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13. El plan en marcha.

—¡Hasta que por fin vienes! —musitó Nolan, golpeando con dramatismo la mesa.

Alexandret acababa de ingresar a la cocina, tan campante como si en realidad su cabeza no fuera un torbellino de emociones e ideas. Tomó asiento en el taburete contiguo a Lee dentro de la ajetreada habitación.

—Lo siento, me distraje con un asunto importante.

Lee arqueó una ceja. Alexandret entendió perfecto la burla, su mirada decía: ¿En serio? ¿No pudiste buscarte una excusa menos patética? Pero la verdad era que su cabeza no daba para más y además, si lo pensaba detenidamente, sí había tenido un asunto que tratar. Quizá nada sumamente prioritario, tal vez era algo más... interno, pero de igual forma importante y complicado.

Alexandret no sabía qué pensar y las palabras de Thomas Daft seguían rebotando en lo recóndito de su mente: «La corte de los Dotados puede ser más despiadada que la guerra en sí». El muchacho se preguntó qué tanto de razón tendría Thomas al afirmar eso. Había estado temiendo tanto una guerra, pero al parecer había posibilidades aún más peligrosas.

—Está pensando mucho —habló Nolan al ver que Alexandret no decía nada. El príncipe se había quedado inmóvil, mirando fijamente el vacío sin siquiera percatarse de que sus amigos le habían hecho una pregunta. Alexandret sacudió la cabeza, manteniendo a raya sus pensamientos, y se enfocó en sus amigos, los cuales estaban cuchicheando descaradamente—. Tengo un mal presentimiento.

—También yo —concordó Lee mientras lo veía como bicho raro—. Alexandret, sea lo que sea que estés pensando dínoslo de una buena vez para que así podamos decirte que no.

Alexandret recuperó el habla.

—¿No les he dicho nada y ya se están negando?

Lee se encogió de hombros.

—Por la cara que tienes, sé que no vienes a proponernos algo bueno.

Alexandret, indignado, miró a Nolan en busca de apoyo, pero Nolan asintió secundando a Lee.

—¿Qué pasó con lo de "en las buenas y en las malas"? —actuó, haciéndose el ofendido—. ¿Soy un chiste para ustedes o qué? Creí que habíamos prometido apoyo incondicional.

—Bájale dos rayitas a tu discurso de esposa que cacha a su marido con su amante —replicó Nolan con una sonrisa—. ¿Y dices que yo soy el dramático?

Alexandret esbozó una sonrisa burlona.

—De alguien lo tuve que haber aprendido ¿no? —contraatacó. Tomó el cuchillo que estaba junto al pan y se acercó una mermelada de zarzamora—. ¿Almorzaron sin mi?

—Sí, ya hacía hambre —confesó Lee. Acto seguido, se enderezó en el banco y miró a Alexandret con seriedad—. Basta de ganar tiempo, dinos de una buena vez lo que planeas.

Alexandret se pasó su bocado de pan y dijo:

—Hace una semana hablé con mi tío y me dijo que los Monte Ruiz podrían estar buscando la piedra de Cumbria.

—¿La piedra de Cumbria? —repitió Nolan después de soltar una risa absurda—. ¡Vamos, Alexandret! Sabes tan bien como yo que eso es solo un mito, una historia de niños.

—¿Pero y si no lo es? ¿Y si solo se nos inculcó eso para que no buscáramos?

—Entonces sus buenas razones han de haber tenido —interfirió Lee—. La piedra fue desaparecida por una buena razón. Quizá encontrarla sea más perjudicial que darla por perdida. Además, ésta dividida en tantos fragmentos que de seguro es prácticamente imposible... —Se calló de golpe y su mirada se tornó aprehensiva—. No me digas que planeas buscarla.

—Escúchenme, por favor —pidió Alexandret, pero Lee ya estaba negando con la cabeza.

—No, no, y no. La piedra está perdida o no existe y punto. Deja de querer crear más alboroto del que ya hay.

—Déjalo hablar —intervino Nolan—. Escuchemos lo que tiene que decir y después tomaremos una decisión.

Alexandret le agradeció a Nolan con la mirada, dejó su pan en un plato que tenía en frente y se aclaró la voz. Esa reacción por parte de Lee era algo que ya se esperaba, sin embargo, ésta era su oportunidad para convencerlos.

—Sé que la existencia de la piedra de Cumbria suena irreal, yo mismo estoy desconcertado ante la posibilidad, pero si los Monte Ruiz de verdad están buscando los fragmentos, entonces sus muy buenas razones han de tener —habló con convicción—. Si tienen tanta fe en un objeto que lleva años desaparecido, es porque están desesperados por probar su poder, porque lo necesitan.

—Lo necesitan para atacar Macrew, ¿no es así? —preguntó Nolan con el temor reflejado en sus ojos cafés.

Alexandret asintió.

—Sí, y si las leyendas son ciertas, entonces no dudo ni por un segundo que logren conquistar el reino. Si son ellos quienes encuentran la piedra de Cumbria, entonces todos estaremos en peligro.

—¿Y cómo sabe tu tío que la buscan? —preguntó Nolan entre susurros. No podían arriesgarse a ser escuchados por nadie y por esa razón se habían inclinado un poco sobre la mesa para cerrar distancias—. Hasta donde me quedé, el soldado que había logrado infiltrarse con los Monte Ruiz fue descubierto y asesinado. Colgaron su desfigurado cuerpo en el centro de la ciudad de Cumbria para que no hubiera dudas.

Alexandret se estremeció ante la grotesca imagen del hombre, el cual presentaba cortes y quemaduras por todo el cuerpo, y un rostro de agonía que el muchacho veía imposible de olvidar. Apartó esa imagen de su mente.

—Ese mismo soldado se los informó mediante una carta antes de que fuera descubierto —comentó.

—¿Y si solo fue un engaño? —cuestionó entonces Lee—. ¿Qué pasa si ya lo habían descubierto y lo obligaron a escribir eso? Así seriamos nosotros quienes perderíamos el tiempo buscando un objeto que en realidad no existe.

—No, no lo creo —se negó Alexandret.

—¿Y si sí? —rebatió Lee. Sus ojos rebosaban determinación, pero Alexandret también estaba muy decidido. Su mirada mostraba inflexión, sin una pizca de duda.

—La piedra de Cumbria existe y fue dividida, eso lo sabemos.

—Eso dijiste —contraatacó Lee con dureza—. Perdona si estoy siendo muy franca, pero tengo que hacerte entender. Tú fuiste quien nos dijo que la piedra de Cumbria había sido dividida.

—Mi madre me lo dijo.

—Sí, ¿y cómo saber si dijo la verdad? —inquirió con frustración, pero a pesar de su duro interrogatorio la determinación de Alexandret no flaqueaba—. ¿Y si solo te lo dijo porque es la historia que a un niño le habría gustado escuchar?

—No. La piedra existe y de eso no tengo la menor duda —replicó Alexandret sin titubear—. A mi madre le encantaba contarme la historia de la piedra de Cumbria y siempre terminaba diciéndome que un Elvish podía encontrarla. ¿Y si es cierto? ¿Y si sí puedo encontrarla?

—Si solo un Elvish puede encontrarla entonces no debemos preocuparnos porque eres el único que queda —obvió Nolan y esa afirmación estrujo el corazón de Alexandret. Si bien era cierto, ser el único de su familia que quedaba lo hacía sentir sumamente solo—. Lo lamento —se disculpó de inmediato al ver el semblante afectado de Alexandret.

El príncipe luchó por recomponerse.

—No es nada —se obligó a decir—. Y, volviendo al tema, no dije que solo un Elvish puede encontrarla. Me refiero a que creo que los sueños que tenía sobre la piedra de Cumbria se deben a mi apellido, y supongo que es a lo que se refería mi madre, pero hay otros métodos para buscar los fragmentos.

—¿Cómo cuáles? —se interesó Lee.

—Estuve investigando y hay formas de inducirte en un estado de semi consciencia que te permite adentrarte en un plano astral diferente al que estamos, para buscar objetos o personas.

—Sí, algo he escuchado de eso —dijo Lee—. Pero es peligroso.

—No tanto si hay alguien poderoso que pueda regresarte a la realidad. —Alexandret tenía que minimizar los riesgos de su plan. A pesar de que sabía que sí era muy peligroso adentrarse en otro plano, tenía que convencerlos de que todo podía ser perfectamente seguro.

—¿Qué es lo que tienes en mente, Alexandret? —inquirió Nolan, viéndolo con el ceño fruncido. Probablemente comenzaba a juntar las piezas y ya se había formado una idea de lo que pretendía Alexandret.

—Necesito buscar la piedra de Cumbria, ¿estamos de acuerdo? Que los Monte Ruiz la encuentren es mucho riesgo para el reino.

—Entiendo...

—Pero no puedo esperar a tener uno de esos sueños porque no los he tenido en años. —Aquellos sueños en los que veía los fragmentos de la piedra de Cumbria habían desaparecido a los 8 años, reemplazados por las constantes pesadillas de su tiempo en cautiverio. Desde entonces Alexandret sólo tenía sueños desagradables y, aquellas noches que no tenía pesadillas, no recordaba en absoluto sus sueños—. Así que estuve pensando y la única forma de tener una pista sólida sobre uno de los fragmentos de la piedra de Cumbria es adentrándome en otro plano astral.

—¿Qué? —brincó Lee—. Alexandret, acabo de decir que eso es muy peligroso. Muy.

—No creo que sea buena idea —la apoyó Nolan.

—Bajen la voz —pidió el príncipe—. Y sé que es un poco riesgoso, pero al menos debo intentarlo.

—Pero puedes quedar atrapado ahí. No volverías —objetó Lee.

—Es un riesgo que conozco y estoy dispuesto a correr.

—Pero yo no —se negó Lee y se levantó de la mesa. Alexandret se puso de pie con rapidez y le cortó el paso.

—Por favor, necesito su ayuda.

—Alexandret, puedes morir —murmuró mientras sus ojos cafés se cristalizaban con el preludio de unas lágrimas.

—Quizá debas pensarlo más tiempo —sugirió Nolan, pero ésta vez fue el turno de Alexandret de negarse.

—Ya lo pensé, lo estuve pensando toda la semana —aseguró. Sus ojos azules mostraban un fuego de determinación—. No es una decisión que haya tomado a la ligera y sé que es pedir mucho, pero ustedes son los únicos que pueden ayudarme.

—Pero... —comenzó Nolan.

—Por favor. Los necesito —suplicó.

Lee y Nolan intercambiaron miradas serias y Alexandret los pudo leer tan fácilmente como si pudiera ver dentro de sus pensamientos; no les gustaba la idea, pero lo ayudarían. No había forma de que lo dejaran enfrentarse solo a eso.

—Bien, ¿qué tenemos que hacer? —preguntó Nolan.

⚜️

—¿Con esto será suficiente? —cuestionó Nolan mientras vaciaba la última bolsa de hielo sobre la bañera.

En el baño del dormitorio de Alexandret, donde nadie los molestaría y donde tendrían tiempo de sobra para llevar a cabo su plan, estaban los tres muchachos, dos de ellos nerviosos y otro inquieto por consumar su idea. La ventana estaba abierta y por ella entraban heladas ráfagas de aire que hacían ondear con ímpetu las cortinas azul marino; las velas se mantenían encendidas a duras penas mediante un hechizo. Dentro se respiraba el nerviosismo y las ansias, mezclado con el aroma a lilas que ayudaría a poner en estado de transición a Alexandret.

—Sí, eso creo —verificó Alexandret al ver la bañera a rebosar de hielo. Contuvo un estremecimiento al imaginar el helado frío recorrerle los huesos y cortarle la respiración. Sería una agonía, pero sin duda valdría la pena.

—¿De verdad es necesario que tengamos la ventana abierta? —bufó Lee mientras dejaba el libro de hechizos en una pequeña mesita junto a la tina—. Me estoy muriendo de frío y eso que no entraré a una tina llena de hielo.

—Es lo mejor. Tenemos que hacer que mi temperatura descienda tanto como sea posible.

—Juro que si te da una neumonía o algo peor... —comenzó con preocupación.

—No pasará —aseguró Alexandret con toda la confianza del mundo—. ¿Listos?

En señal de afirmación, Nolan tomó el libro de hechizos, ya que sería él quien pronunciara el conjuro para llevarlo y traerlo de regreso. Lee se estrujó las manos con nerviosismo, y Alexandret se quitó la capa y los zapatos. Tomó aire y se sumergió en la tina.

El hielo picado se desbordó de la bañera a medida que el cuerpo de Alexandret se iba hundiendo más en ella. Alexandret sintió como se le cortaba la respiración y como su cuerpo se tensaba ante las condiciones extremas. Todas sus extremidades empezaron a doler mientras Alexandret apretaba los dientes y cerraba los ojos, obligando a su cuerpo a acostumbrarse al hielo.

—Hasta que nos veamos —musitó Nolan.

Solo se despedían de esa forma cuando alguno pensaba hacer algo estúpido e imprudente. Era su «buena suerte» o «rómpete una pierna». Una forma de asegurarse mutuamente que las cosas saldrían bien.

¡Y vaya que Alexandret necesitaba esas palabras!

—Hasta que nos veamos —respondió a duras penas entre temblores.

Nolan pronunció el hechizo, aquellas palabras que Alexandret había memorizado en la semana. El príncipe vio, a pesar de tener los ojos cerrados, un destello cegador de luz roja a través de los párpados. Sintió como su consciencia lentamente iba dejándolo mientras una especie de sueño abrumador lo embargaba. Poco a poco, fue escuchando más lejana la voz de Nolan y sintió una punzada desagradable en el estómago que le provocó náuseas. El olor a lilas desapareció, reemplazado por el olor a basura acumulada, comida y sudor.

Alexandret abrió los ojos.

Se encontraba en un lugar abarrotado de gente con un cielo impresionante que contrastaba con la oscuridad que se podía percibir en el lugar. Había tantas cosas raras que de inmediato supo que ese no era un lugar común.

—¿Alexandret? —le llegó la voz de Lee, y, en su desorientación, el muchacho giró sobre sus talones para encontrar a su amiga—. ¿ALEXANDRET? —retumbó la voz una vez más en su oído, pero ésta vez mucho más potente, ensordecedora, y con un toque de pánico.

—¿Qué? —cuestionó con enfado mientras se tallaba el oído.

—¿Te sientes bien?

—Sí, eso creo. Un poco mareado.

—Seguro que se te pasará en cuestión de segundos —lo tranquilizó.

—¿Qué es lo que ves? —preguntó entonces Nolan.

Alexandret giró sobre sus pies, estaba a punto de describir aquel peculiar lugar, pero algo captó su atención periférica. Alguien. Era una muchacha de largo cabello castaño y orejas puntiagudas que se le hacía muy familiar. Arrugó el ceño y fue tras ella, olvidándose por completo de su propósito.

—Alexandret, respóndeme —pidió Nolan después de unos segundos—. ¿Dónde estás?

—No reconozco el lugar —contestó mientras esquivaba unas cuantas personas, sin recordar que no se hallaba físicamente en ese lugar y, por tanto, nadie podía tocarlo o verlo—. Hay mucha gente y es un espacio abierto.

—De acuerdo, ¿qué más ves?

—A... ella.

La siguió hasta un rincón del mercado, donde había un gran espacio vacío que se quedó mirando con cierto anhelo en la mirada. Alexandret se dio cuenta de que la chica tenía unos ojos preciosos, los más bellos que él había visto en su vida, y que eran tan particulares que solo podían pertenecer a una persona.

Pero eso no podía ser ¿o si? Porque la muchacha que solía jugar con él de niño debía tener unos treinta años, pero su rostro no reflejaba ningún paso del tiempo. Cierto que su condición como hada la hacía envejecer mucho más lento que una persona común, pero, aún así, todo en ella era exactamente igual a como Alexandret recordaba. Todo excepto sus ojos. Su mirada había cambiado porque donde antes destellaba la alegría y la esperanza, ahora había lágrimas y también cierta amargura. Alexandret se acercó un poco más para verla de cerca.

—¿Ella? ¿De quién demonios hablas? —preguntó Nolan con desconcierto.

—Su pulso está bajando —escuchó decir a Lee, pero su voz sonó tan distante que no le tomó importancia.

Se escucharon algunos gritos y groserías a la distancia, no obstante, Alexandret estaba tan ensimismado en la muchacha que poco le importó. Estaba tratando de recordar su nombre, sin embargo, su mente se iba tiñendo con rapidez de unas sombras que le dificultaban el pensar con claridad.

Alexandret comenzó a sentir como se desvanecía dentro del mundo, como perdía control de sus pensamientos y extremidades. Sintió como si lo fueran succionando de su realidad. Y luego, todo se volvió oscuridad.

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