
Capítulo 15
Sábado. Un sábado que auguraba tormenta.
No estaba particularmente nublado. Todo lo contrario, el sol parecía burlarse de sus emociones, tan brillante que las personas habían salido a la calle con gafas oscuras. La semana se había ido más rápido de lo esperado, ni siquiera pudo pensar muy bien lo que haría luego de llegar a su conclusión. Apenas salió de su curso de inglés se sentó bajo un árbol. Las personas que circulaban en la plaza pasaban un momento muy ameno. Miró al cielo. Sí, ese color azul y las pocas nubles le gritaban que algo malo se avecinaba.
Era el día perfecto para visitar cierto bosque. ¿Qué podía impedírselo?
Tenía miedo. Era normal. Nadie podía asegurarle que sus pensamientos estuvieran en lo correcto. Nadie podía decirle que saldría vivo de allí. Entrar significaba que era capaz de dejar a su familia, condenarlos a cargar con su recuerdo. Pero aun así no podía quedarse de manos cruzadas y no hacer nada. No podía abandonar a las personas que hicieron su vida distinta, las que lo alejaron de la desdicha que habitó por tanto tiempo en él.
Por suerte encontró la calma que necesitaba. Alguna solución debía existir para sus problemas, así que dejó las lágrimas a un lado y se concentró en el presente.
Regresó a casa temprano, su madre estaba preparando el almuerzo cuando subió a su habitación. Era lo suficientemente cómoda para él, sin embargo tenía días sin encontrarle lo reconfortante. Sólo al pasar el umbral un pensamiento fugaz llegó a su mente. «El día es hoy» Se detuvo en seco al frente de la puerta, escuchó como sus latidos aumentaban. Su respiración se volvió irregular.
Apretó sus puños con fuerza, denotando el temor que lentamente embargaba su pecho. Comenzó a abrirlos y cerrarlos. Decidió darse un baño. Otra vez el agua fría recorrió su cuerpo. Necesitaba la mente despejada, necesitaba valor. Se convenció de que estaba listo, ya habían pasado muchos días sin hacer nada, un poco más de una semana pensando una y otra vez en lo mismo. Cuando salió de la ducha ya estaba decidido. «En la vida hay que tomar decisiones, pero jamás me esperé tomar una como esta»
El sol llegó a su apogeo. Miró por la ventana de su habitación. En las afueras el calor parecía incrementar. Los niños jugaban en las calles de un lado a otro, sin prestarle atención a lo sudados que estaban. Las personas se ejercitaban caminando o regresaban de sus recorridos matutinos. Lo normal de un sábado. El único lugar que se mantendría solo, sin un alma que alegrara sus alrededores, sería el bosque. Así que, ¿por qué no?
Tomó una mochila y empezó a equiparse: Teléfono, inhalador, medicina, botiquín de primero auxilios... «Espera, si voy a ir ¿Por qué no hacerlo natural? ¿Por qué no fingir un día de campo?» pensó. Se sintió ridículo al ver que su equipamiento se concentraba en un caso de gran peligro. Dejó un espacio para una sábana de cuadros y un libro que había escrito su padre. Los años de Willians Mercie.
Terminó de vestirse con su típico atuendo de camisas de cuadros, esta vez una de mangas cortas; era de color verde, con diferentes tamaños. Se miró fugaz en el espejo y observó por unos breves segundos lo pálido de sus brazos delgados.
Al bajar, se encontró con su madre en la sala. Dejó de mirar su novela y se concentro en David, curiosa.
—¿A dónde vas? —preguntó mientras colocaba sus brazos en jarras. Llevaba puesto un pañuelo alrededor de su cabello. Todavía cocinaba.
—Iré a hacer un picnic con mis amigos —contestó casual. Miró a su madre directamente a los ojos, intentó que todo pareciese verdad.
—¿Seguro?
—Sí mamá. —Volteó los ojos despreocupado—. ¿Acaso no puedo tener una vida social, con amigos y novias?
—Amigos tienes. Pero novias... no estaría tan segura —Cristal empezó a reírse. David se sosegó, supo que ya no habría más preguntas, a su madre le encantaba tocar temas menos importantes—. Necesitarías ser un poquito más guapo. ¡¿Por qué mi hijo no pudo ser un modelo de televisión?! —exclamó con dramatismo mirando al cielo. David la ignoró.
Fue hasta la cocina y tomó unas cuantas cosas, como pan y mermelada cacera, sin azúcar (especialmente hecha para él). Luego, robó unas cuantas frutas que adornaban la mesa: duraznos, mandarinas y manzanas. Se las comería en cuanto llegase. «Si es que logro sobrevivir»
Se despidió de su madre con un beso en la mejilla, esperando que no fuera el último.
Al cerrar la puerta de su casa, se detuvo por unos momentos. Sentía la ansiedad recorrer sus venas, la inseguridad. Debía ser valiente, muy valiente. Lo había sido de pequeño, lo fue cuando subía montañas, cuando disfrutaba cada acción que personas como él no frecuentaban. «Sé valiente —se repitió—, por ellos... y por ti» Cerró sus ojos al notar un leve temblor en sus manos; seguía dudando. Quería fingir ser fuerte, fingir que estaría bien. Pero todo era borroso. El futuro era incierto, como siempre lo ha sido.
Caminó con pesadez, como si con cada paso dejase parte de su fuerza en ello. Dio una tras otro. Su cuerpo había dejado de reaccionar en su contra. Parecía más calmado. Suspiró al tomar el bus. «Listo, ya estás aquí. No hay vuelta atrás»
Se sentó mientras apretaba sus manos una y otra vez. Las cerraba y abría como si se tratara todo de un juego, de algo normal. Miró cómo los edificios y las casas eran dejadas atrás, cómo el calor se hacía más presente. Su mirada se posó en basureros olvidados que estaban hasta abarrotar de basura y desperdicios. Se fijó en los perros callejeros contando un total de veinte en su viaje. Observó los grafitis en las paredes, la suciedad de las calles y sobre todo, lo escaso en zonas verdes.
Para los árboles debía ser una tortura vivir en zonas industriales, o por lo menos eso pensaba él, en caso de que tuviesen pensamiento, vida y alma «Deben de tenerlo —pensó—. Nosotros no lo vemos, no podemos determinarlo con la ciencia, mas la tienen. Son seres vivos que poseen al igual que todos un objetivo de ser, por eso piensan y actúan. —Recordó la liana que había aprisionado a Hernesto aquel día—. La naturaleza es implacable. Cuídala, que ella te dará vida. Dáñala, y te destruirá poco a poco. Sus mares se agitarán, el suelo temblará, las pestes se difundirán gracias al viento consumiendo ciudades hasta dejarlas inhabitables, y los bosques ya no te protegerán»
Lo malo era que nadie pensaba igual. El ser humano poco a poco fue olvidando lo que le daba vida, cada uno se concentraba en sus creencias, en sus propias religiones, independientemente si creían en Dios o no, pero ¿Quién creía en el poder de la madre Naturaleza? ¿Quién le dedicaba misas? ¿Quién le idolatraba con amor? ¿Quién se encargaba de cuidarla y de expandir la voz, de sembrar en los corazones de las personas la conciencia y la importancia de protegerla? Pocas personas seguramente. La naturaleza no necesita una minoría de personas que piensen en ella. ¡No! Necesita el equilibrio que con los años perdió, ella necesita del apoyo de quienes la habitan; no sólo de unos cuantos, sino de todos.
Aquella idea no se salía de lo utópico.
El tiempo dentro de aquel transporte era eterno. Los minutos se convirtieron en horas que corrían sin descanso, mientras él se mantenía suspendido en algo que no parecía avanzar. Sin embargo a pesar de todas sus cavilaciones, el inesperado final del camino llegó.
Cuando se bajó del bus su corazón se aceleró. Llevó su mano al pecho para sentirlo palpitar dentro. Cerró sus ojos y se repitió «Sé valiente» varias veces, hasta que se vio capacitado para dar un paso, luego dos.
La plaza que había al frente era hermosa. Los bancos estaban muy cuidados, la grama se mantenía verde y los matorrales florecientes. En ciertos puntos había juegos para que los niños se divirtieran. De nuevo observó las esculturas que la rodeaban, hechas en mármol y talladas con presteza. Los árboles de la vida. Se acercó a uno y estuvo allí admirado las líneas. Inhaló y exhaló con pesadez. No podía seguir escapando. Se dio media vuelta y continuó su rumbo.
Siguió caminando ajeno a las conversaciones. La algarabía de las personas ocasionaba que sólo sonidos incongruentes llegaran a sus oídos, eran muchas y a la vez ninguna, pues no pretendía querer entender lo que éstas decían.
Cuando se detuvo al frente de la verja sintió como sus piernas perdían fuerza. El miedo poco a poco se extendía por su cuerpo. No era el momento ni el lugar adecuado para perder la cordura, no todavía. Necesitaba respirar y calmarse, pues si él moría ¿Qué serían de sus amigos? «No, no morirás hoy —Se convenció—, todavía debes descubrir el motivo por el cual solo tú los recuerdas. Debe de existirla y tú deber es descubrirla»
Bajo una sombrilla de colores descansaba un guardia. Era el mismo con el que había conversado días antes y seguramente el que lo había encontrado en el suelo, inconsciente. Se acercó a él para indicarle que iba a entrar.
—Disculpe. —Carraspeó para llamar la atención. El guardia alzó su mirada y frunció el ceño, aparentemente fastidiado—. Voy a entrar.
El guardia achinó sus ojos como si no se creyese lo que David le estaba diciendo. Era de esperarse, seguramente era la primera persona que acudía después de meses. Quizás años.
—¿Va a entrar? —preguntó incrédulo. Las arrugas que se veían en su rostro se marcaron—. ¿En serio?
—Sí —«No» Estuvo a punto de responder. Apenas y pudo contestar la afirmativa en un hilito de voz, con esfuerzo para que sonara determinante.
—Bueno, en ese caso... —El guardia observó su reloj. Eran apenas las dos de la tarde. Suspiró—. Dime tu nombre, te anotaré en la libreta.
—David Fuentes —musitó.
—Bien. —El guardia anotó en un pequeño cuaderno que claramente se veía vacio—. Necesito el bolso para revisarlo. —David accedió. Miró el contenido de la mochila de reojo, más por protocolo que por otra cosa. Se lo devolvió mientras asentía—. Puedes entrar. Recuerda salir antes de las seis. —David asintió y se colgó la mochila en los hombros. El vigilante regresó a su puesto sin dejar de tomar el teléfono con el cual pasaba su rato libre. Es decir, todo el día.
David se dio la vuelta. Intentó no suspirar de nuevo al ver la verja. De día parecía distinta, más blanca y menos tétrica. Sin embargo en esos momentos observó como crecía y se elevaba mucho más de lo que ya era. Su mente le mostró la entrada al infierno. El cantar de un mirlo hizo que viera la realidad. La reja se mantenía abierta.
«Es el momento —pensó—. Hoy todo se definirá» Intentó emular una expresión estoica, férrea. Una que le diese ánimos. Casi suelta una risita nerviosa al saber que no lo estaba logrando.
Empezó a caminar, al principio con pasos temblorosos e inseguros; luego se volvieron firmes y rígidos. No paraba de repetirse: «Sé valiente». Tenía miedo de olvidar, de cometer una estupidez y darse la vuelta, pero al fin y al cabo allí estaba, cruzando enormes verjas que marcaban el límite de lo real a lo mágico.
Al pasar inmediatamente inhaló. Sus fosas nasales respiraron un aroma extraño, que no era al común. Recuerda haberlo olido el día que había entrado por primera vez, sin embargo no le tomó tanta importancia. Era distinto, quizá más dulce de lo normal. ¿Ese era el aire? Imposible. No podía serlo. Entonces ¿Qué era?
Dejó las inseguridades atrás y permitió que sus pulmones se llenaran de ese aroma, exquisito, mágico. Quizás era el olor a flores junto a la humedad. Después de un minuto dejó de darle tantas vueltas al asunto, concluyó que era diferente al ambiente de la ciudad.
