6- La llegada
No sintió el dolor en su mano sino hasta después de haberse colocado el cinturón de seguridad. Estaba ubicado en un asiento doble, del lado de la ventanilla del heli-volante bimotor. Se quitó la venda improvisada. El panorama le revolvió el estómago. Notó que en el lienzo habían pedazos de piel chamuscados. Su mano estaba roja, hinchada pero ya no sangraba. Le colgaba piel quemada de todos los dedos. Le faltaban algunas uñas y su palma estaba completamente ampollada-en la parte que aún conservaba piel. Mezclada con el dolor, una parálisis casi general le adormecía hasta la muñeca. Pensó que iba a desmayarse. Alguien, entonces, le sujetó el brazo con fuerza.
—Se ve realmente muy mal.— declaró una voz femenina.
Gulf miró a su interlocutora. Era una mujer de unos cincuenta añospolianos, vestida elegantemente y con iris artificiales. Se sentó a su lado y llamó a la empleada aérea. En pocos minutospolianos, la mano de Gulf estaba tratada, vendada y sedada. Al menos por unas cuantas horaspolianas ya no tenía que preocuparse por el dolor o la infección.
—¿Cómo te hiciste eso?
—Fue…un accidente…—mintió Gulf— No noté que el filtro estaba encendido y puse la mano, sin querer.
—Bueno, no te preocupes.—dijo con un poco de seseo—No soy doctora pero sé que no es tan grave como parece. Me llamó Señora Gúnsaha.
—Hola, Gulf…Gulf De Joaquín.—volvió a mentir— Mucho gusto.— dijo mientras la saludaba con su mano sana.Y muchas gracias.— y señaló con una sonrisa su mano izquierda lastimada.
Y casi sin darse cuenta se hundieron en una conversación informal. Quien más hablaba era la Señora Gúnsaha, articulando palabras difíciles, moviendo sus manos grácilmente, acomodando de vez en cuando su cabello corto, oscuro y sus lóbulos exclusivos.
Gulf contó más anillos que dedos y sacó cuentas, mientras escuchaba sus historias. Y dedujo que con todo el oro que traía la mujer en su cuello, podía alimentarse un año entero. Pero se mostró sincero al oírla. Le interesaba, por ejemplo, saber que Anuel, su hijo era un brillante hombre de negocios y que su otro hijo seguía sus pasos. Estaba orgullosa de los logros de su familia y de cuánto la sociedad le debía a ellos: carreteras, productos de exportación, grandes obras políticas…
—Ésta también es una realidad.— pensó Gulf— ¿ Y cuál es el motivo de su viaje al Continente?— preguntó amablemente.
—Es que yo vivo allí; mi marido es enviado de los Organismos Norteños Unidos (O.N.U.). Yo vuelvo de un viaje largo, cansador, un viaje diplomático en representación de la colonia continental que gobierna mi esposo.
— ¿Ha de estar muy orgullosa de él, verdad?— curioseó el joven.
—Aquí, entre nosotros…— susurró la Señora acercándose a la oreja de Gulf— Yo soy quien hace todo el trabajo. Si no fuera por mí y mi nueva fundación : “¡Vamos, Colonia!”, las cosas no marcharían tan bien…¡Jovencito! ¡Tus orejas son naturales! ¿Qué sucedió con tus lóbulos artificiales?
—¿Mis lóbulos? ¡Los…perdí!— se quejó Gulf con fingida voz quebrada, despertando la pena de la mujer-No estaban bien sujetos.
— No te preocupes, sé que por aquí tengo un par sin estrenar.
— ¡No, por favor! Yo no le pediría tal cosa.— declinó amablemente Gulf.
—No, no puedes andar por allí con esas orejas al aire. Debes cuidar tu imagen.— dijo mientras revolvía en su bolso de cuero continental.
Gulf se mordió suavemente los labios para no reír. Extrañamente, la Señora Gúnsaha no alcanzaba a irritarlo, más bien lo divertía.
Sucedía , en realidad, que desde que había abordado el Heli-volante entró en un mundo nuevo. Ya no le importaban tanto las frivolidades de la Isla. Sólo estaba enfocado en lo que haría al llegar. El resto del viaje trató de descansar, comió muy liviano y neutralizó su mente cada vez que el recuerdo del episodio con su madre quería
Abordarlo.
