Capítulo 21
La palabra monstruo resonaba por su cabeza, como el tintineo de unas campanas. Era la misma sombra que le había perseguido cuando era humana y ahora salía a relucir de nuevo, acechándola a cada paso, recordándole sus fechorías. Era muy fácil catalogarla de un ser tan vil, tan maléfico. ¡Pero él no tenía derecho hablar! No conocía nada de ella ¿Por qué juzgarla?
No era fácil cumplir con su trabajo, y aunque lo hiciera con tanta destreza y facilidad no significaba que no sufría con cada lamento, cada súplica de los humanos al saber que ya nada volvería a ser igual. Dolía al recibir sus recuerdos; al conocer sus anhelos... Era tan difícil que se volvía inexplicable. Al final, lamentarse no le devolvería la paz que su alma en algún momento llegó a tener. Llorar con cada acto no le regresaría la vida a las personas dentro del bosque, y tampoco erradicarían las calamidades que ellos traían.
Su mano continuó acariciando una pequeña ardilla que se le había acercado con timidez. De vez en cuando subía discretamente la mirada para observar a David. De alguna forma, siempre sus miradas coincidían. Desviaba su atención al animal a propósito. Se sentía incómoda siendo observada, más por ese chico tan débil y delicado.
Quizás era demasiada tosca cuando se refería a él, sólo que se le hacía difícil tratar a un humano con delicadeza. «¿Qué haces? —Se preguntó—. Debiste irte» Le reprochó su subconsciente; mas no pudo hacerlo. Al ver como él la detenía, al escuchar sus palabras, algo se encendió en su estómago. Un pequeño halo de alegría «Nadie nunca ha pedido que me quedara, a nadie le agradó mi presencia, pero él...» Sintió un leve calor en sus mejillas.
De todas formas ya no podía hacer nada. Estaba allí, a unos diez pasos de distancia de David. No respondió ante la petición de él, sólo caminó y se recostó sobre una roca mohosa. De allí miraba el paisaje que ya había admirado tantas veces; se deleitaba con el fluir del agua, con el cantar de los pájaros y el incesante sonido de las cigarras. Olía la humedad del lugar, casi tan agradable como el oxígeno que respiraba. Quizás aquel chico sintiera lo mismo, tal vez él realmente se sentía conectado con la naturaleza. «Me lo está demostrando con sus acciones»
—¿Por qué tienes cuernos? —Alzó su mirada, sorprendida. David tenía su mirada fija en ella. Atisbó la curiosidad y la inocencia en esas facciones tan lisas y blanquecinas. Frunció su ceño «¿Cree que somos amigos?» pensó su parte rústica.
—Creí haberte dicho que no te trataré distinto a los demás. Que te haya cuidado no significa que...
—Ya lo sé. —aclaró con rapidez—. Los humanos te han hecho daño, a ti y al bosque. Pero yo no soy como todos ellos. Además, si vamos a estar los dos en un mismo lugar lo más lógico sería conversar y conocernos ¿No crees? —Sonrió como si Forest no hubiera dicho nada desagradable.
La guardiana frunció su ceño. ¿Hasta qué punto sería así? David tenía una sonrisa demasiado agradable, demasiado sincera como para estar tratando con la asesina de sus amigos. Era un chico realmente curioso. Aguantó una sonrisa. No iba a sonreír delante de él, sería un acción que le dejaría en claro que le estaba agradando, y ese no era su objetivo «Recuerda, debes esperar a que cometa un error y volverlo parte el bosque. —Se recordó. Luego se detuvo a pensar en un punto muy importante—. No puede ser... ¿Aguanté una sonrisa? ¿Desde cuándo tengo ganas de sonreír?»
Ese chico estaba alterando las cosas; estaba alterando su mundo. Su persistencia y su alegría en cosas que no se podían, poco a poco habían empezado a causar estragos dentro del bosque, y aunque no quisiera admitirlo; dentro de ella también.
David suspiró. Bajó su mirada con desesperanza en ella. ¿Se habría rendido? Posiblemente comprendió que no le sacaría información tan fácil, además, se había quedado porque no tenía nada que hacer, ¿verdad?
