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Capítulo 16

La Tierra, la naturaleza, el ambiente... como quisieran llamarle, solo significaba una cosa. Vida.

Aunque no tuviera una relación directa con la diosa de la Existencia, era la causante de que los seres vivos pudieran sobrevivir dentro de su ecosistema; dentro de su perfecta atmósfera. La Tierra, curiosamente no era una diosa, o un dios. Por en cambio, era algo mucho más hermoso y delicado. Un pequeño árbol, verde y brillante que mantenía Vida con ella. Estaba protegido por un cristal que le rodeaba por completo, en donde se veía su estado. Antes le había pertenecido a Forest, cuando era la diosa de la Naturaleza, pero sus pecados habían sido graves, lo que provocó que su cuerpo y alma fueran encerrados en un bosque que le llenaba de felicidad y tristeza.

El árbol al que llamaba Tierra, tenía una conexión con el Árbol Padre, ya que este último era tan solo una manera de comunicarle a Forest todo lo que sufría diariamente, algo que era necesario, porque si la Tierra no se desahogaba, entonces corría el riesgo de desatar su furia y destruir la gran obra del Creador, los humanos.

Así que Forest actuaba en ese aspecto como un tranquilizador. Un calmante que le transmitía amor y seguridad a la madre, a costa de su sufrimiento diario. «Es necesario» le gustaba decirse, aun cuando no se lo creía en lo más mínimo. No tenía otra opción, ese era su destino.

La misma frase rondó en su mente al estar delante de él. No podía comprender todavía, la fortaleza y la insistencia de aquel joven empecinado a creerse distinto a los humanos. Creyendo que por el simple motivo de querer la naturaleza, no era capaz de darle la espalda, como millones habían hecho. Era una traición dolorosa, una que ella experimentó en carne propia, viva «Fue doloroso... —Recordó, reacia a perturbar su expresión sólida—. Pero eso quedó en el pasado»

Debía encontrar la manera de expulsar a aquel joven, así le costase actuar diferente. Debía lograrlo a toda costa. Era un humano, una escoria que le haría daño al bosque. No... no lo podía permitir, tenía que cuidar su hogar de los humanos. Lamentablemente, debía cumplir con las reglas, y efectivamente, como él había dicho, no podía echarlo de ese lugar a menos que hiciera algo prohibido. Su pericia la había tomado desapercibida, e incluso, no fue nada agradable al no tener argumentos con qué expulsarlo. A pesar de que su expresión estaba llena de malicia, no podía permitirse que a través de esa falsa máscara se notara la pequeña angustia que surgía en lo profundo de su alma. Debía a toda costa, mantener la cordura que por tantos años fue una de sus características.

—Vete —pidió de nuevo—. Si realmente eres un humano distinto, entonces te irás.

El chico de rulos que se llamaba David, continuó mirándola sin intenciones de irse. Él evaluaba cada parte de su rostro. Sin embargo, aquella acción no hacía sino evidenciar aún más su miedo; el temor que le carcomía por dentro. «Se arma de valor —comprendió—. Vino con un objetivo, y no se quiere ir hasta cumplirlo»

—Dime... —La voz del joven había salido débil, en un pequeño hilo. Toda la determinación que había tenido minutos antes se había esfumado «No es para más, he dado en la herida que sigue latente. Extraña a sus amigos, y yo se los he arrebatado»—. ¿Qué hiciste con ellos? ¿Dónde están? ¿Se encuentran bien?

—Ellos están bien. Ahora son parte del bosque, y dentro de él no les faltará nada... porque no lo necesitan. Sin embargo no regresarán a su forma humana. Ustedes cometieron un error al entrar a este lugar, corrieron un riesgo y ahora pagan por ello. Tú, por poco acababas igual, pero por azares del destino te salvaste. Si es así, no cometas más locuras y vete. Este no es tu lugar —insistió Forest. Ya había intentado ser malvada, lo que indiscretamente era. No existía otra palabra que describiera el monstruo que era. Le quitaba las vidas a las personas, y a la vez no. Les borraba sus futuros, sus alegrías, sus pasados, sus razones de ser... mas dejaba que sus almas ocuparan algún objeto preciado para el bosque, en una condena eterna que no podía acabar. Era ominoso, y estaba condenada a realizarlo.

