3- Distintas generaciones
—¡Fuiste tú!, ¿verdad, Gulf?— dijo su abuelo con orgullo en la voz.
El joven se sentó a su lado y miró de reojo la cámara de circuito cerrado de televisión que los estaba filmando, aunque sin audio.
—Cuéntame cómo te tratan aquí…
—No está mal. Al menos como todos los días…
Y mientras Gulf lo escuchaba, recorrió con interés su rostro. Nunca se había dado cuenta de cuántas arrugas rodeaban sus ojos ni cuánto cabello blanco poblaba su cabeza. Nunca había visto unos ojos tan grandes y tan brillantes como aquellos ni una dentadura tan perfecta y natural.
Hablaba pausadamente, con autoridad, con sapiensa. Conocía historias que nadie más conocía, había leído libros que nunca nadie había leído, había amado tanto la vida en su juventud y había buscado la verdad, su verdad, durante mucho tiempo. Trabajó duramente, incansable, había sido respetado, escuchado, un líder innato. Pero ahora, estaba allí, abandonado en una clínica mental exclusiva, rodeado de lujos materiales, de médicos…y de locos. Pero él no estaba loco, al menos Gulf así lo creía.
—Abuelo, tienes que encontrar la manera de que pueda sacarte de aquí. Ya estoy por cumplir la edad de libertad. Ya puedo tomar decisiones legales, comerciales y de custodia. Tienes que aceptarme como tu tutor; yo los indemnizaré con un trato de mercancías para que el Estado te deje libre.
—Nunca más seré libre, Gulf.—entristeció el abuelo— Para salir de aquí, tú deberías comprarme. Sabes que así son las reglas con los locos. Cuando uno enloquece— dijo—te vuelves propiedad del Estado dirigente.
—Te…compraré, entonces.
—¿Con qué dinero?
—Mis padres pueden…pagar las cuotas de transferencia. Sí, pueden pagar hasta cubrir la suma, sus bonos andan muy bien en el Mercado. Luego, yo, con mi trabajo, puedo devolverles cada cuota…
—Sabes que deben hipotecar sus futuros laborales para adquirir a un demente. Y, aún si pudieran, no lo harían.
—Yo lo haré, abuelo, sólo debes darme tu consentimiento.
—No, Gulf, no quiero que hagas eso.—el abuelo tomó aire, carraspeó y bajó la voz—Tengo los días contados, pero tú que aún cuentas con mucha vida, tendrás que hacer algo por mí.
—Dime, abuelo.— Gulf estaba al borde de las lágrimas—Lo que quieras ,yo lo haré.— y acarició conmovido el rostro enfermo de quien había sabido ser su mejor amigo.
—Ve a mi escritorio. Busca un libro de tapas duras que hay en el primer cajón.
Gulf notaba en cada palabra cómo su abuelo se moría de a poco.
Tosió y señaló hacia una esquina de la habitación.
—Allí encontrarás mi regalo de Aniversario para ti…
El joven se puso de pie y caminó hasta el lugar indicado, mirando de cuando en cuando hacia la entrada virtual del cuarto. Abrió el cajón y sacó un libro gordo, oscuro, con una extraña y antigua figura en su lomo: un hombre a caballo con una lanza y un escudo, sobresalían en relieve. Gulf buscó el mecanismo virtual, en uno de los lados, para encenderlo.
—No, no, este es un libro de verdad, uno de mi colección.
_¿ ¡De esos que llevan impresas las palabras!?—dijo emocionado.
—Sí, pero no lo abras hasta llegar a tu casa. Y asegúrate de estar solo cuando lo hagas. Sé que faltan algunos días para tu Aniversario de fecundidad pero yo partiré antes, y quiero darte eso.-dijo con dificultad, señalando el libro.
Gulf se acercó a él. Lo veía cada vez más desmejorado. Cuando notó las primeras lágrimas en su rostro, lo supo; sintió que ésa era la última vez que hablaría con su abuelo. Se secó el rostro con su mano y se sentó de nuevo cerca de él.
—Abuelo, yo te quiero…— le susurró.
—Si realmente eso es cierto, toma el valor que tienes en tu corazón y ayuda a cambiar las cosas. Muéstrale al mundo la verdad, la verdad que intuyes y que allí encontrarás.— dijo señalando el libro.
—Abuelo, soy la persona más cobarde de este mundo, ¿cómo quieres que sea yo quien cambie todo?
