Capítulo 32: Parte cuatro -El marchitar de una flor-
Era increíble como en un solo día podía cambiar de emociones tan rápido. Creyó que su mundo acabaría cuando supo que Hernesto y Xavier jamás regresarían, aún persistía el dolor, la nostalgia y la negación en él, pero de alguna forma fueron aplacadas por ella.
Sonrió al pensar en Forest. Era muy distinta a como se la imaginaba. Era hermosa, con su pasado, con sus propios errores, y con las cadenas que estaba condenada a cargar. Jamás se imaginó que tomar algo del bosque le causaría tanto daño «Que los humanos viniéramos tan seguido debió ser una tortura» pensó bajándose del bus.
No quería pensar en ella como una nueva oportunidad de vivir la vida de manera distinta, sin embargo, al verla le era inevitable que se imaginase dos caminos diferentes. Estar con la guardiana cuyo mal carácter comenzaba a ser aplacado por motivos que desconocía, o seguir con su yo de diez años atrás; dejar que el niño depresivo regresara.
Al pensar en su infancia se estremeció. Sin duda no fueron buenos tiempos ni buenos recuerdos, prefería la actualidad, incluso junto a la guardiana. «Ella se llama Forest —recordó sin percatarse de la sonrisa tonta que surgió de sus labios—. Muy literal» rió para sí mismo justo entrando a su casa.
—¿Sabes la hora que es? —preguntó Cristal al verlo entrar por el pasillo casi de inmediato. Parecía tener un tiempo esperándolo. Colocó sus brazos en jarras en modo de reproche.
—¿La hora del almuerzo? —preguntó David sonriendo divertido. Alzó las dos bolsas de plástico que llevaba en las manos indicándole a su madre que había comprado algo de regreso.
—¿Qué es eso? El tuyo está en la mesa —replicó creyendo que era algún tipo de comida rápida. «Por Dios ¿Cree que soy tan imprudente?»
—Son para ti. —Terminó de entrar, dejó las bolsas en la mesa y se tomó la pastilla de la una, a pesar de que eran las dos en punto.
En la mesa de la casa nunca faltaba un pastillero con el horario de cada una de ellas pegadas a la pared, su madre siempre intentaba que él las tuviera la mano cuando lo necesitara. Luego se sentó a la mesa para devorar su comida. Al probar se dio cuenta que como usual, no llevaba sal.
—Creí que... te gustaría un aperitivo para tus series de Netflix, ya sabes, algo de chocolate y esas cosas. —Miró de soslayo a Cristal expectante, hasta que su expresión de sorpresa y alegría le salvó de un sermón.
Agradeció que esa idea le hubiese llegado antes de llegar a la casa.
—¡Gracias! —exclamó revisando las bolsas y sacando el contenido de ellas. Lo primero fueron algunas barras de chocolate—. Casi nunca haces este tipo de gestos, supongo que soy una buena madre —bromeó contenta. Sus dedos blanquecinos comenzaban a juguetear con pequeños mechones de su cabello—, por cierto, tengo una amiga cuya hija tiene la misma edad que tú. —David miró a su madre con reproche, mientras que ella reía alzando sus cejas coquetamente. Dejó que su enojo se hiciera visible.
—Ni lo pienses.
—¡Oh vamos! David, necesitas conocer gente.
—Te conozco a ti, y a mis compañeros de clase, eso es suficiente —puntualizó llevándose a la boca otra cucharada.
—Sí, pero desde que Fernanda demostró lo puta que era no has traído a más chicas, ¿acaso ella te gustaba? —David rodó los ojos.
—¿Cómo me iba a gustar una chica como ella?
—¿Por qué no? Te coqueteaba muy indiscretamente...
—¡Oh, por favor! —exclamó cansino—. Mamá, no me gustaba Fernanda ¿De acuerdo? Sólo era una amiga, eso es todo. No hubo ni nunca habrá nada.
