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13- Guerras internas

Mientras abajo, en la iglesia de Cristóbal Champas se llevaban a cabo las negociaciones que más tarde desembocarían en la redacción de unos “acuerdos”, arriba, en la montaña, la vida no se le hacía nada fácil a Gulf.

    A la ya carga pesada que le implicaba ser mercadopoliano, se le sumaba el hecho de ser homosexual. Considerado en aquellas montañas del sureste continental algo tan en desgracia como ser mujer. Si bien ya estaba establecida la nueva leyes de las mujeres, y disidencias propuesta y ganada por las propias mujeres y disidencias SOIDNI´S, algunos, los auto-percibidos hombres-machos todavía se hacían los desentendidos.

    Gulf no tuvo que decir ni una palabra sobre sus preferencias sexuales. Pero no hizo falta. Por algún comentario, o por algún gesto, o quizás por ambas cosas, enseguida sintió el peso de la etiqueta sobre sus hombros. Y sintió que aquellos dos primeros mesespolianos parecieron ser dos décadas. Cuando tenía sueño, debía trabajar; cuando era tiempo de dormir, tenía que curar sus heridas, revisar su champa para cerciorarse de que ninguna nauyaca se hubiera escondido allí. Cuando tenía sed, debía esperar su turno, porque el agua estaba prohibida hasta la hora de la ración, igual que la comida. 

    El tiempo que a Gulf le hubiese llevado lavar la ropa de la tropa, cocinarles y limpiar los trastos en Mercadópolis, en la selva solo le alcanzaba para buscar leña y encender una digna fogata.

    Cuando se vio obligado a preparar el fuego por primera vez, se tardó toda la mañana. Además de ser inexperto, los leños estaban húmedos y los cerillos no tenían cabezas adecuadas. Los hombres que  formaban el perímetro lo observaban entre  burlas y risas. Para cuando Mew llegó, el mediodía había pasado, nadie hubo comido la ración tempranera y faltaba agua en el campamento. Gulf se acercó a uno de los bases de apoyo, le quitó su viejo láser –tan rápido que no pudo siquiera evitarlo- y apuntó al grupo de troncos desparramados en el suelo. Con un tiro certero encendió un fuego alto, que se descontroló con el viento, alcanzando las lonas del techo y acabando con la champa-cocina, tan velozmente, que nadie atinó a nada más que observar la escena boquiabiertos.

    Gulf pensó que , al menos, no lo pondrían a cocinar otra vez, pero para su sorpresa,  a la mañana siguiente se encontró con que tenía que hacer la misma tarea. 

    Escuchó con considerada paciencia las indicaciones y observó al Sup, como le decían los compas al Subcomandante Insurgente Mew, encender el fuego para la comida. No podían darse el lujo de perder otra champa. Pero éste le advirtió que la próxima fogata dependería de él. Para su fortuna, Gulf aprendió todo bastante rápido. 

    En los díaspolianos siguientes, apenas amanecía, tomaba grandes ollas pesadas y acarreaba en ellas el agua desde el río hasta el campamento. El cause estaba a media mañana de camino. Es decir que ella tardaba ése tiempo. Nunca los campamentos se encontraban cerca de fuentes de agua. Con la práctica, cada mañana, comenzó a tardar menos. Otro tanto tardaba en ayudar a cortar leña o esperar los frutos de la caza de los campesinos designados para eso. Luego debía pelar el animal, destriparlo, darle un poco de gusto con alguna hierba y cocinarlo.

    Le llevaba tres ó cuatro horaspolianas preparar el alimento para unos treinta combatientes y otro tiempo igual para llegar hasta el río y lavar los trastos. Ésta, sentía Gulf, era la peor parte, ya que si estuvieran mal lavados, corría el riesgo de llevar una enfermedad a toda la tropa. Mew le había advertido varias veces lo mismo.                                                                      

    Con una comida bastante temprano y otra al anochecer, Gulf solo contaba con un momento a media tarde para sentarse a descansar. 

    Para cuando ya había logrado un ritmo aceptable de trabajo y las culebras, tlacuaches y ratones comenzaban a tener un gusto pasable y no sabían tan quemados o demasiado crudos, Gulf se vio envuelto en otra actividad- extra: la limpieza de la ropa. Como consecuencia, ya no sentía las piernas luego de una semana, de todo lo caminado hasta el río; al mes, las manos le recordaban a una lija gruesa. 