" Si al menos hubiese sabido algo más sobre los “fejes”, o si me hubiese aprendido sus nombres.-se lamentó en silencio- Creo que sólo recuerdo a David, Mew y Mis…Mis…¡Ay! No lo recuerdo. Lo único de lo que estoy seguro es que comenzará en la región sureste. Y eso ya me da mucho para preocuparme. ¿Qué se supone que haré cuando llegue? Tendré que ubicar a algunos de los “fejes” antes del alzamiento. Pero no tengo idea de cómo…"
La alarma del cuenta-tiempo lo sacó de sus pensamientos. Ya llevaba diez horaspolianas de vuelo. Y entonces recordó. Habría dado cualquier cosa por verle la cara a Sseinhu cuando abriera el dispositivo y se encontrara nada más que con discos virtuales vacíos.
El heli-volante aterrizó sin problemas: el soporte de vida funcionaba dentro de los parámetros normales. Se despidió de la Señora Gúnsaha, quien apenas lo saludó, pues ya había encontrado otro interlocutor que asentía amablemente a todos sus comentarios.
Gulf sonrió, observando de reojo la caja con los lóbulos que su compañera de viaje le había obsequiado. Cerciorándose de que la buena mujer no lo veía, arrojó el regalo a un incinerador cercano.
—¡Al que no le gusten mis orejas “al aire” que no las mire!— dijo convencido.
Y continuó avanzando. Sujetó su bolso a su espalda y trató de ubicarse. Era un hangar pequeño, con demasiada gente para su gusto. A no ser por algunas pantallas a los costados que anunciaban la bienvenida al “sector sureste del Continente, el lugar de desarrollo y riqueza”, nada parecía ser distinto a Mercadópolis: pisos grises, fríos, domo altanero y enorme que llegaba hasta donde la vista lo permitía; negocios de todo tipo, desde venta de comida hasta meñiques al por mayor.
Iba distraído mirando unas pantallas informativas cuando se topó de bruces contra algo…Alzó la vista y en seguida se vio rodeado por seis cabezas pensantes: todos ellos, aparentemente modelos nuevos, más robustos, más redondos y definitivamente más antipáticos.
—Queda usted arrestado, según la ley mercadopoliana de inmigración.
—¿Qué yo qué…?
—Queda usted arrest…
—¡Sí, ya te escuché, cabeza oxidada!— le increpó Gulf totalmente desconcertado.
Le pusieron grilletes en las muñecas. Le quitaron su bolso y literalmente lo arrastraron hasta una oficina subterránea, pequeña, incómoda y con poca luz.
—¡Sseinhu, traidor! ¡Me las vas a pagar!— susurró con nerviosismo mientras se sentaba en un banco húmedo.
No llevaba un cuenta-tiempo pero dedujo exitosamente que habían pasado cinco horaspolianas cuando la puerta virtual se abrió por primera vez. Un soldado con un pulcro uniforme verde entró y se sentó al otro lado de la mesa. Sin mirarla, pulsó algunos comandos en su pantalla líquida y preguntó:
—Nombre familiar y motivo de su presencia en este Heli-puerto.
Gulf no sabía muy bien qué contestar o cómo encarar aquella situación. Seguramente ya estarían enterados de su verdadera identidad. Había pasado las últimas horaspolianas pensando una estrategia para salir de ese enredo y se le ocurrieron cientos de explicaciones creíbles, pero ahora, sabía que ninguna funcionaría. Además estaba cansado y con mucho dolor en su mano. Optó, en un impulso, por decir la verdad:
—Soy Gulf Pompei, vengo de Mercadópolis en el vuelo mil novecientos sesenta de las catorce y quince horaspolianas. Y por aquí…tengo mi boleto.— y metió la mano sana en su bolsillo lateral.
Lo cual fue un grave error. El soldado, al ver esa actitud, la malinterpretó y se puso de pie de golpe. Desconectó de su traje un arma láser estándar y lo apuntó a la cabeza del joven.
Gulf se paralizó. Intentó aclarar que sólo tenía un pase de heli-puerto en su bolsillo pero no se supo capaz de articular palabra alguna.
—¡Retire lentamente la mano de su bolsillo!— ordenó con voz de tormenta grave el militar.
Gulf lo hizo, tan lento como los nervios se lo permitieron. Mostró el pedazo de metal marcado con el sello de la aerolínea.
—¡ Póngalo sobre la mesa y siéntese nuevamente!— pronunció manteniendo el tono intimidatorio.
