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4- El diario

"Tercer diapoliano de Primavera del año 502 de la Conquista”.

     “Me han asignado al Continente en un proyecto especial de trabajo: fui nombrado asistente adjunto del Departamento de Ingeniería de la zona sureste.

     A decir verdad, no me dio mucha gracia el nuevo empleo. Pues, sacando cuentas no ganaré mucho más de lo que hoy gano. Claro que la experiencia como asistente me dará un impulso grande para obtener el cargo que deseo: Ingeniero de cabezas pensantes en Dar El-Beida. Ya llegará…Sólo un par de períodos en aquellos territorios salvajes y obtendré lo que quiero.

Lo que más me duele de tener que partir es dejar a mi nieto. Pero le prometí que le mandaría algún regalo. Tengo intensiones de obsequiarle un nativo-cuando el proyecto de adquisición de nativos sea re-aprobado, para que se entretenga y no pase tanto tiempo solo.

     Después de todo le haría mucho bien al infeliz SOIDNI conocer su isla madre, la que intenta sacarlo de la barbarie.”

     

     “Quinto diapoliano de Primavera del año 502 de la Conquista.”

     “Estoy exhausto. El viaje duró casi veinte horaspolianas. No me hizo demasiada gracia encontrarme sobrevolando el océano por casi un día mercadopoliano entero. Aunque hubieron algunos problemas técnicos, el viaje estuvo bien. La comida era algo simple para mi gusto: frutos marinos, gran variedad de salsas, infusiones diversas y bebidas espumantes. Nada fuera de lo convencional.

     Ahora me encuentro en una insignificante aldea llamada Santiago. No más de quinientos habitantes, con sus respectivos nativos a su servicio. Debo admitir que me los imaginaba diferentes. Tienen gracia al caminar pero miran de reojo y siempre cabizbajos. Cuando observé a uno de ellos a los ojos, noté un dejo de tristeza en su mirada. Me pareció desagradecido de su parte el estar así. Creo que tiene mucho que agradecerle a la vida: salvamos su cuerpo y su alma, lo civilizamos y así nos pagan…

     Pero siempre estuve convencido de que las buenas obras hay que hacerlas sin esperar ni siquiera un gracias…”

     

     Gulf arrojó con furia el diario sobre una pared. Estaba indignado por lo que leía. ¿Cómo su abuelo podía pensar y escribir algo así? Él, quien siempre lo había apoyado en sus ideas de cambio.

     Un escalofrío le recorrió todo su cuerpo delgado. Sentía que todo bailaba a su alrededor. ¿Sería que el control de temperatura estaba fallando? No, no era eso. Era el frío de su corazón que la invadía como otra tantas veces.

     Pero, en medio de pensamientos turbados y oscuros, surgió una alocada idea: Si él realmente creía todo aquello, porqué esconderlo en otro libro, porqué mantenerlo en secreto.

     Y, súbitamente,  lo supo. Había algo más…Una voz le susurró que siguiera leyendo. Y así lo hizo…

     “Vigésimo diapoliano de Primavera del año 502 de la Conquista.”

   

     “Hoy es ,sin dudas, el peor día de mi vida. Me siento sucio y desvastado. Hice algo de lo que siempre estaré arrepentido…

 Todo comenzó a la horapoliana del almuerzo. Estaba yo terminando de ensamblar los últimos circuitos de cuatro cabezas pensantes. Ya estaban casi listos para ser instalados en la escuela de Santiago. El modelo más nuevo sería el director de contenidos educativos. Los otros tres, los supervisores de maestros.

     Algunos movimientos telúricos habían provocado la falla de ciertos soportes de vida primordiales, haciendo imposible, por ejemplo, el normal abastecimiento de oxígeno dentro del domo, la catalización de fluidos para agua potable y las máquinas de manutención y conservación de algunos alimentos esenciales.

     En la fábrica donde me encuentro, convivimos casi cuarenta personas, todos isleños, la mayoría militares de alto rango y cascos rosados, a cargo de la seguridad de los civiles que aquí trabajamos.

     Se ha sabido que principalmente los ingenieros han sido blanco de ataques por parte de SOIDNI´S renegados.

