Capítulo 1: Parte uno -Lo que oculta el bosque-
Ya estaba cansado.
No hacía mucho se había mudado a la ciudad de Arlesia, y como muchas personas temía estar sumiéndose en una burbuja de banalidad. La rutina no cesaba, se había vuelto parte de su vida, una que no acostumbraba a seguir libretos al pie de la letra. Extrañaba al chico que cometía locuras con sus amigos, cuyos días eran divertidos, animados y llenos de recuerdos preciosos que nunca se borrarían de su mente.
Sí, le encantaba romper con lo mundano, salir de ese cristal que lo retenía en las típicas responsabilidades de un universitario y tomarse días de un descanso extasiante.
Como por ejemplo, aquella vez que se fue de viaje únicamente con treinta dólares y un gran equipaje. Iba junto a sus dos amigos, Hernesto y Xavier. En ese entonces tan solo tenía diecisiete años, pero eran momentos de su vida que se habían vuelto imborrables. Duraron mucho tiempo metidos en bosques, explorando y durmiendo a la deriva, únicamente con el cielo estrellado que se fundía en el paisaje, siendo testigo de las más grandes y divertidas charlas que un grupo de compañeros podría tener.
Recordó con tristeza que más nunca había vuelto a ver uno así. El nivel de contaminación en la ciudad era alarmante y las sustancias tóxicas en el aire formaban una atmósfera que ocultaba la luz de las estrellas en la noche. Ya el brillo de sus estelas no lograba visualizarse. ¿Algún día las vería a través de la ventana de su cuarto? , no lo sabía, lo más probable era que no. La única forma era irse a un ambiente sano, libre de la mano humana y su situación no se lo permitía.
Le entristecía ver cómo aquello que admiraba moría con lentitud. Ahora las bellas imágenes que mostraban paisajes magistrales parecían ser un bello sueño que nunca regresaría al mundo. La ponzoña llamada humanidad seguía corroyendo al planeta cada día que pasaba, cual enfermedad mortal que jamás encontraría un paro.
Sus padres se habían mudado a esa ciudad un año atrás. Cursaba el quinto semestre en la Universidad Central de Arlesia y vivía estable junto a su familia. Jamás se había imaginado que viviría en una urbe tan pequeña y peculiar. Todos la conocían, y no por tener grandes construcciones. Lo hacían porque su «pulmón» era producto de muchas historias que llenaban de terror a las personas.
Menos a él, claro. Como un joven adulto debía aprender a no darle credibilidad a historias como esas, le daban la impresión de ser más cuentos de fantasía que otra cosa. En esa instancia sólo extrañaba su vida de antes, cuando las responsabilidades eran menos y tenía tiempo de salir varias veces al año y disfrutar como no pudo en su niñez. Una vez le dijeron que debía madurar, pero no creía que la madurez girase en torno a retener deseos que lo llenarían de felicidad. No quería convertirse en alguien que en un futuro no tendría nada emocionante que contar, nada de lo que reír o llorar.
Él más que nadie le encantaba cometer locuras y estupideces, hacer el ridículo en algunas ocasiones. Era algo que no podía evitar; le gustaba divertirse y pasar un buen rato, caerse y levantarse como si nada hubiera pasado. Le gustaba ser alguien normal «Sonríele a la vida y ella te devolverá la sonrisa»
Hasta los momentos había sido así, no importaba las dificultades en las que se encontrara siempre buscaba lo positivo de la situación y sacar provecho de ello. Sus amigos le apodaban señor alegría, pues hasta en las peores situaciones tenía una sonrisa con qué animar a todos. Y eso le gustaba. Le gustaba regalar sonrisas, sentía que si lo hacía el ambiente se relajaba y podía brindar esperanzas. Y disfrutaba incluso más que se las correspondieran, para él significaba un motivo de seguir haciéndolo, de ayudar. Aunque había excepciones.
Excepciones que le seguirían por el resto de su vida. Momentos malos que jamás se borrarían ni siquiera con una sonrisa. Cicatrices, sombras oscuras que poseían el pútrido aura de la muerte. Era algo que había aprendido a sobrellevar con la llegada de sus amigos, ahora se sentía alguien normal. O eso intentaba creer.