Se concentró en el panorama que se erguía ante él. Los árboles y el sendero poco marcado poseían un contraste de diferentes tonalidades de verdes que le fascinó. El sol brindaba sus halos de luz para iluminar y darle más color a todo dentro del bosque. Las cigarras no tardaron en dejarse escuchar. Su típico canto hizo sentir a David como en casa. De vez en cuando debía espantar a los mosquitos de su cuerpo que pululaban por doquier.
Por un momento se olvidó de sus problemas y dejó que su mente se internara en aquel lugar. Se sintió más relajado, en calma. La noche que lo visitó por primera vez también se había sentido de esa forma. No supo si era por el éxtasis que sentía al entrar en contacto con la naturaleza, o si era ese bosque en el que estaba.«Es como una planta carnívora —pensó—. Es hermoso y agradable a la vista, pero al mínimo movimiento en falso y atacará» Aun así le resultaba mucho más agradable que de noche, cuando las sombras juegan a las escondidas y acechan en cada paso. Mejor que no saber en donde pisas, con el miedo latente de saber si había o no algo detrás de ti.
Comenzó a caminar impregnándose del aroma que le brindaba el bosque. Anduvo entre árboles en los que mínimos ruidos se escuchaban. Atisbó pequeñas sombras que asemejó con monos pequeños. De qué clase, no lo sabía. La maleza alrededor crecía frondosa, así que no tuvo otra opción que concentrarse en el sendero que se hallaba más despejado. Paso al lado de troncos con rubíes, perlas, ágatas y esmeraldas; visualizó también otras piedras preciosas que no conocía. Al cruzarse con el primero tuvo el impulso de tocar, pero justo cuando lo iba a hacer recordó que no debía. En ese bosque estaba prohibido, o por lo menos eso creía, así que se limitó a pasar por alto los árboles. Se concentró en el camino.
En algún momento algo saldría con la meta de atacarlo, o expulsarlo de allí. ¿O será que ese algo era aquella mujer? El recuerdo llegó entonces a su mente. Justo cuando estaba completamente desesperanzado, las palabras que le hicieron desfallecer. Ella era su guardiana.
Ya no le cabía duda alguna, esa mujer era el ente que habitaba en el bosque, el que se había comido a sus amigos, o hecho lo que fuera con ellos. Debía encontrarla, aunque, ¿cómo? Él estaba en su territorio, no podría encontrarla «Pero ella me encontrará a mí —pensó—, si es que ya no lo hizo»
El pensamiento le provocó escalofríos, así que inevitablemente miró a los lados esperando encontrar alguna señal de que era vigilado. Suspiró, de cierta forma aliviado de no haber visto nada más que los típicos animales silvestres. Llegó al poste informativo, con todos los caminos que poseía el bosque. No pudo observarlos todos, las plantas se habían enrollado en torno a él.
Prefirió seguir el camino del río, ese que había presenciado los momentos de locura de Hernesto y la desesperación de David luego de descubrir lo que ocurría. Caminó dejando atrás los robles, las plantas desconocidas y las ardillas que se le quedaban mirando cuando pasaba. Se sintió vigilado. Fue curioso, porque no era alguien en específico. Sentía que las plantas tenían ojos; que el viento que le pegaba al rostro eran susurros del bosque, e incluso, los pájaros que cantaban lo hacían con melodías que acompañaban su retorno al infierno. «No, esto no es un infierno —Se negó a creer en su repentina comparación—. Y si lo fuera, entonces sería el más hermoso que existe»
No tardó en descender por el camino resbaladizo. El sol seguía igual de radiante, mas no sentía calor. El ambiente húmedo del bosque le regalaba cierto frescor. El cantar de los pájaros se unía con el fluir del agua del río. Bajó por las piedras mohosas con mucho cuidado, ya no tenía a Hernesto para que fuera su soporte.
Finalmente llegó. Los árboles quedaron atrás y entró a un espacio muy grande, con el río al frente. Seguía un camino que se extendía más allá de lo que veía. El aroma del aire no cambió, se intensificó por la humedad. Inhaló y exhaló más calmado de lo que en algún momento se esperó. Tragó saliva cuando se detuvo al frente del río, y observó cómo las aguas dejaban visible la fortuna que él mismo escondía. Quería sentir el agua en su mano, fría y perfecta, pero no lo hizo. Era un riesgo que no se podía dar. ¿Y si era prohibido? Prefirió regresar y acostarse en la sombra de un pequeño y solitario árbol que descansaba a unos veinte pies lejos del río. Sacó del bolso una manta y la comida que había traído. Se sentó y comenzó a comer.
