5- Una decisión
Tenía mucho que planear, que hacer. Más no sabía por dónde comenzar.
Sin siquiera saludar a sus adquisidores de probeta, salió apurada de la casa. Cargó en sus bolsillos algunos documentos, todo su dinero ahorrado y algunas otras cosas que no se detuvo a pensar si eran necesarias y se marchó.
Abordó el tren, luego un camión de pasajeros subterráneo, en completa abstracción. No vio nada durante el camino, no escuchó a nadie; sólo soñó con la manera de viajar al Continente. Sabía que no sería fácil. Pero estaba decidido a no rendirse.
Pasó la mañana hablando con gente, la mayoría conocida de su abuelo. Ocultó su verdadera intención a todos. A cada uno inventó una excusa diferente de porqué quería realizar ese viaje. A ninguno pudo convencer de otorgarle un préstamo, un favor, un aliciente.
Se hundió en sus propios pensamientos mientras desandaba sus pasos hasta la estación TOCOTO. Se frenó pensativo en la entrada principal. No podía volver a su casa con las manos vacías. Abordó un micro-taxi hasta las oficinas del centro. Decidió cambiar de táctica. Ya no pediría favores, ahora los exigiría. Entró a una de las oficinas subterráneas. “Empresa CARTER de Sag´ para Mercadópolis”, rezaba en la puerta una placa de bronce.
Hizo caso omiso a la recepcionista, y antes de que el descensor cerrara sus puertas, lo abordó. Miró a su alrededor. Media docena de personas lo observaban de reojo. Ninguno dijo nada. Cuando el cubículo quedó vacío, Gulf pulsó un comando y el vehículo siguió viaje. Se acomodó en su asiento y esperó. Una luz blanca le anunció que había llegado: sub-piso diecinueve, oficina noventa y cuatro. Avanzó puertas adentro. Se topó con un cabeza pensante que oficiaba de secretario.
—Identifíquese, por favor.
—Gulf Pompei. Vengo a ver al señor Sseinhu.
— ¿El Señor Sseinhu lo espera?
—No…sin embargo…le traigo un recado urgente de Dar El-Beida.
— Sin cita, no puede ingresar.— sentenció la máquina.
Gulf dudó un momento. Miró accidentalmente el reloj de energía del cabeza pensante y simuló un tono de preocupación.
— Debe recargarse ahora mismo.
El robot recibió las palabras de Gulf como una orden, al ver su fuente casi vacía.
— Espere aquí.— dijo y se retiró a un pasillo cercano.
Gulf avanzó a la oficina del fondo.
— ¿Puedo hablar con usted?— dijo a través de la puerta transparente.
El gerente sonrió al verlo.
—Claro, adelante.— dijo, abriendo la entrada con un comando.
Entró, se sentó y preguntó con tono fuerte:
— ¿Podría decirle a esos…caballeros... que usted me conoce?
Sseinhu levantó la vista y le hizo señas a los guardias pensantes que habían llegado hasta allí. Se retiraron y la puerta virtual se cerró.
—No era necesario entrar de incógnito.— dijo arrastrando un poco las palabras— Tú sabes, mi querido.. Gun…, que puedes venir a verme cuando quieras.
—¡Gulf!— pronunció agitado.
—Sí, claro, Gulf…—repitió con tono diplomático mientras le servía un vaso de espumante sin fermento.
—Necesito que me ayude.—dijo el joven mientras recorría la oficina con sus ojos brillantes.
—Sí, sé que has estado pidiendo un préstamo. Ya me lo han comunicado. Pero, querido, es demasiado dinero para ir al Continente.
—Podría viajar y vivir allí un añopoliano entero con sólo vender el mameluco que usted trae puesto.—lo desafió Gulf con rabia.
—Dime, ¿por qué quieres viajar al Continente? Un lugar tan…atrasado, tan contaminado y desagradable.— dijo haciendo caso omiso a la impertinencia del joven.
Gulf miró las alfombras, el escritorio de cara madera, las lámparas de Sag´especiales, la biblioteca virtual. Pero no respondió la pregunta. Volvió sus ojos a Sseinhu, quien la miraba recostado en su exclusivo sillón de cuero continental, con sus manos entrecruzadas y una sonrisa burlona.
En un primer momento, Gulf se sintió derrotado. Pero luego una fuerza extraña se apoderó de él y sintió claramente en su cabeza la voz de “algo” o “alguien” que parecía dictarle una a una las palabras. Su instinto le dijo que las pronunciara y así lo hizo:
— Antes de morir, mi abuelo habló mucho conmigo. Me contó…cosas…
—Chismes, rumores, sobre el Continente, supongo…
— Supone mal.— pronunció Gulf, siempre fiel a lo que “escuchaba” en su mente— Me contó sobre usted, sus viajes, sus aventuras…¡Cuántos viajes a ese lugar! ¿Cómo era su nombre?