Mientras se vestía con sus típicas prendas de salir, observó la reportera que se visualizaba en la pantalla de su televisor. No tenía volumen, mas le bastó leer las letras blancas en una franja roja para saber de qué hablaba. Un niño de diez años había ganado el primer lugar en un concurso regional de cuentos, y el título de la obra era «El fantasma del bosque de Arlesia»
Sacudió su camisa de cuadros al ver que le había caído un poco de polvo, lo hizo mientras pensaba en ese bosque. Tenía días con interés en él, le gustaría visitarlo a pesar de los malos rumores. Posó su mirada en los tenis por unos segundos al imaginarse lo que ocurriría si esos cuentos resultaban ser ciertos. Negó con una sonrisa tonta «No, es no es posible. —Se dijo. Se fijó entonces en algunas imperfecciones en su calzado, la suela se le había empezado a despegar—. Debería comprarme unos nuevos. —Se encogió de hombros—. Aún aguantan»
Su hermana se había ido a la escuela muy temprano, así que no la vio en la sala mirando su teléfono como lo imponía la rutina, pero sí estaba su madre preparando el desayuno con su común ánimo mañanero. Tarareaba una canción un tanto vieja mientras bamboleaba su cintura con elegancia.
—Buenos días —dijo cantarina sin voltearse a mirarlo, estaba concentrada en embarrar la mantequilla en el pan.
—Buenos días —respondió con sequedad, sin responder al entusiasmo de su madre.
Sacó casi de forma robótica una caja de cereales dietéticos del estante de la cocina y los echó en un bol, al igual como lo hacía todos los días, luego le agregó leche y empezó a comer apresurado.
—Voy... tarde —dijo mientras masticaba.
—Sí, ya lo noté. Así que apúrate, sabes que no me gustan las personas irresponsables. —Le reprendió la señora sin una pizca de enojo. Llevaba su cabello castaño recogido en una coleta.
—Sí, mamá.
—Por cierto ¿Cuándo traerás a esa chica tan bonita que vino la semana pasada? —preguntó volviéndose con una sonrisa traviesa en el rostro.
Curiosamente se había encariñado mucho con Fernanda, una chica de su edad que había ido a su casa para hacer una tarea en pareja. Aunque él se comportaba muy normal, ella por en cambio le coqueteaba sin pudor alguno y su madre lo que hacía era reírse de sus ocurrencias. «¿Qué clase de madre hace eso?» Cristal solía actuar muchas veces como su Cupido. De hecho las dos últimas —y únicas— novias que había tenido en todo lo que llevaba de vida, habían sido bien aceptadas por su madre. Llegó a pensar que en cualquier momento estaría caminando al altar con cualquier chica que le agradase a su mamá y él no se daría cuenta.
—No lo sé.
Cristal le miró con una sonrisa, movió las cejas de arriba abajo y le guiñó un ojo pícaramente. Luego desapareció en la sala tarareando la misma canción de hacía unos momentos.
Amaba a su madre, realmente lo hacía, siempre se preocupaba por él hasta en los más mínimos detalles y debía agradecer que era lo que era gracias a ella. Había cambiado bastante con respecto a los primeros once años de su vida. Era un poquito menos sobre protectora, ya no le impedía salir y divertirse con sus amigos a pesar de ser alguien que había sufrido mucho de niño, segura que él no era el tipo de chico que se iría a una fiesta a fumar o a tomar droga, sin contar que lo tenía prohibido y no precisamente por ser "algo malo"
«Me conoce tan bien» pensó continuando con su comida.
Sabía qué le apasionaba a David: salir a conocer, experimentar y disfrutar; salirse de las banalidades y explorar nuevas cosas. Recordó una vez que llegó a su casa con la camisa embarrada de comida, ella le preguntó: «¿Adónde fuiste y que hiciste?» y allí avergonzado tuvo que contarle que trabajó como cocinero por dos horas y había sido despedido por comerse los calamares de un pedido. No podía hacerlo por su condición pero nunca lo había hecho ¿Por qué no? También había causado un desastre en la cocina al intentar cocinar cerdo relleno con chuleta, jamón y otros rebosado en salsa de ajo y ají picante. Recuerda que su madre río hasta al punto de llorar, y que toda la semana le había hecho bromas pesadas, como darle por ejemplo clases de cocina, o decir «Oye David, ¿cocinarías hoy?, no, mejor no. No quiero que explotes la casa» mientras sus carcajadas resonaban por toda la sala.
Claro que los regaños no faltaron. Sus bromas pesadas empezaron luego de toda una perorata del porqué estuvo mal hacer esas cosas. Su madre le recordó con circunstancias específicas lo que podrían causar tales aventuras, y todas terminaban en un hospital.