En realidad sólo esperaba. Observaba con aprensión. Todo se mantenía calmado, como si fuese un día normal en un sitio normal. Pero todo era una fachada, la realidad era otra. Su ansiedad se acrecentaba hasta el punto de creer haber visto la mirada curiosa de las aves. Pronto lo que temía desde que había entrado, se hizo realidad.
El ambiente se volvió más denso. El viento alborotó con brusquedad el paisaje. Protegió sus ojos con una mano para evitar que la tierra entrase. «Está aquí —pensó. Sus latidos aumentaron—. Y está enojada»
De repente el viento se concentró en un solo lugar, los movimientos circulares se transformaron en un pequeño remolino de tierra. Arrastró a unas cuantas hojas que se unieron a él con pasividad, y David como podía veía todo con notable sorpresa. Se alejó un poco, sin el objetivo de huir, por en cambio se concentró en controlar sus latidos; en controlar el miedo que en ese momento recorría su cuerpo y amenazaba con hacerlo perder la cordura.
El viento con lentitud empezó a adoptar una forma humana. En el medio del torbellino se visualizó una enorme sombra imponente. David se asustó, pero no huyó «Sé valiente —se repitió—. Sé por ellos»
—Sal de mi bosque —rugió el viento iracundo. La voz resonó por todos lados y se expandió con rapidez, provocando el vuelo de cientos de aves.
—No —musitó «Más alto»—. ¡No! —gritó esta vez. El corazón le palpitaba, así que se obligó a mantener la calma.
Todo quedó en silencio, uno muy incómodo. El viento se disolvió con vertiginosidad. Cuando su vista se concentró en lo que minutos antes era una sombra, se sorprendió y se asustó.
Observó a la mujer de aquella vez. Sin embargo muchísimo mejor que antes. Era alta, casi un palmo más que él. Tenía un cabello rojo como el fuego, en forma de una melena que le caía en bucles sobre el pecho. De ellos se expandían dos majestuosos cuernos que se envolvían en un espiral hacia arriba. Eran gruesos y de un color marrón natural, pero que le brindaba belleza a esa criatura. Su figura era de una mujer con curvas y unos pechos generosos. Sus ojos destellaban rabia. Se intimidó. Era de esperarse, esas esmeraldas tan vivas y llameantes, pedían a gritos que saliera de ese territorio.
Sus manos temblaban. Mas no permitió que se le notara.
Fingiendo valentía alzó la barbilla, desafiante. No permitiría que el miedo lo llevase a cometer una locura como aquella vez. Había cometido un error, no cometería otro.
—No me iré —dijo. Esta vez más calmado—. No hasta que me devuelvas a mis amigos.
La mujer no se inmutó. Continuó mirando con rabia a David, una contenida. Parecía una bomba a punto de estallar. Le daba miedo, sin duda. Mas no se dejaría asustar; tenía un objetivo trazado, no podía echarse para atrás.
—Vete —masculló la criatura—. Este lugar no es para humanos —insistió cambiando su expresión a una más seria e inexpresiva. Sus manos se juntaron sobre su vientre, mientras que su postura cambiaba a ser una rígida. Esta vez llevaba un vestido ostentoso, de un color verde oscuro con algunas ramas en decoración. Era de unas mangas largas, con un escote que dejaba visible sus blanquecinos hombros.
—La naturaleza es la madre de los seres vivos. Y eso incluye a los humanos —respondió sin tartamudear. Inhaló y exhaló profundamente. Necesitaba parecer calmado—. Puedo estar aquí tanto como yo quiera.
—No. No puedes —repitió la mujer con voz férrea—. Los humanos son hijos de la Tierra, de la naturaleza. Pero la han dañado tanto como han podido y han provocado la desdicha de la Madre. —Ella inhaló profundo, como si se estuviera conteniendo para no dañarlo—. Mi deber es proteger este bosque de cualquier daño que puedan los humanos causarle. Así que vete.
