Capítulo 4: Intercambio
Decisiones. La vida es un conjunto de decisiones que tomamos en una fracción de segundo. Puede tomarnos más o menos llegar a esa decisión, pero cuando la tomamos, es rápido. Hay quienes nunca llegan a decidir, y es el tiempo quien decide por ellos. A veces, esa fracción de segundo es la diferencia entre tomar tus propias decisiones o dejar que otros las tomen por ti.
Es difícil percibir esa diferencia. Porque creemos ser dueños de nuestra vida, cuando en realidad alguien más guía nuestros pasos. Como el títere con hilos transparentes que solo si refleja la luz puede ver que alguien controla sus gestos.
Da miedo tomar decisiones, es cierto. Porque una errónea puede cambiarte para bien o para mal, ¿verdad? No sabemos lo que ocurrirá, pero quizás el problema está en el resultado y no en la elección.
¿Por qué escogemos uno u otro? Pregúntate eso, y cuando tu elección derive a un resultado nefasto, responde: ¿habría sido mejor la otra opción, o escogiste esta porque la otra no era de tu agrado? ¿Preferirías que alguien hubiese tomado esa decisión por ti?
Somos títeres con hilos transparentes, que avanzamos por el mundo tomando decisiones estables que aportan seguridad, sin darnos cuenta de que, al cortar los hilos invisibles, lo más probable es que caigamos. Es una decisión difícil y dolerá, seguro lo hará. Pero sin esos hilos invisibles, créeme, es más fácil levantarse, correr y saltar.
Puede parecer que tomamos malas decisiones, pero tal vez son solo los hilos invisibles que ya no nos sujetan. Quizás podemos ponernos de pie y ver que pasa al empezar a caminar.
Lo importante es que esa decisión sea solo tuya.
Delfos,
El templo de Apolo tenía un olor dulce que aportaba tranquilidad de espíritu y cuerpo. Era extraño estar en ese lugar tan lleno de luz y calor, acostumbrada como estaba a lo lúgubre de su morada.
Persephone cerró los ojos y respiró profundamente. Sabía que esto enfurecería a Hades.
― Esto no formaba parte del plan.
La diosa se dio la vuelta en cuanto escuchó la voz de su esposo. Sonrió con satisfacción al ver a su madre junto a él. Era lo más extraño que había presenciado durante toda su existencia. Jamás habría imaginado ver a ambos juntos en un mismo lugar sin intentar matarse.
― Sabía que era una treta, ―aseguró inmediatamente Demeter―, ¿me creías estúpida?
Su enfado marcaba sus rasgos, pero todavía no había matado a nadie al menos. Hades apenas se inmutó ante sus palabras, toda su atención estaba puesta en ella.
Podía imaginar lo que había sucedido, lo que sabía que pasaría. Demeter tenía una fuerte conexión con ella. Se encontrase donde se encontrase, podía percibir su esencia. Solo había una razón por la que no la sentiría; si su condición de ninfa y diosa hubiese desaparecido. Por mucho que Hades le dijese que Persephone había sacrificado su divinidad por la de Poseidón para salvar el mundo, su madre podría saberlo. E igual que pasó antaño, también podía saber dónde estaba. Demeter siempre la tenía controlada, incluso cuando la engañó con Aión. La única razón por la que no lo supo entonces fue por la confianza hacia ella y la percepción de la primavera que Persephone misma le había otorgado a la diosa que le sirvió de señuelo.
Hades lo sabía, pero confió en que Demeter, al percibir a su hija con una divinidad ajena, creería sus palabras y no le quedaría más remedio que ceder. Pero Persephone, aunque conocía a su madre, o precisamente por ello, sabía que la mejor estrategia era no tener una.
― Ya no es una treta ―gruñó Hades, enfadado. Aunque en el fondo Persephone sabía que el dolor era lo que más dominaba sus palabras.
Persephone sonrió.
― Lo siento, mi amor. Tenía que hacerlo. No hay nada que podamos planear que haga que mi madre haga algo bueno por nosotros. ¿No es así, mitera? ―Demeter entrecerró los ojos.
― No voy a caer en esto, estás en Delfos, Apolo es capaz de mucho más de lo que todos pensamos. Tu divinidad...
― Está en el Tártaro ―aseguró Persephone―. Justo donde había estado la de Poseidón.