—Hay otra gente como tú…la puerta no se ha construido aún…pero quiero obsequiarte un secreto: en ese libro encontrarás la llave que abre esa puerta. Tú sabrás qué hacer con ella. Y ahora…—dijo cambiando súbitamente su tono de voz- ¿me has traído las “pancremas” o te has olvidado, querido?
Gulf sonrió entre lágrimas. Sacó de su bolsillo un enorme paquete de galletas y se lo entregó. La sonrisa de su abuelo le devolvió paulatinamente algo de calma a su pecho acongojado.
Aquella fue la última vez que vio con vida a quien había sido su Mentor. Lloró amargamente durante mucho tiempo, sin consuelo. No salía, no comía, no estudiaba. Discutía con sus padres por cualquier motivo; en el fondo de su corazón los culpaba por la muerte de su abuelo.
—Gulf…-trataba de calmarlo su madre-ya estaba viejo. Llegar a los cincuenta años es todo un privilegio…
—¿Por qué no vas a la feria de remates y adquieres otro abuelo?—propuso su padre en una ocasión.—Aprovechando que tienes alma altruista…
—¡¡Un abuelo virtual!!—exclamó indignado— ¡¡Me voy a mi habitación!!
Y así lo hizo. Tenía tanta furia que si la puerta no hubiese sido virtual, la hubiera cerrado de una patada. Pero se contentó con pegarle un puñetazo, aunque el golpe sólo pareció atravesar el aire.
Aún podía oír los gritos de sus adquisidores de probeta…
—¡Debes estudiar! ¡Debes ser alguien!
"¡Yo ya soy alguien!", pensó.
—¡Debes adaptarte!
— ¡El sistema es así! ¡Nada puede hacerse!
— Es el mundo en el que tocó vivir…un mundo que gira alrededor de un sol, en un rincón olvidado de la galaxia…-pareció filosofar su padre.
—…de un sol que ni siquiera puedo ver…—replicó entre dientes mientras se acercaba a
la ventana.
Contempló con rabia el gran domo. El techo gris interminable que cubría todo, allí donde debería verse el cielo.
—Deseo tanto poder saber cómo es el cielo.—pensó.
Se acostó en la cama y acomodó sus manos bajo su cabeza. Trató de serenarse aunque sabía que esos sentimientos de ira y furia tardarían en desaparecer. Debía pensar en otra cosa, por lo menos hasta encontrar la calma.
Recorrió con la vista su habitación. No había demasiado que ver: paredes frías, grises, lúgubres, una pantalla de televisión enmarcada hacia la derecha, una silla de madera, que desaparecía cada vez que alguien quería sentarse en ella, por fallas en su fuente virtual, una computadora estándar sobre una pequeña mesa ,un ropero con cajones a medio cerrar, una media docena de discos virtuales desordenados y…un libro…
Gulf se puso de pie de un salto. Sintió una emoción profunda recorriéndole todo el cuerpo. Le comenzaron a sudar las manos, a temblarle las piernas y se le secaron los labios mientras avanzaba. Tomó el libro entre sus dedos, con algo de temor. Contempló la tapa, leyó su título, lo abrió y comenzó la lectura en voz alta:
-“En un lugar de la…”- y de repente se interrumpió…
Notó algo extraño. Cambió de página, volvió a hacerlo, una por una, sin vacilar hasta que se detuvo. El libro estaba ahuecado…Alguien había agujereado las hojas del centro, convirtiéndolo en una especie de cofre. Encontró, allí escondido, otro libro más pequeño, delgado, de páginas amarillentas. Sintió que el corazón se salteaba un latido. Se arrodilló en el suelo de madera y tomó el pequeño ejemplar entre sus manos. Descubrió que no era un libro, sino un cuaderno, escrito desde la primera hasta la última página con algo que parecía ser mina de carbón. Y así era. Un pequeño lápiz negro había quedado olvidado entre sus hojas desteñidas.
Leyó las primeras líneas y se emocionó aún más. Sintió un nudo en la garganta y no pudo evitar llorar. Era el diario personal de su abuelo, durante el período que había trabajado en el Continente como programador de cabezas pensantes.
Y allí estaba, entre sus pálidas manos, la verdad, la verdad de su abuelo, sobre ese otro mundo del que a penas él presentía. Aún sin haber leído más que media docena de palabras, supo que aquella se convertiría en su verdad.
Apoyó su espalda contra la pared gris perla y comenzó a leer, con la luz tenue que salía del techo, que había dejado de ser momentáneamente una cárcel y era ahora una protección para un joven cuya vida esa noche le cambiaría para siempre…
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