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8- El extraño de los ojos verdes

Gulf avanzó, siguiendo raudo la ruta que llevaba al sur. Había divisado unas luces a lo lejos. Intuyó que allí estaba el pueblo. A medida que caminaba, la tierra elevada a los costados se tornaba más y más roja. La frondosidad de la vegetación lo maravillaba: ceibas, cedros, caobas, ojotes, nogales… todos regados a los lados, silenciosos; algunos erguidos, otros, cabizbajos. Bajo sus pies desnudos, un césped verde, corto, desprolijo.

    Había decidido avanzar por los laterales de la pequeña carretera que lo lastimaba con piedras y objetos sueltos por doquier.

    Estaba cansado pero a medida que avanzaba, se veía más cerca y aceleraba el paso. Un cartel, a punto de caerse, colgado por un solo clavo, y sorprendentemente en perfecto equilibrio, rezaba: “ Bienvenidos a la Capital  de la Zona Redonda”.

    Gulf se detuvo. Y leyó el letrero más de una vez. Ese nombre le parecía familiar pero al ver que no recordaba lo hizo a un lado y continuó, serpenteando la basura, las cajas y botellas tiradas por allí.

    Llegó, casi sin aliento, al inicio de un camino bifurcado. Volvió a frenarse en seco. Miró al final del primero. Vio pequeñas llamaradas a lo lejos, un camino recto, pedregoso y largo. Observó el segundo: más largo aún, también con luces a lo lejos, serpenteante, con subidas y bajadas.

    Sintió que las piernas le temblaban. Se miró los pies; estaban sangrando. Usó una piedra rectangular que encontró a unos metros, como asiento. Con su mano sana, lentamente, se limpió las heridas, desclavó pequeños restos de vidrio y metal. Quitó el lodo que rodeaba los cortes. Preocupado notó que sendos caminos tenían desechos por todos lados. Ambos, lodosos, con la tierra mojada y pequeños charcos de agua enmugrecida. El panorama no la alentaba…

    —Abuelo, — pronunció con apenas un hilo de voz— si donde te encuentras, te dejan ayudarme, hazlo…por favor…

   Cerró los ojos y trató de serenarse. Un sonido débil pero persistente lo sacó de su meditación. Abrió los ojos, miró curioso hacia la ruta y notó que un heli-móvil se aproximaba a él. Se incorporó y comenzó nerviosamente a hacer señas. El transporte le hizo varios guiños con las luces, mientras se acercaba hasta que finalmente se detuvo, a un par de metros.

    Gulf se preguntó cómo algo tan viejo y destartalado aún podía funcionar. Era un típico cuatri-ruedas modelo Halcón ´80, color azul, remachado hasta lo imposible.

    —¿Necesitas ayuda?— le preguntó el conductor desde adentro.—¿Quieres que te lleve? Voy hasta la próxima colonia…

    Gulf lo miró un momento. Era un hombre joven de rasgos nítidos, serio, con barba y cabellos oscuros. Miró sus ojos: verdes brillantes, con una mirada clara, sincera. Eso le dio confianza y aceptó. Se sentó a su lado y buscó el cinturón de seguridad.

    — Agradece que tiene las cuatro ruedas. No le pidas más.— sonrió el conductor.

    Gulf también sonrió, con una risa suave, inocente. Eso hizo que aquel hombre lo mirara de una manera extraña. Se quedó pensativo, con sus ojos fijos en él, por varios segundospolianos. Cuando sus miradas se encontraron, el pareció reaccionar. Bajó la vista, vio sus pies descalzos, sangrantes. Y se conmovió profundamente. Lo sintió temblar de frío, y siempre en silencio, lo envolvió con su propio abrigo, le cubrió las piernas con una manta y volvió a encender el heli-móvil.

    Gulf también se conmovió y se secó una lágrima rebelde. Le agradeció con voz entrecortada, baja pero muy dulce. Apoyó su cabeza en el respaldo del asiento y cerró los ojos. Se imaginó hablando con su abuelo en un lugar hermoso, y le dio las gracias. Sonrió, sintiendo el éxtasis que le provocaba el abrigo caliente en su cuerpo. El extraño lo observó. Tenía tantas preguntas…pero no dijo nada. La noche iba a ser larga. Ya mañana podrían hablar.

    Llegaron a lo que parecía ser un bloque compacto de pequeños apartamentos, todos
 iguales, confortables, un poco después de la media noche. Gulf había caído en un sueño profundo, tranquilo.

    El extraño detuvo su transporte justo a la entrada de una de las construcciones. Descendió, caminó hasta el otro lado del móvil y abrió la puerta, tratando de hacer el menor ruido posible. Un intenso sonido metálico despertó a Gulf quien abrió los ojos, sobresaltado.

    El hombre lo tomó entre sus brazos largos, fuertes y lo condujo hasta la entrada. Abrió la puerta y suavemente lo colocó sobre una cama. Gulf quiso incorporarse pero el joven lo detuvo.

    - No te preocupes.- le susurró mientras lo cubría con varias mantas- Duerme, que mañana será otro día…

    La dulzura de aquella voz, la suavidad del colchón y el calor del lugar lo volvieron a extasiar y nuevamente Gulf se quedó dormido. 

Y esa noche tuvo un sueño. Se vio en su casa, en la misma escena que había vivido con su madre. La vio con desesperación, quemando aquel diario, una y otra vez. Y reía y gritaba cosas insultantes, la torturaba y Gulf quería moverse, avanzar pero sus piernas se lo impedían, sentía mucho dolor. Veía impotente como página a página era devorada por un fuego ácido, implacable. Gritaba, suplicaba pero su madre reía y tapaba con sus carcajadas los ruegos de su hijo. Se miró las manos. Ambas estaban quemándose, igual que aquel manuscrito. Gritó fuerte, desgarrado y su propio grito lo despertó.

