7- El cielo
Después de lo que sintió que fueron horas, Gulf divisó un banco en lo que parecía ser la entrada a una iglesia continental. Llegó hasta allí con dificultad y se sentó, abrazando su bolso. Entonces el tiempo pareció detenerse. Lloró amargamente; se sentía indefenso. Una y otra vez recordó el momento del golpe y la sangre en su mano. No podía creer todo lo que había vivido. Deseó estar en su casa, en su habitación, como cuando era una niño y tenía pesadillas y no podía dormir. Era entonces cuando su abuelo lo consolaba, tomándolo entre sus brazos y llenándolo de ricas historias y de palabras dulces. ¡Cuánto lo extrañaba! ¡Cuánto deseaba su compañía! Y ahora, por más que quisiera volver, no tenía cómo hacerlo. Sin dinero, golpeado, hambriento… Y él ya no estaba…
—¡Qué ingenuo fui! Creí que iba a ser fácil. ¡Eres tan ingenuo!— se condenó con pesar.
La frenada estruendosa de un heli-móvil y los gritos de unas personas lo obligaron a salir de sus pensamientos. Un gran transporte de alimentos había estacionado a unos pocos metrospolianos en la calle. Y unos hombres robustos, mugrientos, con voces roncas, descargaban lo que parecían ser cajas de frutos verdes, secos y cítricos a un mercado cerca de allí.
En el ímpetu de la descarga, una media docena de naranjas silvestres se cayeron al suelo. Entre risas y abucheos, uno de los trabajadores se puso a juntarlas. Gulf notó, entonces, que una de las frutas había rodado hasta sus pies descalzos. No entendía porqué lo habían despojado de sus zapatos en el heli-puerto.
Gulf tomó con su mano sana la naranja y se la ofreció al extraño, quien la agarró, sonrió y se la volvió a entregar. Gulf agradeció el gesto con una sonrisa. Miró la naranja: era gorda, grande, brillosa y tenía un aroma tan particular…que pareció recordarle en un flash al naranjo que crecía frente al Comité clandestino del que su abuelo había hecho referencia. La peló con los dientes y tardó apenas unos bocados en devorarla. El jugo le chorreó por los labios y el dulce néctar de su pulpa le devolvió la energía que había perdido.
Se sentó más erguido y vio su reflejo en la vidriera que tenía en frente. Era la marquesina de una santería. Santos de todos los colores, tamaños y para todos los pedidos y necesidades. Y allí, entre dos vírgenes morenas, vio su rostro. Se percibió pálido, con la cara ensangrentada, despeinado y las pupilas irritadas. Y decidió que eso debía cambiar. Miró a la puerta de la iglesia; la gente ya empezaba a congregarse. Pensó en pedir ayuda a un grupo de continentales que estaba allí. Pero como si ellos le hubieran leído el pensamiento, se acercaron a Gulf.
Lo acompañaron a la habitación de aseo del santuario. Lo lavaron, le obsequiaron ropa limpia: un pantalón y una remera blancos y escucharon pacientemente su odisea en el heli-puerto.
Se sintió obligado a no decir toda la verdad; no quería exponerse. Sólo contó lo necesario. Mientras comía algo en la cocina, una de las mujeres que lo acompañaba, le preguntó:
— ¿ Quieres que te acompañemos a algún sitio en particular? ¿Dónde pasarás la noche?
" Muy buena pregunta…", pensó Gulf— En realidad— dijo— me encontraré con…unos amigos en la ciudad de las Casas Fortificadas.— mintió.
La ciudad que nombraba Gulf era un nicho arqueológico de gran importancia turística. Varias veces, había oído hablar a su abuelo de la magnificencia de ese lugar. No supo nunca el porqué la nombró, pero fue el primer nombre que le vino a la cabeza. Y allí lo llevaron. Lo alcanzaron hasta la entrada, en un viejo vehículo a Sag´.
— ¡¡¡Gracias!!!— gritó sonriendo, mientras veía al rodado alejarse por la ruta.
Miró hacia un costado: sólo veía selva. Miró hacia el otro: un valle con algunas luces y construcciones cuidadas y majestuosas; miró hacia el cielo y quedó paralizado…
¡El cielo!
Un cielo magníficamente carmesí, en pleno atardecer con llamaradas de fuego amarillo y dorado en el horizonte lo hizo vibrar- aunque ignorara el nombre de los colores que veía.
Respiró profundamente, tan profundo que se mareó. Eso que veía, valía la pena tantos malos ratos. Y recordó la emoción de su abuelo al ver el espectáculo. Faltaban las estrellas; más ya las vería. Y decidió que ésas serían sus guías en el camino que acababa de emprender.
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