—¿Sabes? Este tipo de ambiente es mi favorito. —La capa de piel de oso se contrajo un poco más a su cuerpo—. Siempre me han gustado este tipo de lugares. Los bosques, las aves... A Hernesto le gustaban las praderas, pero sus favoritas eran los desiertos; tenía cierto agrado por la arena y los escorpiones que allí se encontraban. ¿Extraño, cierto? Su alegría era inigualable, creo que en ciertas cosas se parecía a mí. —Sonrió. Forest atisbó la nostalgia en sus ojos—. Y Xavier... ¡Oh! Ese moreno era un pícaro, te hacía reír con sus elocuencias y siempre me incitaba a cometer una que otra locura. Una persona con problemas cardiacos tiene sus limitaciones, ¿sabes? Pero a él no le importaban, me hizo olvidar tantas cosas... y disfrutar también. ¿Puedes creer que en un punto sentí que no tenía ninguna enfermedad?
»Para él, los paisajes más hermosos eran los acuáticos. La playa, los mares... una vez fuimos a un pequeño paseo en barco. Me tuve que llevar ropa fresca, y un bolso lleno de pastillas por si ocurría algo. Eran más que todo medidas preventivas de mi mamá, siempre me preparaba ante cualquier mínima posibilidad de que algo pudiera salir mal.
»Nada ocurrió ese día, salvo que nos tomamos unas cien fotos: con muecas raras; selfies... e incluso con extraños, Xavier se encargaba de eso. Hablaba con todos y dejaba amigos por cualquier lugar que fuera. Era un chico muy extrovertido y amigable. Su risa era estruendosa y pegadiza. —En su rostro se apoderó una sonrisa nostálgica, llena de alegría y de tristeza—. Aunque tenía sus defectos, Hernesto también los tenía.
»En el caso de Hernesto, era muy penoso con personas que no conocía. En cambio Xavier, era muy mujeriego, y de cierta forma, llegué a envidiar su capacidad para hacer amigos. Le encantaba coquetearle a muchas chicas a la vez, pero cuando era novio de alguna le era fiel. También siempre fue impulsivo, no pensaba en sus acciones y al final terminaba arrepentido.
Hizo una incómoda pausa.
»Ellos eran buenas personas, y les habría encantado ver todo esto.
El viento silbó entre ellos. El sonido de la cascada, el cantar de los pájaros y las cigarras fueron las únicas que no hicieron silencio en todo aquello. La guardiana miraba a David, mientras que él mantenía su vista fija en la tierra, lejos de ese lugar; sumido en la profundidad de sus recuerdos y en lo relajante que era rememorar buenos momentos.
Ella no podía decir lo mismo. Todo lo bueno que había vivido fue teñido de rojo. De un color escarlata que le recordaba a la mortalidad, y lo vulnerable que había sido. No, lo seguía siendo.
Sus sentimientos y los de ella no eran distintos. Él sentía tristeza por haber perdido lo que más amaba. ¿Qué era de ella que lo perdió todo? Solo le quedaba el bosque; ese pequeño paraíso verde que ya no le provocaba la misma alegría de antes. El tiempo se convirtió en el veneno que asesinó las emociones que sentía cada vez que estaba en contacto con la naturaleza. La amaba, no podía negarlo, pero ese amor comenzó a dañarla, y dolía. Temía que en cualquier momento, comenzara a desear más seguido que todo acabara.
En David miraba a un chico, no solamente débil, sino también humilde. Alguien afable que vivió una vida con un constante rechazo, hasta haber encontrado a sus amigos. Ella le arrebató lo que cambió su vida. ¿Cómo podría juzgar su odio hacia ella? «Monstruo, monstruo, monstruo» La palabra iba y venía, como el viento que mese a las hojas en su manto; como sus constantes pensamientos contradictorios sobre David. Su raza había sido su desdicha por mucho tiempo, mas él estaba buscando la forma de acercársele, estaba interesando en ella ¿Por qué no darle una oportunidad?
De su boca salió un trémulo gemido, que pretendía ser una palabra. Estaba indecisa sobre si hablar o no. ¿Por qué lo pensaba tanto? David había subido su mirada, mientras ella buscaba refugio en la ardilla que se había dormido sobre su vestido. Sintió sus mejillas arrebolarse. ¿Por qué estaba nerviosa?
—N-No... —Exhaló superando el nerviosismo—. No sé porqué tengo cuernos. Nunca me lo pregunté. Supongo que es el aspecto del guardián de un bosque.
—¿Existen más guardianes? —preguntó David. Alzó su mirada y atisbó un inusual brillo en sus ojos verdes.