Después de su sentencia terminó de comer y subió a su habitación en paz. Le sosegó saber que desvió el centro de atención de su madre en otra cosa que no fuera su llegada "tarde" a la casa. Ahora más que nunca debía desviarse de la verdad porque sabía que precisamente ella sonaría a una mentira.
Miró la hora de su reloj, aún no eran las tres. Suspiró mientras se recostaba en la cama con aires de alegría y ensoñación.
—Faltan más de veinte horas para volverte a ver —Le susurró al techo. Un inusual cosquilleo comenzó a subir por su estómago. No sabía exactamente qué era, recordó que al verla sonreír —o intentarlo— surgía de forma inevitable. «Sí... viniste para cambiar mi vida justo cuando creí que ya nada lo haría» recordó su voz, su aspecto. Cerró sus ojos para impregnarse más del recuerdo.
Había conocido tanto de ella y a la vez nada. Al ver aquellas esmeraldas comprendía que aún existía todo un universo sin explorar, toda ella. Era extraño pensar en la guardiana como alguien real, pero hacía unos días atrás había aceptado la fantasía como parte de su vida. Después de todo no sólo existía un único Dios, sino muchos. No era religioso y aun así era un descubrimiento que jamás esperó hallar.
No lo compartiría, con nadie. No tenía miedo de que lo tacharan de loco o demente, simplemente no le agradaba la idea de exponer a Forest. Ya suficiente había sufrido con soportar a cada humano que entraba al bosque, no merecía que la gente hiciera más especulaciones sobre ese mágico lugar. Se conformaba con ser el único que supiera de ella, lo hacía sentir especial.
Se volvió al reloj «Las tres en punto» Suspiró de frustración, ¡el tiempo se estaba yendo demasiado lento! Necesitaba algo para distraer la mente así que comenzó a hacer ejercicios leves que el doctor le recomendaba para cuando estaba dentro de la casa. Dejó que su teléfono marcara las canciones aleatorias que se basaban en uno que otro rock actual y unos cuantos antiguos.
A la música fue a lo menos que atención le prestó. Recordaba en cada secuencia la hermosa figura de Forest, haciendo juego con el viento y las hojas de los árboles. «Por Dios ¿Qué me pasa? —Se preguntó mientras sonreía. Continuó subiendo y bajando un pie a un banco, inclinándose—. ¿Por qué estás ahora en mi mente?» Continuó haciendo el ejercicio repetidamente hasta que llegando el atardecer dejó de hacerlo.
No creyó que las horas sin Xavier o sin Hernesto serían tan aburridas. Siempre hablaban por teléfono, discutían, reían... Ahora sólo quedaba el recuerdo y el resultado de sus insistencias en el bosque.
Ella.
Era tan solemne con sus cuernos, e incluso aquella melena rojiza intimidaría a cualquiera; lo hizo al primer momento, hasta que luego de admirarla mejor sólo sintió una increíble atracción. Sus bucles eran como el fuego y si le agregabas los rayos del sol parecían tener vida. Ella podía parecer alguien de temer pero después de excavar un poco encontrabas a una guardiana agradable, un poco tímida.
Jamás pensó que la tarde y la noche se pasarían pensando en ella; en su figura, en su actitud que de alguna forma logró cautivarlo. Era como una madre que protegía a su hijo, y como toda madre, en situaciones difíciles debía tomar decisiones para resguardar lo que amaba. En ese caso era la naturaleza.
«Yo también la amo —pensó David mirando a la oscuridad de su habitación. Ya se había tomado la pastilla antes de dormir y medido su presión arterial. Todo estaba en orden—. Sólo que no tengo poderes para protegerla, soy un chico enfermo que apenas y puede mantenerse vivo»
Cerró sus ojos deseando no soñar. Recordar a Hernesto y a Xavier le causaba un dolor en el pecho que no quería continuar experimentando. Deseaba olvidarlos por sólo un momento, sólo un instante en el que no se atormentaría con promesas, con preguntas y reproches. Quería encontrar la paz, así fuera nada más en el sueño. «Por favor, una, sólo una»
Y, como si el Dios de los Sueños hubiese escuchado su plegaria, David durmió toda la noche en calma.