     Luego de concluir con la activación de prueba del principal cabeza pensante, fui hasta el comedor para el almuerzo. Me encontré con el grupo habitual de comensales. Me senté a la mesa de siempre y me uní a la conversación.

     —¿Ya pudieron arreglar el abastecimiento?—pregunté mientras me servía un vaso de espumante.

     —No…no, aún.— contestó un ingeniero ubicado a mi derecha.—Todavía hay réplicas del terremoto, eso hace imposible el trabajo.

     —Pero ya van casi treinta horaspolianas. Los alimentos no duran más de…¿cuánto?...¿diez?, sin soporte técnico-químico…

     —Sí, lo sé.— contestó mi interlocutor, bajando la voz.

     Noté que se había puesto algo nervioso. Miró de reojo a quienes estaban sentados frente suyo. Se cercioró de que estuvieran entretenidos en sus propias conversaciones y me susurró:

     —No comas lo que nos traigan…

     —¿Por qué?

     —He oído rumores…— dijo visiblemente perturbado.

     Me intrigaron sus palabras. No lo conocía demasiado, pero nunca lo había visto así.

     —¿De qué hablas?—insistí.

     Sus manos estaban temblorosas y las ocultó dentro de sus bolsillos. Sudaba excesivamente.

     —¿Has visto al cabo de nuestra sección, esta mañana? Volvió muy…raro…

     —No, la verdad es que no lo vi.— respondí.

     Ya me estaba cansando la conversación. No tenía sentido. A mi compañero le costaba pronunciar las palabras y armar coherentemente las frases. Sospeché que su alteración podía deberse a los efectos de la falta de oxígeno. Me cercioré entonces de que su equipo de abastecimiento estuviera funcionando bien. Él entendió mi intención. Se acomodó los dos pequeños catéteres que penetraban su nariz y sonrió.

     —No estoy delirando. No es la primera vez que algo así sucede. Siempre hay fallas en el soporte de vida. Por eso se busca el reemplazo a la comida congelada y química.

     —¿Quieres decir que lo que hoy comeremos es un reemplazo?

     Mi colega asintió y me miró fijamente.

     —¡No lo comas!— insistió con apenas un hilo de voz.

     Y en ese instante, un SOIDNI colocó una gran bandeja frente a nosotros: un suculento pedazo de carne cocida al vapor, cortado en trozos, con una guarnición de frutos verdes.

     El aroma a especias me invadió de inmediato. Tomé mis cubiertos y me serví una generosa porción. El hambre no me permitía saborear demasiado. Luego de haberme comido más de la mitad de la ración, intenté retomar la conversación:

     —¿Por qué no quieres comer esto? De veras que está sabrosísimo.

     Mi colega me miró pálido, con un gesto duro, implacable.

     —¡Vamos! ¿Qué puede ser tan malo?

     —¿Sabes lo que estás comiendo?

     —¿Qué me dirás? ¿Qué clase de animal salvaje estoy comiendo? Las reglas de mercado de Mercadópolis dicen claramente: “Puedes comer cualquier cosa que puedas comprar.”

     —Los animales están extintos en esta parte del sureste.-intervino, para mi sorpresa el comensal de mi izquierda— En realidad, sólo quedan unas pocas reservas en sitios claves del Continente :en la selva y la montaña.

     Este comentario sí logró alarmarme. Miré la porción de carne que aún quedaba en mi plato.

     —Lo acabo de descubrir. Esta es una de las bases en las que se procesa la comida para todos los isleños de la parte sureste del Continente…de carne de animales que no existen…— balbuceó mi compañero de la derecha— Por eso es que no pienso comer.

     Con mucha frustración, se incorporó de su silla y, antes de retirarse apresuradamente, me dijo, con voz parca:

     — Por el color y la textura de ese trozo de carne, yo diría que no tenía más de veinte añospolianos de edad…

     —Sí…y era hembra.— completó el otro, también dejando su asiento—Todos saben que la carne de un macho SOIDNI es mucho más dura.

     Al escuchar esto, solté inmediatamente el tenedor y no pude evitar hacer una arcada por el asco que me dio. Me levanté, dejando caer mi silla y corrí hasta una de las puertas. Me arrodillé cerca de un árbol y vomité todos los pedazos casi enteros que había ingerido. Luego del asco, sentí vergüenza. Pude imaginar el rostro de aquella mujer; me sentí capaz de verla caminar por el campo, recolectando frutos del bosque, alimentando a bichos domésticos, jugando con sus hijos…

     Todo se había quebrado en mí. Miré la estructura de aquella base, el gran domo que me cubría, la gente que caminaba por allí…¿Dónde estaban los valores de Mercadópolis? ¿Qué había sucedido en nuestras mentes? Me pregunté también cuántas veces yo había comido ese “alimento” sin saberlo; cuántas mujeres habían sido sacrificadas para saciar mi apetito.

     Me sentí decepcionado. Mi mundo se había terminado, ése por el que trabajaba, ése al cual yo tanto defendía. Y lloré amargamente. Y aún lo hago, mientras escribo estas líneas. Ya no quiero pensar y tampoco quiero dormir. Porque cada vez que cierro los ojos, la veo a ella, a esa mujer, suplicándome por su vida…”

“Vigésimo segundo diapoliano de Primavera del año 502 de la Conquista.”

     “He pasado los últimos dos diapolianos hablando con gente, la mayoría civiles, investigando, enterándome de otras…atrocidades. Lamentablemente, me he encontrado con muchas narraciones que ni en mis peores pesadillas he logrado imaginarme.

     Aproveché una fogata que se organizó después del trabajo, anoche, para conocer más de la nueva realidad. Fue muy duro, para quien esto escribe, tener que escuchar las “aventuras” narradas por algunos “hombres cultos”, fingiendo una sonrisa de satisfacción.

     Los dos ingenieros que me habían abierto los ojos aquel mediodía estaban también rodeando el fuego. Pero sus rostros denotaban tristeza más no sorpresa como indicaba ,seguramente, el mío. Eso me dio la pauta de que esas historias contadas anoche, ya habían sido contadas antes.

     La idea que hasta ahora había tenido del Continente se estaba desvaneciendo. No éramos socios suyos; la Isla no comercia con los SOIDNI´S, ¡¡¡los explota!!!

     Me enteré ,por ejemplo, que ellos no trabajan para nosotros, sino que son nuestros esclavos. Claro que yo sabía que se pueden comprar sus servicios pero lo cierto es que se los vende a ellos. Nuestros representantes isleños se divierten con sus hembras jóvenes, se alimentan de las mayores, entrenan con los machos y sacian el hambre de sus bestias de caza con los infantes. Me enteré ,también, que la zona donde está el cuartel que me alberga, era antes un centro religioso SOIDNI; que la gente que “trabaja” para nosotros era quien habitaba ese centro; que las montañas que nos rodean no tienen radiación sino minas abundantes, por lo que está restringido a cualquier acceso que no tenga el permiso militar de la base; que los trenes de carga que salen de allá diariamente no contienen residuos nucleares para ser desechados, sino uranio, para ser explotado por los dueños  de los cabezas pensantes, empresas sub-contratistas, todas ellas “casualmente” parte del gran emporio Dar El-Beida.

     Me enteré, además ,de que esos soldados que los Organismos Norteños Unidos (O.N.U.) envían, no vienen a cuidar los bosques, ni a los civiles que aquí trabajamos;
que los agentes sanitarios que manda la Organización Mercadopoliana para la Salud (O.M.S.) no son para mejorar la calidad de vida de los continentales; que el Fondo Mercadopoliano de Inversión (FMI.) no contribuye con sus aportes económicos, como
en la isla se cree , a la búsqueda de desarrollo tecnológico y mejora de la calidad de vida de los SOIDNI´S.

     Me enteré, ya horrorizado, que las escuelas son una fachada, que en realidad son cuarteles; que las hembras SOIDNI´S son obligadas a prostituirse; que no les compramos los recursos sino que se los robamos, hace ya quinientos años; que estos lugares donde vemos en los mapas que venden en  Mercadópolis, zonas abiertas marcadas por líneas de aguas claras, con pequeñas cruces rojas indicando las zonas de protección de militares para el mejor desarrollo continental, no es más que una mentira. Cada cruz representa pozos de sag´, uranio, casinos de juegos, zonas residenciales y cementerios con tumbas colectivas, y que debajo de esas tierras yacen los cadáveres de quinientos años de infamia.”

     “Vigésimo noveno díapo…día… de Primavera del año 502 de…del inicio de la Matanza.”

     “He mantenido mis descubrimientos lo más secretamente posible. Pero siento que no tardarán en enterarse. Sé que todos estamos vigilados. Me siento vigilado, constantemente, hasta he llegado a creer que al acostarme por la noche, no amanecería. 

     Mañana me reuniré con un grupo de personas que están tan preocupados como yo. Debo admitir que siento temor…Si bien los soldados están enterados de todo esto, porque lo viven a diario, no veo en ellos la más mínima muestra de arrepentimiento. Y eso es más grave aún que la propia situación.”

     “Quinto día de Verano del año 502 del inicio de la Matanza”.



     “Cada día que pasa me siento más abrumado por lo que descubro. Dos colegas y yo nos internamos en la selva, guiados por dos nativos SOIDNI´S . Nos llevaron a un lugar llamado Montes Celestes, una de las más importantes biosferas del sector sureste.

     Quintinesma es una base militar abandonada en las afueras de Montes Celestes. Allí, vivían cerca de seiscientos soldados continentales que fueron re-ubicados porque la base, luego de un pequeño terremoto, se inundó.

     Cuando llegamos, el agua ya estaba retrocediendo pero había dejado los caminos lodosos, casi intransitables. Por doquier se veían ensambles de paredes rotas, destruidas,  árboles tumbados y un domo completamente fuera de servicio.

     Era de noche; estaba un poco fresco. El soporte de vida se había fundido junto con el techo artificial. Y fue allí que me di cuenta de la magnificencia celeste. Lentamente, con algo de miedo, miré hacia arriba y ,por primera vez en toda mi vida, supe lo que era una estrella…

     Mis compañeros ,al ver la escena, se solidarizaron con quien estos escribe se detuvieron para esperarme, en silencio, con complicidad, sin dejar de vigilar alertas los alrededores con sus vistas de águilas.

     Siempre había tenido fantasías de cómo sería el cielo real. Pero esto lo superaba totalmente: una amplia tela azul, estirada, finísima, con encajes blancos a lo lejos y minado de puntos plateados pareciendo guiños de unos ojos tan sorprendidos como los míos. Y, a un costado, altanera, brillante, en exacta redondez, nuestro satélite, mostrando sin vergüenza algunas heridas en su centro. Heridas que le hicimos al usarla como blanco de pruebas de nuestras armas nucleares.

     Inspiré profundamente para serenarme y entonces lo supe… El aire no era turbio .Era limpio , refrescante.

     Y mis compañeros me palmearon el hombro. Sonrieron y me dieron la bienvenida a ese otro mundo: un mundo real que había estado siempre allí, y que nunca antes había podido contemplar.

     Avanzamos por un camino recto, con solo un par de luces en nuestros cascos. El silencio del lugar me paralizaba de a ratos. No estoy acostumbrado a caminar en espacios abiertos, sin paredes ni techos, sin fronteras ni límites. Las manos me sudaban. Un sudor que sentía, también, recorriéndome la espalda. Estaba extenuado; habíamos caminado mucho. Mis pies me dolían. Tampoco estoy acostumbrado a tenerlos envueltos en un material tan duro. Aquí lo llaman “zapatos” y los usan porque la tierra, en la mayor parte de estas zonas, está contaminada con desechos biológicos. Atravesamos un acahual y luego salimos a un monte alto.

     —Ya casi llegamos.— me dijeron susurrando.

     —Allí ,donde ves ese claro, se alzaban casi un centenar de árboles antiguos y nudosos.

     —El ejército los taló para fabricarse un puerto-volante. Los Heli-volantes son los mejores mecanismos que usan los organismos norteños unidos para llevarse escondidos los recursos explotados.

     —Tengan cuidado aquí.— repuso uno de nuestros guías, el Mister, como lo llamamos aquí.—Este sitio está lleno de trampas.

     —¿Trampas?— pregunté azorado.

     —¡Mira! Allí tienes una…

     Me acerqué hacia el lugar señalado. David, el otro SOIDNI, destapó lo que parecía ser un pozo cavado en la tierra, en el centro mismo de un sendero.

     El Mister alumbró con su linterna de sag´. Me horroricé. Conté ,por lo menos, diez cráneos humanos, de todos los tamaños. La mayoría, aún, con su cabellera intacta, con típicos adornos SOIDNI´S. Y más al fondo del pozo, que medía casi tres metrospo…metros de profundidad, unas estacas, casi dos docenas, clavadas con las puntas hacia arriba, en acecho, esperando una víctima más.

     —Trampas caza-bobos.—pronunció David y retomó el sendero.

     El silencio se adueñó de nuestros corazones el resto del camino. Sólo cuando divisé , a un par de metrospo…metros una fortificación religiosa, el habla me volvió y pregunté dónde estábamos.

—Esta es la base de Quintinesma. Una de las principales de esta zona, antes del terremoto.

     Me pareció un lugar lúgubre. Atravesar la entrada destruida, provocó en mí, pavor. Era un sitio amplio, oscuro, con un penetrante olor a humedad. Observé las paredes de lo que parecía la sala principal. Medía más de treinta metros de largo por casi la mitad de ancho. Avanzamos por el pasillo central, flanqueados a ambos lados por sendas hileras de bancos destartalados, desparramados con torpeza por la acción del agua. Mis pies se empapaban más con cada paso. El líquido del suelo aún no se había vaciado del todo. Noté una estatua, sin manos ni cabeza, abandonada al final de una fila de asientos a mi izquierda. Era, seguramente, un santo continental.

     Más adelante, a escasa distancia, una mesa rectangular, partida a la mitad, cubierta de restos vegetales. Arriba, en la pared, dos vigas de madera unidas en el centro, a punto de caer.

     Seguí a mis guías hasta una pequeña puerta. Corrimos con dificultad unos grandes paneles de concreto y penetramos a otra habitación, con mucho más espacio que la anterior; casi vacía, más olorienta. Unos agujeros en una de las paredes me pusieron en alerta. Eran marcas de armamentos isleños. Los reconocí en seguida; en mis primeros años de carrera yo había ayudado a diseñar varios de aquéllos.

     —Tenías que verlo con tus propios ojos.— me dijo uno de los ingenieros.

     —¡Aún no has visto nada, isleño!-me dijo cortante David.—¡Sígueme…!

     Le hice caso en silencio. Me sentía responsable por cada cosa atroz que veía, como si lo hubiera hecho yo personalmente. Aunque sería injusto de mi parte decir que ese par de SOIDNI´S que me guiaba esa noche me hicieran sentir así. Sus miradas no eran acusadoras.

     Confieso que si los roles hubieran estado invertidos, seguramente yo no hubiese actuado igual…

     Mientras nos adentrábamos en la construcción, el olor comenzó a descomponerme. El aire se hacía más pesado, rancio. La vista se me nubló y tuve que quitarme los iris artificiales. Pero no detuve mi marcha. Descendimos unas escaleras y llegamos a unos túneles subterráneos. Sin mirar hacia abajo, supe que el agua me llegaba a las rodillas.

Estaba fría y tenía, como vi después, un color extraño. Eso empeoró mi situación. La tensión y el nerviosismo crecieron. Pero lo trágico llegó cuando entré en la primera habitación; más bien la describiría como un cubículo de no más de dos por dos metrospolianos de extensión. Un cuerpo flotaba en el centro, boca arriba, deformado ya por la cantidad de agua absorbida. Sólo lo observé unos segundospolianos…segundos… pero me bastó para darme cuenta de que estaba amordazado, con los ojos abiertos, con expresión de terror. Su desnudez me dejó aún más impresionado.

    Presentaba quemaduras en todo su cuerpo y una palidez que terminó por derrumbarme. Por sus rasgos faciales y su cabello deduje que era un SOIDNI, no mayor que mi nieta. Y al darme cuenta de ello, enfurecí y grité de dolor. 

    David y uno de mis colegas se acercaron a mí en señal de solidaridad. El Mister me miró a los ojos, por primera vez en todo aquel recorrido. Y lo conocí…lo entendí. Se conectó conmigo y pude sentir lo que él sentía. Y, por un momento, dejé de ser isleño y me convertí en uno de ellos y sufrí y lloré y supe que mi vida ya no sería igual. Y en ese estado de somnolencia me hice más fuerte y asentí enérgicamente para que supiera que yo estaba con él. Él comprendió y sonrió. Esa fue la única vez que le vi al Mister una sonrisa dibujada en su duro rostro. Y me hubiese quedado allí, contemplándolo toda la noche, sino hubiese sido por los ruidos sordos de un centenar de heli-volantes que claramente se aproximaban a la estructura religiosa en la que nos hallábamos.

