Capítulo 28
Su vida daría un vuelco enorme. Así lo sentía desde ese instante. Cualquier esperanza que había albergado fue destruida; erradicada desde los cimientos. Sus planes fueron descubiertos, no sabía específicamente en qué se equivocó o si ella lo percibió en su mirada. Lo único que sabía era que todo acabó en el instante en el que Forest pronunció aquellas palabras.
No lo había querido admitir, quizás una parte de él ya lo sabía, conocía el inevitable final de todo aquello, sólo que las pesadillas, sus pensamientos... todo le exigía que buscara una solución, y ahora ¿Qué hacía? Abandonar no era propio de él, pero no hallaba otra salida al laberinto en el que había entrado, anhelando encontrar en el recorrido a sus amigos, no la salida.
Ya su vida no significaba nada. Sin sus amigos todo lo que era, todo lo que había sido acabó. Ya no habría más aventuras, ni charlas divertidas; ya nadie le diría «No te preocupes por tu enfermedad, puedes hacerlo, sólo observa y hazlo» Las sonrisas se borrarían de su mente, la de Hernesto y la de Xavier, incluso la de él mismo, ya no sería señor alegría. Desde ese momento, hasta su último día, ese apodo no regresaría. «Solo dos personas me decían así. Esas personas ya no existen, así que ese apodo desaparecerá con ellos»
Arrodillado en el suelo sintió el viento chocar con su cuerpo. El sudor resbalaba por su nuca y aun así tenía frío. Estaba sumido en sus pensamientos, cavilando en el futuro incierto que de ahora en adelante tendría que afrontar solo. Ya no tenía caso estar allí. La guardiana jamás lo perdonaría, ni si quiera él mismo lo haría. Destruyó la mínima confianza que Forest depositó en él, contándole su vida y el porqué de sus acciones tan nefastas. Al saberlo se odió. Había juzgado mal, inconscientemente lo había hecho, sin saber las razones que obligaban a la guardiana a proteger el bosque.
«Ya no puedo hacer nada... ya no regresaran. Ya no tiene caso venir, ya no tiene caso alejar mi enfermedad. Haré lo que en mi niñez me había prometido. Dejaré que esta enfermedad me consuma hasta morir» Se levantó. Ya no era David. Era el vestigio de lo que una vez fue esa persona. Se levantaba una cascara vacía, a la espera de un final.
Tan joven y quería entregarse a la muerte.
—Lo siento —musitó mirándola; a la vez no lo hacía. Su vista estaba clavada en algún punto inexistente—. No regresaré, lamento las molestias. —Comenzó a caminar por inercia, alejándose con lentitud de la guardiana. Sus pasos eran pesados, todo gracias al peso de la tristeza que se apoderó de su alma. La fuerza y las ganas que poseía antes no estaban. Sólo quería regresar a su casa, acostarse en la cama y no regresar jamás.
—Espera —dijo la guardiana detrás de él—. David, detente.
Lo hizo. Su cuerpo se detuvo, no porque sintiera curiosidad. El David de antes sentiría curiosidad, el nuevo sólo esperaba que todo acabara allí. Emuló una sonrisa vacía al momento que una idea cruzó por su cabeza. Se volvió hacia ella, escueto.
—¿Me convertirás en parte del bosque? —preguntó con un tono de esperanza—. Haz que mis padres me olviden, y ahórrame la agonía ¿Puedes hacerlo cierto? Mi alma estará en algún lugar de este bosque ¿Cierto? ¿Podré encontrarme con mis amigos?
—David, detente...
—Forest, no permitas que mis padres me recuerden, no quiero que sufran. Mátame —pidió lánguido—. No tengo a más nadie. Mis amigos desaparecieron; mis padres morirán primero que yo y quedaré solo. No quiero estar solo —musitó.
Inevitablemente el vacío de antes fue reemplazado por el retorno de David, a diferencia de que esta vez hablaba en serio. Sus lágrimas humedecieron sus mejillas, pero no cerró los ojos, ni para parpadear. Quería irse y acabar con todo de una buena vez. No podía aferraste a la idea de vivir una vida en la soledad; con psicólogos o personas que fingieran estar cómodos con su presencia y que al voltear hicieran gestos de desagrado al saber que junto a él no podrían divertirse.
—Tus padres son jóvenes, no morirán...
—Por favor, Forest. Si ellos me olvidan no tendrán un estorbo más en sus vidas. No tendrán a un muñeco de porcelana que puede quebrarse en cualquier momento. Los únicos que no me hacían sentir tan frágil eran ellos... —dijo mientras un sollozo escapaba de sus labios. La presión en su pecho se intensificaba con cada sílaba que pronunciaba, mas no sabía cómo apaciguarla. El dolor de la pérdida era agónico—... pero ya no están... —Con su brazo se secó las lágrimas, luego miró a Foret suplicante. Su vista se empañó de nuevo.
—Oh... David, no... —La guardiana desviaba su mirada hacia distintos lugares, como si estuviera pidiendo ayuda. Comprendió que Forest no sabía qué hacer. La dureza de su rostro había desaparecido, ahora mostraba consideración y lástima.
—No... no por favor —dijo, señalándola con cierto temor—, no me mires así —pidió—. Esa mirada llena de lástima la he visto muchas veces, en muchas personas. Sólo acaba esto, te lo suplico. —Se acercó a ella, tomando entre sus manos los brazos de ella, aprisionándola. Notó un leve respingo de su parte—, por favor.
—David, no lo haré —musitó con dulzura. Luego, se liberó de las manos del joven con facilidad, para envolverlo entre sus brazos. David abrió sus ojos, sorprendido. Forest lo estaba abrazando, la ira que había tenido momentos antes se esfumaba con cada uno de sus gestos «Huele a flores —pensó segundos después—. Y es cálida»—. Tus amigos no querrían que hicieras eso. Ellos quisieran que vivieras como siempre. —David enterró su cabeza en ella.
—No puedo... no puedo vivir como siempre.
—Si puedes —contestó acariciando su cabello negro delicadamente. David se sorprendió por el roce—. ¿Sabes algo? Te comprendo, te entiendo, y no te juzgo por ello. Sólo vive, donde sea. Aquí, en tu casa... pero no mueras, no te entregues a manos de Muerte por haber perdido a tus amigos. Haz... haz lo que yo no pude hacer muchos años atrás —musitó esto último con un aire de nostalgia.
—¿Cómo puedo vivir en soledad? —preguntó, correspondiendo con debilidad el abrazo de la guardiana.
—La soledad no es mala. Es un momento para que te encuentres a ti mismo y puedas superar los problemas que arraigan en tu vida. Además, no vivirás solo, no si... no si... vi-vienes más seguido. —David se separó con brusquedad de ella, con sus ojos abiertos como platos. Abrió su boca para hablar, pero de ella no salió ningún sonido. Su vista quedó clavada en el rostro apenado de Forest.
Se veía hermosa así. Con sus mejillas rosaditas y sus verdes ojos buscando un lugar en donde refugiarse, lejos de la mirada inquisitiva de David.
Por primera vez en varios minutos se olvidó del problema principal, de ese que destrozó su corazón en pedazos.
—¿Me... me perdonas? —preguntó incrédulo. La guardiana titubeó.
—Sí... —contestó en un resoplido. Unió sus manos de nuevo sobre su vientre, y a diferencia de muchas ocasiones su expresión no era férrea, al contrario, parecía muy humana. Se movía discretamente hacia los lados, esperando quizá, que la dejara de mirar. «No puedo —pensó con su boca levemente abierta—, se ve hermosa así como lo está. Parece inocente, débil»
—¿Por qué lo haces? Pensé que me echarías del bosque cuando supieras de mis intenciones. Creí que me odiarías a muerte.
—No puedo hacerlo. Creí lo mismo pero... creo que tener más rencor en mi alma no me hará bien. Ya me lo han recomendado, supongo que la mejor solución es... per-per-perdonar... —tartamudeó incómoda. Como si jamás se hubiera imaginado que diría eso.
David borró el caminito de lágrimas de sus mejillas. Sonrió de nuevo.
—Gracias —susurró. Borró la sonrisa—. Gracias por esto, aunque... no creo que pueda soportar estar sin ellos, nunca... nunca me imaginé una vida sin mis mejores amigos.
—Deberás aprender a convivir con ello —espetó fría—. Tú eres tú, no necesitas depender de otras personas para ser feliz. Dejar la dependencia es el primer paso para que puedas alcanzar la verdadera felicidad. Si no eres capaz de hacerlo entonces demostrarías ser un cobarde.
—Pero ellos fueron mis amigos —replicó—, n-no puedo olvidarlos.
—No te dije que olvidaras. Piensa en lo que ellos querrían para ti. ¿Crees que a Xavier le agradaría ver a un David triste todo el tiempo? ¿Sin la misma gracia de antes? Yo nunca me imaginé ser guardiana, y mira, aquí estoy. Lo acepté y aprendí a vivir con ello.
—¿En serio?
—Sí —contestó ella con una semi sonrisa. Su rostro se tensó haciéndola parecer una extraña mueca.
Él rió divertido.
—¿Qué?
—Sonríes extraño —contestó. Le miró, mientras notaba como subía un notable rubor por sus mejillas, haciendo una agradable combinación con el montón de pecas que ella tenía.
—Yo... no sonrío mucho.
—¿Por qué? —preguntó curioso. Una situación fortuita comenzaba a formarse, así que dejó que todo fuera natural, echando a un lado sus oscuros sentimientos. Ella tenía razón, no le sería fácil superarlos.
—¿Eso importa? Sólo sé que llevaba mucho tiempo sin sonreír, creo que la primera vez fue desde... desde... —Su sonrojo se intensificó. David se hizo una idea del porqué.
—¿Desde que me conociste? —Se aventuró con una sonrisa. Ella desvió su mirada hacia el suelo, asintiendo levemente—. Me alegra saberlo.
—¿Por qué te alegra? Es tonto que te alegres porque yo sonría.
—Me alegra porque significa que cambié, aunque sea un poquito, tu vida. ¿No es cierto? —Forest apretó sus manos. Subió su mirada hacia él, aún sonrojada.
—Sí... viniste para cambiar mi vida, justo cuando creí que ya nada lo haría —murmuró apenada. Se mordió el labio inferior en un gesto de incomodidad, así que como había hecho momentos antes, desvió su mirada a otro lado.
De repente sus ojos se cruzaron con los de David por unos preciados segundos. Ambos quedaron hipnotizados por la profundidad de sus miradas, creyendo que se transportaban a un universo paralelo en el que sus colores era todo lo que existía. Sus sentimientos y sus pensamientos explotaban en una sensación de calma inexplicable. Todas las preocupaciones se borraron, todas las inseguridades desaparecieron como un viento en pleno verano. Su corazón latió en paz internándose en la sensación afable que encontró en los ojos de la guardiana.
No supo decir por cuánto tiempo estuvieron mirándose, sólo que un sonido hizo que ambos desviaran su atención. Fue un chillido que el viento se encargó de transportar hacia ellos. Ya lo había escuchado antes, era el grito de un águila. Se estremeció de repente rompiendo aquel ambiente de paz en el que ambos se encontraban. Forest también se movió incómoda, centrando su atención en el águila que voló hasta posarse en su brazo, presuntuosa. Chilló de nuevo, como si desafiara a David.
—¿Ella es...?
—Gardenia. Ya la conocías ¿Recuerdas? —contestó la guardiana, acarició con delicadeza el plumaje. El animal no paraba de mirar a David y chillar con odio al mismo tiempo.
—Sí... —Él también miró al águila y no se preocupó en ocultar su miedo hacia ella—. ¿Por qué... me mira?