    Cuando se cumplieron los dos mesespolianos, entró en crisis. Esa tarde, con la caída del Sol, le tocó ir solo al río y lavar una docena de uniformes de la tropa. Los arrojó a un lado, se sentó en una piedra cubierta de verde musgo y, con la mirada turbada, recorrió el lugar.

    Era dolorosamente hermoso lo que veía, aunque su estado de ánimo no le permitía disfrutarlo: un río de cause tranquilo pero en perpetuo movimiento, con aguas claras, transparentes que permitían ver con nitidez las rocas del fondo; unos árboles altos, vírgenes en sus márgenes, unos picos montañosos imponentes completaban el horizonte; un piso de alfombra roja, mezclado con arenilla y piedras, le envolvían los pies.

  Arriba, el cielo, parecía agitado, turbado, con un manto de nubes grises que cubrían a la Luna con mucha prisa. El sonido típico de la selva sureste: guacamayos, tucanes, aire puro colmado de cantos de aves y ninguna voz humana. Y entonces, se sintió solo, triste. Se miró las manos. Ya no podía distinguir cuál había sido la sana y cuál, la enferma. Las dos estaban curtidas, callosas, rotas, con las uñas gastadas, manchadas. Temblorosas. Por el cansancio y por el miedo. Mientras sentía un par de lágrimas correr por sus mejillas, se preguntó qué hacía en ese lugar, en qué había estado pensando cuando dejó su hogar, su confort, su seguridad, su familia. ¿Cómo podían estas personas vivir así? ¿Cómo podían comer ratas? ¿O caminar dos horaspolianas para obtener un vaso de agua? ¿Por qué tenía que sentir frío o dormirse con hambre? No recordaba cuál había sido la última noche que había dormido con los pies secos. Llevaba más de cincuenta nochespolianas así. Los otros sumaban más de quinientos añospolianos de la misma manera. ¿Cómo todavía podían suceder esas cosas? ¿Y el desarrollo tecnológico del que se jactaba su mundo? ¿Por qué unos sí y otros, no? Y allí entendió, con dolor, el verdadero significado de aquella lucha. Y entendió que su mundo no era un mundo civilizado: todo el confort, bienestar y demás propaganda eran solo un telón de fondo abrochado con alfileres, que gracias a aquel viento rebelde, caía mostrando la verdadera realidad.

    Pero, aún así, nada de eso lo reconfortó. Sintió que ya no tenía fuerzas. Sabía que no podía aguantar un díapoliano más en ese ajetreo, que allí llamaban vida. Y lo decidió. Esa noche hablaría con Mew y dejaría la vida de montaña. Le diría todo lo que sentía. Y con esos pensamientos, lavó la ropa y ya casi en plena oscuridad, llegó al campamento.

    Las champas estaban en penumbras, calladas, solo los “compas” de guardia estaban despiertos. Gulf no los veía pero sabía que allí estaban. Dejó la carga sobre una mesa improvisada y caminó hasta su toldo. Pensaba esperar al amanecer para comunicarle su decisión a Mew, pues no lo veía por ningún lado, pero una rata abierta a la mitad, clavada en la puerta de su champa precipitaron las cosas. Y decidió partir sin avisar. 

Sofocó un grito de terror al ver al animal, aún goteando sangre y tripas. Unas risas discordantes y burlonas se oyeron más allá, detrás de un grupo de árboles. Se metió en la habitación improvisada, simulando no molestarse por la broma y se cubrió con una manta húmeda.

    Pasó la noche en vela, llorando silenciosamente, tratando de no despertar a los cuatro SOIDNI´S que compartían la carpa con él.

    Antes de que el Sol despertara a la tropa, Gulf tomó un pequeño bolso, casi vacío, sólo con un recipiente cargado de agua y se internó en la selva, aprovechando un descuido de los vigilantes en el cambio de guardia.

