3. Camino sin retorno.
10 años después.
En la cueva el viento rugía de forma amenazadora, como si fuera una advertencia de la naturaleza hacia cualquiera que osara entrar. Un débil rayo de sol penetraba por una grieta en el techo y unas cuantas hojas secas se alzaban para caer unos metros adelante, mezclándose con los cadáveres para formar una escena grotesca. Cuerpos inertes de seres delicados y hermosos con cabello de colores llamativos; esas eran las hadas. Cadáveres de pálidos rostros y colmillos puntiagudos; esos eran los vampiros, que habían sido decapitados. Cuerpos de licántropos que habían sido masacrados y de Dotados cuya sangre había sido drenada.
Y ahí, tendida y en un proceso de putrefacción mucho más avanzado, estaba la que había sido reina de Macrew, la reina de hielo. Su rostro estaba irreconocible, no solo por la putrefacción tan avanzada, sino por la mordidas de los lobos que la habían atacado momentos después de lanzar el hechizo. A su cuerpo entero le faltaban trozos de piel y tenía rasguños en cada milímetro de la piel. Su cabello, que en su momento había sido hermoso y formaba rizos de oro pálido, se había reducido a una pequeña mata de enmarañado cabello sin brillo. Y la majestuosa capa apergaminada de costuras doradas había pasado a ser jirones.
Jean también estaba ahí. O al menos su cuerpo. El cadáver del hombre que había caído en la locura por la pérdida de su hija, el que no había descansado hasta encontrar un modo de traerla de vuelta apesar de que el precio a pagar había sido muy caro. Específicamente; 2 hadas, 2 vampiros, 3 licántropos y 3 Dotados. Más el IVA: contratar a un Dotado lo suficientemente poderoso y además que estuviera dispuesto a ofrecer sus servicios (con el pago correspondiente). Tuvo que esperar 10 años para poder realizar el hechizo durante la conjunción de júpiter con venus y mercurio, y el sacrificio que el mismo Jean había hecho. Su propia muerte. Suicidio.
Que sádico, sí, pero había sido la única manera. El Dotado que Jean había contratado cumplió con su palabra y revirtió el hechizo a la perfección. Ahora, entre tanta muerte había una persona con vida. Una joven.
Winter se despertó aterrorizada, con un grito desgarrado que hizo eco en la cueva y que ahuyentó a los animales que rondaban por lo que hace mucho tiempo había sido una hermosa aldea de faes. Los ojos de la muchacha, horrorizados, se posaron en la sangrienta escena frente a ella. Vio toda la destrucción y el dolor, vio el altar en el que había estado durmiendo y todas las vidas arrebatadas, los cuerpos cubiertos de sangre, incluido el de su padre. Especialmente el de su padre.
Una lágrima silenciosa resbaló por su mejilla mientras se quedaba inmóvil, incapaz de poder reaccionar, sin saber cómo hacerle entender a su cerebro que eso era solo una pesadilla, que no podía ser real. Trató de convencerse de que en cualquier momento despertaría en la cama de su modesta casa, de que solo había sido un mal sueño y que al bajar las escaleras descubriría a su papá regando las muchas plantas que tenían. Que su padre la recibiría con una sonrisa y le diría que ya todo había pasado, que solo había sido un mal sueño y que ya estaba a salvo.
Pero no importaba la cantidad de veces que se lo repitiera porque no era capaz de convencerse, de engañar a su cerebro para silenciar el dolor. Sabía que todo eso era real; la muerte, el dolor, la locura y la destrucción. Finalmente su vista se enfocó en el Dotado que había ayudado a romper el hechizo, su mirada denotaba lástima y compasión.
—Soy Thomas Daft —se presentó con un tono cordial—. Lamento las terribles circunstancias en que nos conocemos.
—¿Cuánto tiempo pasó? —preguntó Winter con voz trémula. La barba canosa de su padre y las arrugas en su rostro, le daban un cruel aproximado.
—10 años —respondió Thomas con total seriedad—. Tu padre y yo queríamos hacer el hechizo antes, pero, lamentablemente, no podíamos.
Winter apartó la vista y se quedó observando con fijeza el rostro de su padre; los ojos vacíos y, aún en muerte, la expresión de tormento que dio un tirón en el corazón de Winter. Se dijo que tenía que apartar la mirada, que tenía que dejar de lastimarse de esa forma, que eso solo le provocaría pesadillas. Pero no podía. Sabía que esa sería la última vez que vería a su padre y, mientras la ira iba creciendo en su interior, se obligó a imprimir cada detalle del rostro de su padre para que eso le sirviera como motor para consumar una venganza que comenzaba a maquinar dentro de su cabeza.