    Se encontró agitado, empapado en lágrimas y con un dolor agudo en su mano y en sus pies. El joven que lo había ayudado, adormilado en un sillón del rincón, alarmado por el grito, se sentó a su lado y trató de consolarlo. Gulf, en un impulso, lo abrazó. Se aferró a él con todas sus fuerzas. El extraño también lo abrazó y percibió cómo, lentamente, su ritmo cardíaco se normalizaba. Lo soltó despacio, lo miró a los ojos y secó sus lágrimas.

    — Sólo ha sido un mal sueño.— dijo tiernamente.

    Gulf recobró la calma y sintió vergüenza. La seriedad lo invadió y se arrepintió de aquella conducta impulsiva- a su juicio infantil- que había tenido. El hombre lo comprendió y se incorporó de la cama.

—Traje algunas cosas para curarte las heridas.— dijo tratando de suavizar el clima que se había instalado entre los dos.

    Tomó una caja y se volvió a sentar en la cama, esta vez a lo que consideró una distancia prudente.

    —No soy doctor…pero si tú me dejas…

    Gulf asintió en silencio. El extraño extrajo de una bolsa una botella de un curioso material líquido y unas pinzas. Pacientemente y tratando de infligirle el menor dolor posible, le quitó la veintena de pedazos punzantes que se habían incrustado en las plantas de sus pies. Luego los lavó con algunos desinfectantes y mientras los envolvía con vendas, preguntó:

    —¿Cómo te hiciste esto?

    — Caminando…— pronunció con voz tensa.

    — No pareces SOIDNI....sino sabrías que no puedes andar por ahí sin zapatos.

    Gulf lo miró intrigado. El hombre sonrió.

    —Definitivamente no eres SOIDNI… “¡ZAPATOS!”— dijo señalando sus propios pies calzados.

    Gulf, entonces, entendió a qué se refería. Y lo recordó. Su abuelo los había mencionado en su diario: eran duros, incómodos…

    Luego de curarle los pies, le examinó la mano. Se turbó al ver que había una gran infección pero no dijo nada.

    —Va a estar bien,— dijo mientras la curaba— si la cuidas.

    — ¿No me vas a preguntar nada?— inquirió de pronto Gulf, sintiendo que al menos le debía una explicación a quien estaba haciendo tanto por él.

    El hombre sólo sonrió.

    —No quieres contarme, tu mirada me lo dice. Pero no te preocupes, tampoco quiero saber.

    Gulf se sintió defraudado. A él no le interesaba conocer su historia.

    — ¡Mejor así!— pensó pues no sabría por dónde comenzar.

    Era casi mediodía cuando comenzó a sentirse mejor. Había dormido prácticamente toda la mañana. Se despertó y se encontró solo. Ni el menor rastro del desconocido. Recorrió ávidamente la habitación. Era sencilla, con pocos muebles, todos originales, ninguno virtual, agradablemente decorada, sobria, con paredes cálidas y desnudas. Se incorporó con esfuerzo. Avanzó descalzo hasta el cuarto de aseo pero evitó mirarse en el espejo. Se enjuagó la cara con agua clara, fresca y trató de peinarse. Volvió a la cama y cuando iba a recostarse, algo mareado, notó unas bolsas grandes, opacas en un ángulo de la habitación. Sintió curiosidad y avanzó hasta ellas. 

    En el momento en el que había decidido investigar el contenido de una, la puerta se abrió y el extraño, vestido con un traje militar, llevando una bandeja en la mano, entró y la miró. Supo que Gulf no había alcanzado a ver el interior de las bolsas pero igualmente su rostro se turbó.

    Gulf se sintió sumamente incómodo y regresó a la cama. Comió la comida de la bandeja sin pronunciar palabra. No sabía cómo romper el silencio. De vez en cuando veía los ojos del hombre observándolo, callado, tenso.

    — Gracias.— pronunció tratando de cortar la tensión.

    El hombre no respondió y siguió comiendo de su propia bandeja con expresión seria.

    — Debo irme…— dijo él, de repente- debo seguir viaje. Puedes quedarte aquí. Tienes pago el alojamiento y la comida por cuatro días más. No es mucho…el dinero que traía sólo me alcanzó para eso…

    — ¿Cuatro…díaspolianos? No era…necesario…— dijo Gulf con timidez.

    —¿ Díaspolianos? Eres de la isla del norte, entonces…— pareció reprocharle.

    Gulf bajó la vista, avergonzado.

    — Bueno…debo partir.— dijo él incorporándose y caminó hacia la puerta, cargando las bolsas opacas.

    —¿Puedo ir contigo?—preguntó clavándole sus ojos almendras en los de él, en un impulso arrebatado.

    El hombre vaciló. Aquella mirada lo perturbó un instante y estuvo a punto de decirle que sí. Pero luego rompió el embrujo y con seriedad negó con la cabeza.

    Gulf bajó su mirada. Sentía dolor, más no físico sino emocional. Una fuerza parecía oprimirle el pecho y apenas podía respirar. El extraño dejó la habitación y cerró la puerta. El joven rompió en llanto. Sintió que se ahogaba, aunque no comprendía demasiado la causa. Pero antes de que pudiera pensar en ello, la puerta volvió a abrirse y el extraño ingresó. Se acercó a Gulf, besó su frente y pronunció dulcemente:

    —Si el destino lo permite y me perdona la vida, te prometo que volveremos a vernos…

    Gulf sonrió entre lágrimas. Su pecho se llenó otra vez de vida y su corazón se aceleró. Vio por la ventana cómo el extraño joven se alejaba en su heli-móvil, con una rara certeza de que cumpliría su promesa… 

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