    Había hecho el camino mentalmente muchas veces. Planeaba llegar al río, cruzarlo y trepar la loma hasta las grutas, a los pies de la montaña. Allí permanecería hasta que pudiera juntar comida y cruzar la ladera hasta el otro lado. Desde ahí, tomaría el camino descendente y con suerte, en un par de amaneceres, llegaría a la entrada de una pequeña comunidad, de la que había oído, salía la ruta a Santobal Champas. Una vez en esa ciudad, ya pensaría cómo volver a Mercadópolis. 

    Llevaba quince minutospolianos de caminata cuando el Sol ya le pegaba el rostro con su calor. Pero ni aún esos rayos secaban las lágrimas que brotaban de sus ojos, que no despejaba ni un segundopoliano del suelo, sabiéndolo sembrado de trampas “caza-bobos”. Las sandalias lo lastimaban pero, cuando se sentó para quitárselas, recordó las numerosas advertencias de Mew de que no caminara descalzo. Muchas zonas habían sido blancos de pruebas de explosiones contaminantes durante la última gran guerra. 

    Resignándose con el calor, se puso de pie y continuó viaje. Pero volvió a parar cinco minutospolianos después para recoger unos frutos rojos que encontró a los pies de un arbusto. Con el estómago quebrado de hambre, pensó en morder el más carnoso y brillante. Pero en el momento en que se lo llevaba a la boca, una mano extraña se lo arrancó de los dedos y la arrojó con furia a un costado. 

    — ¿Qué te sucede? ¿Buscas morir? ¡¡¡El veneno de eso te mataría en solo una hora!!!— gritó una voz conocida.

    Pálidos por el susto, los ojos de Gulf se encontraron con los de Mew.

    — ¿Qué…qué haces aquí?— balbuceó Gulf.

 — ¡¿QUÉ HACES TÚ AQUÍ?! ¡Tan lejos del campamento! Hace casi media hora que te sigo. ¿Qué pretendes?

    —Te busqué anoche pero no pude encontrarte. — dijo Gulf, un poco más repuesto— Lo pensé y decidí que ésta no es la vida que deseo…

    — ¿Y crees que yo, sí?— lo interrumpió él, bajando el tono de voz.

   El Sup Mew se sentó en un tronco semi-seco y lo invitó a hacer lo mismo a su lado, con una seña silenciosa. Gulf se negó. Pero Mew lo tomó de la mano y lo obligó suavemente a ubicarse junto a él. Con un brazo lo acercó a su pecho y con el otro le secó el rostro, que aún seguía invadido de lágrimas.

    —¿Por qué quieres dejarnos?

    —Porque…no sirvo para esto. Hace dos mesespolianos que vivo con hambre, con frío, con miedo. Me siento solo, rechazado. Soy el hazme-reír del campamento. No hago nada bien. Soy el blanco de sus bromas, siendo mi peor pecado ser mercadopoliana y…marica… 

    “ ¡¡¡Yo no estuve en los heli-barcos que vinieron hace más de quinientos añospolianos!!!; ¡¡¡yo no maté a ningún SOIDNI durante la conquista!!! ¡¡¡Tampoco violé a su mujeres ni comí a sus viejos!!!.¡¡¡ No tengo porqué pagar las culpas de otras gentes!!! — dijo casi sin respirar, se humedeció los labios y concluyó con una frase cruda— No sé porqué mi abuelo sintió tanta culpa al comerse a aquella SOIDNI. Los mercadopolianos seremos malos, pero los SOIDNI´S  no son mejores que nosotros.

    El Sup Mew rió divertido…

    — ¡Ahora sé porqué siento que te conozco desde antes! Tú eres ese Gulf, el que tiene nombre de mar abrazado por la tierra, el nieto del “lic.” Joaquín. ¿Cómo no me di cuenta antes? Eres igualito a él.

    Gulf lo miró sorprendido. No solo sintió que sus palabras no lo habían molestado sino que además, conocía el significado de su nombre y… recordaba a su abuelo. Con el solo hecho de haberlo nombrado, su rabia había desaparecido. Se sintió mucho más tranquilo, con más claridad mental.

    — ¿Te…acuerdas de él?

    —Nunca podré olvidarlo.— dijo el Sup Mew encendiendo su pipa— Él me salvó la vida, muchas veces.

  Gulf se estremeció y ,otra vez, sus ojos se humedecieron.