Demeter miró a Hades, el dios del inframundo estaba enfurecido, y eso no era algo que pudiera fingirse.
― Voy a matar a ese dios mensajero, lo juro... ―gruñó. Persephone se acercó a él, colocó una mano suabe sobre su mejilla.
― No lo sabía, lo he decidido yo misma. Sabía que ella me percibiría, sabía que vería la divinidad de Poseidón. Sabía que, si no veía un acto real, no creería que fuera a hacerlo. Que tú no permitirías que nada me pasara.
Hades cerró los ojos un instante.
―Pues tenía razón. ¿Dónde está Poseidón? No debería haber cedido jamás con este plan, sabía que no era una buena idea.
Persephone pudo notar el matiz angustioso en su voz, miró a su madre, que parecía desconcertada y algo más. Esbozó una sonrisa simple. Sabía qué era ese algo más, duda y miedo, ambos sentimientos mezclados.
― ¿Lo sientes, verdad, mitera?
Hades gruñó, apretando con fuerza mesurada los hombros de Persephone.
― Todos podemos sentir tu humanidad, pequeña conspiradora ―dijo con lo que parecía ser enfado pero que tenía un deje cariñoso inevitable.
Demeter frunció el ceño.
― No. No es solo su humanidad. ―La seriedad sin nota de ironía ni conspiración en su voz fue lo que llamó la atención de Hades finalmente―. Niña inconsciente. ¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar para salvar este maldito mundo?
Persephone sonrió a su madre.
― Por el mundo no, mitera. El mundo podría reducirse a cenizas si con ello lo salvo a él. Sabes que Hades es capaz de todo por mí, pero yo también lo soy por él. Eso es lo que llevo años intentando que comprendas. Has intentado retenerme siempre, pero nunca has comprendido la naturaleza de nuestra unión. De haberlo sabido, te habría resultado muy sencillo mantenerme junto a ti.
― ¿Persephone? ―murmuró Hades.
― Lo siento, mi amor ―susurró con los labios lívidos―. Tenía que hacerlo.
Y Persephone, ninfa de la primavera, diosa y reina del inframundo, se desplomó en los brazos del dios del Hades mientras Demeter dejaba escapar un grito agónico que resonó por todo Delfos.
***
― Esto es una locura.
Ares estaba sorprendido de que esa frase procediera de sí mismo. Se sentía orgulloso de ser quien más locuras había cometido en toda la era del Olimpo, pero esta, sin duda, superaba cualquiera con creces.
― Tiene menos de veinticuatro horas ―susurró Hermes, como si pudiera perturbar el proceso si hablaba más fuerte.
En los últimos veinte minutos, Ares y Hermes se mantuvieron a pocos metros del centro del templo de Apolo, donde Poseidón estaba intentando acostumbrarse de nuevo a su divinidad y la intrusión del puente con la otra dimensión. Apolo estaba concentrado, una luz fuerte emanaba de él, energía que empleaba para subir los cimientos del muro que alzaba en el que fue dios de los mares.
― Esa es mucha energía.
Hermes sopesó un instante las palabras de Ares. Estaban cambiando muchas cosas a gran velocidad. Y parecía que en cualquier momento podría cambiar algo más.
― Espero que Demeter no deje que su orgullo la venza, o estamos muertos ―aseguró Hermes. Ares hizo un ruido afirmativo.
― Creo que nos van a patear el culo de todos modos, Herm. Hemos dejado que su princesita entregue la divinidad de Poseidón, deje la suya en el Tártaro y tome un veneno que la matará en menos de veinticuatro horas. No sé tú, pero lo veo un poco chungo.
Hermes puso los ojos en blanco antes de resoplar. Ares esbozó una sonrisa.
― Por suerte, la torre del oráculo es una zona donde nadie puede entrar sin el permiso de Apolo, y creo que está un poco ocupado en este momento para dejar entrar a nadie.
― Lo que significa que estamos prisioneros aquí arriba, Rapunzel.
Hermes le dedico una mirada de reojo.
― Tu capacidad para los nombres empieza a ser bastante impresionante. Y al mismo tiempo me dan ganas de darte un puñetazo.
Ares suspiró complacido.
―Llevo siglos perfeccionándolo. Es más difícil de lo que parece, Herm. Estoy orgulloso.
―Seguro... ―murmuró más para sí que para nadie más.
Antes de que la conversación pudiera seguir adelante, escucharon un grito agónico que resonó por todo Delfos. Las paredes temblaron ligeramente, y la luz de energía de Apolo vaciló un instante.
― Vaya, creo que ya se ha enterado.
Hermes regresó su mirada al dios de la guerra.
― ¿Tú crees?
***
El dolor empezaba a disiparse poco a poco. Sentía las manos de nuevo, los pies, los brazos... La cabeza dejó de ser un bullicio de gritos y susurros y sus ojos se enfocaron de nuevo. Su divinidad y su poder arrebatado sobre el mar, lo que le devolvió la visión y lo cegó de su naturaleza. Era un dios, pero no el dios de los mares, ya no.
La sensación de regreso la alteró de inmediato otra sensación peor. Algo en su interior seguía luchando, seguía siendo extraño e incómodo. Aunque ya no doloroso. Le permitía moverse mejor, al menos.
― No luches, por favor.
Poseidón alzó el rostro, menos pesado que hace unos segundos, para ver el ceño ligeramente fruncido de Apolo. Permanecía con los ojos cerrados y un aura luminosa rodeaba su cuerpo. Energía acumulada que, se percató, empezaba a envolverlo a él también.
Un muro de energía.
― ¿Vale la pena? ―preguntó con frustración. Apolo abrió los ojos por primera vez. El azul intenso que recordaba a aguas claras de los mares más cálidos.
― Si no alzó el muro, morirás en pocas horas incluso con tu divinidad. O más bien dejarás de existir. Y con ello la otra dimensión nos devorará enteros y dejaremos de existir todos. Creo que sí, vale la pena el esfuerzo ―aseguró, por primera vez, algo irritado. Quizás el cansancio, el despliegue de energía, parte de ella de su hermana, estaban afectando a su paciencia, que parecía ser infinita. O quizás era la influencia del poder de Artemisa.
― Dejar de existir suena mejor que morir. No hay dolor, ni pena. No hay nada ―murmuró―. ¿Para qué tanto esfuerzo para seguir aquí? Nadie te valora, de todos modos.
Apolo pareció sorprendido. Se habría ofendido ante su declaración, pero tuvo la sensación de que hablaba más por sí mismo que por él.
― Yo me valoro ―aseguro sin importar a quién se refiriera realmente Poseidón―. Algún día alguien también lo hará. Pero por ahora, me sirvo yo mismo. Creo que soy necesario, creo que puedo aportar mucho a este mundo. No en gran medida, pero si a quienes me importan. Y seguiré adelante, sin importar qué ocurra. No puedo defraudarme.
Poseidón agachó la cabeza, pensativo. La luz que Apolo emanaba lo iluminaba menos y más a él mismo. Le estaba dejando toda su energía, una energía cálida y llena de ilusión, confianza y esperanza. Sintió esa energía como si lo golpeara en el estómago, mareándolo por un instante.
― Nadie me valora. No sé si quiero que alguien lo haga.
Apolo agachó un poco la cabeza, intentando captar su mirada de nuevo. Sus grisáceos ojos lo miraron con incertidumbre.
― ¿Y vas a quedarte con la duda? ―preguntó con una ligera sonrisa―. Muy probablemente dejaremos de existir en algún momento. Desde que empezó nuestra era, el mundo ha estado al borde de la extinción. ¿Por qué no dedicar ese tiempo efímero a averiguar qué hacemos exactamente aquí? Si algo vale la pena o si estábamos en lo cierto y es mejor desaparecer.
Poseidón abrió los ojos con incredulidad. ¿Por qué lo proponía como si fuese algo divertido, como un juego? Apolo suspiró y añadió:
― Para dejar de existir siempre estamos a tiempo, de todos modos. Así que, ¿por qué no hacerlo a lo grande? ―se encogió de hombros―. No sé tú, pero tengo un poco de curiosidad con ese otro mundo. ¿No quieres echarle un vistazo?
Poseidón se sorprendió al descubrir que sí, tenía curiosidad. Una sensación que le recordó mucho al principio de su existencia. Cuando se repartieron el mundo, cuando le ofrecieron el mar. Un mundo por descubrir, por aprender, un mundo que llevaba en su interior.
Exactamente igual que ahora.
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