Ya se había tomado dos cápsulas en lo que llevaba de la mañana. Eso no fue obstáculo alguno para que eligiera el típico atuendo deportivo que usaba para ir al bosque o a cualquier lugar que le agradara. Tomó su mochila y en ella metió el pastillero; un pequeño teléfono que usaba para que le recordara la hora de las medicinas y el libro de su padre que no lo había sacado la noche anterior.
Era la mañana de un domingo, todos en casa dormían plácidamente, más que todo su mamá, a ella le encantaba levantarse tarde, recordar "viejos tiempos". Sacó de un pequeño cajón deteriorado de la cocina una cesta de picnic. Estaba algo sucia por el tiempo que tenía sin ser usada, así que intentó sacudirle el polvo lo mejor que pudo. Después de hacerlo, empacó mermelada de guayaba —sin azúcar—, panes sin tostar y frutas que nunca faltaban en la mesa de la cocina. «Debería llevarle algo —pensó de repente. Buscó en la cocina algo que pudiera darle y que quizá no hubiese probado nunca, hasta que encontró una tableta de chocolate sin abrir—. ¡Listo!» Su madre haría preguntas, pero después pensaría en una buena excusa.
De último llevó su billetera. Dejó en la nevera una nota diciendo que llegaría en la tarde, no quería asustar a su mamá de nuevo, sabía de antemano que hacerlo sólo le causaría problemas, y en esa etapa de su vida no quería más episodios desagradables.
Salió de su casa, sonriente. Los músculos del rostro se movieron automáticamente al pensar en ella e imaginarse su reacción al probar el dulce. Él no podía comer nada que tuviese un alto nivel de azúcar, pocas veces se había atrevido a probar el chocolate, a menos que fueran especialmente para personas enfermas como él.
En un abrir y cerrar de ojos ya estaba en la plaza. Se bajó del autobús a trompicones, hasta que tuvo que detenerse porque su corazón se había acelerado «Por Dios David, cálmate, el bosque no se moverá de su sitio» Le replicó la voz prudente de su cabeza. Sonrió embobado. Aquel sentimiento que le incitaba a ir lo más rápido que pudiese era inexplicable.
Miró su reloj, eran las nueve en punto y el guardia no estaba allí, así que tuvo que esperar veinte largos y eternos minutos hasta que llegara. Mientras lo hacía comenzó a caminar sin rumbo pero sin alejarse demasiado. El parque se mantenía poco concurrido. Los toboganes esperaban pacientes el momento que un niño se montase a jugar, algunas personas trotaban y se ejercitaban por allí. Vagando sin rumbo, llegó a un pequeño local en la calle aledaña. Era una floristería llamada "Doña Juana" Se acercó curioso por el color tan vívido de las flores que estaban expuestas al público, casi hipnotizado por la belleza que emanaban las plantas.
—Buenos días, jovencito. —Le dijo la señora que supuso era dueña del local. Estaba regando las plantas—. Son hermosas ¿No es cierto?
—Lo son. —Admitió David maravillado por las orquídeas expuestas.
—Vamos joven, ¿quiere unas? No son caras, a su novia les encantará. —David sonrió mientras negaba con la mano.
—No es mi novia. —Rió avergonzado. No podía tan siquiera imaginárselo.
—¿No? Seguro que es porque no le ha llevado unas hermosas flores como estas. —La señora se movió tomando un pequeño ramo de hortensias, agregándole unas cuantas margaritas—. Tenga joven, son gratis. —David abrió sus ojos sorprendido. Era demasiada amabilidad, no quería parecer un aprovechado.
—Oh, no señora, no se preocupe.
