10. El pasado se lava con sangre.
Ni los cinco días que llevaba caminando entre ese vendaval habían servido para que calmara sus violentos pensamientos, o para que su sangre dejara de hervir ante el pensamiento de Nefertari Elvish, o para que se retractara del juramento que había hecho cegada por el dolor. Los días tampoco habían servido para que el nudo en su garganta se destensara, o para que el recuerdo de su padre fuera menos doloroso. Por el contrario, cada día dolía más, cada día era un recordatorio más sólido de que no volvería a verlo jamás, que ya no escucharía sus sabios consejos ni sentiría sus cálidos abrazos. Que ya lo había perdido y que no volvería.
Winter negó con la cabeza y apartó esos pensamientos. Sabía que la única forma de sobrevivir a eso, la única forma de consumar su venganza, era no pensar. No pensar en su padre, no pensar en lo que había visto al despertar o los motivos de la reina para hacer eso. Solo no pensar. Mantener la mente en blanco. La vista enfocada. No se podía permitir pensar porque en el momento en que lo hacía, las dudas la atenazaban. ¿Qué tanto se merecía Alexandret la muerte?, por ejemplo. Ella no estaba segura y las conversaciones entre sus padres que había escuchado a escondidas, tampoco resultaban muy convincentes. Siempre Nefertari terminaba la plática con un: «es un niño bueno, pero carga dentro de sí una muy grande oscuridad. No es su culpa».
Sin embargo, a pesar de las palabras de la que había sido reina, Winter no estaba convencida de ese argumento. ¿No se suponía que dentro de cada uno había oscuridad y en eso consistía la parte de la moral? ¿En ser bueno aún cuando eso es lo más difícil? ¿Entonces por qué justificaba sus acciones tras ese argumento inválido? ¿Por qué se esforzaba tanto en convencerlos de que Alexandret no tenía opción?
Winter continuó avanzando trabajosamente entre las profundidades del bosque. La espesa capa de nieve le llegaba a la altura de las rodillas a pesar de que la muchacha era muy alta. Sus pies ya estaban helados y mojados, y maldijo no ser un hada de sangre pura. En realidad nunca se había quejado de sus orígenes, lo había aceptado bien aún cuando los demás no lo hacían, sin embargo, de haber sido hada de sangre pura, ahora mismo no estaría tiritando y temblando sin control. Tampoco era que pudiera quejarse, ya que su parte feérica era lo que impedía que le diera una neumonía y cayera ahí mismo, muerta en medio del bosque. Se estremeció ante la idea de esa muerte tan trágica porque uno de sus peores miedos era morir sola, le aterraba la idea de no poder ver un rostro conocido en sus últimos momentos.
«Para ya con tus ideas macabras», se regañó.
Sacudió la cabeza mientras pensaba que el origen de esos pensamientos eran provocados por el clima impetuoso y también por las ganas que tenía de probar comida que no estuviera cruda o a medio coser. A causa de la cantidad de días que llevaba recorriendo el bosque, el cual era llamado la "Bóveda del Infierno", debido a que en las profundidades habitaban los dragones, Winter había tenido que cazar cualquier animal que viera rondando y encender una fogata para tratar de cocinarlo. No obstante, con frecuencia las ráfagas de viento eran tan violentas que solían apagar el fuego en cuestión de segundos.
La ira y la sed de venganza, que parecían nublar sus pensamientos desde el día en que se había despertado en ese baño de sangre, fueron su motor para que continuara caminando por el frondoso bosque de tonos blanquecinos y azulados, apreciando la belleza de éste a pesar de que llevaba días atravesándolo y estaba agotada. Sin embargo, estar rodeada de vegetación, de alguna forma, la hacía sentir en paz y relajada, quizá debido a su parte angelical colisionando con su parte feérica.
Entrecerró los ojos mientras trataba de ubicar a sus dos lobos guardianes, aquellos animales que habían aparecido de la nada el día de su nacimiento y que, desde ese momento, no se habían separado de ella y le habían mostrado su lealtad incondicional. Recordaba haberle preguntado a su madre sobre ellos y como ésta le había dicho que estaban ahí para cuidarla y luego le había explicado que la magia feérica en su sangre los había llamado, y que eso era algo que solo los faes más poderosos podían hacer.
Winter no le creyó. Lo que sí creía era que sus lobos estaban ahí para cuidarla, que no la abandonarían mientras ella los necesitara y que eran su única compañía ahora que estaba sola. La única familia que le quedaba.
Una ráfaga de viento la azotó, por lo que se tuvo que detener momentáneamente mientras se cubría el rostro con ambas manos y entrecerraba sus ojos. Sus alas se enroscaron en su cuerpo para protegerla y la capucha de su raída capa color canela cayó hacia atrás, haciendo que su cabello, castaño oscuro y lacio, ondeara como si de una bandera se tratase. Cuando el viento hubo cesado, Winter reanudó su caminata con su cabello, que le llegaba hasta la cintura, completamente enmarañado.
—Shana, Onni, ¿dónde diablos se habían metido? —exclamó al ver a sus dos lobos blancos caminar junto a ella. Shana, la más noble de los dos, le aventó el conejo que tenía entre los dientes como señal de paz.
«No te enojes», Winter pensó que decía con ese gesto y luego se rió de sí misma porque comenzaba a pensar que tantos días sola empezaban a pasar factura.
—Todo tuyo —dijo y la loba no dudó en volverlo a tomar y despedazarlo con sus afilados dientes—. De todos modos, por la cantidad de días que hemos caminado, creo que estamos a punto de llegar.
Winter estaba en lo cierto. Tras dos horas más de viaje, el bosque fue perdiendo follaje, los árboles se hicieron cada vez menos frondosos y la capa de nieve era cada vez menos densa. Entonces vislumbró a lo lejos los altos edificios y escuchó los relinchos de los caballos, y le fue imposible contener un gemido de alivio. Finalmente había llegado.
Se agachó para quedar a la altura de los lobos y así tener una clase de despedida, pues sabía que si los veían por la ciudad, alguien indudablemente querría matarlos y usar sus pieles como abrigos.
—Tendrán que quedarse aquí —les indicó. Onni soltó un aullido lastimero—. Lo siento, pero no me arriesgaré a que les hagan daño.
Les dio una última caricia y se levantó para dirigirse sin vacilación hasta la entrada de la esplendorosa ciudad. Antes de alejarse mucho, echó un último vistazo hacia sus lobos, que ya se perdían dentro de la profundidad del bosque, confundiéndose con los tonos blanquecinos de éste. No se preocupó por ellos, pues sabía que eran lo suficientemente inteligentes para cuidarse por su cuenta y tampoco porque, de alguna forma, estaba segura de que los vería de nuevo. Sin embargo, sintió una leve punzada de nostalgia en su pecho al tener que dejar ir lo que quedaba de su pasado.
Soltó un suspiro y miró detenidamente la valla de seguridad de aproximadamente tres metros que rodeaba la ciudad más fortificada de Macrew; la Ciudad de Cumbria. Winter se dirigió a la entrada, vigilada por varios soldados que controlaban el ir y venir de la gente, y se formó en la pequeña fila.
—¡Pero mira cómo vienes, niña! —habló una señora a sus espaldas—. ¿Estás perdida?
Winter se giró y se encontró con una mujer refinada y de aspecto elegante. Vestía un vestido verde de pronunciado escote y una capa gris que, Winter intuyó con repulsión, era piel de lobo. Su cabello estaba recogido en un alto y ostentoso moño adornado con una decena de piedritas verdes y un broche de esmeraldas que hacía juego tanto con su vestido como con su collar y aretes.
—En realidad... —musitó Winter, sin saber que responder. ¿Estaba perdida? Eso dependía del contexto en que se lo preguntaran.
La fila avanzó y Winter, aún de espaldas, también lo hizo. O al menos intentó hacerlo, porque el movimiento le salió mal, sus pies se le enredaron y tropezó hacia enfrente. La señora la sostuvo. Parecía ser amable, por lo que Winter se sintió mal de robarle el broche de oro con esmeraldas que llevaba como adorno de su elaborado peinado.
—¿Vienes a buscar empleo? —preguntó la mujer, una vez que la hubo ayudado a incorporarse. Su tono oscilaba entre lástima y compasión.
—Yo...
—¿Hablas español?
Winter se molestó un poco. ¿Cómo quería que hablara si ni siquiera le dejaba terminar de formar una oración? La muchacha reunió toda su paciencia, que admitía que no era mucha, y se dispuso a hablar una vez más, pero su voz fue interrumpida por una tercera:
—Damara, ¿qué haces hablando con esta mestiza? —inquirió con molestia una señora que se acercó hasta la otra mujer y se detuvo, procurando mantener una buena distancia entre ella y Winter.
La muchacha arqueó sus cejas perfectamente perfiladas. No le molestaba que la llamaran mestiza, eso era a fin de cuentas. Lo que le molestó fue el tono despectivo con que había pronunciado la palabra, como si por el hecho de ser híbrida Winter no mereciera respeto.
—Es que parece desorientada —defendió la que se llamaba Damara, mirando a Winter de reojo.
El cabello de Winter caía a ambos lados de su rostro, por lo que sus orejas puntiagudas quedaban ocultas, sin embargo, sus ojos eran mucho más difíciles de disimular y eran lo que la había delatado frente a la señora: uno azul gélido semejante a el cielo en un día despejado, heredado de su padre que era fae; y otro dorado similar al oro líquido, un color sobrenatural e intenso heredado de su madre, y el color de todos los nefilim. También estaban, claro, las enormes y hermosas alas que asemejaban un cielo estrellado. Las pudo haber ocultado, lo sabía bien, sin embargo, no estaba acostumbrada a ocultar su naturaleza feérica y, además, se había sentido tan extasiada al atisbar los primeros destellos de la ciudad, que se había olvidado por completo de hacerlo.
Sus alas habían sido un buen armazón en el bosque, para protegerla del frío, pero, aparentemente, en la ciudad no le servirían de mucho. Winter tuvo que aceptarlo con pesar al ver la mirada recriminatoria de la señora.
—¿Y eso qué? —preguntó la señora con repulsión—. Tan solo mírala. Salta a la vista que sus padres fueron dos personas sin moral. ¡Un nefilim con una hada, que atrocidad!
Winter casi se atragantó por la impresión que esas palabras le provocaron. Sabía que se encontraría a gente con la misma clase de pensamiento que la señora que tenía enfrente. Sabía que ahí, en la ciudad, se tendría que enfrentar a siglos de prejuicios sobre la pureza de los nefilim y tendría que soportar comentarios hirientes sobre como su madre (que todos suponían que era el hada) había hechizado a su padre. No obstante, en medio de la aceptación que todo eso suponía, apareció la negación y la furia. No, no tenía que soportarlo. Y no lo haría.
—¡Siguiente! —ordenó uno de los soldados y la fila avanzó un poco más.
Winter esbozó una sonrisa que no era amigable, ni tierna, ni mucho menos de disculpa. Una sonrisa que, indudablemente, denotaba arrogancia y quizá una pizca de peligrosidad.
—No sé por qué está hablando de mi como si me importara su opinión o como si alguien se la hubiera pedido —agitó sus alas con descaro—. ¿No le gusta lo que ve? Bien, dese la vuelta e ignore el hecho de que el mundo no necesita su aprobación.
La mujer se quedó boquiabierta y la otra pareció temer que ahora Winter arremetiera contra ella, así que, a pesar de las ganas que se le veían de añadir algo más, permaneció callada. Winter avanzó un poco y luego se giró una última vez hacia las señoras, emitiendo un gruñido de frustración.
»Por cierto —añadió después de escuchar los pensamientos de la señora mediante el poder de telepatía con que nacían todos los nefilim—, mi madre era la nefilim y mi padre el fae. Así que deje de pensar que mi madre era, y la citó; "una lagartona que buscaba estatus".
Tras esa última declaración y de una pequeña exclamación de sorpresa de parte de la señora, Winter pudo terminar el recorrido en paz, con una sonrisa cruel plasmada en su rostro.
⚜️
Finalmente Winter se colocó frente a la pequeña torre de control. A pesar de que ahí habían cuatro soldados, solo uno parecía estarse encargando de el Identificador, o, como solían llamarlo en la aldea en la que Winter vivía, el controlador de bebés.
Winter tendió su dedo índice al soldado, quien la miró con desdén y clavó un alfiler en la yema de éste. La gota de sangre cayó sobre un trozo de pergamino, dispuesto sobre una mesa, y una serie de letras aparecieron escritas en tinta negra como por arte de magia.
Nombre: Winter Geissman.
Especie: Híbrida (mitad fae y mitad nefilim)
Edad: 18 años.
Rol: Desempleada.
Reino: Macrew.
Residencia: Aldea Forest.
Antecedentes criminales: Negado.
Esa era la clase de información a la que Winter estaba acostumbrada cuando pasaba por el Identificador, durante los registros anuales que se hacían en su aldea, pero, debajo de eso, otras letras aparecieron en mayúsculas y con tinta roja. Dos palabras que helaron la sangre de Winter y la hicieron estremecerse.
Estado: Muerta
El soldado frunció el ceño y volvió a pinchar la yema de su dedo, sin embargo, los datos fueron los mismos. Winter, atónita, se quedó viendo el pergamino como si esperara que esa palabra desapareciera igual de rápido que como había aparecido.
—Que raro... —musitó el soldado y Winter quiso decirle que ella estaba tan desconcertada como él, sin embargo, las palabras murieron en sus labios entreabiertos ya que aún estaba demasiado extrañada como para hablar—. ¿Cómo es esto posible? —le preguntó.
—Yo... no lo sé —confesó Winter, alzando la vista para encararlo—. Debe tratarse de un simple error.
Y fue justo en ese momento, mientras pronunciaba eso último, que comprendió lo que había pasado. Las palabras que el Dotado le había susurrado al despertarla, retornaron y, por primera vez, significaron algo dentro de la brumosa cabeza de Winter. Tomaron forma y esta vez se negaron a ser ignoradas. Y mientras comprendía porqué el Identificador, que jamás se equivocaba, había cometido ese error, la sangre le comenzó a hervir, una vez más recordándole su juramento, su venganza.
La razón del porqué ella no aparecía en los registros era que la habían declarado muerta junto con todos los faes que vivían en su aldea porque el rey así lo había querido. El Dotado que la había despertado se lo había dicho, le había dicho que el rey, Robert, hermano de Nefertari, había ido tiempo después a la aldea, tratando de descifrar que era lo que había pasado con su hermana. Al encontrar el cuerpo de Nefertari y no obtener respuestas, se había vuelto loco de ira y había ordenado quemar hasta los cimientos la aldea Forest, por lo que habían levantado barricadas y habían asesinado a todas esas personas. Todo habitante de Forest había muerto... o al menos eso creían.
—¿De verdad esperas que te crea esa contestación tan patética? —inquirió con furia el soldado y la tomó con brusquedad del brazo, devolviéndola a la realidad—. El Identificador jamás se equivoca, así que no puede tratarse de un "simple error".
—Pues es su estúpida magia la que está averiada o yo que sé —soltó Winter a la defensiva—. Ustedes, los que se piensan superiores, siempre buscan a alguien que culpar por sus problemas.
El soldado afianzó su agarre y Winter profirió un quejido bajo.
—Está va a ser la primera y última vez que te lo pregunte —le advirtió con la mandíbula tensa—: ¿quién demonios eres?
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