    —Pasamos muchas noches enteras en vela, charlando, animándonos mutuamente, hablando de ti. Y recuerdo claramente que luego escribía todo en su diario. Es un viejo loco. Podía dejar hasta el agua, pero siempre cargaba con aquel cuaderno. ¿Dónde está ahora?

    — Él…partió…— dijo Gulf casi sofocado.

    Mew entonces lo abrazó muy fuerte.

    — Por eso estás tú aquí…

    — Leí las primeras páginas de su diarios. No podía dormir tranquilo simulando que el mundo estaba bien.

    — Y ahora no puedes dormir con los pies mojados.

    Y entonces, Gulf lo supo. Supo que ya no le importaban las bromas y los trabajos duros. Recordó que era por su abuelo que estaba allí. Debía terminar la labor que había empezado. ¿Qué significaban unos pies mojados si eso ayudaba a construir un mundo en el que podían entrar muchos mundos, conviviendo todos en paz, dignidad e igualdad de derechos?

    Miró a Mew con un brillo nuevo en los ojos y le sonrió, con una sonrisa dulce, pero decidido que le rozó el corazón como un torbellino.

    Volvieron al campamento en un silencio cómplice. Arrojó el bolso dentro de su champa y tomó con las manos la rata que aún yacía colgada de una estaca. Se la arrojó al “compa” que había estado a cargo de la guardia nocturna.

    —¡Hoy comerás eso! Y también comerás crudo todo lo que aparezca colgado en mi toldo. 

    Luego se dirigió a su compañero que seguía la escena con una sonrisa burlona:

    —¡Tú traerás la leña, como se te ha mandado! Pero asegúrate de que no esté verde, porque sino hay rata cruda para ti también. Y quiero los cerillos en buenas condiciones.

    Ambos milicianos miraron al Sup Mew, quien seguía la escena unos metrospolianos atrás. Gulf se dio vuelta y también lo miró, pensando que aquella rata ruta era lo suficientemente grande como para que él también comiera.

 — “Mandar, obedeciendo”. El encargado de la cocina ha dado una orden, y yo veré que todas sus órdenes se cumplan.

    La ronda espontánea que se había formado a su alrededor, en su mayoría de mujeres, aplaudió eufórica.

    Ése fue el fin de las bromas y novatadas para Gulf.

    Luego de este incidente, los hombres apenas lo miraban y, cuando no les quedaba más remedio que cruzarse con él, lo saludaban respetuosamente con un rígido movimiento de cabeza. Y las mujeres lo observaban ante cada situación, haciendo de él un constante modelo de imitación. Primero lo copiaron las mujeres civiles, luego lo siguieron las milicianas y las disidencias…

    Mew no paraba de reírse al contarle un hecho al que él catalogaba como la guerra ganada de los Derechos “Gulf” de las mujeres y disidencias… 

    -“Esta tarde estaba yo entrenando a un grupo ‘viejo’ de milicianos y milicianas. Luego de formarlos para el saludo final y que se retiraran a sus respectivas champas, pregunté lo habitual: ‘¿quiénes somos?’. A lo que debían responder: ‘calzados’. Pero la respuesta fue confusa. Volví a preguntar y agudicé el oído. Miré e a la tropa y vislumbré unas sonrisas femeninas y unos ojos brillantes y pícaros. Hice que las milicianas dieran un paso al frente y dirigí esta vez mi pregunta a ellas: ‘¿Quiénes somos?’. ‘¡¡¡Calzadas!!!’- dijeron sin ninguna duda en sus voces. Encendí mi pipa, miré a los hombres y dije: ‘¡vamos a ganar! ¿Alguien tiene alguna pregunta?’ Sólo un cómplice silencio me respondió. Di orden de romper filas y, mientras los veía alejarse, supe que ese día las cosas cambiaban en estas montañas del sureste continental. Y entendí que ese cambio que se había producido no era solo de afuera, sino y sobre todo, de adentro.” *  

Así de extraña, de difícil, de maravillosa era la vida en las montañas del sureste continental de aquel remoto planeta perdido en la inmensidad del espacio sideral...

* nota del autor( extracto del libro “El correo de la selva”, retórica ediciones, Subcomandante Insurgente Marcos, Pág. 62)

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