—Acabo de decir que es un regalo —insistió. Al final David terminó comprándole el bonito ramo, empecinado en rechazar el regalo de la bondadosa anciana. Finamente regresó a la entrada del bosque con un ramo de bonitas y vívidas flores.
El guardia apenas se estaba incorporando a su puesto de trabajo. Él se acercó y comenzó la rutina. Revisó lo que llevaba, extrañado por el hecho de que estaba entrando solo, con aspecto de querer hacer un picnic. David se encogió de hombros mentalmente «Que crea lo que quiera» Esperó a que el lapicero terminara de escribir su nombre y entró.
Sus fosas nasales se impregnaron del oxígeno de ese lugar, peculiarmente dulce pero tropical a la vez. Los mosquitos no tardaron en hacerse presente, al igual que el cantar mañanero de los pájaros y las cigarras. Tomó el camino directo al jardín, quizá allí se encontraba. Recordó cuando la encontró durmiendo tan plácidamente en los brazos del sauce. La combinación de colores, de paz y armonía era perfecta en tan sólo una imagen.
Pasó los árboles que contenían las piedras preciosas que en un inicio le provocaron terror. La sorpresa y la incredulidad se habían aplacado un poco, aunque seguía con la curiosidad encima sobre lo que eran y el porqué continuaban allí. Por los momentos se concentraría en encontrar a la guardiana.
«¿Y qué le diré cuando la vea? —Se preguntó alarmado—. Quizá no le gusten las flores, después de todo a ella le sobran. Se reirá de mí. Aunque puede que ocurra todo lo contrario ¡También puede pensar que yo las arranqué!» Comenzó a divagar mucho, imaginándose cada posible escenario en el que nada resultara bien, aun si se trataba de unas insignificantes flores como las que llevaba en la mano.
Se detuvo en seco. Negó con rapidez «No, ese tipo de pensamientos no más. Las flores tienen tanta vida como la mía. No son simples objetos que puedes desechar. Ese pensamiento hizo que la vida de Forest fuera una tortura y no pienso ser un causante de su desdicha»
Continuó caminando despreocupado. Cuando se dio cuenta ya no estaba siguiendo el sendero. Miró a los alrededores algo asustado. Se había perdido de nuevo por pensar demasiado en lo que haría luego de verla. Suspiró con hartazgo.
—¿Forest? —murmuró, esperando que la guardiana se materializara al frente de él, pero eso no ocurrió. Se removió nervioso en el mismo lugar. Ya no le estaba agradando estar solo.
Decidió continuar caminando, pendiente de cada paso para no resbalar por pequeños acantilados de tierra y arbustos. Mientras lo hacía miraba a los alrededores buscando a la guardiana. Todavía llevaba el ramo de flores en la mano y en la otra la cesta de picnic. Varios pájaros empezaban a cantar con dulzura, como si quisieran transmitirle seguridad. David no les prestó atención, se comenzaba a inquietar al no encontrar lo que estaba buscando.
—Por Dios, Forest ¿Dónde estás? —murmuró frustrado. Por más que caminaba no la veía por ningún lado. Al principio pensó que quizá se encontraba cerca, mas no verla aparecer el pensamiento parecía poco probable. El bosque era grande, podía estar en cualquier lugar, mientras él andaba por el terreno al azar.
Bajó una pequeña colina de jóvenes abetos, abajo se escuchaban las aguas de un río así que decidió acercarse a ella. Se deslizó por piedras mohosas ensuciándose la ropa de tierra; nada alarmante. Por fortuna había aprendido de muy pequeño a controlar sus latidos en situaciones similares a esa, la clave era pensar en que saldrías ileso de eso y sobre todo en tener confianza.
En efecto, de varias piedras salían chorros de agua que caían con gracia en el cauce del río, deslizándose hasta desaparecer de su vista. Miró alrededor admirando el paisaje. Sin esperarlo, la encontró. Abrió sus ojos e inmediatamente su corazón se aceleró. Dejó la canasta y las flores atrás con un inusual mal presentimiento. Caminó lo más rápido que pudo hacia ella intentando que sus latidos no se salieran de control, aunque debía admitir que sentía miedo.
Forest estaba recostada sobre el pie de un tronco muy grande. Era grueso y las protuberancias se notaban fuera de la tierra. Parecía dormida, pero no lo estaba, lo supo cuando observó su rostro congestionado en una expresión parecida a la tristeza. No tenía rastro de lágrimas en sus mejillas lo que le resultó extraño, pues parecía estar muy triste. Sus manos se aferraban al árbol y de él surgían pequeñas raíces que se conectaban con la piel de la guardiana.
La escena era perturbadora.
—F-Forest —musitó. Ella no lo escuchó. Se acercó un poco más hasta que se detuvo por el frío que el viento trajo consigo. A pesar que el día era caluroso, ese instante fue mágicamente helado. Se estremeció, pero no se alejó de ella.
Sintió como si una presencia extraña le indicara que no debía acercarse demasiado.
Escuchó un leve gemido por parte de la guardiana, mientras se removía incómoda. Llevaba puesto una túnica verde oscuro con flores rodeando su pequeño escote. Incluso allí se veía hermosa. David se acercó un poco más hasta que logró tocarle el hombro y murmurar de nuevo su nombre, ignorando por completo las advertencias del señor viento que en esos momentos para él era imperceptible. No esperaba que despertara, sólo quería estar a su lado. Eso no fue lo que ocurrió.
Forest abrió al instante sus ojos posando su mirada en David, quien se sobresaltó y pegó un salto hacia atrás. Cayó de espaldas con el corazón latiéndole a ritmos muy acelerados. Su respiración se aceleró de la impresión. La guardiana inmediatamente se acercó a él con rapidez. Envolvió su delicado brazo por detrás de su espalda evitando que cayera.
—Tranquilo —musitó llevando una mano a su pecho. Su voz fue apacible, compasiva—, respira, todo está bien. —Al sentir el roce de sus dedos en la tela de su ropa, se calmó. Era extraño, mas ese simple tacto bastaba para apaciguar sus latidos. Un pequeño calorcito emanaba de ella trasmitiéndole paz y seguridad.
—Me asustaste. —Logró decir mientras se reincorporaba. Forest se separó de él intentando emular una sonrisa.
—Lo lamento, no fue mi intención.
—No, es mi culpa, jamás debí interrumpirte, supongo.
—No es nada —aseguró mientras se levantaba y sacudía su vestido—. Llegas temprano.
—¿Qué hacías en ese tronco? —preguntó David, ignorando su comentario. Forest miró al árbol colocando las manos sobre su vientre. Su postura seguía igual de erguida que siempre.
—Lo escuchaba —contestó, como si eso fuera lo más natural del mundo.
—¿Escucharlo?
—Sí. Es un árbol viejo, está enfermo. Sus hojas mueren lentamente; las ramas pierden con pasividad la fuerza de antaño. Es como todo David, existe la vida para que llegue la muerte. Lo mismo ocurre con las plantas. Cuando terminan de cumplir su ciclo mueren cual flores en otoño. Mi deber como guardiana de este lugar es escucharlos: sus miedos, inseguridades, pesares... todo. Algunas veces intento curarlos pero sería alargar el periodo de vitalidad en ellos, lo que no es del todo natural, así que la mayoría me pide únicamente que los escuche y que los deje morir.
—Es sorprendente —musitó David mirando el árbol—. No sabía que podían hablar.
—No pueden —afirmó la guardiana—, o por lo menos no a ustedes. Los árboles son hijos de la Madre, yo soy como una aya para ellos. Para poder estar plenamente en contacto con sus vidas debo tocarlos; el tacto es fundamental para olvidarme de mí alrededor y concentrarme en las palabras que llegan a mis oídos.
—No se diferencian mucho de los humanos.
—No, no lo hacen. —Forest miró a David fijamente, internándose en aquellos ojos como el cielo—. Simplemente son más sabios por vivir más que los humanos. ¿Sabes el tiempo que les tarda crecer?
—Varía, pueden ser treinta, o cuarenta años.
—Sí, y luego de que crecen duran más tiempo en su lugar, brindando sombra y calidez a los humanos; dándoles cobijo cuando llueve, siendo hogares de aves, insectos... —Ella inhaló y exhalo con pesadez—, se parecen un poco a los humanos ancianos; llega un momento en el que sólo desean descansar llevándose años y años de conocimientos y experiencias. Los árboles son como ellos, salvo que ustedes no lo ven.
»Queman bosques, los talan para construir lo que fuera que construyan con sus troncos, viéndose merecedores de ese derecho cuando nunca se lo han ganado. —Forest frunció su ceño, de repente enojada por el recuerdo—. ¿Sabes lo triste que es ver a un árbol ser cortado? Ustedes no lo entienden, nunca han visto como sus hojas pierden el color, como la vitalidad en sus troncos deja de existir hasta que simplemente caen como pilares insignificantes a la vista de los mortales. —Cerró sus ojos, negando con lentitud—. Por los dioses David, si tan solo escucharas sus gritos.
David hizo silencio por unos momentos, no estaba seguro de qué contestar.
—Lo lamento tanto —dijo luego de unos segundos pensándolo—. ¿Todo eso tenías que soportar mientras fuiste Diosa? —Ella asintió.
—No me lastimaba directamente, no como ahora que soy guardiana de una pequeña porción de naturaleza. Sólo escuchaba sus gritos provenientes de distintos lugares. Ellos morían. Yo veía como lo hacían, como la vida existente en sus raíces se extinguía cual fogata en medio de la lluvia. Con mi poder hacía que los vestigios de la tala crecieran y se formara la vitalidad para que regresaran, salvo que ya no era la misma esencia. Con el pasar de los años volvían a crecer grandes y fuertes, hasta que otro humano llegara.
»Los dioses no me permitían la evolución rápida, no era natural. Es cierto, pero para ese entonces no estaba de acuerdo con ello. Me parecía injusto que luego de tantos años, de tantos conocimientos, la vida se le fuera arrebatada con tanta rapidez, así que incumplí las normas de la Naturalidad muchas veces.
—¿Fuiste castigada por ello? —preguntó sin poder disimular su curiosidad. Tenía tantas preguntas y tan poco tiempo.
—No, bueno... no del todo. Recibía penitencias menores ya que era tan solo una aprendiz. No es fácil ser un Dios, necesitas saber muchas cosas; el cómo controlar tu poder, qué hacer con él, como ayudar a los demás usándolo, e incluso, el tomar decisiones difíciles.
—¿Por qué dejaste de ser una Diosa? —preguntó finalmente. Forest se tensó al escuchar la interrogativa. Desvió su mirada al suelo volviendo a colocar sus manos sobre el vientre, sólo que esta vez jugueteó con ellas delicadamente.
—No es una historia muy grata de escuchar. Algún día te lo contaré. —David sonrió mientras asentía. No quería presionar a la guardiana, mucho había logrado con hacerla hablar con tanta naturalidad al frente de él. Jamás se lo esperó. Sentía que poco a poco con cada charla, con cada palabra, lograban construir una amistad. No quería hacerse ilusiones, mas su corazón lo deseaba.
Describir la sensación que embargaba su pecho al escucharla era difícil. Mirarla pronunciar palabras tan nostálgicas le producía lástima; un sentimiento que jamás sintió por una persona, siendo totalmente lo contrario en su vida, pues siempre el que ocasionaba eso era él.
Pero existía algo más, algo inexplicable que jamás había sentido por alguien. Era un calorcito en su estómago, un nerviosismo casi imperceptible cuando la miraba. Pequeños detalles que percibía en su cuerpo por primera vez en toda su vida.
Parpadeó alejando sus cavilaciones al verla incómoda por el silencio que había hecho.