Gulf iba a hacer exactamente lo que se le estaba ordenando pero una fuerte puntada lo mareó y gritó mientras se tomaba con fuerza la mano vendada. Los efectos de los calmantes se estaban yendo y el dolor se hacía intolerable, pero aquel soldado no lo sabía y se arrojó contra él. Lo golpeó con su arma en la cien, desvaneciéndolo instantáneamente.
Gulf despertó recién al diapoliano siguiente, con una mano paralizada por el dolor y un estremecimiento en su cabeza que le hacía ver todo doble. Apenas, entreabriendo los ojos, intentó ubicarse. Aún se encontraba en la oficina del Heli-puerto. Quiso incorporarse pero sólo lo logró a medias. Sentía el cuerpo paralizado, tenía un gusto amargo en la boca y estaba mareado.
Cuando logró sentarse erguido, la puerta virtual de la celda volvió a desaparecer y el mismo soldado que la había golpeado, hizo su entrada nuevamente.
Gulf se estremeció. El militar se sentó en el mismo sitio que el día anterior y sin mirarlo, preguntó:
— ¿Cuál es su nombre familiar y el motivo de su presencia en este Heli-puerto?
—¿Qué diapoliano es hoy?
— ¡Responda a la pregunta!
Gulf respiró profundamente y se limpió la cara de lo que creía era transpiración pero cuando vio la palma de su mano se dio cuenta de que todo su rostro estaba manchado de sangre. La herida en su cabeza había sido profunda, pero parecía haber cicatrizado.
— ¡Mi nombre es Gulf Pompei!— dijo tratando de controlar sus lágrimas— Y soy…mercadopoliano.
— Si eso es cierto porqué entonces no tiene transplantes de córneas, ni operaciones de lóbulos artificiales, meñiques u ombligos…
Gulf no daba crédito a lo que oía. Si ése era el motivo de la acusación, estaba realmente perdido. ¿Cómo explicar que él no era aficionado a esas modas? Pero que sí era mercadopoliano…
Lo que el joven ignoraba era que ese tipo de tratos eran más que comunes en los heli-puertos continentales. Pero como él nunca antes había abandonado su isla, no estaba enterado de que miles de continentales hacían lo imposible por viajar a Mercadópolis ilegalmente, por eso se detenía a todo aquel que no tuviera rasgos mercadopolianos o que no estuviese acompañado o contratado por alguno de ellos. Claro que quinientos dos añospolianos antes, ningún continental había exigido las visas correspondientes a los “conquistadores” que llegaban, ni aún cuando huyendo de las dos grandes guerras isleñas, hicieron del Continente su nuevo hogar. Pero ahora la Ley Mercadopoliana de Inmigración así lo disponía. Y se hacía respetar sin excepción alguna.
Pero, aunque Gulf hubiese sabido todo eso, igual no se hubiera sentido capaz de defender.
— Dígame su nombre familiar y el motivo de su presencia en este Heli-puerto.— reiteró una vez más el soldado, quien parecía contar con todo el tiempo del mundo.
Para cuando Gulf había abierto su boca para contestar por tercera vez a la pregunta, la puerta virtual se desvaneció y entró otro uniformado con otro panel en su mano y el boleto del heli-puerto del joven en la otra. Miró de reojo a Gulf y le entregó el panel al otro. Cuando éste leyó la información, clavó por primera vez su mirada en los ojos de Gulf . Y éste se alarmó.
—¿Y ahora qué?— pensó pesimista.
El militar leyó con voz fuerte y clara:
—Pompei, Gulf; seis díaspolianos para adquirir la edad de libertad total, ciudadano de Mercadópolis, tubo de ensayo número ocho, cinco, dos- doble tres- cinco, veintinueve…
—¡¡¡Sí, ése soy yo!!!— dijo Gulf rompiendo en llanto; un llanto nervioso y descontrolado.
Los soldados se miraron y sin decir palabra, salieron del recinto. Sin mayores trámites ni disculpas, media horapoliana después, Gulf caminaba libre por la avenida principal de la colonia sureste. En realidad, “caminar” es sólo una forma de decir, pues todo parecía darle vueltas alrededor; no tenía fuerzas en las piernas, sentía sueño, hambre, sed…Su mano le seguía dando continuos malestares y el dolor de cabeza no había disminuido en lo absoluto.
Gulf suspiró mientras obligaba a sus pies a seguir camino, sin saber a dónde ir…
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro