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2. La semilla del mal.

A Nefertari le tomó 5 horas recorrer el espeso bosque a pie. El frío se le había colado por los huesos y un vaho helado salía de su respiración un poco agitada mientras caminaba a paso regular. La noche ya había caído y la única iluminación provenía de la luna y de su magia, cuyo hechizo permitía que pudiese ver en la oscuridad. Sus ojos estaban iluminados de un azul surreal (el color de la familia Elvish) y la hacían parecer una masa incorpórea de la cual solo se podían apreciar los resplandecientes ojos.

Llegado cierto punto, Nefertari había girado a la izquierda en lugar de la derecha (como haría si quisiese ir a la Ciudad de Cumbria) y tras varios minutos había atisbado un claro en el que se podían ver unas cuantas casas construidas de manera rústica. Llegó a una de las pocas aldeas feéricas que persistían apesar de la caza del ejército de los Monte Ruiz contra ellos, la aldea Forest. Ahí había pocos habitantes y aún menos casas, y muchos estaban haciendo actividades al aire libre; algunos cocinando, otros lavando ropa en el pequeño río que había un poco más entrado en el bosque, algunos plantando.

La persona con la que ella pretendía verse no estaba a la vista, así que avanzó hasta la casa que tenía una variedad de orquídeas debajo de los ventanales. Ninguno de los otros faes cuestionaba su presencia, ya se les había hecho común verla entre ellos y con uno de los suyos, ya que Nefertari visitaba con frecuencia la aldea. Esto porque había encontrado en Jean, líder de ese grupo de hadas, un aliado poderoso en su búsqueda por las piezas de lo que en el pasado habían conformado la piedra de Cumbria, el objeto mágico más poderoso jamás creado. Los faes, acostumbrados a sus habituales visitas, no le dedicaban más que una mirada curiosa y continuaban con sus actividades habituales.

Nefertari tocó a la puerta y esperó, estrujándose las manos con nerviosismo. Un hombre de cabello castaño e impresionantes alas negras, la recibió con una enorme sonrisa.

—¡Pero que sorpresa! —exclamó—. No esperaba verte hoy. Pasa, pasa.

Se hizo a un lado para dejarle la entrada libre a Nefertari, quien avanzó cautelosamente para entrar en la pequeña sala de la casa. Casi no había muebles decorando la habitación, pero lo que sí había eran muchas macetas o jarrones con hermosas flores que estaban dispuestos en cada rincón de la casa, todas de diferentes colores.

Nefertari se aclaró la voz al tiempo que Jean cerraba la puerta.

—¿Y tú hija? —preguntó con un tono inflexible.

—Está en nuestro santuario, rezando a Thikbet —respondió Jean mientras avanzaba a uno de los sillones y tomaba asiento. Le hizo un gesto a Nefertari para que lo imitara—. Esta muy nerviosa por su ceremonia. Piensa que su parte angelical interferirá de algún modo con sus poderes feéricos.

Nefertari avanzó y se sentó a una distancia considerable del fae, sin querer alejarse mucho de la salida.

—Lo dudo mucho. He visto lo poderosa que es.

—Se lo he dicho, pero es terca como una mula. Eso lo sacó de su madre —comentó Jean en tono jovial—. Creo que la gente de aquí ya le agarró cariño, pero hay otra comunidad de faes que aún no me perdonan que me haya enamorado de una nefilim y piensan que ella no pertenece aquí. —La angustia en su voz no pasó inadvertida para Nefertari, quien reconocía esa emoción por que ella misma la había vivido tiempo atrás: el dolor de un amor prohibido y arrancado—. Esta otra comunidad ya amenazó que si Winter falla la prueba, se encargarán personalmente de desterrarla.

—¿Dejarás que lo hagan?

—No hay forma en que pueda impedírselos, ellos son poderosos y nos superan por lo menos al doble en número —contestó con cierto enojo, cosa que Nefertari jamás había visto en él—. Querer impedir que lo hagan, sería enfrentarnos a una guerra que con toda probabilidad perderíamos.

—¿Entonces que harás? ¿La dejarás partir sola? ¿La enviarás con algún familiar de su madre que pueda cuidarla?

Jean la miró con desconcierto. Tenía el ceño fruncido y se había quedado estático, como si no creyera lo que Nefertari acababa de decir.

—No la dejaría sola —aseguró con fiereza—. Me iría con ella. Dejaría todo aquí, incluyendo mi puesto, y permanecería a su lado hasta que ella ya no me necesite.

—Eso es muy noble —opinó Nefertari con admiración.