—La zona…redonda…—balbuceó Sseinhu, con una mirada distinta, alerta.
—Sí, la zona redonda.—repitió Gulf sin saber a qué se estaba refiriendo.—¿Cuántos fueron aquel verano? ¿Y cómo se llamaba...?— Gulf hacía preguntas muy ambiguas, esperando que aquel hombre comenzara a hablar más de la cuenta. Con suerte acabaría hablando sobre algún...secreto...
El acusado tragó saliva con dificultad, se incorporó de su sillón y visiblemente afectado caminó hacia la ventana.
—Le dije a esos gerentes de ingeniería que no contaran nada a tu abuelo. Sabía que algún diapoliano me traicionaría…
— No sólo le contaron…Sino que le vendieron los “recuerdos” a un precio bastante razonable.
—¿Tienes los discos virtuales? Creí que los habían destruido.—ya le era difícil pronunciar correctamente las palabras.
Gulf se palmeó el bolsillo interior del mameluco, con cierta fuerza.
—¿ Cuánto quieres por esos discos?
— Un viaje al Continente…
—…Y me entregas los originales…—pactó Sseinhu.
—Cuando esté allá…estas son copias…No soy tan tonto como usted cree.
—¿Y qué me asegura que me los des?
— Nada más que mi palabra.
—¡No puedo confiar en ti!. Eres tan traicionero como tu abuelo.
Gulf abrió la boca para contestarle pero una campana la interrumpió. Ambos miraron desconcertados hacia la puerta. Una mujer, caramente vestida, con un peinado casi más largo que su cuerpo los miraba con curiosidad.
La entrada desapareció con un comando de voz de Sseinhu. La mujer entró y lo saludó con un cariñoso guiño de ojos.
—Querida…conoces a…Gun…¿verdad? El nieto de nuestro querido amigo Joaquín.
— ¡Gulf!— aclaró el joven, fingiendo una sonrisa.
—¡Claro que te recuerdo! Estás tan…tan…— parecía no decidirse a pronunciar un juicio, mientras lo observaba de pies a cabeza, en ese mameluco deslucido y arrugado y esos ojos rasgados, masculinos, atrevidamente delineados.—Y dime…¿Cómo está tu abuelo?
—Muerto…— Gulf volvió a sonreír con sarcasmo.
—¡Ah! ¡Qué bien!, cuánto me alegro…— contestó la mujer sin haber prestado el más mínimo interés por la respuesta dada.
Sseinhu carraspeó y se secó la transpiración de la frente con un pañuelo de papel. La mujer se dio cuenta entonces de que algo sucedía y se lo preguntó a su marido. Gulf tomó la palabra:
—Mi abuelo me ha hablado mucho sobre usted y su marido.
—Espero que bien…
—¡Claro! Me contó muchas historias interesantes. Por aquí tengo un recuerdo de un viaje que el señor Sseinhu realizó.—pronunció lentamente mientras buscaba en su bolsillo superior.—¡¡¡Aquí está!!!— exclamó luego revelando una caja negra de metal.
—¡Está bien, Gun! Luego hablamos de eso…
—¡¡¡GULF!!!
—Ay ,no querido, yo quiero ver. ¿Qué son? ¿Discos virtuales?— dijo emocionada la mujer estirando su mano hacia el paquete.
—¡Luego…lo vemos luego…!— ordenó el anciano ásperamente mientras manoteaba la caja— Es que…Gun…está…apurado, tiene un vuelo al Continente en aproximadamente…treinta minutospolianos.¿Verdad, Gun?
Gulf iba a corregirlo de nuevo, pero ya le daba igual si la llamaba Gun, mesa o silla…Había conseguido lo que quería.
— ¿De cualquiera de los diez helipuertos puedes llegar, verdad?
El joven asintió.
—Fue un placer muy grande charlar con ambos.
—No, querido, el placer fue nuestro.—sonrió ampliamente la mujer.
—Ah…lo olvidaba…tiene un dispositivo de tiempo— dijo Gulf mientras salía de la oficina— Podrán ver el contenido en unas…diez horaspolianas. Mi abuelo diseñó el sistema por protección.
—Mándale mis saludos…— pronunció la mujer cordialmente.
Gulf asintió finamente y se marchó.
Luego, cuando ascendía por unas escaleras automáticas, repasó la conversación mentalmente: la zona redonda...
"¿Qué habría en esa tal zona redonda que había puesto tan nervioso al viejo?", pensó Gulf.
Llegó a su casa para la hora del almuerzo. Pensaba no encontrar a nadie. Eso le facilitaría las cosas. Tendría tiempo de armarse un pequeño bolso y de comer algo. Subió las escaleras de prisa. Pero al ver la puerta virtual de su habitación desconectada se frenó en seco. Parada junto a la ventana, completamente pálida, seguramente por lo que leía, estaba su madre con el diario de su abuelo entre sus manos temblorosas.
Gulf arremetió feroz contra ella. Sintió que era un insulto, una violación.
—¡¡¡Cómo pudiste… entrar en mi habitación sin…mi consentimiento!!!— gritó tratando de quitarle el tesoro de sus manos.
Más no pudo. La mujer parecía decidida a acabar con aquel asunto.
—¡No puedo creer que ese viejo loco te haya llenado la cabeza con estas tonterías!
—¡¡¡Devuélveme ese diario!!!— estalló Gulf.
Pero su madre se volvió a negar.
—Hijo…son todos inventos…de un viejo desquiciado que fracasó en su trabajo y lo mandaron de vuelta. Dicen que fue un accidente de trabajo, un golpe en la cabeza que acabó con su cordura…
Gulf no podía dar crédito a lo que oía.
—Hijito, no quiero que acabes como él, solo, tirado en una clínica mental completamente separado del mundo real.
—¿¡Este es el mundo real!?— gritó Gulf, señalando la mega pantalla del pasillo, donde un anuncio de una nueva serie de ombligos artificiales se estrenaba—¡¡¡ Hay gente con hambre, torturada, sin hogar, ni salud, presa…!!! ¡¡¡Eso es la vida real!!!
—¡No son gente!¡Son
SOIDNI´S! Y si realmente viven así es porque quieren. Son renegados que podrían adaptarse a la sociedad civilizada, tener una cuenta de mercadeo como todos nosotros. Y comprarse una casa, una heli-moto…
—¡Y un ombligo nuevo para estrenar en las fiestas!— explotó rabiosamente Gulf, dándole una patada a la mega pantalla.
Cientos de pedazos de cristal líquido volaron por el aire.
—¡Tendrás que pagarlo tú! ¡Es indignante la forma en la que te comportas! No haces nada productivo de tu vida, no generas divisas ni cuentas, no adquieres tus propias mercaderías, no trabajas…porque eso que haces un par de horaspolianas al día de Mercadópolis no es trabajar .No apoyas las ideas…vanguardistas de esta isla…¡¡¡NO ERES NADA!!! Eres un ciudadano inútil, un parásito. Pareces haber olvidado hace tiempo que fuiste diseñado hombre, y aún así insistes en maquillarte como si fueras una mujer… y todavía te das el lujo de criticar. — parecía que su madre había guardado todas estas palabras por mucho tiempo y ahora las lanzaba todas juntas— Es muy fácil criticar al sistema pero…¿qué haces tú para cambiar las situaciones desfavorables? ¡Nada! ¿Por qué no eres como los demás jóvenes de tu edad? Todas los hijos de mis amigas ya están casados, con casi todos los pagos de hijos de probeta ya hechos, con trabajos dignos. Miles de veces te ofrecí ser mi asistente en Dar El-Beida. Allí puedes conocer gente importante, famosa que puede darte un gran futuro…
—Un futuro… material— susurró desvalido el joven.
—¡¡¡Sí, material!!! ¿ O acaso con tus sueños vives, comes y te compras ropa? ¡¡¡Reacciona!!!— gritó la mujer con autoritarismo mientras se encerraba en el cuarto de desintegración.
Gulf pretendió seguirla pero la puerta se trabó antes de que pudiera hacerlo.
—¿Qué harás?— preguntó alterado mientras trataba de ingresar el código que desaparecería la puerta virtual.— ¡¡¡Mamá, no te atrevas!!!
La mujer, sin hacerle caso, arrancó las hojas del diario y las echó a una fuente transparente. Luego inició una serie de comandos y esperó. Justo cuando el proceso de desintegración comenzaba, Gulf dio con la clave correcta y desactivó la entrada. Arremetió contra la fuente y sin pensar en el peligro del calor químico que allí se estaba gestando, metió la mano para tratar de rescatar algún trozo de papel. El calor fue implacable. Sacó la mano y vio desesperado cómo hasta la última partícula del diario desaparecía. Gritó de la rabia. Su madre se cubrió el rostro al ver la mano de Gulf carcomida por el ácido, con jirones de piel chorreando derretidos y una baño de sangre manchando a borbotones el piso.
—¿Qué has hecho? ¿Por qué…lo hiciste?— el joven lloraba agazapado en un rincón sin retirar su vista de la fuente.
Las lágrimas le cubrieron el rostro, la mirada se le turbó y ya no se sintió capaz de pronunciar palabra alguna. Presa aún del dolor emocional, miró su mano y sin siquiera pestañar, la envolvió en un trapo sucio que encontró camino a s u habitación.
Tomó algunos libros virtuales, un abrigo, sus documentos personales y los colocó en un viejo bolso gris. Bajó las escaleras y se alejó como autómata de la casa, dejando a su madre aún con los ojos desencajados mirando la sangre en el suelo.
—¡Volverá!— se repitió varias veces- Cuando se le pase el enojo y no tenga qué comer, volverá…
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro