entre ellos dejó de ser tenso para volverse uno muy ameno. Las mariposas se acercaban a Forest y a la vez en David. Juntos bromearon y rieron, hasta que el movimiento que ella creía que David no haría, lo hizo. Le colocó una orquídea detrás de su oreja con una sonrisa. Sus miradas chocaron, e inmediatamente los ojos de ambos se conectaron.
Se transportaron a otro lugar. Ella miró en él el mar que tenía tanto tiempo sin ver. Escuchó las olas batirse con fiereza; sintió el viento y el aroma a sal inundar sus fosas nasales. Creyó cerrar sus ojos para que su cuerpo sintiera más de cerca aquella sensación de libertad que había poseído siendo una diosa. Su corazón se sintió en paz.
A David le ocurrió algo similar; sólo que en los ojos esmeraldas de la guardiana observó la naturaleza que ella cuidaba. Cada vida, de la más pequeña a la más grande; reconoció el verde de los hojas de los árboles; de las flores; de los reptiles; de las manzanas; de las uvas. El verde, el color de la naturaleza. El color de Forest.
El viento se batió entre ellos, celoso, rompiendo de esta forma aquella conexión entre ellos. El polen casi entra a los ojos de David, y Forest rió divertida ante el comportamiento de su fiel compañero. Percibió la sorpresa del viento ante su risa; luego de escucharla pareció alegrarse.
—De acuerdo, aquí estamos —dijo David recostándose del árbol. Ya habían acabado de plantar las flores. Llegaba el momento importante.
Forest se recostó junto a él. Suspiró de nostalgia al comenzar a rememorar toda su vida humana.
Su mano derecha fue aprisionada por otra. Se volvió hacia David para encontrarse con una sonrisa; una llena de apoyo. Sintió su cuerpo reaccionar ante el tacto tan cómplice y a la vez ajeno que el chico de rulos hacía. Parecía no darse cuenta que aquel gesto significaba mucho para ella.
—Tranquila, si no quieres no lo digas. —La sonrisa de David apaciguó sus inseguridades, como si fuera un indiscreto abrazo que le llena de calidez y pasividad el alma. Ella le correspondió la sonrisa.
—Lo haré. Sólo... prométeme escucharme hasta el final. Es una historia larga, duraremos aquí...
—Espera —David sacó de su bolso una cajita con varias capsulas en ella. Se llevó una a la boca y sorbió un poco de agua de un envase que había llevado—, bien. Te lo prometo. Comienza.
Rió ante la actitud del pelinegro. Asintió y comenzó con el relato.
—Mi nombre era Laurel Luscian... —Su boca comenzó a moverse y desde ese momento nada pudo detenerla.
El viento pasaba de vez en cuando para indicarle que él estaba allí, dándole apoyo ante la dura ocasión. Su garganta se secó casi a la mitad de toda la historia; David le ofreció agua, luego de tomar un poco, continuó. De vez en cuando miraba al chico de rulos para ver su reacción, pero lo único que obtenía de él era silencio y unos puños tensos sobre sus piernas.
A él tampoco le gustaba ni le parecía agradable por lo que ella había pasado. Nada era más duro que revivir aquellos momentos; de vez en cuando se detenía para soltar un largo y quejumbroso suspiro. Al final terminaba por mover sus finos labios y continuaba con su historia.
El cantar de los pájaros se escuchaba a lo lejos; las mariposas revoloteaban sobre el mar de flores; las abejas se posaban en ella, al igual que más insectos de los que podría contar. Ellos solo eran parte de un todo que admiraba profundamente, un todo que en esos momentos se acercaba a ella para apoyarla, quererla.
No supo cuánto tiempo pasó, seguramente más de dos horas hasta que llegó al final. Cuando finalmente relató su muerte. Fue lo más difícil. El dolor que se siente al ser quemado vivo no puede ser descrito, pero intentó ser lo más explícita posible.
Inconscientemente su mirada se perdió entre sus manos; el pecho le estaba doliendo y su voz en cualquier momento se quebraría del dolor. Su respiración irregular no se normalizaba, ni siquiera con sus constantes regaños mentales. Evitó mirar a David en esos momentos; hacer contacto visual con él podía lograr que terminara de derrumbarse allí mismo. ¿Acaso por primera vez desde mucho tiempo lloraría? No, imposible. Sabía a la perfección que jamás volvería a sentir el sabor salado del mar de sus ojos.
Tragó saliva incapaz de continuar. Escuchó un breve gruñido por parte de David, mas no quiso volverse y verlo. «¿Qué estará pensando?» Se preguntó mientras jugueteaba con sus manos. Estaban frías.
—¿No hizo nada? —masculló el chico de rulos por lo bajo. Forest se sorprendió, pues no esperaba que él hablara. Finalmente se volvió hacia él y observó su rostro después de un par de horas sin verlo.
Su cabeza estaba inclinada, teniendo una vista directa al suelo. Sus puños reposaban sobre ambas piernas, temblando, y sus ojos estaban desbordados de lágrimas. La guardiana abrió los suyos conmocionada por la escena. «¿Por qué llora? —Se preguntó atónita—, él no fue quien sufrió, no tiene porqué hacerlo»
—¡¿No hizo nada?! —gritó ofuscado. Forest pegó un pequeño brinquito en su lugar. Inmediatamente intentó apaciguar el lamentar de David, preocupada por su estado cardiaco.
—David, cálmate, recuerda que tu corazón...
—¡Respóndeme! —gruñó apretando con más fuerza sus puños—, ¿Dairev no hizo nada para salvarte? —Forest titubeó insegura si responder o no, empero, al final, terminó negando con lentitud, temerosa a la reacción de David. Por fortuna el chico no hizo nada, únicamente sollozó en su lugar. David negaba con lentitud mientras miles de lágrimas se desplazaban por sus mejillas—, ¿por qué? —preguntó en un sollozo más para él que para la guardiana—, ¿por qué no hizo nada?... él... debió ayudarte...
—David... —pronunció Forest acercando su mano al cuerpo de joven y sintiendo finalmente el enorme pesar que había caído sobre sus hombros—, no tiene caso que te lamentes, eso ocurrió hace un par de milenios... no llores. —El joven comenzó a negar con rapidez.
—No lo sé... ¡No sé porque estoy llorando! —exclamó de repente sin cambiar su postura—, solo... me duele. No debería, pero... lo hace, me duele mucho, es como si... como si yo... —Se detuvo antes de terminar la oración, enmudecido por el nudo que seguramente tenía su garganta. Siguió negando como si él mismo no comprendiera lo que sentía.
—No sigas, es malo para tu corazón —suplicó la guardiana. Sus cejas se encorvaron y por acto reflejo se acercó un poco más hacia David. Ya no podía percibir su corazón; su oído ya no escuchaba los sonidos lejanos producto de la falta de su poder.
David dejó de sollozar en un gesto claro de contención. Movió su cabeza con lentitud, hasta que quedó mirando a la guardiana. Sus ojos enrojecidos denotaban una profunda pena que buscaba de alguna forma una gota de alegría que pudiera aplacar el dolor. Forest comprendía ese sentimiento, ella había pasado muchas etapas de su vida teniéndolo; ni siquiera estaba segura de que había desaparecido.
David ahogó un sollozo pero en ningún momento dejó de mirarla directamente a los ojos. Sus gruesas cejas estaban fruncidas, al igual que sus delgados labios que luchaban contra el nudo en la garganta para pronunciar alguna palabra. Al final lo hizo; tomó fuerzas y pronunció en un pequeño hilito de voz una diminuta frase que le dio un vuelco al corazón de Forest.
—Entonces abrázame.
N/a:
Sí, sé que me tardé como dos meses, les doy permiso de matarme. Okno.
Aunque no lo crean mi gran excusa es que no tengo internet hasta la fecha después de los apagones a nivel nacional que hubo en el país, así que no ha estado fácil. Sin embargo hoy finalmente pude terminar de editar el capítulo e ir al otro lado de la ciudad para subirlo. Se lo merecen, me han apoyado más de lo que esperaba, así que lo menos que puedo hacer es continuar y darles el final que tanto se espera.
Me he dado cuenta que han llegado nuevos lectores, que a pesar de que no comentan me brindan su apoyo con estrellitas ¡Mil gracias! Espero que les haya gustado el capítulo. Ahora sí falta muy poquito para decirle adiós a Forest y David. Gracias por la paciencia que me han tenido a pesar de los errores que espero pronto corregir. En fin, esto es todo, la semana que viene espero venir con otro capítulo más. ¡Saludos desde Venezuela!
-Little.
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