    El Mister volvió a la realidad y dio la voz de alarma. Corrimos envueltos en un silencio pétreo por unos cuantos pasillos interminables. Rodeamos varias docenas de cadáveres antes de alcanzar la salida trasera. Seguimos corriendo por la selva hasta un claro, donde David destapó unos pozos poco profundos- seguramente cenotes-trampas sin terminar. Y nos lanzamos hacia adentro como animales acorralados, manoteando desesperados las luces de nuestros cascos.

    Los heli-volantes pasaron raudos por encima de nuestras cabezas, sin notar que estábamos allí. Aterrizaron en los techos y despidieron por sus trompas, aún con los motores encendidos, medio centenar de soldados con equipos y armamento suficiente como para pelear dos grandes guerras. En cuestión de minutospolianos se adueñaron del lugar. La antigua iglesia se iluminó y antes de que salieran a asegurar los alrededores, el

Mister dio la voz de retirada y volvimos a la fábrica. Esa noche supimos que la base clandestina de Quintinesma volvía a operar…


 

    Décimo día de verano del año 502 del inicio de…la matanza. 

    Anoche hablé con David hasta altas horas nocturnas. Me contó que un grupo de SOIDNI´S  e isleños se están preparando para una tercera gran guerra. La definitiva, según sus propias palabras. Me preguntó si yo quería ir a una de esas reuniones.

    —Allí se debate, se planea, se entrena.— me dijo— Necesitamos gente como tú. Ésta también puede ser tu lucha.

    ¡¡¡Y claro que lo es!!! No soy de otro planeta. Estoy tan involucrado como cualquiera. Pero debo confesar que tengo mucho miedo. Me han estado haciendo preguntas; siento, cuando trabajo en el taller, unos ojos fijos en mi espalda. Y si no estuviera seguro de que aún no hay tecnología que pueda leer el pensamiento diría que también lo hacen.

    Sé que estoy tomando muchos riesgos. Pero lo vale. Sé que esto puede salir mal. Pero esta gente lo merece; merece que dé todo de mi parte para cambiar las cosas. No lograré dormir en paz una noche entera si renuncio ahora y vuelvo a mi antigua vida. Por el futuro, lo hago; por Lucero y por todas las Luceros SOIDNI´S que son parte de este horror, de esta guerra. Sí, ¡guerra! Porque la guerra ya comenzó."

   " Décimo sexto día de Verano del año 502 del inicio de la matanza."

    "Anoche esperamos a que la fábrica durmiera y nos escabullimos con David y el

Mister para la tan mentada reunión de la que me había hecho referencia.

    David no habló en todo el camino, en cambio Mister no paraba de contarme del encuentro y sus miembros. Supe que son un grupo amplio, numeroso-un “chingo” como dicen aquí. La mayoría SOIDNI´S , organizados bajo una estructura jerárquica. Es un movimiento clandestino, una organización político-militar encabezada por veintitrés
“Comandantes”. Planean enfrentarse en rebeldía al poder de Mercadópolis. No sé cómo ni con qué recursos, pero la idea me devolvió el aliento, la confianza, la esperanza.

    La reunión se desarrolló dentro de una especie de estructura metálica oxidada, sin paredes laterales o traseras, sólo un techo desvaído y un piso desgarrado a machete, en cuya entrada verdeaba un naranjo.

   Me presentaron a los SOIDNI´S. Todas y todos me saludaron. Sí, todas…pues para mi sorpresa había también mujeres. Con respeto, me miraron a los ojos. No vestían todos iguales, con colores diversos, sombreros de serpentinas, sandalias carcomidas por el viento y la lluvia.