Miró su reloj y notó que llegaría tarde a la primera clase, así que dejó de comer y se fue apresurado de la casa. Vivía en una zona residencial bastante cómoda, con casas de un mismo modelo y jardines llenos de flores y arbustos que le encantaba admirar. La parada del bus no le quedaba muy lejos, así que lo tomó con rapidez y en menos de treinta minutos ya estaba en el campus, caminando —un poquito más rápido de lo que podía— para llegar a tiempo a su primera clase. Por suerte lo hizo tres minutos antes de que el profesor entrara, lo que le provocó un sentimiento de sosiego al sentarse en su pupitre.
Hernesto se sentaba delante de él y Xavier atrás. Al verlo llegar ambos sonrieron y saludaron. Chocaron sus manos en un gesto tan animado como todos los días, y casi de inmediato empezaron a hablar de las tareas del día.
—A mí se me olvidó hacerla. —Hernesto miró a David con cara suplicante—. ¿Me la pasas?
—A ti siempre se te olvida todo—reprochó cansino. No se hizo el de rogar, asintió soltando un suspiro—. Te la doy en la hora libre.
—Eso es suficiente.
—¡Oigan! ¿conocen a Gadné, de la clase 3-c? —preguntó Xavier de repente, el cristal de sus lentes relució por breves segundos bajo la piel morena. Sin dar chance de contesta, el profesor entró para dar la clase con el típico animo apesadumbrado de siempre.
Era tan aburrida como todas, pero David siempre intentaba encontrarle algo interesante, aunque por más que le daba vueltas al asunto, no lo lograb, «Hay excepciones» Últimamente pensaba mucho en su vida, en lo que había vivido hasta esos momentos y el cómo lo había hecho.
Empezó a garabatear en su cuaderno y de un momento a otro se encontró pintándose a sí mismo junto a Xavier y Hernesto, abrazados y riendo para una foto. Recordaba ese lugar, eran unas cataratas a las afueras de la ciudad, las más grandes. La visitaron cuando recién habían cumplido los dieciocho; tenían la suerte que los tres eran contemporáneos y se fueron juntos a esa aventura. Llevaron tiendas para acampar y duraron cuatro días y cuatro noches durmiendo al frente de aquel majestuoso lugar. «Lo hubiera disfrutado más si no hubiese llevado todos esos medicamentos» Con el tiempo se había acostumbrado a hacer un lado en la mochila para ellos y para el peso de todos los aparatos que su madre le obligaba a llevar.
Cuando terminó, la clase había finalizado y sus rostros se veían con nitidez. Dada detalle, cada línea que había trazado le recordaba lo feliz que había sido ese día. Para ese entonces eran las vacaciones de Semana Santa; ahora que había entrado a la universidad en esa nueva ciudad se habían acortado considerablemente y ya casi no salía para ningún lado.
—¿Qué pasa, señor alegría?, irónicamente te veo triste hoy —Subió la mirada y observó a Hernesto sonreír un poco. Se detuvo por breves segundos en las escasas pecas que circulaban por su nariz.
—Estaba recordando cuando fuimos a las Cataratas de la Montaña del Oeste, ¿recuerdan?
—¿Cómo no recordarlo, hermano? —preguntó Xavier con una enorme sonrisa llena de nostalgia—. Esos días fueron maravillosos.
—Sí, lo fueron —murmuró David casi con reproche a la vida. No hacer nada le inquietaba más de lo que podría esperar.
—Vamos rulos, no te deprimas por eso. Podemos algún día echarnos esos viajecitos tan divertidos, como los viejos tiempos. Tal vez a la playa, es menos fuerte. —Le animó Hernesto. Le sorprendió escuchar su antiguo apodo, rulos, así le llamaban en la secundaria porque su cabello desde niño siempre había sido enrulado y negro. Le caía como una cascada por debajo de la oreja, algunas veces lo detestaba.
—¿Lo crees?, tenemos mucho tiempo sin hacerlo, la universidad nos ha tenido muy ocupados.
—Sí, aunque hoy les tengo una propuesta divertida. Pero primero contesten mi pregunta —dijo Xavier haciendo énfasis en la última palabra. Se inclinó en la mesa de David ansioso por la respuesta.
—¿Cuál? —Hernesto parecía no haber escuchado.
—¿Conocemos a Gadné de la clase 3-c? —repitió David mirando su dibujo.
—No la conozco —respondió Hernesto. Algo muy típico de él, no le prestaba atención a nada que no le interesara, gracias a eso en incontables ocasiones tuvieron que caminar kilómetros para encontrar la localización de algún lugar que quisieran visitar. Siempre hacían paradas para que él descansara y no se agotara demasiado, pero con el pasar del tiempo caminar se volvió parte de su rutina, incluso, de vez en cuando se iba así a la universidad.
—Yo he escuchado de ella, dicen que es hermana de un fantasma —respondió David recordando un poco la historia que le había contado una chica de su salón. «¿Hermana de un fantasma?, es patético e imposible ¿Cómo eres hermano de un fantasma?» pensó contrariado. Le parecía algún que otro rumor causado tal vez de alguien a quien le caía mal, de todas formas eso era algo muy común, le parecía totalmente irrelevante.
—Exacto David. —Xavier sonrió y notó en sus ojos un brillo característico de cuando algo genial se le ocurría. No pudo evitar sonreír también animado por su entusiasmo—. Ella es hermana de un fantasma, dicen los rumores. Ayer invité a cenar a Rebecca y...
—-¿Tu nueva presa? —preguntó Hernesto con una sonrisa a la vez que elevaba ambas cejas.
—Sí —Xavier sonrió—. Pero ese no es el caso. El punto fue que ella había estudiado con Gadné, me dijo que era una chica normal que había ido con ella a unas cuantas fiestas, y de repente llegó un día diciendo que tenía un hermano que lo habían asesinado. —Se detuvo para observar las expresiones de sus amigos, sonrió y continuó emocionado—. Y sus padres afirman que ellos nunca tuvieron un hijo.
Quedó todo en silencio, hasta que Hernesto estalló en carcajadas.
—¿Qué es esto? —preguntó mientras reía. Sus mejillas se enrojecieron un poco—. ¿Una clase de historia de terror?
—Sí y no ¡Déjame terminar!
—Espera —interrumpió David—. Dices que Gadné, la de la clase 3-C es una loca que sigue libre, ¿no? —Eso era lo que entendía, sin embargo aun no comprendía por qué estaban hablando de ella justo en ese instante, cuando quizá podrían estar planificando alguna salida emocionante. Le parecía una pérdida de tiempo.
—Maldición, déjenme terminar —protestó Xavier. Sus ojos cafés hacían un contraste con su piel morena. No era atractivo físicamente, pero la mayoría de las chicas se enamoraban por su carisma—. Continúo.
»Sus padres afirman que no tuvieron nunca ningún hijo; Gadné insiste en que sí lo tuvieron y que desapareció un día... en el bosque.
—¿Qué bosque? —preguntó Hernesto frunciendo sus cejas. David rodó los ojos y bufó.
—¿Qué otro bosque gigante hay en esta ciudad, cabezota?, obvio que se refiere al que está al frente de la Plaza Central de Arlesia. ¿No tiene nombre cierto?
—No, pero muchos le dicen el Bosque Maldito —indicó Xavier agregándole un tono de terror.
—Sí, claro, y yo soy la persona más desdichada de este mundo —ironizó David mientras colocaba sus brazos detrás de su cuello. «En realidad es irónicamente triste» Solo él y sus amigos entenderían.
—Así que el hermano fantasma de la loca Gadné desapareció en un bosque maldito. Suena bien, aunque no podemos asegurar que eso sea verdad —Xavier miró a Hernesto sonriendo. Se acomodó sus gafas blancas logrando que en los cristales destellara un brillo. Respondió.
—Es cierto, ahora no lo podemos asegurar, pero ¿Qué tal si lo hacemos? —David se removió incómodo y a la vez interesado en lo que Xavier proponía.
—No te entiendo —dijo Hernesto negando lentamente con la cabeza. Movió su mano y se acomodó su cabello castaño. Nuevamente su torpeza hacia irritar a David, en algunas ocasiones no sabía si su amigo tenía algún tipo de enfermedad mental o realmente no le prestaba atención a la mayoría de las cosas que decían.
—Propongo que vayamos a hablar con la loca Gadné y averiguar más sobre este misterio.
—¿Y si nos dice lo que ya sabemos? —preguntó David—. ¿Que su hermano desapareció en ese bosque?
—Entonces... nos iremos de aventura.
N/a:
¡Hola! primer capítulo :3 espero que les haya gustado jeje
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro