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2- Gulf

  El cuenta tiempo del vagón indicó el mediodía. Y Gulf acompañó la campana del reloj con un suspiro. Se acomodó en el asiento frío y miró por la ventana. Entremezclado con el paisaje veía su rostro reflejado en el vidrio, durante intervalos regulares. No le gustaba lo que veía: ni el paisaje ni su rostro.
Se sentía sofocado: no sabía si era por el bajo techo del tren, por el gran domo que veía afuera o por las burlas que escuchaba entrecortadas de dos mercadopolianas que hablaban a pocos metrospolianos de él.

    —No entiendo cómo hay hombres que olvidan que nacieron hombres, y pretenden cambiar su imagen, utilizar accesorios que son exclusivos de las mujeres, o incluso ir más lejos y moverse y comportarse como si fueran mujeres, ¿cómo pueden ser felices?—susurraba una de ellas, mientras miraba con desfachatez unos aritos pequeños pero brillantes que adornaban las orejas- naturales- de Gulf.

    —…Y con todos los avances que hay…—asentía la otra, cerciorándose de que el lóbulo artificial de su flamante oreja estuviera bien colocado.

     —Lo mínimo que puedes hacer-y levantó a propósito su tono de voz-es peinarte como corresponde. Si hoy es Lunes, ¿por qué llevar el peinado del jueves?

     —Olvídalo, no hay remedio. ¿cómo es ese antiguo proverbio religioso?

     —Aunque a la … ¡ay!...nunca recuerdo el animal…

     —¡Serpiente!— exclamó su compañera.

     —Aunque a la serpiente la vistan de seda mercadopoliana, ¡serpiente continental se queda!

     Y sus desagradables y desafinadas carcajadas se entremezclaron con un sonido leve pero persistente, el que avisaba que el viaje concluía.
Gulf pasó cerca de las mercadopolianas sin dirigirles siquiera la mirada. Se paró frente a la puerta y esperó a que el tren se detuviera. La entrada virtual desapareció y bajó al andén. 

 Respiró hondamente, tratando de calmarse y olvidar las palabras que había escuchado. No pudo. Avanzó casi flotando por aquel suelo gris que se extendía varios metrospolianos, hasta llegar a una entrada que daba a la calle sur.

Mientras caminaba , observó a su alrededor. La estación se presentaba casi vacía. El tren que lo había traído hasta allí ya retomaba su camino. Las paredes y el techo que lo rodeaban estaban superpobladas de pantallas de televisión. Las había de todas formas y tamaños, algunas con imágenes más brillosas que otras, algunas con sonidos más agudos, otras, más graves; todas, en blanco y negro.

 Las pantallas de arriba mostraban las noticias del momento. Gulf se paró frente a una de ellas y escuchó:

     “Usted está viendo el reportaje exclusivo al Señor Orroz, vocero de Dar El-Beida, la mayor empresa de comunicación virtual de la isla…”

     —Sí…y la única…—pensó Gulf amargamente.

     —Señor Orroz,—pronunció la entrevistadora— es un honor tenerlo en nuestros estudios. Déjeme preguntarle: ¿qué debemos esperar, los respetables ciudadanos de Mercadópolis, para esta fecha tan importante que se avecina?

     El entrevistado se acomodó sus poblados bigotes oscuros y con una amplia y esforzada sonrisa, leyó de una pequeña pantalla ubicada detrás de la cámara:

     —Bueno, como todos ustedes saben, en la próxima doble campanada de nuestro histórico reloj Rey Benjamín, todos quienes habitamos esta isla, celebraremos los quinientos dos añospolianos del descubrimiento de las tierras continentales. Un descubrimiento-prosiguió-que nos ha cambiado la manera de vivir y de ser…Como saben, esta hermosa isla carece de los recursos naturales vitales que necesitamos para llevar una vida plena. Recursos que, afortunadamente, encontramos en el Continente: agua potable, metales, represas energéticas, entre otras cosas. Y desde este descubrimiento ya han pasado quinientos dos añospolianos…de una vida mejorada, ilimitada en muchos aspectos. Los mercadopolianos debemos sentirnos orgullosos de esta conquista que hemos hecho, y gracias a la cual nuestros hijos viven en un mundo perfecto. Eso es lo que festejaremos, la conquista de la vida sobre la muerte, de la tecnología y la evolución sobre la barbarie, la ignorancia y la violencia. Somos
superiores y ,por ende, el mundo es nuestro. Por todo esto ,mercadopolianos, los esperamos a todos en los jardines de Dar El-Beida, la noche de la doble campanada, para festejar un hito en la historia.

     —Claro que estaremos allí, y para concluir con el reportaje, tenemos la sección “el reportaje interactivo”.

     Cuando Gulf escuchó la última frase, su rostro se transformó de amargura a picardía. Se colocó el guante derecho anti -dactilar que llevaba en el bolsillo y pulsó una opción negra que aparecía en el recuadro superior de la pantalla.

     —Muy bien, tenemos la primer llamada. Sí, ¿quién está en el satélite?

     Gulf respondió, tratando sin mucho éxito de cambiar su voz:

     —Hablo desde el centro de Mercadópolis. Tengo una pregunta que hacerle al señor Orroz…

    —Claro…conciudadano, dime…—respondió él.

    —Quisiera saber si los continentales también festejarán los quinientos dos añospolianos de…conquista…Pues he oído que no están muy a gusto…

    El rostro de la entrevistadora se tensó y detrás de cámaras ,unos operadores y cabezas pensantes comenzaron a pulsar desesperadamente unos controles. Mientras un nuevo texto aparecía detrás de cámaras para ser leído por el entrevistado, los operadores les hicieron señas a Orroz de que “estirara” el tiempo para permitir que la respuesta completa apareciera nítidamente.

     —Sí…antes que nada…gracias por comunicarte con nosotros…

    Gulf sabía que lo había puesto en aprietos con esa pregunta “fuera de lugar”.Conocía bien cómo era el funcionamiento de los Medios. Su madre se había dedicado a la asesoría de imagen por más de veinte añospolianos.

    Alguien, detrás de las luces, le estaba redactando una respuesta, como siempre sucedía…

     Pero Gulf también sabía que la causa del “estiramiento” temporal se debía más que a nada a que habían “cabezas pensantes” que estaban rastreando su llamada.

     La democracia de Mercadópolis se caracterizaba principalmente por respetar la elección de la mayoría-que desde hacía sesenta años mercadopolianos hacía que fuese “votado” el mismo partido político-lo que obligatoriamente excluía la opinión de   la minoría.

     Esa minoría era poco escuchada, clandestina, considerada el remanente de una purga que se había llevado a cabo en la sociedad desde hacía ya tiempo atrás. La opinión de esa oposición no representaba peligro; no estaba organizada, pero existía. Y si había que considerar a alguien como la más inconformista de toda esa oposición, esa persona, sin dudas, era Gulf.

     Ya había salido de la estación de trenes, cuando pudo oír parte de la respuesta de Orroz en una mega pantalla ubicada en una esquina de la avenida principal:

     —“Indudablemente, ellos-los continentales-tienen mucho más que festejar que nosotros. Cuando llegamos al Continente por primera vez, encontramos a los SOIDNI’S en estado de desnutrición, desnudez, violencia, herejía, ignorancia. Les permitimos dejar el grado de barbarie que presentaban. Nos deben su evolución, sus vidas…Además los hicimos formar parte de nuestro gran tratado comercial, por el cual sus ganancias suben diapoliano a diapoliano, ya que adquirimos de ellos nuestras materias primas, energía, litio, agua…Sé que son tan felices como nosotros, aunque sigan por supuesto, siendo inferiores comparados con los mercadopolianos.”

     Gulf se mordió el puño para no gritar. Estaba furioso por lo que escuchaba. Pero se olvidó, por un momento, de la irritación, cuando vio a un cabeza pensante dirigirse a él.

     (Los cabezas pensantes eran personajes computarizados que aconsejaban a los mercadopolianos sobre todos los aspectos de sus vidas: desde los votos en las elecciones hasta cómo vestirse, peinarse u operarse-según los cánones de la moda. Estos cabezas pensantes eran alimentados por el sistema.)

     —Me detectaron.— concluyó un poco nervioso.

     Corrió hacia una fuente de agua y se escondió detrás sin quitar su vista del androide perseguidor.

     La fuente virtual estaba ubicada justo en la intersección de dos avenidas. Una llevaba al Barrio Norte: lugar de residencias lujosas y exclusivas; la otra conducía a un centro comercial, uno de los seiscientos sesenta y seis que había en toda Mercadópolis.

  Se acomodó el mameluco gris con adornos negros que vestía y trató de arreglarse el cabello oscuro, desprolijo, peinándolo con sus dedos, utilizando como espejo el agua de la fuente. Sus mejillas estaban sonrojadas y sus ojos brillaban más de lo normal por la picardía que acababa de hacer. Sus pupilas almendras denotaban emoción. Miles de veces había  querido hacer lo que acaba de hacer. Lo planeó mucho pero sólo ahora se había atrevido. Se sintió valiente, fuerte y orgulloso de sí misma. Más, de repente, la imagen que veía reflejada se turbó y desapareció. La fuente virtual que proyectaba el agua se había deteriorado y se apagó, luego de uno ó dos guiños de rayos sin fuerzas.

     —¡ ¡Tecnología!!—sonrió Gulf y se alejó de allí, sabiendo que el cabeza pensante lo buscaba por otro lado.

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