»Te dejaré un momento a solas —concedió Thomas y comenzó a avanzar por la cueva, sin embargo, se detuvo tras dar unos pasos y miró a Winter por sobre su hombro—. Tu padre te amaba mucho —si eso se suponía que era un consuelo para Winter, las palabras tuvieron un efecto contrario y la ira arremolinó en su corazón con más fuerza—, no permitas que todo ese amor se convierta en odio. No dejes que la ira te nuble y opaque todo lo bueno que hay dentro de ti.
Winter apretó la mandíbula y permaneció con la vista fija en su padre. Thomas soltó un suspiro de resignación y abandonó la cueva. Fue entonces que la muchacha decidió moverse. Temblando, se puso de pie. Tuvo que tomarse un momento para estabilizarse y atreverse a dar un paso, luego, tambaleante, avanzó hasta donde yacía su padre. Con las lágrimas empapando su rostro, se dejó caer a su lado y pasó una mano por el contorno de su rostro.
Se tuvo que hacer a un lado para vomitar. Todo eso era demasiado y, aunado a el nauseabundo olor, Winter no pudo soportar más. Vomitó flemas y saliva e intentó en vano expulsar también el dolor y la tristeza. Su boca se abrió en un grito de terror y pesar, grito que ni siquiera pudo emitir por la sequedad de su garganta. Pero no importaba, entendía todo lo que había pasado y fue como si todas las emociones que había guardado durante 10 años, la inundaran y amenazaran con hundirla. Sin embargo, una emoción, la más poderosa, fungió como salvavidas en la tormenta que era su cabeza y su corazón: ira.
Y esa emoción, tan potente y corrosiva, metió una idea en su cabeza que hizo que todo lo demás pesara menos. Que doliera menos.
—Voy a vengarme —juró frente al cadáver de su padre y la estatua de la diosa Thikbet—. Me vengaré de todos los Elvish y su desendencia. Juro que lo haré, aún si tengo que vender mi alma a Ravah. Te lo prometo, papá.
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A Winter le tomó mucho tiempo tranquilizarse, dejar de lado todo aquello que amenazaba con hundirla y juntar todas su piezas para armar lo más parecido a una persona. Se alisó su largo cabello castaño, se apretujó en su capa y se frotó las manos para intentar recuperar un poco del calor que parecía haberla abandonado durante esos 10 años. Luego, tras aclararse la garganta, que le ardía con intensidad, finalmente se armó de valor para salir de la cueva.
Lo primero que vio al salir fue a sus dos lobos: Shana y Onni, ambos completamente sanos. Estuvo a punto de esbozar una sonrisa, pero repentinamente fue consciente del paisaje tan atroz que se alzaba frente a sus ojos. Si creía que no podría ver nada peor, se equivocó.
Ahí, en la aldea en la que había crecido, en donde su madre le había enseñado a usar sus poderes angelicales y donde había plantado tantas plantas con su padre, se levantaba una escena que la dejó aún más horrorizada. Todo lo que había sido la aldea Forest había quedado calcinado; el pasto, las casas, las personas. Winter abrió los ojos con horror. En ese momento sintió que había llegado a su límite, que ya no podía soportarlo más, que ni siquiera valía la pena intentar. Sintió que no tendría la fuerza suficiente para cumplir la promesa que acababa de hacer, que ni siquiera tendría fuerza para respirar. Se derrumbó, mentalmente y físicamente. Quiso quedarse ahí y no saber más del mundo, ignorar lo lastimada que se sentía, olvidar lo que había visto. Quiso encontrarse con sus padres, dejar de sentir todas esas emociones que la estaban lastimando.
Thomas se acercó hasta ella y se hincó a su lado. La envolvió con sus brazos en un abrazo cálido y reconfortante. La barba del señor picó la mejilla de Winter, pero la muchacha ni siquiera se quejó, sintió el abrazo como el pegamento que necesitaba para recomponerse, para fingir que estaba bien.
—Sé que es muy fuerte esta escena —afirmó Thomas mientras rompía el abrazo— y sé lo duro que es enterarte de que tu padre ya no está contigo. Pero pasé bastante tiempo con él, desde que me contactó y me dijo lo que quería hacer, y no quiero que te quepa duda de que hasta el último de sus pensamientos fue para ti.
—Desearía que no se hubiese obsesionado tanto conmigo —sollozó Winter—. Que hubiese aceptado mi partida y hubiese continuado con su vida.
—No podía. Él te quería más que a nada en el mundo, como todos los padres suelen querer, y sé que no le gustaría verte en este estado. No le gustaría ver que te rindieras y que ni siquiera lo intentaras.
—¿Pero cómo puedo seguir adelante? ¿Cómo puedo intentarlo? ¿De dónde saco la fuerza?
—La encontrarás dentro de ti. Si lo que tu padre me dijo es cierto, entonces estoy seguro de que eres una persona muy resistente y lograrás sobrevivir a esto. —Hizo una pausa, con los labios apretados y su entrecejo arrugado.
Se puso de pie con dificultad debido a los kilos de más que tenía y le tendió una mano a Winter para ayudarla a ponerse en pie también. La muchacha finalmente observó a detalle a Thomas, quien tenía muchas arrugas alrededor de sus ojos verdes, que expresaban bondad y amabilidad, y su cuerpo estaba cubierto en telas muy finas, por lo que Winter intuyó que pertenecía a una casa noble de Macrew. Su semblante era muy suave y lo que pronunció después lo hizo en un tono firme, pero cordial.
»Tu padre me dijo que te dijera una última cosa: "Recuerda que al amanecer siempre sale el sol, mi pequeña Frosty".
Las palabras la afectaron más de lo que hubiese querido, pero esta vez no se desplomó, esta vez no deseó rendirse y quedarse ahí para siempre, merodeando entre tanta muerte como un fantasma. Esta vez se tragó el nudo en la garganta y se obligó a ser fuerte. Las palabras que tantas veces le había dicho su padre como consuelo, su forma de decirle que tarde o temprano lo malo pasaría, aunado a el apodo cariñoso con que solía llamarla, la llenaron de una fuerza inconcebible. Winter guardó las palabras dentro de sí y las tomó como una promesa. Una promesa que quizá no era la mejor, pero que en ese momento fue lo único que la mantuvo en pie: después de su venganza, el sol saldría y finalmente podría obtener un poco de paz.
Se lo repitió hasta que fue capaz de creérselo, hasta que se convenció de que la venganza era el único camino y que su padre hubiese querido lo mismo. Tras unos breves minutos, Winter se aclaró la garganta y parpadeó con rapidez para ahuyentar las lágrimas que amenazaban con caer.
—¿Qué pasó aquí? —preguntó para enfocar su atención en algo más.
—El hermano de la difunta Nefertari, que ascendió al trono luego de la muerte de la reina, se dispuso a encontrarla en todos los lugares y, luego de unos meses, la encontró aquí. Muerta, como bien debes saber —dijo muy lentamente, como si temiera que Winter se rompiera como copa de cristal frente a tanta información—. Se enfureció y sentenció a todos los habitantes de esta aldea a una muerte segura. Puso barricadas para impedir que salieran y quemó a todos vivos. Algunos dicen que los gritos fueron tremendos y que el olor a carne quemada llegó hasta la Ciudad de Cumbria.
Winter contuvo un escalofrío.
—¿Y cómo es que mi padre sobrevivió?
—Él ya estaba con sus planes para despertarte, así que en ese momento fue a hacerme una visita —le contó—. Fue la primera visita que me hizo y sin duda creo que los dioses jugaron de su parte. Tuvo mucha suerte.
—¿Y por qué no entraron todos a la cueva? Es un lugar sagrado y, por tanto, tiene salvaguardas que podían mantenerlos protegidos.
—El fuego de los Dotados se extiende con mayor rapidez que un fuego normal —respondió Thomas—. Lo cierto es que, si intentaron huir, me sorprendería descubrir que dieron más de 5 pasos.
—Esto es muy injusto —musitó Winter mientras veía a su alrededor en busca de alguna señal de vida. No la había—. Todo pasó por mi culpa. Yo maté a todas estas personas y también a las de la cueva.
—No te tortures por el pasado —le pidió con suavidad—. No puede cambiarse y no vale la pena pensar en ello.
—¿Y Alexandret? —preguntó de repente, con lo que sorprendió a Thomas.
—¿Por qué preguntas por el príncipe? —inquirió y fue la primera vez que pareció no querer contarle nada. Winter pensó qué tal vez su locura era tan evidente que Thomas temía que hiciera algo malo.
—Según sé, ya tiene 18 años ¿no? —presionó para intentar sacar información. Necesitaba agarrarse de un lado, un hilo del que tirar para comenzar su venganza. No podía simplemente afirmar que se vengaría así como así; sin recursos, sin fuerza, sin aliados. Necesitaba apoyo—. ¿Eso quiere decir que ya es el rey?
—No. Faltan semanas para su cumpleaños y, por lo tanto, también falta un poco de tiempo para su coronación.
Como rey sería más difícil asesinarlo, debido a la cantidad de seguridad que lo protegería, pero la vengativa mente de Winter llegó a la conclusión de qué tal vez podía matarlo antes. Tal vez si actuaba antes de su ascenso, entonces tendría oportunidad.
Ambos se quedaron en silencio, Winter pensando en qué hacer y Thomas demasiado preocupado como para ser el primero en despedirse. La vista de la muchacha se posó en sus lobos y se puso en cuclilllas para darles una merecida caricia.
—¿Fuiste tú quien curó a mis lobos? —cuestionó porque a esas alturas parecía que era lo único que le quedaba por saber.
—Sí. Estaban muy malheridos, así que hice lo que pude.
—Muchas gracias —dijo Winter como despedida mientras se ponía de pie—. Por todo. Por ayudar a mis lobos, por darle esperanza a mi padre y por ayudarme a mi.
—No hay nada que agradecer —respondió con afabilidad y comenzó a caminar para salir de la aldea.
—¿Por qué decidiste ayudar a mi padre? —preguntó Winter de repente. Ya cuando Thomas estaba un metro enfrente y de espaldas a ella.
El hombre no se giró pero sí se detuvo.
—Porque reconocí el dolor en la mirada de tu padre, porque yo mismo viví en carne propia el desasosiego que te embarga después de la pérdida de un hijo. Porque me pareció que merecías una segunda oportunidad.
Winter no dijo nada, dejó que el señor continuara su camino y lo siguió por detrás, sabiendo que había llegado el momento de que sus caminos se separaran. Y de repente, mientras avanzaba entre toda la destrucción, vio una marca en uno de los árboles como si fuera una señal de los dioses, una guía en su camino. Incluso le pareció creer que estaba iluminada por un tenue rayo de sol.
—¿Qué significa ese símbolo? —preguntó Winter mientras señalaba la anfisbena enrollada en círculo mientras una de las cabezas de la serpiente mordía a la otra cabeza.
Thomas se detuvo y ladeó la cabeza. No se atrevió a mirarla y continuó su camino mientras le susurraba:
—Es mejor que no lo sepas.
Winter apuró el paso para encararlo.
—Dime. Por favor.
Thomas soltó un suspiro y finalmente le hizo frente.
—Eso que percibo en ti es una gran oscuridad —dijo con gran pesar—. No me malinterpretes, sé que tienes una capacidad impresionante para hacer el bien, pero no creo que sea el mejor momento para apelar a tu buen sentido. Estas dolida y lo único que quieres es que alguien sienta el mismo gran dolor que tú, pero de una vez te advierto que la venganza solo lleva al camino de la miseria.
«Se equivoca», pensó Winter. «La venganza me dará gran satisfacción».
—Necesito que por favor me diga que es ese símbolo.
Thomas hizo una mueca.
—La anfisbena atacándose a sí misma, mordiéndose una de las cabezas, es un claro mensaje: los Dotados matando a los suyos —le explicó—. Es el símbolo de los Monte Ruiz para intentar victimizarse en una guerra que ellos mismos iniciaron.
—¿Los Monte Ruiz? ¿Los que están en guerra con los Elvish?
—No solo con los Elvish —le dijo como un claro mensaje: yo estoy con ellos y, por tanto, esta guerra también es mía.
«El enemigo de tu enemigo es tu amigo», pensó Winter con frialdad. Y no le importó que para consumar su venganza tuviera que unirse con personas que, según había oído, eran egoístas y despiadadas. Después de todo, estaba segura que para consumar su venganza tendría que hacer a un lado su alma y toda duda que pudiera atenazarla. Tendría que convertirse en algo que no era para sobrevivir a ese nuevo mundo en el que había despertado.
—¿Por qué dejaron este mensaje? —preguntó por último.
—Es una invitación a aquellos que quieran unirse a su ejército. Ellos intentan apelar a el dolor de las personas para volverlos en contra de los Elvish, más concretamente hablando, en contra de Alexandret, futuro rey de Macrew.
Winter, tras esas palabras, ya estaba tramando un plan dentro de su cabeza, pensando en la forma de acercarse a los Monte Ruiz y unirse en contra de Alexandret. Esbozó una sonrisa tenue, como despedida, y continuó su camino, esta vez por delante de Thomas.
—¡Winter! —la llamó el Dotado—. ¡Piensa muy bien antes de actuar, no dejes que la ira te ciegue!
Winter no añadió nada más, ni se giró. Comenzó a adentrarse en el bosque con una sola idea en mente: encontrar a los Monte Ruiz.
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