—No... —Escuchó decir. El resto del chico de rulos estaba tenso—. Debes dejarlos libres. Ellos son buenos, ellos... —«No está entendiendo —comprendió. Notó la tristeza que embargaba aquellos ojos tan azules como el mar; ese que tanto extrañaba—. Tendré que hacérselo entender, pero no de una manera agradable»

—¡He dicho que no! —bramó haciendo su voz resonar en cada rincón del bosque. Su voz salió gutural, como la unión de miles de voces gruesas que hablaron a la vez, cuyo ruido lograba espantar a cada pájaro de las ramas; que hacía que los animales se escondiesen en sus hogares, temerosos de la furia de la guardiana. Pequeños tatuajes en una lengua creada por los dioses se evidenciaron en su rostro. Runas negras con destellos verdes que lograban asustar a cualquiera; bajaban por su cuello y se extendían por sus brazos. Esa era la marca de su traición y de su castigo, al igual que su deber.

Los insectos que había alrededor, comenzaron a pulular cerca de la guardiana, en las que destacaban mariposas de colores opacos y avispas, enardecidas por los sentimientos de Forest. Ese joven tenía que entenderlo, de una u otra forma. No existía salvación.

El cuerpo de David pareció encogerse del temor, tanto que sus piernas le fallaron y le hicieron caer de rodillas. Ella, hizo surgir sombras de los árboles, que parecían fantasmas oscuros en plena luz del día. Esperaba que con eso lograra asustarlo lo suficiente como para que saliera huyendo de allí, despavorido, como un ciervo al detectar a un león. Pero estaba errada. Sus acciones no harían que David escapara, sino que lograba un efecto contrario.

Notó como el corazón del joven se aceleraba a ritmos perjudiciales para su salud. Su pequeño y delgado cuerpo temblaba. Sus manos acobijaron su cabeza, mientras que ocultaba su cara entre las piernas.

—No —suplicó con una voz temerosa, al borde del llanto—, no... por favor —Forest notó pequeñas lágrimas deslizarse por su mejilla. Eran pequeñas, llenas de la tristeza sempiterna del indefenso chico. El corazón que no tenía se compadeció del joven. No merecía el sufrir de aquella manera, o por lo menos eso pensó por unos momentos, hasta que su lado rencoroso le recordó el pecado que traían los humanos al nacer «No —Se reprendió—. Se lo merece, es un humano. Los humanos solo destruyen» Decirse aquellas palabras no aplacaba el sentimiento de culpa que tenía. Era como una sombra que se aferraba a ella, recordándole aquellas cosas que volvían su alma humana. O parte de lo que quedaba.

David sollozaba en ese pequeño rincón, y ella no hacía más que observarlo. Las sombras se desvanecieron, como si el sol hubiera sido el causante; las runas de su cuerpo se fundieron en su piel hasta no quedar rastro alguno de ellas, y sus ojos esmeraldas dejaron de brillar; eliminando cualquier rastro de furia o enojo que tuviera.

No sabía qué hacer. No podía consolarlo, no sería propio de ella y mucho menos tratándose de un humano quien era el que padecía. Aunque dejarlo allí tan alterado, era peligroso. No para el bosque, sino para él «¿Por qué te interesa? —Volvió a reprenderse—. Es un humano, si confías en él terminará traicionándote, a ti y al bosque» Se obligó a actuar con dureza. Colocó sus manos nuevamente sobre su vientre, con su espalda rígida, intentando parecer indiferente a su dolor. Planeaba darse la vuelta e irse, dejarlo solo mientras se calmaba, (aunque siempre observándolo), hasta que ocurrió algo inesperado.

Los pájaros que habían volado lejos, poco a poco regresaban para posarse en las ramas del árbol que sostenía a David. Los animales silvestres, como las ardillas, los monos, liebres, mapaches; e incluso, algunas aves como los búhos y pequeños gavilanes, se empezaron a acercar discretamente hacia él. Estas últimas se posaron en las ramas, sin despegar la mirada de aquel humano tan extraño. El resto, estaban contrariados, mirando y ladeando sus pequeñas cabecitas, como si se estuviesen preguntando "¿Qué le ocurre?"

«Tienen curiosidad —Comprendió la guardiana—. No frecuentan el contacto con los humanos. Pero este parece agradarles»

—¡No! —exclamó sin ser brusca, para no asustar a sus hijos (o los que ella consideraba suyos)—. No se acerquen, es un humano. Es malvado —Decir aquello no sosegó la curiosidad de los animales. Por en cambio, logró que con ello se acercasen más al joven, que se encontraba ajeno a todo aquello y que indudablemente hizo caso omiso a las palabras de Forest.

Cada vez llegaban más animales. Salían de sus pequeños hogares, de sus madrigueras para mirar a aquel chico con una cascada de rulos en su cabello y con el mar en sus ojos.

—No, no vayan —dijo en tono suplicante, pero sus hijos; los hijos de la Tierra, no le prestaban atención «Él es un humano —Quiso decirles—. Él, al igual que todos, destruye sus hogares; tala nuestro árboles; bota sus desechos en nuestro ambiente... es malo» No lo hizo; ellos no les prestarían atención, era un hecho que no podía pasar por alto.

Forest se quedó mirando todo con perplejidad. Varios animales del bosque se quedaron observando al chico con curiosidad. Se acostaron a su alrededor, esperando que el joven reaccionara. Ella dejó de escuchar sus sollozos, en cambio, percibió una tranquilidad que apaciguó los latidos de su corazón. Supo entonces que David ya estaba más calmado. Quizá pensaba ahora con más tranquilidad, y asimilaría el hecho de que no podía quedarse allí.

—Debes irte —pidió nuevamente. El sonido de su voz fue el más grácil que pudo haber emitido, aun si era firme y grueso. Ella nunca había tenido una bonita voz cuando trataba con humanos. Antes era melodiosa y agradable, pero luego de tanto tiempo sin hablar, sin tratar a humanos, era lo mejor que podía dar.

Esperó impaciente por una respuesta. No la obtuvo.

Luego de minutos allí parada, firme; luego de que el viento le susurrara preguntas e inquietudes que tenía con respecto a ese humano, se cansó. Estaba dispuesta a irse, esta vez en definitiva, hasta que nuevamente se detuvo al atisbar un movimiento de David.

El chico de rulos levantó su mirada. En tiempos anteriores, Forest se hubiera estremecido por el odio que expulsaba aquella expresión; una cargada de rabia, impotencia... tristeza. Eran muchos los sentimientos que despedía, como un huracán que no pararía. Ya estaba acostumbrada; eran sentimientos que experimentó en su primera vida, e incluso en la segunda, cuando era una Diosa.

—No me iré —masculló David—. No hasta regresar con mis amigos.

—Ya te lo dije —habló con voz alta—. No regresarán. Jamás lo harán —mintió a medias, pues no estaba completamente segura de que pudiera traerlos de vuelta—. Ellos son parte del bosque ahora. Sus vidas, sus anhelos; lo que fueron y lo que serían... Ya no queda nada de eso. Ahora solo permanece el recuerdo que perdura en tu memoria; ese vestigio que les mantiene con vida. En otras palabras, tú. Al momento que son olvidados por completo, morirán.

Omitió la parte en la que decía que muchos seguramente ya lo habían hecho. Si una persona que recuerda a otra que desapareció en el bosque, muere, y no queda más nadie para recordarlo, entonces el fallecimiento es inminente.

Los ojos de David, esos que se habían tornado rojizos, se cristalizaron de nuevo. No podía asimilar todavía que sus amigos no regresarían. Se contuvo para no sollozar; se pasó la mano por el rostro eliminando los rastros de las lágrimas anteriores, hasta que inevitablemente se dio cuenta de los animales que le miraban con curiosidad.

Frunció su ceño, sorprendido y confundido a la vez. Habían muchos, de diferentes razas. Cuando alzó su mirada, observó de igual forma a distintas aves, desde pájaros hasta gavilanes pequeños.

—Hola amiguitos —musitó David, en un pequeño hilo de voz. Los animales se sobresaltaron al verlo moverse y hablar, pero no salieron huyendo, como esperaba Forest. Las más atrevidas fueron las liebres. Se acercaron dos de ellas, dando pequeños saltos hasta quedar a un pie del chico.

David no dudó en acercar su mano hacia ellas. En ese momento, el corazón que no tenía la guardiana, dio un vuelco. Dejó de respirar por unos segundos; estuvo a punto de gritar de terror «¡No! ¡Las va a matar! —exclamó en su mente—. ¡No, mis pequeñas!» Su rostro se paralizó en una máscara llena de miedo. Por primera vez en mucho tiempo, la persona frívola e inexpresiva se había ido, dándole paso a un monstruo con sus peores temores.

Empero, no ocurrió nada de lo que ella se esperaba. La blanquecina mano de David, acarició con ternura una de las liebres que estaban allí. El pequeño animalito se estrujó más en su mano, buscando más caricias agradables. La otra se había sumado, y ahora el chico acariciaba a ambas con una incipiente sonrisa que se asomaba por su rostro.

Algunas ardillas se le acercaron con curiosidad, y los monos comenzaron a husmear entre la canasta que había llevado. Empezaron a tomar la comida que él había traído. Tomaron los duraznos y empezaron a cotejarlos con las bananas, como si nunca hubiesen visto uno. Luego, empezaron a comerlos. De repente, todos los alimentos que había llevado el joven de rulos, desapareció en boca de los traviesos animalitos.

Forest creyó que la osadía de sus hijos enojaría a David; haría que estallara de furia y arremetería en contra de ellos, queriendo reprocharles sus inocencias. Pero no fue así. Él parecía disfrutarlo, y aquella sonrisa que desfilaba por su rostro no era sino, uno de los indicios de una mínima felicidad. Continuaba acariciando a las liebres, algunas más se habían subido a sus piernas. Los monos bajaban de los árboles para acercarse a él. Uno había empezado a jugar con sus rulos, haciendo muecas graciosas para el humano. El pequeño animal parecía haber descubierto algo novedoso, porque no paraba de estirar los bucles y divertirse al ver como regresaban a su forma normal, como si fueran resortes.

«Le agrada —Advirtió Forest, solo que su inquietud no era aplacada—. El pequeño Dyel se divierte junto a él —Ese pequeño mono era un bebé que llevaba tan solo unos meses de nacido—; no solo él... muchos de ellos» No lo podía creer. Los animales estaban aceptando al humano ¡Aceptándolo!

Era algo que nunca había ocurrido, o no por lo menos recientemente. Habían pasado años, décadas, siglos... que un humano no tenía tanto contacto con los animales de su bosque como aquel, y mucho menos uno que les gustase el contacto directo con ellos.

—No... —musitó atónita—. Él es peligroso... él... —David la escuchó y subió su mirada. La misma que le había dado minutos antes. Solo que esta vez, Forest no fue capaz de continuar.

—¿Qué? —espetó con un tono elevado, lo que asustó a algunos de sus acompañantes. El chico con ojos llorosos le había dado paso a la valentía con la que había entrado—. ¿También me los quitarás a ellos? Dime —insistió con voz férrea—, ¿me los arrebatarás como a mis amigos? ¿También los alejarás de mí? —Aquellas preguntas parecían dagas que se le clavaban en el cuerpo, provocándole una dolencia inexplicable. Estaba allí, el dolor que le provocaba el desdén de sus palabras, del odio que expulsaba y sobre todo, el arrebato de la discriminación repentina hacia ella. «No me conoce —pensó—. Él no entiende nada»

No podía permitir que esas palabras alterasen su estado. Aunque lo hiciesen, debía demostrar lo contrario. Solo los humanos eran presos de sus sentimientos, pero ella no era un humano. Ella era una guardiana, la de ese bosque. Su deber era cuidarlo, mantenerlo en paz. Así que todo rastro de sentimientos debía ser erradicado «No puedo mostrarme vulnerable. Yo soy un ente superior»

Forest reemplazó su rostro sorprendido, por el inexpresivo. Volvió a su postura inicial y se retiró. Su cuerpo se convirtió en miles de mariposas de colores, que volaron dejando una estela brillante, llena de color y alegría. Antes de irse por completo, y abandonar al chico, observó su rostro de sorpresa ante su repentino acto.

Lo había dejado perplejo, y solo.

Aunque, no fue del todo así. Él no sabía que como guardiana estaba en todos lados. Ella era el viento, el aire que se colaba por cada rincón de su territorio.

Forest era la diosa del bosque.

Vigilaba cada movimiento, cada acción que realizaba el chico de rulos. Había durado en el bosque casi todo el día, jugando con sus hijos. Los monos y las liebres lo habían aceptado por completo. Las ardillas eran curiosas pero no se atrevían a acercarse demasiado. Y los gavilanes... eran como ella. Desconfiados ante el intruso que osaba entrar en su territorio.

Los pequeños pájaros hacían lo de siempre, cantar. Le brindaban una hermosa melodía, haciendo que el momento fuera muy ameno. Demasiado para el gusto de la guardiana. No pudo evitar sentirse extraña, insegura. No le agradaba la presencia de un humano en su bosque, pero esa en específico le contrariaba. ¿Por qué se comportaba así? No era una actitud típica de un humano. O no que ella hubiera conocido.

Ya, cuando el sol se ocultaba, dejando una hermosa combinación de colores cálidos, las aves volaron hacia sus hogares. Las ardillas ya se habían ido al igual que las liebres. Y poco a poco, los monos fueron cediendo.

El ultimo en quedarse, fue el pequeño Dyel que no tardó en recibir la llamada de su madre, que en ningún momento había dejado de mirarlo. Vigilaba desde un árbol aledaño, al pendiente de cualquier acción del humano. Curiosamente, David nunca hizo nada en contra de los animales, lo que contrarió de muchas maneras a la guardiana. No dañó, no rompió... no alteró nada.

El chico de rulos quedó solo completamente; parecía alegre ante el día que había tenido, a pesar de los momentos desagradables que sintió al principio. Forest se hizo visible en lo alto de un árbol, sentada sobre una rama que soportaba su peso. Tenía un vestido más liviano, de los colores del atardecer, y su cabello seguía igual de desordenado. Ella no despegó su mirada de David, quien no tardó en percibir su presencia. Inmediatamente subió su mirada, depositándola en ella. Estaba cargada de odio, de uno profundo que seguramente no se esfumaría pronto «Tiene miedo. Siempre tuvo miedo, solo que no lo quiere demostrar»

Aquellos ojos azules eran penetrantes, justo en aquel momento lo eran. Profundos, con demasiadas emociones, muchas de ellas eran dirigidas hacia la guardiana. Sobre todo las de rencor y desdén.