—No te tiene confianza. No es para menos. Los padres de Gardenia fueron asesinados por dos cazadores humanos. Era una adolescente cuando ocurrió. Menos mal, no habría sobrevivido siendo un polluelo. Encontró este lugar hace unos años atrás, me conoció y ahora cada vez que puede viene a visitarme —explicó—. Viviría aquí salvo que no es un terreno lo suficiente grande como para albergar más animales. No encontraría alimento, así que se ve obligada a ir a otros hábitats.
—¿Todos los animales tienen nombres?
—No, sólo los que quieren tener uno —explicó—. Los animales no necesitan un nombre, ellos saben quiénes son. Además, son libres, yo no soy su dueña. Pero hay casos distintos. Hay animales que me han pedido un nombre porque dicen que ese será el nombre con el que sólo yo las llamaré. Es como un... ¿Pacto? Están agradecidas conmigo y prometieron brindarme compañía para que no me sintiera sola. No era necesario, mas insistieron y yo no soy nadie para cuestionar sus decisiones. Acepté. Ahora estos animales con nombres me son fieles. Por ende cualquier humano que me haya hecho daño son repudiados por ellos. —Miró a David inexpresiva—. Tú no me has hecho daño, pero eres uno de miles humanos que lo hicieron, por eso Gardenia no confía en ti. Teme que me llegues a lastimar en algún momento.
—No lo haré —expuso con rapidez—. No sería capaz de lastimarte, de ningún modo.
—Lo sé. —Acarició de nuevo al ave con sus dedos, el águila chilló nuevamente volviéndose hacia la guardiana con brusquedad. Ambas se miraron unos segundos, como si se estuvieran comunicando. El animal ladeaba su cabeza hacia los lados, mientras que el brillo en los ojos de la guardiana se intensificaba. Cuando despegó su mirada, regresaron a la normalidad—. Insiste en que no debo confiar en ti, me dice que recuerde la última vez que confié en la humanidad —negó—. Se irá por un tiempo, quizá meses... no lo sé. Pero regresará David, tenlo por seguro. Los animales son orgullosos y las águilas lo son aún más.
Gardenia extendió sus alas alejándose de ellos y del bosque. Forest se quedó mirándola hasta que desapareció entre la copa de los árboles que se extendían más allá del jardín.
—Nunca te has sentido sola —afirmó David con una sonrisa, mirando por donde desapareció el águila—, que bueno.
—Te equivocas —replicó volviéndose hacia él—. Llevo casi un milenio en este lugar. Poco a poco los animales dejaron de ser una compañía para mí. Muchos tienen hogares, otros se me acercan para exponerme sus miedos, sus dudas... pedirme ayuda. Luego de tanto tiempo la falta de alguien con quien conversar se me hizo necesaria. Sé que parece algo egoísta siendo la guardiana de este lugar. —Se encogió de hombros—. Luego de estar mucho tiempo en el paraíso, comienzas a considerarlo un pequeño infierno.
—¿No puedes salir de este lugar? ¿En serio?
—En serio —afirmó—. Soy la Guardiana del Bosque, no puedo salir de las verjas, los dioses me lo prohibieron. Mi deber es cuidar este lugar ¿Cómo puedo cuidarlo si no estoy en él?
—Eso quiere decir que desconoces de muchas cosas. ¿Sabes lo que es el mar? Te hablé de él creyendo que lo sabías pero al...
—Sé que es el mar —dijo, un poco más brusca de lo que David se esperaba. Ella clavó su mirada en él, triste—. No siempre he sido una guardiana, David. Yo una vez... fui una diosa. —El viento volvió a hacerse presente, receloso. Él no entendía todo aquello, ¿diosa? Eso no podía ser posible, sólo existía un Dios. Eso es lo que él tenía entendido. Entonces ¿De qué estaba hablando la guardiana?
—¿Diosa? Imposible, existe un Dios, él...
—Es el Creador —completó Forest—. Los humanos siempre han creído en un Dios. Al principio de los tiempos eran dioses, luego se redujeron a uno. Yo llegué a conocer a uno de sus nombres, ¿cómo se llama ahora?
—¿Tiene otros nombres? —preguntó atónito—. Jesús... creo —No sabía mucho de religión. Nunca fue un creyente fiel a ello. Se desilusionó muchísimo cuando había suplicado que su enfermedad se curara. Era tan solo un niño de cinco años cuando rezó toda una hora, pidiéndole a Dios que sanara su corazón. Su madre le había contado que era milagroso, así que repitió la misma rutina más de un año, hasta que dejó de hacerlo luego de un ataque de asma. Su corazón se contrajo y fue hospitalizado por diez días. Desde ese acontecimiento, no rezó más.
—¿Jesús? ¿Ese es su nombre?
—Sí.
—Es tan distinto al de ese entonces... —murmuró la guardiana, más para ella que para David.
—¿Distinto?
—Olvídalo —repuso con rapidez.
—Entonces fuiste una diosa. No lo sé, nunca fui creyente de las religiones, ni de nada de eso, para mí... cuando me hablaron de Dios, creí que era un ser poderoso, alguien inalcanzable para nosotros, creí... creí que si rezaba con fe él me quitaría esta enfermedad o me sanaría. Mas no fue así. Continué tomándome las pastillas, teniendo ataques... todo en mi vida fue igual; no mejor. Así que dejé de creer. —Forest le miró, hasta que resopló negando con la cabeza.
—Se pierde la esperanza al saber que nada cambiará por más que lo intentes. No importa cuánto reces, cuánto alabes a un dios; no importa si haces lo que sea para mejorar tu situación. Cuando sabes que no hay una solución todo en ti se derrumba —frunció sus labios, incómoda—. Existen más dioses David. No puedo decirte mucho sobre ellos porque me pidieron que no lo hiciera, pero sí puedo decirte que aunque tú no los ves, ellos están allí facilitando sus vidas hasta en lo más mínimo. Sí, son poderosos, todos y cada uno de ellos, mas no son generosos. Cumplen con su deber, nada más. La compasión es algo que aprendieron a controlar y a retener. Si los dioses fueran compasivos no existiría la tristeza, ni la muerte. ¿Qué harían sin la muerte? Vivir eternamente.
—Vivir por la eternidad se convertiría en un infierno —dijo alarmado.
—Así es. No sólo para ustedes, sino también para la Madre. La población crecería a límites aterradores; la Tierra se enfadaría, ni si quiera los dioses podrían retenerla —Notó como ella se estremecía—, y ustedes vivirían en guerras interminables, en busca de poder. Desatarían enfermedades que dañarían su físico, pero seguirían de pie a pesar de sus dolencias, porque no podrían morir.
—Es tan horrible como pensar en qué haríamos sin poder amar.
—Sí —afirmó Forest, formando una mueca en su rostro—. El amor es un sentimiento necesario. Nos hace sentir vivos, el amor hace dos de los sentimientos más hermosos que pueden existir. La alegría y la tristeza. Sin el amor solo serían cascaras vacías. No sentirían cariño hacia una persona. El amor a tus padres, a tus amigos... pueden ser distintos, pero es amor al final de cuentas.
—Suenas como si te hubieras enamorado.
—¿Y tú qué opinas? —preguntó con un ápice de picardía elevando sus cejas rojizas. Se volvió hacia él con una extraña "sonrisa". David se sorprendió en el fondo al notar como la guardiana poco a poco le tomaba más confianza que antes.
Él lo pensó por unos momentos. Nunca había sentido amor por una persona. Sí una leve atracción, aunque cuando se declaraba o algo por el estilo lo rechazaban. Una vez admitieron directamente que era por su aspecto escuálido. Sus amigos no permitieron que se deprimiera por eso. «Nos burlamos, de hecho —recordó sonriendo—. Recuerdo las carcajadas con las ocurrencias de Xavier»
—Opino que sí te has enamorado —sonrió—. Se me hace extraño verte y pensar que te asemejas mucho a nosotros, los humanos.