    Memoricé sus nombres a medida que estrechaba sus manos firmes: Eduardo, Tacho, Gustavo, Zevedeo, Sergio, Susana, Omar, Javier, Filemón, Yolanda, Abraham, Isaías, Daniel, Bulmaro, Abel, Fidelia, Moisés, Alejandro, Esther, Maxo e Ismael. También formaban parte de la jerarquía superior mis guías David y el Mister. Y junto a ellos un Sub-Comandante autonombrado Mew.

    Lamentablemente no pude participar de toda la reunión. Me vi obligado a esperar afuera de la estructura un buen tiempo. Aún así, supe que aquella noche se decidía algo importante.

    Era medianoche cuando se acercó hacia mí el Sub-Comandante Mew. Se sentó a mi lado, en el viejo tronco que yo había escogido como asiento y mantuvo su mirada clavada en mí durante largos segundos.

    —¿Por qué estás aquí?— me dijo finalmente.

    —Por mi nieto.— pronuncié casi automáticamente.

    Sonrió y asintió.

    —¿Y tú?— pregunté también sonriendo.

    — Por mis nietos, que aún no nacen, para que no tengan que ver lo que veo yo.— respondió.

    Lo observé sin reparos. Le vi el rostro joven, liso. Recorrí su barba oscura, sus cabellos ondulados, sus manos delgadas, nudosas, su espalda erguida, su piel curtida por el sol. Claramente sus facciones no eran SOIDNI’S. Y sin embargo allí estaba, en una lucha que no era suya. Me inspiró un respeto indescriptible. Supe que estaba en presencia de un grande; uno de esos seres que escasean pero que cuando aparecen llenan todo y a todos con su sola presencia.

    — ¿Y cómo se llama tu nieto?— me inquirió de pronto.

    — Gulf.— dije orgulloso— Yo mismo escogí su nombre. Su significado es muy especial para mí. — no sé porqué le estaba contando todo aquello a aquel extraño— Gulf representa a una porción del mar que se abre paso entre dos brazos de tierra. Es un punto donde el mar parece ser abrazado por la tierra. La primera vez que vi en persona al mar comportarse así, me pareció fascinante, mágico, como si dos viejos amantes, aún con sus distintas naturalezas, encontraran la forma de estar juntos, a pesar de todo…— callé de repente, sintiéndome inexplicablemente avergonzado.

Miré a aquel extraño Mew de reojo, y quedé perplejo. Sus ojos, aún clavados en los míos, tenían una luz que me maravilló. Carraspeé nervioso y balbuceé:

    —Quizás algún día lo conozcas…

    — Lo haré…

   —Él sufre porque quiere cambiar el mundo y no puede.

    —Ya podrá. Sólo debe encontrar el arma correcta para la lucha. Y tú se la darás.— profetizó clavándome otra vez su mirada verde, desfachatada.

    Y me hice eco de sus palabras. Y me prometí que así lo haría.

    Casi al alba salieron los del Comité. Por los rostros de satisfacción me di cuenta que ya estaba decidido. Diez años de preparación concluían y ahora comenzaba la guerra de verdad. Sonreí al escuchar la fecha. Aún faltaba casi un año pero había que prepararse. El día del alzamiento señalado era el aniversario de mi Gulf. Y no era casualidad.
(Ya no creo en ellas)…”

    

     Gulf levantó la vista, por primera vez en horaspolianas, de aquellas delgadas páginas. Le ardían los ojos, sentía las mejillas calientes, tenía el rostro empapado en lágrimas. Había sufrido, llorado y se había estremecido junto con su abuelo en aquella desenfrenada aventura. Aunque no había acabado la lectura de aquel diario, aún, sintió que el corazón quería salírsele del pecho. Abrazó el cuaderno con fuerza y se incorporó. Con un comando digital activó la ventana.

    Afuera amanecía. Las luces del domo comenzaban a encenderse. Las calles estaban todavía vacías. El silencio lo envolvía todo.

    De repente, sobresaltado, contó los díaspolianos que faltaban para su aniversario- que ese añopoliano coincidía con el aniversario de la Conquista. No faltaba mucho. Sólo siete amaneceres. Y sonrió entre lágrimas.; por primera vez en su vida supo lo que tenía que hacer. No habían dudas. Tenía siete diapolianos para llegar al Continente. Debía estar allí para el comienzo de la guerra. Sintió que esa lucha le correspondía, lo llamaba. Y en ningún momento pensó en decir que no.

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