—Tú tienes hijos también y sabes que no hay nada que un padre no haría por ellos. No hago más que lo que me corresponde —dijo Jean. Su rostro volvió a la serenidad habitual y estaba recargado en el respaldo del duro sillón, con los brazos apoyados en el reposabrazos. Toda su postura indicaba que estaba relajado y, por lo tanto, Nefertari tenía luz verde para actuar—. Por cierto, ¿cómo está el pequeño Alexandret?

La reina de Macrew ya se había dispuesto a pronunciar el conjuro, pero se detuvo al escuchar el nombre de su hijo. Su corazón de hielo se descongeló al escuchar ese nombre y por primera vez titubeó sobre sus acciones. Tal vez si había otra forma, tal vez eso no fuese estrictamente necesario. Tal vez... tal vez... tal vez.

—Ah, él está bien —respondió, relajándose momentáneamente—. Se está reponiendo rápidamente apesar de que siempre se despierta con pesadillas. Es, como tu hija, muy fuerte y no me cabe duda de que saldrá de esto.

—Ya verás que sí —prometió tan afable como siempre—. ¿Y a qué debo el placer de tu visita? Sospecho que no es simplemente una charla amistosa, aunque debo confesar que esperaba que lo fuera.

Nefertari dejó salir un sonrisa culpable.

—Es cierto. —Hizo una mueca antes de continuar hablando. Tenía que irse con cuidado por que si Jean, de alguna manera, descifraba sus intenciones, entonces todo se complicaría mucho más.

Por supuesto que lo más sencillo hubiese sido que Nefertari pronunciara el conjuro de una vez por todas; sin esperarse ni dar explicaciones. Pero todos los meses que había pasado al lado de Jean, ambos con el mismo objetivo y conociéndose gradualmente, era una barrera que le impedía realizar sus acciones sin antes justificarse.

»Tú estás al tanto de la maldición de mi familia, ¿no es así?

Jean asintió.

—Me la contaste una noche en que te veías extrañamente vulnerable —recordó con cautela. Nefertari se removió en el sillón. Odiaba la palabra vulnerable por que le parecía que era un sinónimo de débil. Y, si había algo que una reina jamás podía demostrar eso era debilidad—. Si mal no recuerdo, fue hace una semana, el día después de que lograron rescatar a Alexandret.

—Sí, fue esa noche. Fue una confesión que salió de la preocupación que sentía, mezclada con el alivio de tener a mi hijo a salvo nuevamente —admitió—. El problema es que creo que Alexandret ya tiene la maldición.

—¿Por qué lo crees?

—Lo vi. Participé en la misión de rescate. Él estaba atado a una mesa y estaba muy indefenso —recordó conteniendo un escalofrío. Pero, a pesar de la crudeza de lo que estaba recordando, su voz seguía con su tono inflexible de siempre—. Cuando lo estaba desatando, un hombre se me acercó por detrás, yo no lo vi por que estaba muy ansiosa, pero Alexandret sí. Le rompió el cuello con un hechizo no verbal, con un simple movimiento de muñeca asesinó a un hombre.

—Pero lo hizo para salvarte, ¿como puede eso ser malo?

Nefertari tragó con pesadez.

—No se sintió mal en lo absoluto, no hubo remordimiento en sus acciones, no sintió nada. Me preocupé al ver eso, así que lo llevé con una adivina —le explicó—. Ella me dijo que esa acción había desencadenado una oscuridad alrededor de Alexandret, pero que aún había una forma de frenarla.

—Perfecto —se alegró—. ¿Que hiciste entonces?

Ahí iba la parte difícil.

—Aún no lo hago —dijo Nefertari. Se removió una vez más en el asiento y se enfocó en los ojos azules y llenos de bondad del hombre, en un intento por anticipar sus movimientos—. La adivina me explicó que la maldición viene también con un salvoconducto, por decirlo de algún modo. Son dos personas que estas "destinadas" y que puede ser la condena o salvación del Elvish en cuestión.

—No entiendo por que me dices esto —confesó Jean con extrañeza.

—Tu hija es el salvoconducto de Alexandret.

—¿Qué? ¿Y entonces qué podemos hacer para ayudar? ¿Hay alguna forma de que Winter pueda sacar toda esa oscuridad de Alexandret?

—Es probable —admitió—. Aunque también es posible que sea su condena.

De repente Jean abrió mucho los ojos, por fin entendiendo a que venía la visita de Nefertari. Se puso de pie con rapidez, pero Nefertari le cerró el paso.

—No te atrevas a tocarla. No sabes de que sería capaz si le haces daño —amenazó con los dientes apretados.

—Jean, déjame explicarte —pidió Nefertari con su collar despidiendo chispas añiles. Estaba preparada a actuar en caso de ser necesario, pero Jean también: su postura era de defensa y sus ojos se desviaban a los laterales buscando un arma para luchar—. No le haré daño —arguyó tratando de mantener los daños al mínimo—. Solo... la pondré a dormir un tiempo.

Jean intentó pasar, pero Nefertari se mantuvo firme, como si tuviera raíces que le impidieran moverse.

—Quítate de mi camino —solicitó sin la amabilidad de antes—. No me hagas pedirlo otra vez. No se me hace muy inteligente atacar al líder de la comunidad en la que estas.

—Por favor, necesito tu ayuda, Jean. Winter estará bien, le haré un hechizo de impasibilidad y se quedara dormida por un tiempo.

—¿Por cuánto? ¿Hasta que tu hijo esté a salvo? ¿Y cuando será eso? ¿En 2 años, 10, 20, toda su vida?

—No tengo otra opción —se disculpó.

—Eso es mentira. Eso es mentira y te lo dices para sacar la mierda de tu consciencia.

Jean tomó un jarrón que estaba en una mesita, pegada a la pared, y se dispuso a estrellarlo en la cabeza de Nefertari. La reina levantó una mano y Jean quedó inmóvil; muy rígido y sosteniendo el jarrón blanco con una mano temblorosa, que luchaba en vano por poner resistencia a la magia de Nefertari.

—Para. No le hagas daño —suplicó Jean. Gruesas lágrimas de terror e impotencia habían comenzado a resbalar con rapidez de su rostro.

—Tu mismo lo dijiste —murmuró Nefertari con frialdad—: no hay nada que un padre no haría por sus hijos.

La mujer pronunció un hechizo y Jean se desvaneció en el piso, falto de consciencia. El jarrón cayó al piso y se hizo añicos, regando por doquier el agua y las dahlias que habían estado decorando la estancia. Nefertari se tomó un tiempo para ver el cuerpo derrumbado de su amigo, una persona que siempre la había apoyado de forma incondicional y que confiaba en ella. Se sintió como la peor persona sobre la faz de la tierra. Admitía que estaba siendo muy egoísta, pero siempre se era así cuando se trataba de gente a la que se amaba ¿no? Se amaba sin límites y con locura, dispuesto a darlo y dejarlo todo por esa persona. O al menos eso era lo que su amigo solía decirle.

Nefertari se reacomodó la gruesa capa y se apartó el cabello de la cara. Luego respiró profundamente unas cuantas veces y salió de la casa en dirección al santuario, esbozando una sonrisa como si nada hubiese pasado.

De nuevo nadie le prestó mucha atención por lo que pudo llegar hasta la cueva que servía como templo sin tener que dar explicaciones. Dentro estaba una joven hincada sobre un tapete guinda de frente a una imponente estatua de piedra de una mujer con una trenza que le llegaba hasta la cintura; tenía sus senos y su zona íntima tapada con hojas y a sus pies, echado, estaba un tigre hecho de piedra también. La mujer era muy bonita y Nefertari la reconoció de inmediato: era la diosa Thikbet, la deidad que los faes más adoraban, la diosa de la vanidad y la justicia.

Winter giró la cabeza al notar la presencia de alguien. Más bien, al ser advertida por uno de sus lobos de la presencia de un intruso. Dicen que los animales son intuitivos, y Nefertari lo creyó en ese momento porque el animal le rugía y la veía con una tremenda ferocidad, como si supiera que ella pretendía hacerle daño a su ama. Por que sí, por mucho que Nefertari se había esmerado en negarlo, sí le haría de daño a Winter.

—¿Qué hace aquí? —preguntó la muchacha, ceñuda. Su lobo continuó gruñendo y a éste se le unió el otro que permanecía al otro lado de Winter—. Shana, Onni. Paren —ordenó a sus lobos. Estos dejaron de gruñir de inmediato, pero continuaron con los feroces ojos clavados en Nefertari, como si la retaran a hacer un movimiento brusco.

Si Nefertari era sincera, los lobos la estaban intimidando. No formaba parte de sus planes ser desmembrada por unos animales furiosos y de verdad no quería tener que enfrentarse a uno de ellos. Se aclaró la voz y ensanchó su sonrisa.

—Solo vine de paso —mintió—. Quería agradecerles a ti y a tu padre por todo el apoyo que me han brindado estos últimos días.

—Ah —dijo mientras se ponía de pie y se sacudía la tierra del vestido y la capa—De nada, supongo. —Winter miró a sus lobos con suspicacia y el corazón de Nefertari comenzó a bombear más deprisa, temiendo que sospechara algo.