—Lo hago —admitió—. Pero el tiempo hizo que parte de la humanidad que me quedaba fuera erradicada, por eso ya no puedo sentir amor hacia alguien. —David frunció su ceño.
—Mientes —repuso con rapidez—. Sí puedes sentir amor hacia alguien, no te contradigas. Dijiste que el amor hace la alegría y la tristeza. Te he visto triste, y también feliz. He visto como miras a las flores, a las plantas. Las amas al igual que una madre a su bebé.
—En mi caso es distinto.
—¿Ah sí? ¿En qué aspecto? —espetó exigiendo una respuesta con su mirada. Forest frunció su ceño dándole la espalda. Quedó de frente al árbol.
—Una vez sentí amor por alguien. Luego de convertirme en una guardiana todos los sentimientos humanos en mí fueron entumecidos gracias al tiempo. Duré siglos sin sentir alegría o tristeza. —Se giró hacia él. Su cabello chocó con su rostro, para luego caer de nuevo grande e iracundo—. Pero tienes razón. Llegaste tú a cambiarlo todo. Hiciste que volviera a sentir... volví a sentir el miedo de perder algo preciado. —El tiempo para David se detuvo, al ver una verdadera sonrisa surgir en el rostro de Forest. Sus ojos brillaron con dulzura, mientras que esos labios rosaditos formaron un gesto único en ella. Distinto.
Sintió el rubor teñir sus mejillas. Nunca la había visto sonreír de aquella manera. Ese mismo día había hecho un intento de sonrisa mejor que el resto, pero esa ocasión fue perfecta. Su rostro lleno de pequeñas pecas; su cabello rojizo vivo como las llamas de una fogata; sus cuernos grandes, gruesos y la posición de sus manos sobre su vientre, delicadas y blanquecinas. Era una imagen encantadora que quería plasmar en su mente, para siempre.
—N-No es para tanto —tartamudeó desviando su mirada hacia otro lado. Su corazón había comenzado a palpitar con rapidez, mientras un pequeño calorcito crecía en su vientre «¿Por qué? No estoy asustado, ni triste» Intentó restarle importancia a ese detalle, luego pensaría sobre ello con claridad.
—¿Quisieras conocer más este lugar? —preguntó Forest acercándosele. David abrió sus ojos, sorprendido.
—¡Claro que sí! ¿Puedo?
—Te he permitido quedarte, sería aburrido si solo conocieras este jardín. Hay lugares muchos más hermosos en el bosque, seguramente te encantaría visitarlos, ¿no?
—Sí —respondió apresurado—, sí, claro que sí.
—Entonces sígueme, te mostraré uno de los pocos lugares mágicos del bosque. —Forest comenzó a caminar delante de él. Al ver que no la seguía se detuvo curiosa.
—Espera, es la hora de mi otra pastilla —inquirió, tragándose la medicina que le tocaba a esa hora—. No quiero que me pase algo mientras esté en este lugar, si vuelve a suceder probablemente mi madre no me deje salir más —explicó, esta vez volviendo a caminar.
Forest se mantenía a una distancia muy corta, lo suficiente para poder escucharlo. Salieron del jardín en silencio, salvo que esta vez David miraba el suelo pendiente de no resbalarse ni tropezarse con ninguna piedra.
—¿Tu madre es muy sobre protectora? —preguntó la guardiana, esquivando la rama de un árbol.
—Sí, un poco. Le molesta que haga cosas que una persona normal con mi enfermedad no haría. No me lo dice, pero lo demuestra.
—Y eso te molesta —afirmó. David la miró de soslayo, sus ojos se encontraron por unas milésimas de segundos, ninguno de los dos quiso retener la mirada por mucho tiempo.
—Sí, me enoja. Hace que me sienta un inválido, alguien que no puede caminar por sí mismo. En mi niñez siempre estuvo detrás de mí para cualquier cosa. No me dejaba tirarme por toboganes a menos que fueran muy pequeños; no dejaba que niños me invitaran a jugar; evitaba que me esforzara, incluso, sólo me balanceaba en columpios cuando ella estaba. Viví mi niñez postrado en la cama de mi cuarto, con una computadora al frente buscando algo con qué divertirme.
—¿Qué son toboganes y columpios? Y eso que acabas de decir... ¿compadora?
—Computadora —corrigió con una sonrisa—. Los dos primeros son juegos que usan los niños para divertirse. Los toboganes pueden ser grandes o pequeños, y te deslizas sobre ellos, y los columpios hacen que te puedas balancear sobre ellos mientras estas sentado. Las computadoras son más complicadas; son artefactos electrónicos que le facilitaron mucho la vida al humano.
—El columpio suena divertido —dijo Forest. David notó que ya no estaban siguiendo el camino que estaba marcado. Caminaban entre árboles y arbustos llenos de flores. Miró a los pájaros en los árboles cantando con dulzura, incluso por encima del sonido de las cigarras.
—¿Nunca has visto uno?
—No.
—Algún día tienes que montarte en uno. Son para niños, pero los adultos no es que le prestemos mucha atención a esa regla —rió—. Por cierto ¿Adónde vamos?
—Es una sorpresa —inquirió con una mueca en el rostro «Una sonrisa —pensó David con un halo de felicidad—. Poco a poco le salen mejor»
Dejaron de hablar por unos minutos. David inconscientemente se concentró en la figura de la guardiana de espaldas. Medía unos centímetros más que él, y su cabello rizado era más hermoso de lo que creía. Sus bucles caían como cascada sobre su espalda, hasta la cintura, mientras que el vestido largo se extendía hasta sus pies. Eso no evitaba que ya se hubiera fijado que siempre andaba descalza. Tuvo curiosidad en el porqué, mas no creía que era un buen momento para preguntarlo.
Admiró tanto su figura, que no se fijó que su alrededor poco a poco había comenzado a cambiar. Cuando miró en el suelo pétalos morados y rosados alzó su mirada, confundido. Lo que vio, le dejó atónito.
Estaba entre senderos de árboles que se extendían hasta lo que su vista podía admirar, mucho más allá del horizonte. A diferencia de los normales, estos eran completamente de colores morados y rosas claros. Sus hojas caían con delicadeza para posarse sobre otras «Parece un baile —pensó boquiabierto—. El baile más hermoso que he podido ver» Los pájaros cantaban y el sonido de las cigarras no era presente en esos árboles. Ni si quiera había mosquitos, únicamente un olor dulce y exquisito del aire, acoplado con cierto toque a flores; acompañada de la belleza de la guardiana a la espera de alguna acción por parte de él.
—E-Esto es... hermoso —suspiró encantado.
—Son dos hectáreas llenas de senderos como este. Hay incluso unos que son con los colores otoñales, también son espectaculares. Creí que ver este te gustaría más. ¿Te gusta?
—¿Qué si me gusta? ¡Me encanta! Esto es... precioso —Forest emuló una mueca—. ¿Tiene un nombre?
—¿Este lugar? No, eres el primer humano que viene para acá.
—¿Qué? ¿En serio?
—Sí. Los humanos solo conocieron menos de una cuarta parte de lo que constituye este bosque, no permití que pasaran más allá de los paisajes que ellos vieron por pura precaución. Una pequeña pizca de mi magia, e hicieron como si nada pasara; crearon los nombres y no se acercaron más allá de ellos.
—¿Por qué?
—Porque son fáciles de manipular. Creé un campo de visión, al llegar a él todos verían una cerca con un letrero que decía que ese era el límite. Pero solo fue una ilusión que quité luego de que las visitas disminuyeran considerablemente. Las personas casi nunca llegaban allí, preferían el río, el jardín, las cascadas... para ellos era el paraíso esos pequeños lugares, sin saber que había mucho más. —David notó como Forest miraba hacia los árboles con vehemencia. Parecía que les tenía mucho cariño a cada uno de ellos. «Es la guardiana, eso es obvio» Su estómago se revolvió para recordarle que en todo el día no había comido.
Sacó de su bolso una manzana que comenzó a devorar con rapidez.
—¿Tienes hambre?
—En mi bolso he traído... un par de manzanas, pero se me había olvidado por completo que las tenía. ¿Tú qué comes?
—Frutas —respondió mirándolo—. Tú también puedes comer frutas de estos árboles, sólo si les pides permiso.
—¿Pedirles permiso?
—Sí. Las frutas no son tuyas, son los hijos de los árboles, sus frutos. Si le quitas una de ellas a un árbol sin permiso se quejará, y sus quejas vendrán a mí directamente.
—¿Tú les pides permiso? —preguntó dándole un último mordisco a la manzana. Forest negó.
—No siempre. Hay algunos árboles que me tienen cariño, y me las dan sin yo pedirlas. En cambio, hay otros refunfuñones que exigen un «por favor y gracias» cuando quiero tomar una. De pequeña llegué a lastimarme mucho por ello —reveló emulando una mueca por el recuerdo—. No te quedes allí parado, caminemos por este lugar, te gustará —David asintió gustoso, comenzando a andar a la par de ella.
—¿Fuiste una niña? Creí que luego de ser una diosa habías pasado a guardiana.
—No, renací como guardiana. Mi apariencia inicial fue la de una niña de cinco años, que comenzó a crecer mediante los siglos iban. Nosotros somos inmortales pero tenemos que crecer y madurar en experiencia para obtener sabiduría. Yo crecía un poco cada una década, hasta que mi apariencia se detuvo en esta. ¿Cuántos años crees que tendría si fuera una humana? —David se detuvo a observarla, cayendo en cuenta de lo joven que parecía.
—Unos... veinte años, o veintiuno.
—¿Al igual que tú? —preguntó con una semi sonrisa, volviendo a caminar.
—Sí, eso es lo que aparentas, para mí. —David escuchó su reloj titilar. Cuando miró la hora se detuvo en seco. Ya eran casi las dos de la tarde «mamá se enojará conmigo»—. Ya me tengo que ir —musitó cabizbajo.
—¿Te irás? Pero si aún no has visto todo de este lugar.
—Siempre llego a la hora del almuerzo a la casa, mamá se enojará sabiendo que no he comido lo suficiente hoy —explicó. Intentó no sonreír al notar una leve preocupación por parte de Forest—. Vendré mañana, lo prometo.
—Puedes comer aquí.
—Mamá no me creerá. Me hará preguntas, como: ¿Subiste un árbol? Y no sé qué tipo de mentiras pueda decirle en ese momento. Es mejor que me vaya. Regresaré ¿De acuerdo? —sonrió para aligerar un poco el ambiente.
—Está bien. —musitó Forest resignada. En silencio, comenzaron la marcha atrás, alejándose de los bellos caminos que le proporcionaba ese lugar. David se volvió una última vez, para que aquellos vívidos colores quedaran plasmados en su memoria ya que no tenía una cámara con la que captar el momento.
Miraba de soslayo a la guardiana unas cuantas veces, notando como su postura rígida regresaba, teniendo en su rostro una inexpresividad característica de ella. David sonrió de nuevo, nunca creyó que lograría tanto en el día, ni que conocería de tal forma ese lugar con unas cuantas charlas.
Unos treinta minutos fueron suficientes para atisbar la verja al final del camino. El límite de lo real y lo fantasioso. De lo aburrido y lo mágico.
David se detuvo volviéndose a Forest. La guardiana se mantenía impasible.
Él sonrió.
—Regresaré mañana, te lo prometo.
N/a:
¡Hola queridos lectores! ¿Cómo han estado? Yo muy bien, espero que hayan disfrutado el capítulo, me esforcé mucho.
Ahora les daré un pequeño preámbulo del capítulo que viene. ES LARGO, pero resulta que es muy, muy importante para la historia y realmente imposible de cortar, así que tómense su tiempo para cuando llegue el momento. No olviden que me encantaría leer sus comentarios ¡Saludos a todos!
-Little.
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