—No —contestó. Se sintió avergonzada por la respuesta «Tonta, tonta, tonta»
—Ya veo... Me gustan. No son muy grandes, y se ven fuertes. Aunque al principio me asustaron un poco. —Rió por lo bajo—. ¿Este bosque es muy grande? Quisiera conocerlo un poco más, aunque no sé si pueda, mamá es algo paranoica con respecto a eso.
—¿Siempre eres así de parlanchín? —preguntó tosca. Miró a David y notó como sus mejillas se teñían de un color rosado. Él no se avergonzó, al contrario, sonrió ampliamente mientras soltaba una pequeña risa.
—Me han hecho esa pregunta muchas veces. —Rió—. Supongo que sí ¿Hay algo malo con eso, Esmeralda?
—Ya te dije que ese no es mi nombre.
—Entonces dímelo —espetó—. No puedo decirte guardiana todo el tiempo, necesito llamarte de alguna forma ¿No crees? Además, es algo injusto, tú ya sabes el mío. Soy David Fuentes, tengo veinte años y sufro de una enfermedad llamada insuficiencia cardiaca. ¿Qué hay de ti?
—Ya sé casi todo eso sobre ti.
—¿Entonces quieres saber más sobre mí? —David sonrió con picardía.
—No, no deseo saber más nada sobre ti. Me conformo con saber que hablas demasiado.
—¿Por qué no te gusta que hable? Si vamos a estar más tiempo juntos, necesitamos conocernos.
—David, creo que estás confundido. —Se levantó con brusquedad sin importar que la ardilla se despertara asustada. Le había dado demasiadas esperanzas a ese humano, quizá más de la que en algún momento debió. Salvarlo de la muerte por tercera vez había sido suficiente, pero no conforme a ello cometió el error de quedarse; ahora él pensaba en imposibles—. Me quedé solo para asegurarme de que podrás salir del bosque, no por que quiera tener algún tipo de relación amistosa contigo.
Su tono había sido frío; el desdén no pudo pasar desapercibido. El rostro de David se congeló completamente. Luego la seriedad invadió sus facciones. Todo quedó en silencio, y ella regresó a su posición de antes. La curiosa ardilla no se le acercó esta vez, sino que anduvo en dirección contraria, deteniéndose al frente del joven de rulos. David miraba al suelo cuando su vista se posicionó en el animal. «De nuevo —pensó Forest—. ¿Por qué se le acercan? ¿Qué tiene de especial?»
Al verlo acariciar la ardilla que minutos antes reposaba sobre su vestido, no le provocaba sosiego. Era como ver a una oveja disfrazada de lobo, a la espera de engañar a su presa para luego devorarla. Pero, mientras ese pensamiento afloraba, en otra parte de su mente, contradecía a su teoría de que todos los humanos eran malvados, quizá no sentía en David las mismas intenciones que los otros.
Quitarle crédito a lo que experimentó por tanto tiempo; las acciones de los humanos y los destrozos que trajeron consigo, sería como rechazar todas sus vivencias. Se hubiera ahorrado muchos problemas si no hubiese sido tan ingenua.
—Ya no tengo frío —dijo luego de varios minutos en silencio—. Creo que... ya me voy. ¿Estará la camisa seca? —Él ya se iba. Por algún motivo no se sintió bien al saberlo. Quizá había sido muy brusca con él, tal vez su tono terminó de quebrar las esperanzas de aquel joven. Sólo le quedaba esperar que no regresara más al bosque, incluso si ya no se sentía cómoda con ello.
Forest se levantó con sutileza, se acercó a la roca en la que estaba tendida la camisa de David; seguía un poco húmeda, el sol la había secado lo suficiente como para que la usase. Se la devolvió mientras él le devolvía la capa. La tomó en sus manos e hizo que desapareciera. Toda su ropa se mantenía en otro espacio que no era visible, la mayoría habían sido regalos de Vida, y otros de Ido. A pesar de todo, el dios del Amor le tenía un inusual afecto, y un gusto extravagante con los vestidos de colores rosa. Debía agradecer por lo menos que eran de seda, por lo que era liviano caminar con ellas. Le gustaba cambiar de vestido varias veces en el día, algunas veces se ponía los grandes y ostentosos, esos que le hacían sentir más fuerte dentro del bosque.
David se había colocado la camisa y guindado su bolso en la espalda. De él sacó una manzana que comenzó a comer con lentitud.
—Sígueme. —Le dijo. Estaban un poco lejos de la salida, a un lugar en el que el sendero que los humanos habían marcado no llegaba. Sólo ella se sabía todos los caminos secretos, todos los lugares mágicos que nunca fueron pisados por humanos.