El chico no hizo nada más. Recogió su bolso, las conchas de bananas y la manta que había llevado. Luego, se retiró del lugar, sin dejar marca humana alguna en su bosque; nada que ella pudiera utilizar como razón para hacerlo parte de él. No retiró su vista de David, ni si quiera cuando se alejó del río, dirigiéndose a la salida. Se desvaneció en el aire y se arropó en el manto cálido del viento. Siguió cada paso del chico de rulos, hasta asegurarse por completo que había salido del bosque. Solo en ese momento, ella pudo respirar con tranquilidad.

Regresó sosegada a lo profundo del bosque. Volvió al árbol de antes, y se sentó a descansar. Por primera vez en mucho tiempo, el día había sido agotador, lleno de sentimientos que jamás tuvo la intención de hacerlos regresar. No comprendía sus acciones repentinas; la piedad, el miedo... parecían tan ajenos a su alma; sentimientos desconocidos ya antes experimentados por su alma y que ese día decidieron regresar.

Aunque quisiera ignorarlos, no podía. Los dioses, a pesar de no tener un corazón en su pecho, que latiera y proporcionara calor, poseían una personalidad, un sentimiento al cual se aferraban. Podían estar tristes, felices, enojados o sorprendidos. Algo natural; la diferencia yacía en que jamás se dejaban llevar por ellos. Actuaban con firmeza y determinación, sin permitir que sus emociones alterasen sus decisiones. Así debía ser, solo que a diferencia del resto, Forest deseaba no sentir.

Admiraba el atardecer, observando las hojas que caían de los árboles, aquellas tan bonitas que le proporcionaban caricias al rozar con su rostro. Eran agradables a la vista. El paisaje tenía un aroma único; una fragancia a hojas otoñales que le parecía encantadora. Le gustaba ese lugar en especial, porque era el único que desencajaba en las tonalidades intrínsecas del verano. Estaba a punto de dormirse, cuando sintió la presencia de algo más dentro del bosque.

Sus ojos se abrieron con rapidez. Permanecía apática ante la extraña presencia dentro de su entorno, sin embargo se permitió acomodarse para la repentina visita que le daban. No era frecuente, pero reconocería esa fragancia dulzona en cualquier lugar. Era un olor demasiado empalagoso para su gusto; uno que no tardó en visualizarse al frente de ella, a esa altura.

La figura, era la de un niño de catorce años, con una piel muy blanca, junto con unas mejillas notablemente rosadas. Tenía el cabello rubio peinado hacia un lado, y esos ojos azules que le miraban con burla. Traía su típico vestuario. Unos pantalones morados y una camisa de cuadros de diferentes tonos de fucsia y rosados. En su cabeza reposaba un sombrero negro, con decorados en morado y rojo. Tenía corazones saltarines, demasiado grandes y llamativos que le quitaban encanto. Bajo sus hermosas perlas azules, tenía en cada uno, un tatuaje de un pequeño y delicado corazón rojo.

Tenía una sonrisa que incomodó a Forest. Era una burlesca. De su boca salía un pequeño palito blanco, característico de esos dulces humanos que tenían chicle por dentro. Al mirarlo, mantuvo su expresión que ocultaba la sorpresa de aquella presencia.

—¡Mi querida diosa! ¡Cuánto tiempo sin verte! —exclamó Ido, el Dios del amor—. Déjame decirte que cada día te ves más preciosa, aunque querida, ese vestido no te queda. Los colores opacan tu belleza. Lo tuyo son los colores fuertes —agregó mientras hacía un gesto de desagrado con la mano, haciendo referencia al vestido.

—Es un honor su visita, señor —dijo cortés.

—¡Oh, vamos! —Ido chasqueó a lengua—. Deja las formalidades conmigo, Forest. No te castigaré por eso —Al decir lo último, empezó a carcajear como si fuera el chiste más gracioso del mundo. Ella ignoró la ofensa.

—¿Qué trae por mi humilde bosque al Dios del Amor? —preguntó férrea, esperando que la hilaridad de Ido acabara. Este, no tardó en parar y en mirarla con burla.

—Aish, que poco sentido del humor tienes. —Hizo una pose poco masculina con sus brazos, específicamente su mano derecha debajo del codo del brazo izquierdo—. Vine a ver que hacía mi querida Dio...

—Ya no soy una Diosa —reprochó interrumpiéndolo—. ¿Qué hace aquí, Ido? Sé que su visita no es algo que le haya salido del corazón. Algo lo ha ameritado. Dígame mi señor, ¿qué quieren los Dioses de mí? —preguntó sin titubeos. Ido sonrió.

—Forest, Forest —canturreó divertido—, siempre tan inteligente. Efectivamente, no vine porque quise. El Creador te quitó el ojo por un tiempo, creo que tiene cosas más importantes que cuidar las acciones de una pequeña diosa —rió—. En fin, vine como tres cosas. Primero, como los ojos de mi Dios; segundo, como un gato curioso y tercero, como mensajero de Vida.

De todas esas opciones, la que más le sorprendió fue el de Vida. Tenía tanto tiempo sin hablar con ella... anhelaba verla de nuevo, abrazarla e internarse en ese aroma de orquídeas que tanto le fascinaba. Sentir su suave piel y los pequeños besitos que le recordaban el beso de una madre a su hijo. Recordaba su perfecto rostro, sus ojos... solo quería verla.

—¿Qué mensaje quiere darme Vida? —preguntó intentado disimular las ansias, lo que claramente no pudo ocultar. Ido, le miró con picardía, mientras negaba lentamente con su dedo índice.

—No, no, no. Esa es la última. Me tomé la molestia de venir a saludarte ¿Y así me pagas? ¿Preguntando por otra? No cariño, te creí más cortés —dijo con un dramatismo fingido. De un momento a otro, hizo desaparecer el palillo de su golosina, dejando en su lugar pequeñas estelas que desaparecieron por consiguiente—. En fin, eso no importa ahora. Ya que vine a vigilarte más de cerca, me cercioré que todo iba bien, pero ha ocurrido algo que me mantuvo muy entretenido —rió. Aquello solo era tendente a algo. Forest no quiso hacer especulaciones antes de tiempo.

La guardiana le miró como si no entendiera a que se refería, lo que provoco una risotada más por parte de Ido «Que Dios tan jocundo»

—Vamos Forest. Dímelo ¿Quién era ese chico tan flacucho que vino hoy? Tengo entendido que no permites el paso de humanos a este bosque. ¿Por qué él fue la excepción? —Su tono de voz chillona era desagradable para sus oídos. No lo demostró ni se quejó, al fin y al cabo era un dios, le debía respeto—. Vamos cariñito mío. ¿Qué tiene ese humano que ablandó ese corazón de piedra que tienes? —Forest abrió la boca para responder que técnicamente no tenía corazón, pero Ido previno esa respuesta—. Si, ya lo sé, hablé en sentido metafórico.

—Él no le hizo daño al bosque. Los animales lo aceptaron —respondió seca—. No tuve argumentos con qué volverlo parte de este lugar.

—¡Ah! —El Dios chasqueó sus dedos. Al hacerlo, salieron pequeños corazones flotantes—. ¡Claro! Se me olvidaba que tú le quitas la vida a quienes dañan tu hogar.

—No les quito la vida —aclaró rápidamente—. Castigo sus almas encerrándolas en lo que ambicionaron. Dejo que sus vidas caigan en el olvido para todos sus conocidos, excepto uno, que tendrá el recuerdo de su existencia viva. Y yo, heredo todo su pasado, sus anhelos y sentimientos. Ellos no mueren. No soy una asesina.

—Oh, oh, oh. Lo eres. Asesinas lo más importante del ser humano. Su identidad. Robas sus recuerdos para mantenerlos en una pequeña cajita que guardas en tu cabeza. Absorbes sus deseos, arrebatándoselos como un ladrón le roba el bebé a su madre. Tengo entendido que luego de apresarlos, pierden la memoria ¿No es cierto, pequeña Diosa? —No obtuvo respuesta—. Lo sabía. Eres una asesina, una ladrona, quizá no a sangre fría. Pero al fin y al cabo, lo eres.

—¡No porque quiera! —exclamó saliéndose de sus casillas—. Yo...

—Tú no mediste las consecuencias de tus actos y así acabaste. Escribiste tu destino, Forest. Ahora eres presa de él —refutó Ido, esta vez sin una pizca de gracia—. Creí que habías dejado tu humanidad a un lado, y al final terminaste pecando como una. Ahora pagas por ello. —Forest quería gritarle, desahogarse.

Quería morirse y dejar de padecer tanto.

Se obligó mentalmente a mantener la cordura. Sabía que el Dios del Amor quería que la perdiera. Y no le iba a dar el gusto.

—Lo sé —admitió.

—En fin —Le restó importancia al tema con un gesto en la mano—. No será fácil hacer que ese chico enclenque deje de venir. ¿Qué vas a hacer?

—Es un humano. En algún momento cometerá un error. Yo solo aguardaré hasta que lo cometa —Ido le miró divertida—. ¿Qué le hace gracia?

—Tu inocencia —respondió sin titubear. Luego suspiró—. Ay pequeña Diosa... Ese chico vendrá, veo en él potencial —«Ay no» pensó cansina, esperando que no fuera lo que ella se imaginaba—. Ese chico no se detendrá hasta obtener lo suyo. Algo que tú tienes. Crearan un vínculo profundo. Lo sé.

—Usted ve amor por todas partes —Le miró sin expresión alguna. En ese momento el viento se agitó y llevó a un lado sus rizos rojizos, estando de acuerdo con la afirmación de la guardiana.

—¡No, no, no! —negó—. No veo amor por todos lados. Mas mi intuición me dice que entre ustedes se desarrollaran sentimientos grandes, Forest. El Dios del Amor nunca se equivoca.

—Se equivocó conmigo —reprochó—. ¿O ya se olvidó de eso?

—Oh, no. Te equivocas. Yo no estuve errado. Lo que pasa es que eres muy inocente Forest, no entiendes nada de lo que ocurre —El comentario, enfureció a la guardiana, pero no lo demostró—. Tenías a un predestinado, y tú tomaste una decisión que te trajo hasta acá. Eso no significa que él no era para ti. Ambos se amaban, claro, por obra mía. No es algo que yo haya escogido al azar. Ser el Dios del Amor tiene sus tácticas. No es como todos creen que emparejo a las personas con quien se me antoja —Se revolvió su cabello rubio, mientras suspiraba—. Algún día te contaré que significa ser un Dios del Amor. Pero no será hoy.

Forest suspiró. Ignoró por completo las palabras de Ido. No quería pensar en nada relacionado con el amor. Estaba cansada de ello. No había sufrido un desamor por nada, sabía lo que conllevaba. Se dio cuenta de ello ya cuando había muerto. Así que cambió de tema, para uno de su completo interés.

—Dígame, señor. Ahora que por fin ha saciado su curiosidad, quisiera saber el mensaje que envía mi señora Vida —pidió. Ido le miró con viveza. Se acomodó su sombrero y le respondió con una tenue sonrisita. Los tatuajes bajo sus ojos parecieron brillar.

—Vida quiere que sepas, que pronto vendrá con noticias.

Y dicho esto, desapareció, dejando una estela brillante, con olor a caramelo.



N/a:

¡Lo siento! He estado muy ocupada con las tareas y por eso duré tanto tiempo sin actualizar. Intentaré que este mes de noviembre actualizar por los menos dos veces más, que luego de ello será mas relajado. Espero que hayan disfrutado el cap, para el siguiente les traeré a Ido en multimedia ;)

¡No olviden apoyarme dándole clic a la estrellita! Y si comentan me harían inmensamente feliz. Los quiero.

-Little. 

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