Tenía que actuar más deprisa antes de poner en alerta a Winter ya que Nefertari sabía que la muchacha era alguien sumamente poderosa como para tener bajo su control a dos lobos, y no solo eso sino también tener su lealtad. Muy pocos faes lograban tener esa clase de lazo con los animales, por mucho que éstos pudieran influir en sus acciones. Sin embargo, apesar de que a Nefertari le gustaba alardear de su buen control, esta vez se sentía bastante nerviosa. No porque no pudiera hacerlo, sino porque no quería.

Uno de los lobos comenzó a rodearla, avanzando a paso lento y con la cabeza algo gacha.

»¿Y mi papá? —cuestionó Winter. Definitivamente comenzaba a olerse algo. Tal vez pasar tanto tiempo con animales le había hecho desarrollar un sexto sentido al igual que ellos.

—En casa. Hablé primero con él.

—Ah —repitió. El otro lobo ya la había comenzado a rodear también, era cuestión de tiempo para que se abalanzaran contra ella—. Bien. Si eso es todo...

Winter corrió con velocidad hacia la salida, con uno de sus lobos escoltándola mientras el otro atacaba a Nefertari.

—Vitalis —murmuró Nefertari y el lobo que se había dispuesto a atacarla salió volando por los aires y se golpeó contra una de las paredes de la cueva.

—¡No! —gritó Winter y se detuvo.

Gran error.

Miró a Nefertari con aprehensión y luego a su lobo con cierta inquietud, como si por un momento temiera que éste hubiese muerto. En una milésima de segundo su mirada se tornó sombría y sacó una daga de hoja fina envuelta en un pañuelo alrededor de su cintura.

La atacó con inmensa rabia, blandiendo la daga en alto dispuesta a apuñalar cualquier parte del cuerpo de Nefertari. La mujer logró esquivar por un pelo la daga que iba directo a su corazón. Winter emitió un gruñido de frustración y sin perder tiempo la embistió nuevamente. Estaba colérica, fuera de sí, su rostro estaba rojo de ira.

Fue un ataque sincronizado. Winter y su otro lobo atacaron por los dos flancos. Winter le hizo un profundo corte en el antebrazo y el lobo fue directo a su cuello, pero al menos ese sí logró esquivarlo. Ambos se dispusieron a un nuevo ataque. Nefertari levantó una mano para inmovilizar a la muchacha, que quedó estática al igual que había sucedido con su padre minutos atrás. El lobo se proponía a atacarla una vez más, pero Nefertari susurró con rapidez otro hechizo:

—Intermissum. —Las chispas azules nuevamente brotaron de su collar.

Por toda la cueva se escuchó un aullido lastimero y el inquietante crujir de un hueso. El lobo estaba tendido en el piso con una de sus patas quebrada, formando un ángulo extraño. Nefertari quería llorar, sintió que se iba a quebrar en ese justo momento. Jamás había sido su intención hacer tanto daño. Pero había llegado ahí con un objetivo: detener la maldición de su hijo, y a pesar de todo el daño colateral que ya había causado no se iba a detener. Terminaría lo que había venido a hacer.

Se tragó el nudo en la garganta y se obligó a cerrar su corazón de cualquier tipo de emoción. Solo podía pensar: «Lo tengo que hacer. Es lo necesario».

—¡Shana! —sollozó Winter, inmóvil pero con los ojos rojos. Enfocó su mirada en Nefertari. A diferencia de ella, todas sus emociones estaban en la superficie: ira, traición, preocupación—. Nosotros confiamos en ti ¿y tú nos sales con esto? Eres una mierda traicionera.

—Lo siento mucho —se disculpó—. Es lo que tengo que hacer.

—¿Lo que tienes que hacer? —se burló de forma valerosa—. Esa es la excusa más patética que he escuchado.

Nefertari no dijo nada porque tal vez sí era una justificación patética. Tal vez había sido cobarde al no buscar otras soluciones, tal vez el miedo la consumía y la estaba obligando a hacer cosas monstruosas. Tal vez la maldición también la había alcanzado a ella...

Extendió sus manos en dirección a Winter. Su collar emitió chispas azules que comenzaron a rodear el cuerpo de ésta, y con lágrimas en el rostro comenzó a pronunciar el conjuro que sumiría a Winter en el más profundo de los sueños:

Hac nocte in altum et fugit carpe.
Conscious; sed usque manet et non agere.
Sanguis tuus erit spissior et tempus prohibere.
Eaque faciam quae magis.

Winter de repente cayó. Su cabeza se golpeó contra el piso terroso y duro; el golpe hizo eco por toda la cueva. Nefertari cayó sobre sus rodillas y comenzó a llorar a moco tendido. Se sentía como la peor persona del mundo. Había traicionado a su amigo y había condenado a una chica a una eternidad de soledad. En su afán por salvar a su hijo, había destruido una familia y también había encadenado su alma a la oscuridad.

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