Comenzó a caminar, yendo por colinas de árboles fuertes y gruesos. Los pájaros acompañaban su andar, pero a pesar de ello la incomodidad era presente entre ambos. La cascada poco a poco se alejó, observando el ascenso de dos almas confundidas y turbadas. Mientras ella se hundía en la confusión, él en la tristeza de no poder lograr una conexión con la guardiana.
Así debía ser. Por el bien del bosque, no podía hacer amigos.
La maleza se movía al son de sus piernas, mientras que se abrían paso para encontrar el sendero que seguramente David anhelaba hallar. Hicieron silencio en todo el trayecto. Forest no dejaba de echar unos vistazos furtivos hacia atrás, como si le preocupara que David ya no la estuviera siguiendo. Notó que estaba calmado, con una expresión más seria de lo usual. ¿Se habría enojado? Era lo más probable, no estaría completamente feliz luego de aquel rechazo tan directo como el que hizo. No solo le aclaró de una vez por todas que no quería nada con él, sino que también dejó expuesto su objetivo; que él se fuera y no regresara más.
Minutos después, encontraron el sendero. Estaba borroso, casi imperceptible por las plantas que comenzaban a cubrirla.
—Sigue derecho, y encontrarás el jardín. De allí ya te sabes el camino. —Señaló con su dedo al frente, y sin darse a esperar, él le hizo caso sin volver su mirada atrás. Tragó saliva, nerviosa. Esperaba alguna reacción, quizá una despedida, o un «No regresaré más» que era lo que estaba esperando por tanto tiempo, pero David no hizo gesto alguno de hablar.
Se detuvo a observar como aquel humano se iba; como desesperanzado dejaba todo un mundo lleno de color, de vida y magia, para regresar a la monotonía más allá de las verjas.
Ambos eran distintos. Su mundo, su deber, no podía esperar que lo entendiera un joven que aún tenía mucho que vivir. Cada vez que veía su sonrisa, percibía su fuerza de voluntad; la pureza de su alma; la vida que esperaba tener. Eran tan distintos... David era un humano que todavía caminaba por un sendero lleno de neblina, oscuridad y luz. Pero ella ya había pasado por eso, ya había vivido lo suficiente como para querer a alguien más. No sólo experimentó el amor más bonito y puro que en algún momento logró desear, sino que también vivió como ese amor moría con la vertiginosidad de un rayo. Su corazón latente, fue roto, y cada pieza, cada fragmento de él se hizo añicos hasta ser nada. Ese era el precio de querer. Todos queremos algo: un objeto, una persona, hasta que todo sale mal y cuando llega el final, es inevitable que algo se rompa dentro de nosotros. Algo que cambiará nuestras vidas por completo.
«Era tan joven que fui incapaz de comprenderlo. —Suspiró cuando David desapareció de su campo de visión—. El amor y el dolor vienen tomados de la mano. Sin amor no hay dolor; sin el querer no podemos sentir la presión en nuestro pecho al perderlo todo. Y sin esa presión, no podemos sentir la calma que trae consigo un nuevo comienzo. Es un ciclo, y ese día yo decidí ponerle fin al mío»
El atardecer le estaba dando paso a la noche, a la enorme luna llena que se presentaba esa noche, brillante y esplendorosa como siempre. Junto a ella, sus doncellas las estrellas hacían gala. Podía imaginar sus conversaciones, charlas amenas que tenían un pasado triste y doloroso. Recuerda haber escuchado dos versiones, la fantasiosa que le había contado su madre, y la real, relatada por Vida.
La Luna solía ser una diosa libre. Había nacido el mismo día que el dios del Sol, Herostes. Él era en realidad el dios de la Luz, pero en su nacimiento se desprendió un halo de luz más pequeña y débil que él. Luna se encargaba de iluminar las noches, y Herostes los días. Eran más antiguos que Vida, y también cometieron errores.
Luna y Herostes se cruzaban cada cierto tiempo, y se permitían charlas amenas que luego de otros encuentros se convirtieron en palabras llenas de amor y cariño. Luna se había enamorado del dios de la Luz. Una noche, ellos se acercaron tanto en una ardiente pasión que no pensaron en las consecuencias de sus actos. La colisión fue desastrosa, y Luna fue dañada por la cantidad de poder de Herostes. De ella surgieron miles fragmentos de su cuerpo, como un pequeño cristal roto. El Creador los castigó a ambos por haber infligido la norma más importante entre los dioses; el amor. Sabía que era algo inevitable, al fin y al cabo todos tenían sentimientos, sin importar el poder que los hacía dioses; este era peligroso y podía causar desastres como esos.
Luna fue apresada por el Creador, viviendo por la eternidad en la oscuridad, sin oportunidad que él se le acercara con la frecuencia de antes; junto a sus cristales que fueron llamados por los mortales «estrellas» Herostes no fue apresado, pero nunca más pudo ver a Luna como antes. Ambos se distanciaron, y el tiempo erradicó el amor que en algún momento existió. No hubo más charlas, ni palabras de amor; la semilla que había crecido fue cortada de raíz y ahora solo se encontraban por obligación y no por deseo.
Allí, sobre la rama de un sauce, miraba al cielo hasta que el manto estrellado cubrió por completo el mundo. Unas horas más e iniciaría su tortura. Ya había pasado un tiempo y continuaba sintiendo el mismo miedo que la primera vez. ¿Cómo había llegado a temerle a un árbol? No solo era un árbol, sino el conector con la madre Tierra.
Exhaló e inhaló con lentitud; todavía era difícil caminar sin que el temor se le notara. De todas formas ¿Quién la veía? Seguramente Luna era la única testigo de su sufrimiento. ¿Era eso lo que le importaba? ¿O solo quería darse valentía a sí misma?
El viento se paseó entre el jardín, agitando a las flores que dormían plácidamente, mientras las nocturnas alardeaban de su belleza bajo la luz de la luna. No fue eso lo que alertó a la guardiana, sino ese olor a orquídeas que nunca olvidaría. El viento le susurró al oído lo que ya sabía. Se levantó exaltada y buscó con la mirada a esa persona. Se bajó del árbol con rapidez y corrió hacia la concentración de energía más fuerte, como si estuviera necesitada de ella. No recordaba cuánto tiempo había pasado desde el ultimo día en que la vio, pero si sabía que deseaba ese reencuentro con mucho fervor.
Sendero abajo, en un punto realmente fascinante, la figura de una mujer de espalda miraba al cielo. Era un buen lugar para admirar la Luna, sin embargo era el detalle que menos le importaba. Se detuvo conmocionada al ver la figura, la ropa, e incluso el cabello recogido en forma de cebolla. Sintió que el corazón que no tenía palpitaba con fuerza. En su estómago afloraron miles de emociones; sorpresa, tristeza, nostalgia, alegría... todo era un torbellino inexplicable de sensaciones. Irguió su espalda, y juntó sus manos sobre el vientre, nerviosa. ¿Qué diría, que haría?
Aquella persona se dio la vuelta, dejando que Forest por primera vez desde hacía mucho tiempo se deleitara con la belleza de Vida. Sus ojos eran marrones, como los troncos de los árboles, al igual que su cabello que en la noche parecía negro. Su piel blanca como las estrellas, y su mirada llena de la ternura de una madre a su hija. Sus mejillas eran rosaditas, y sus labios estaban pintados de un color rosado claro que hacía juego con su rostro. Llevaba un vestido azul con lentejuelas, y una bufanda de plumas blancas llena de elegancia.
Al ver a Forest sonrió con dulzura. Extendió sus brazos esperando lo inevitable. El mundo de la guardiana, estalló. Esa noche se permitió que el reencuentro llenara su cuerpo de una alegría efímera. Corrió como cuando era niña; se dejó arropar por los delicados brazos de Vida, tan cálidos y cariñosos. Enterró su cabeza en la fragancia de orquídeas que deleitaba sus sentidos, esa que le transmitía una paz inexplicable. En sus ojos sintió un picor. ¿Lágrimas? No, el mar de lágrimas se había secado hacía mucho tiempo atrás; quizá era la necesidad de ellas, la falta que le hacía en sus mejillas.
—Mi pequeña flor —musitó la delicada voz de Vida—. No sabes cuánto te extrañé.
—¡Yo te extrañé más! —exclamó aún en su pecho—. Me sentí muy sola sin ti.
—Lo sé. —Rió—. Después de todo, eres tan solo una niña que ha pasado por demasiadas cosas. Yo quise continuar visitándote, mas tenía otros deberes que atender, pequeña.
—No soy una niña —replicó.
—Oh, sí que lo eres. No puedes engañarme, te conozco demasiado bien. Te conozco como la palma de mi mano; sé que eres fuerte, sé que intentas refugiarte en una armadura de valentía, pero en el fondo solo tienes miedo, solo quieres un fin ¿No es cierto? —Forest asintió. No podía mentirle, sus sentimientos cuando estaba Vida se volvían tan claros como el río.
—Solo quiero que todo acabe —susurró. Las palabras chocaron en su pecho. Vida logró escucharlas. Reflejaron el dolor que sentía cada noche de tortura—. No sabía lo duro que es la eternidad.
—Nadie salvo nosotros lo sabemos, mi niña. Todos los mortales desean ser inmortales, temerosos a la llegada de la muerte. Pero no conocen la desventaja de sus deseos; no saben todo lo que tienen que sacrificar al anhelar lo que les arrebatará la felicidad.
—¿Por qué deseamos lo que nos hace daño? ¿Por qué nos aferramos a algo que nos lastima? —Vida sonrió.
—Porque nos hace felices. —Forest sintió como Vida se separaba de ella, para mirarla directamente a los ojos. Tenía esa sonrisa que tanto le agradaba, esa que le decía que todo iba a estar bien—. Tú debes de saberlo, ¿no es así, pequeña flor? —Forest apretó sus labios, y asintió débilmente. Ella tenía razón, amamos lo que nos lastima, lo que nos hace sentir felices, vivos.
—Te extrañé —dijo nuevamente, esta vez más calmada.
—Lo sé. Aunque yo nunca te dejé sola. —Vida sonrió y le acarició su melena pelirroja con la mano—; siempre estuve viéndote de lejos. Le preguntaba a Ido lo que hacías y lo que no. Ese dios tiene un tiempo observándote, ¿lo sabías? —asintió—. Pero no vine a hablar de eso. Te veo más grande pequeña flor, y más hermosa.
—Sigo igual. —Sus brazos dejaron de estar entrelazadas. Forest tuvo el impulso de regresar a ellos, mas no lo hizo. Tenía tanto tiempo sin recibir uno verdadero, uno tan cálido y lleno de protección—. ¿Por qué no regresaste?
—Los dioses tienen deberes —contestó dándose la vuelta para admirar la luna—. Soy la diosa de la Vida, tengo que estar en muchos lugares a la vez, para presenciar nacimientos y dejar el poder del crecimiento en las semillas que yacen en los vientres de las madres. En esta época es cada vez más frecuente, me temo que llegué tarde para algunos... —suspiró—. Tuve que dejarlos en manos de Muerte.
—Cada día son más —murmuró Forest con desdén.
—Sí, cada día nacen más humanos, pequeña flor. Y crecen, viven en sus casas de madera o de piedra; estudian, se enamoran, se casan, tienen hijos, envejecen y mueren. ¿Todavía sientes odio por ellos?
—Nunca dejaré de sentirlo, ellos tienen la culpa de...
—No. —interrumpió Vida sin ser brusca—. No le eches la culpa a los humanos de tus desgracias, creí habértelo dicho el último día que estuve aquí. El rencor de un dios hacia la máxima creación del Dios Creador es peligroso. —Se volvió a mirar a Forest. La guardiana frunció su ceño—. No quiero que sufras más, pequeña flor.
—No soy una diosa.
—No, es cierto, eres una guardiana. Eres la diosa de este lugar. —Forest desvió su mirada a los lados, enojada—. ¿Te sigue molestando que te digan diosa?
No contestó. No pudo responder «Me enoja porque me recuerda lo que hice, y lo que sufrí por mi negligencia» pensó, aunque sabía que no necesitaba decirlo. Vida ya lo sabía y no la juzgaba por ello. Además, el tono de Vida era tan distinto al resto de dioses que solo buscaban burlarse de ella, esperando frustrarla. Vida era más afable que muchos de ellos. Por eso la quería tanto como una madre.
—Pequeña flor, te lo aconsejo. Vuelve la espada, tu escudo. Convierte lo que te lastima en algo provechoso, así no te dolerá luego. Si te dicen diosa, que la palabra no sea un insulto, conviértelo en un halago. —Ella tomó el rostro de Forest y lo alzó con delicadeza—. Me duele verte triste pequeña flor. ¿Te cuento un secreto? Eres mi hija más preciada.
—¿Hija?
—¡Claro! —exclamó con un sonrisa—. Soy la diosa de la Vida; todos son mis hijos desde el momento en el que le doy poder a la semilla. Recuerdo cuando me acerqué a tu madre y te di vida pequeña. A ti y a tu hermana después de ti. Eso me convierte en tu madre. Al igual que tu eres madre de las flores que crecen; de los animales que curas; de los árboles que con tu poder se desarrollan tan altos y fuertes; del viento tan... ¡Oh! Viento tan dulce y delicado. Eres madre de este lugar, y a su vez hija de la Tierra. ¿Sabías que todos los dioses somos hijos de la Tierra?
—¿De verdad? ¿Por qué?
—Porque todos nacimos luego de la creación de la Tierra. Tanto natural, como los creados; sólo después de ella. Nació la luz y la oscuridad, nací yo para traer vida, y así una cadena de todos los dioses que poco a poco fueron surgiendo por las necesidades del mundo. —Vida hizo una pausa. Se relamió lo labios, nerviosa—. Pero me temo que la Madre está pasando por un difícil momento, pequeña flor.
—¡¿Qué?! —exclamó—. ¿Qué ocurre con Tierra?
—Vine, no sólo porque quería verte. Ocurren cosas mucho más delicadas pequeña flor. Te mostraré. —Vida se dio la vuelta y enderezó una de sus manos. Con la otra comenzó a hacer pequeños círculos, hasta que su magia materializó un objeto grande; del tamaño de un girasol. Vida colocó el pequeño objeto en el piso, mientras Forest se deleitaba con la luz y la paz que le transmitía.
Estaba encerrada en un cristal, con espinas alrededor. Era elegante y tenía una base de vidrio con reflejos azules. Dentro, habían luces pequeñas como luciérnagas que le brindaban luz; pequeñas estelas flotantes pululando alrededor. El tronco era fuerte, de un vívido color, al igual que las hojas verdes a montón. Tenía tanto tiempo sin verla que ya se le había olvidado ese detalle.
—Tierra —musitó, anonadada—. Sigue igual de hermosa y fuerte que siempre, me alivia saberlo.
—No pequeña flor, mira bien, entorna tus ojos en ella. —Forest lo hizo, contrariada. Miró al pequeño árbol que estaba allí. No vio nada alarmante, o eso creía, hasta que su mirada se posó en una rama rota. Bajó su vista, y en el pie del tronco se hallaba la rama caída. Aguantó la respiración, conmocionada. «No puede ser... no... no puede estar sucediendo» Sus manos comenzaron a temblar, quizá estaba haciendo demasiado frío esa noche, o solo era el temor al suponer lo que significaba esa rama.
Parecía tan inverosímil. Nunca se imaginó que la Madre, quien cuidó por tantos años, estuviera en ese estado. Todavía tenía una vitalidad admirable, hermosa. Sus hojas diminutas eran tan verdes como sus ojos, y el tronco continuaba igual de grueso, pero esa rama no era un buen augurio. Subió la mirada hacia Vida, dejando que el temor se reflejara en su rostro. Ella no hizo gesto alguno que querer animarla, por en cambio bajó su mirada, como si estuviera apenada.
—¿Hace cuánto ocurrió esto? —preguntó con un leve tono de reproche. Su mirada exigía una respuesta, temiendo a la esperada respuesta.
—Hace... hace casi tres décadas. —Forest abrió sus ojos y se levantó con brusquedad—. Quise informarte lo más pronto posible. Lo siento, no pude hacerlo, tuve...
—¡Hace tres décadas ocurrió esto y no estaba enterada! —exclamó enfurecida—. ¿Cómo es posible? La Madre está sufriendo ¡Hay que hacer algo!
—Cálmate Forest. Entiendo perfectamente tu angustia, pero debes comprender que no estaba en mi poder venir apenas esto ocurriese. Tuve que hacer muchas cosas, el mundo es grande y a la vez pequeño. El deber me tuvo ocupada. —La guardiana angustiada, comenzó a caminar hacia los lados, justo por donde había flores. Ellas le abrían paso para evitar ser pisadas por sus pies descalzos—. Créeme que quise venir lo más pronto que pude.
—Es por eso... —musitó dolida, más para ella que para Vida—, ese es el motivo del porqué las quejas se hacen cada noche; el porqué es más doloroso estar en el Árbol Padre... —Se detuvo al frente de Vida y la agarró por los brazos, aprisionándola con fuerza. Sus manos temblaban y su rostro estaba congestionado en una mueca de dolor—. Hay que hacer algo, por favor, dile al Creador que haga algo, no podemos permitir que siga ocurriendo.
—Pequeña flor..., él ya está enterado. Ha estado todos estos años buscándole una solución a las problemáticas ambientales que ocurre en el mundo. No quería aceptar que su creación era la causante, con suerte ya lo entendió. Está pensando en las soluciones, y...
—¿Cómo ocurrió esto? —preguntó mientras se desplomaba en el suelo, con la pequeña Tierra al frente de ella. Era tan diminuta su representación, comparada con su grandeza, que podía parecer hasta gracioso. Al principio le había provocado ternura, pero ahora tenía un profundo respeto hacia ella y un terrible dolor al conocer su sufrir. Apretó sus puños «No puedo hacer nada, no puedo ayudar. No ahora»
—Por lo que estuve observando... Han sido los humanos. Ya no respetan los patrimonios naturales. Los gobernantes de los países, en sus monumentales edificios comenzaron a prestarle más atención a la política que a los problemas ambientales. Las leyes humanas ya no protegen como antes a la Madre. Los encargados de preservarla cada día son menos. Me temo que estamos pasando por un momento crítico, no sé por cuánto tiempo la Tierra lo soporte.
—¡Ella no puede desaparecer!
—No pequeña flor, no puede hacerlo. Todos los dioses decimos que la mayor creación del dios Creador fueron los humanos, pero en realidad fue la Tierra. Para su supervivencia, ellos la necesitan, solo que no lo comprenden todavía. Justo ahora se está conteniendo por órdenes del Señor, solo que ¿Cuánto tiempo pasará hasta que desate su furia y consuma ciudades? ¿Cuánto tiempo hará falta para que los mares se enfurezcan; para que la superficie tiemble hasta la destrucción de lo que hay sobre ella; para que el viento esparza enfermedades que asesinen mujeres, niños, ancianos y caballeros?
—Me temo que esa es la única solución.
—Probablemente. —admitió Vida, sentándose al frente de Forest, con el cristal y la Madre de por medio—. Aunque dudo que el Creador lo permita. Sería acabar con un gran número de personas, y nosotros no estaríamos haciendo nada para evitarlo.
—¡Es por el bien de todos!
—Es por el bien de la Tierra. —corrigió—. Los humanos no consideran a las pestes, huracanes y terremotos como "su bien" Para ellos son calamidades que ocurren pocas veces; que dejan una marca en sus memorias.
—Siempre ha habido tormentas, huracanes y terremotos. En diferentes regiones, lo sé, pero las hay.
—Sí, de menor grado. En donde los afectados no son más de unos cientos, pocas veces llegan a ser miles. Pero verdaderas tormentas, con toda la furia de la Tierra no conllevará tan pocas muertes. Quizá fallezca más de un cuarto de la población, no lo sabemos.
—¿Entonces qué pasará? —preguntó cabizbaja—. ¿Qué ocurrirá con la Madre hasta que se halle una solución a todo esto? —Miró de soslayo a Vida. No tenía una buena expresión. Sus labios estaban fruncidos al igual que sus cejas, y sus ojos color café denotaban una profunda tristeza. «Esto no es bueno» pensó alarmada.
La diosa suspiró antes de pronunciar las palabras que Forest poco después tendría que asimilar.
—Pequeña flor... me temo que pronto se cumplirá tu deseo.
N/a:
Sí, sí, lo sé, pensarán "¿otra vez Forest? ¡Ábrete a David, mujer!" Quisiera que la entiendan, no es fácil para ella, ha vivido como guardiana un milenio, ha pasado por mucho, no pueden esperar que de un día para otro se estén besando 7u7 Sí, se de sus retorcidos pensamientos XD Okno.
Por otro lado, ¿Les gustó el personaje de Vida? Ella aparece y comienza a mover los hilos para otra parte de la trama. Esto no sólo se centrará en Forest y en David, si no que también en las consecuencias que el humano le está provocando a la naturaleza, bueno, en esta historia.
Vamos a veeer quien se gana un premio XD ¿Cuál es el deseo de Forest? 7u7 Ya ha sido mencionado... ¡Espero sus comentarios!
Por cierto, mañana creo que estaré actualizando de nuevo, un pequeño regalo por navidad. Espero que la pasen muy bien y que puedan pasarlo con sus seres queridos, y si no, ¿por qué no leen un rato? Cada quien disfruta a su manera :D No desperdicien el día y disfrútenlo como quieran. Muchos besos y abrazos a todos, gracias por leerme y motivarme a corregir y sacar lo mejor de mi como escritora. ¡Los amo!
-Little.
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