—Eh, s-se me había olvidado —musitó sin poder evitar que su voz tartamudeara. Tragó intentando recobrar el valor que extrañamente había perdido. Ella desvió su atención a él—. Te traje un regalo —dijo sonriente. Caminó con rapidez hasta la cesta de picnic y el ramo de flores. Las recogió del suelo y cuando se dio la vuelta Forest ya estaba al frente de él con sus manos detrás de la espalda y mirando con curiosidad el regalo.
Reaccionó con sorpresa al ver el ramo de flores. Abrió levemente su boca tomando el pequeño racimo en sus manos. Se tumbó con la delicadeza de un pétalo en el suelo sin despegar su mirada de ellas.
—¿Te gustan? —preguntó David. Se sentó igualmente en la tierra un poco húmeda.
—Son hortensias —dijo sin parar de verlas—, y margaritas.
—Sí, la verdad es que dudé en comprarlas porque no sabía si te gustaban, además a ti te sobran muchas —agregó divertido. Miró a la guardiana de soslayo, preocupado por la expresión en su rostro, parecía sorprendida—. ¿No te gustaron?
Ella subió su mirada. Observó a David por un buen rato sin expresión alguna. Bajó su mirada a las hortensias y luego a él de nuevo. Finalmente sonrió.
—Claro que me gustaron —dijo volviéndolas a ver—, eres su salvador —añadió sin dejar de sonreír. Parpadeó sorprendido por lo que dijo al igual que anonadado por la belleza que emanaba su rostro. «Creo que no se ha dado cuenta pero se ve hermosa con esa sonrisa»
—¿Salvador?
—Sí, las trajiste a mí mientras aun viven. Ahora pueden regresar a tierra con mi magia, no morirán.
—Oh —expresó mirando las hortensias. Se quedó unos preciosos segundos hipnotizado por la belleza de estas, y quizás eso fue lo que le impulsó a hacer lo que hizo. De repente su mano se acercó a las flores. Sacó una margarita del ramo y la colocó con rapidez sobre la oreja de la guardiana.
Ambos se sorprendieron. Él por haberlo hecho tan rápido, ni se había percatado de su acción hasta que miró a la guardiana con la flor. Debía admitirlo, ese pequeño detalle la hacía ver completamente diferente; era tan mínimo pero tan especial a la vez. Sintió de nuevo una extraña sensación en su estómago, al igual que en su pecho, «¿qué es?»
Ella parecía igual o más de sorprendida que David. Sus ojos se habían abierto y sus cejas rojizas elevado. El color verde del iris le parecía hipnotizador, elegante y sublime. Forest abrió su boca para decirle algo al joven pero no pudo emular palabra alguna.
—Te ves hermosa —dijo antes de poder pensar bien sus palabras. Sus mejillas se arrebolaron, así que al notarlo desvió su mirada lejos de la guardiana, esperando que no fuera muy evidente. «¿Qué diablos estás haciendo?» Le reprochó su mente.
La miro de soslayo por unos segundos. Tenía su cabeza agachas mas no llegó a quitarse la margarita. Percibió con sorpresa un tenue color rosado en sus pómulos pecosos.
—Y-Yo... —tartamudeó Forest sin hallar que decir—, no creo que me vea diferente con ella.
—Lo haces —afirmó David soltando una pequeña risita sin llegar a mirarla directamente—. Te quedan bien las flores. Quizá nadie te lo había dicho pero...
—Sí. Alguien muy lejano se encargó de recordármelo por varios años —dijo con una sonrisa nostálgica.
—¿Quién? —David se movió, de nuevo llevado por la curiosidad de saber más de la guardiana, deseoso de empaparse de su historia, su pasado, sus raíces.
—Era... él... —Forest no encontró las palabras con las que explicarle. Suspiró subiendo la vista hacia el cielo, luego la bajó hacia David—No es nadie importante.
—Parece serlo para ti —refutó David con rapidez. Ella negó mirando a las hortensias.
—Murió hace más de mil años, quizá pronto cumpla los dos mil. —Abrió sus ojos sorprendido. Podía percibir en la mirada de Forest un poco de tristeza y remordimiento ¿Quién había sido esa persona? Y sobre todo ¿Por qué causaba ese impacto en ella después de tanto tiempo?
—Era muy importante para ti —afirmó casi susurrándolo. Pronto creó la posibilidad más lógica en esa ocasión—. ¿Era ese chico? —preguntó haciendo énfasis en "ese"
—¿Ese chico? —Forest frunció su ceño, confundida.
—Ya sabes, del que estabas enamorada —indagó David. Era una afirmación un tanto atrevida ya que no sabía con seguridad que fuera el chico que le robó el corazón a la guardiana en alguna época. Aunque ya había visto esa expresión nostálgica muchas veces, esa que indicaba que era muy importante para ella.
—¿Por qué supones que estuve enamorada alguna vez? —inquirió brusca. David notó con rapidez que no había sido el tono con el que ella quiso hacer la pregunta.
—Bueno, estabas nostálgica cuando lo dijiste. —Se encogió de hombros—No lo sé, pudo haber sido alguien de tu familia. ¿Tuviste una familia alguna vez? —Sabía que en algún momento ella fue una diosa, pero ¿Los dioses tenían padres?
—Sí —respondió—, de hecho... no sólo he sido una diosa David. —Ladeó la cabeza, como si no estuviera segura de haberlo revelado—. También fui una humana en algún momento.
Él se sorprendió por completo, la revelación lo había tomado por sorpresa «¿También? Vaya ¡Cuántas cosas ha sido Forest! Es fascinante —pensó sin dejar de mirarla—. Cada vez me sorprende más»
—Vayamos al jardín de la doncella, hay que regresar a estas pequeñas a la tierra. Entre más tiempo pase más rápido pierden la vida. Ya empiezo a escuchar sus pesares —dijo la guardiana apresurada. Se levantó sacudiéndose la túnica que resaltaba con su cuerpo. David se detuvo a mirarla por completo desde ese ángulo.
Frunció su ceño al notar que quería evitar que él preguntara por su vida como humana. Sabía a la perfección que no lo haría, sentía mucha curiosidad por saber más de ella. Deseaba descubrir cosmos en el universo de su vida, mientras se embriagaba con las estelas brillantes de sus estrellas.
Forest escondía mucho más de lo que parecía, así que debía encargarse de descubrirlo. De que compartiera las tribulaciones de su alma, no sólo por curiosidad, sino por verse en la necesidad de escucharla, de hacer lo que ella hacía con cada elemento del bosque. «Siempre es necesario tener a alguien que te escuche y que te ayude a soportar el dolor de nuestros corazones»
—Forest —dijo antes de levantarse. Ella se volvió a él esperando que continuara—. Prométeme algo. —La guardiana hizo un ademán para que prosiguiera—. Prométeme que me contarás más sobre ti y sobre tu vida como humana.
N/a:
¡Hola queridos lectores! Sé que tenía un tiempito sin actualizar, pero en mi defensa estaba terminando la escuela y cuando iba a publicar le hicieron una importantísima crítica a esta historia que no sólo me deprimió un poco (sí, soy muy sentimental) sino que me hizo entender varias cosas que debo corregir. Por eso me he ocupado de editar los primeros diez capítulos de esta historia. No se alarmen, la historia será la misma, sólo reforzaré varios puntos y reescribiré algunos párrafos para que no se sienta lenta la subtrama que se desarrolla en el inicio.
Ahora, ¿les gusta el marcador? 7u7 No es por alarmarlos ni nada pero esta es la última parte de la historia \ªuª/ Se vendrán cosas interesantes y se contestarán preguntas que seguramente el lector se ha formulado desde el inicio.
¡Los quiero mucho! No olviden que son muy importantes. Muchas gracias por el apoyo.
-Little.
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