—Yo no la dañaré. Jamás lo haría, yo no soy como el resto.
—¡Todos los humanos son iguales! —bramó la guardiana. En esos momentos sus ojos destellaron y el brillo verde se intensificó, producto de la furia contenida—. Todos destruyen, todos ustedes son ambiciosos. Se esconden detrás de una máscara de inocencia pero cuando menos se lo esperen estarán atacando lo que les da vida. —Ella apretó la mandíbula al darse cuenta de que había perdido el control, así que volvió a su pose anterior—. Vete.
—No me iré —respondió. Dejó que una pequeña sonrisa surgiera por la comisura de sus labios, consciente de lo que iba a decir. De repente ya no sintió miedo, ni temor. Su corazón latía un poco más rápido de lo habitual, mas lo ignoró, dejándose llevar por la pequeña osadía que recorría su cuerpo—. Si eres la guardiana, ¿puedes echarme, no? —Ella no respondió—. Sólo lo haces si daño en algo al bosque ¿No es verdad? Sólo sí le quito algo que no me pertenece ¿No es cierto? —La guardiana no contestó, y a juzgar por la reacción de rigidez que se apoderó de su rostro supuso que había dado en el clavo. Era peligroso seguir incitándola, podía salir herido, ella podía atacar.
Pero no lo hizo.
Apenas y podía asimilar lo que estaba ocurriendo. Estaba dialogando con algo que no era natural. Con un "guardián" de la naturaleza, algo que solo aparecía en cuentos. Todo lo que estaba viviendo se salía de la realidad y una parte de su mente insistía en que nada de eso podía ser verdad.
Luego estaba la otra; la que incitaba las respuestas de David, la que le daba la valentía de responder aun con el riesgo de ser asesinado. Sin embargo presintió por la mirada que le daba la guardiana que no podía hacerlo.
El viento se arremolinó alrededor de ella, tenue, provocando que las hojas giraran a su alrededor al nivel de los pies. Ella respiraba con lentitud, sopesando y pensando quizás, alguna respuesta.
—¿Eres amigo de Hernesto y de Xavier, cierto? —preguntó finalmente. David se detuvo en seco sorprendido por la mención de sus dos compañeros fieles. En ese momento la valentía se esfumó, le dio paso a la desesperación que vagamente intentó ocultar.
—¿C-Cómo sabes quiénes son? —La guardiana sonrió con malicia.
—Sé todo sobre las personas que jamás llegan a salir de mi bosque. —Ella liberó sus manos. Colocó una sobre su mejilla en un gesto de falsa inocencia—. Quienes entran no salen. Lo saben todos. Yo me he encargado de que sea así. Yo hago que las personas olviden. No es difícil, al hacerlo todo de ellos desaparece de forma automática. Me alimento de los recuerdos, de las vidas de quienes osan destruir lo que más quiero. Y sus almas, como pago, me pertenecerán hasta el fin de los tiempos. —Dejó escapar una risita sardónica y escalofriante—. No morirán, pero jamás tendrán una vida normal. ¿Sabes por qué? Porque ellos desde el momento que roban y desean lo indeseable, se convierten en ello. .
»Todos los humanos son así. Sus acciones son contradictorias. Ellos son esclavos de sus deseos y añoranzas. Y por ese motivo algún día todos ustedes pagarán por dañar a quien permite la existencia.
N/a:
¡Hola! :D Tenía tiempo sin hacer una nota de autor, pero esta es especial. Hoy, quisiera agradecerle a GuardianaDelAbismo por tan maravilloso dibujo de mi protagonista, Forest. De verdad que quedó perfecta, tal y como es. Este capítulo es dedicado a ella, en modo de agradecimiento por tan perfecto trabajo ♡♡
También les doy gracias a todos los lectores que siguen esta obra :3 ¡Ya llegamos a los 2k! Un pequeño logro, uno de muchos que se vienen (con un poco de suerte) Espero que les esté gustando la historia, le he puesto mucho empeño en escribirla.
Se despide.
-Little.
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