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12- La tercera gran guerra

Mientras el Continente dormía, tensamente en algunas partes, Mercadópolis esperaba que los cuenta-tiempos marcaran la medianoche para comenzar los festejos. Ninguna de las dos porciones de tierra sospechaba que un grupo de personas se escondían detrás de unas máscaras, preparaban sus armas y se persignaban, encomendándose a sus respectivos santos, espíritus protectores y dioses paganos- los que creían- y los que no,  haciéndose creyentes en ese momento y rezando por un nuevo amanecer… 

    Se habían entrenado y preparado mucho tiempo, física y mentalmente. Se pensaban como un grupo de desamparados, luchando por la esperanza. Ya no querían ver a sus hijos e hijas con el machete o el hacha aprendiendo a tumbar monte, buscar leña o sembrar en el mismo tiempo en el que aprendían a caminar. Ya no querían ver a sus hijos e hijas morir poco a poco, por el trabajo desmedido de día y la enfermedad de noche. Ya no querían recibir balas, cárcel, golpes, matanzas como respuesta a sus reclamos de paz, con justicia y dignidad. Entonces convirtieron sus armas de trabajo en armas-lásers y con sus tiros, volvieron esa guerra que los mataba a ellos contra los de arriba, las cúpulas de poder que cuentan con todo y que no merecen nada. 

    Mientras en la isla se celebraba descollantemente, en una casa apartada del Continente, Gulf brindaba solo con su reflejo en el espejo por un nuevo aniversario de nacimiento y mientras los cañones retumbaban en Mercadópolis, un grupo en su mayoría SOIDNI'S invadía diversos pueblos del sureste, enfrentándose a las fuerzas del ejército y tomando bajo su mando algunas instalaciones civiles.

    La confusión terminó con la salida del sol. Todos los medios periodísticos del Continente  habían embarcado hacia la zona del conflicto a reporteros, periodistas y filmadoras-lásers. Todos transmitían en vivo.

     Gulf no se había despegado de la pantalla desde la noche anterior. Aprovechando que los niños ya dormían, escuchó con un poco más de volumen las transmisiones que se sucedían en los diferentes canales:

    —“ Un grupo de personas armadas han tomado por asalto la ciudad de Santobal Champas. 

    —¿Cuál es el reclamo exacto?- preguntó una reportera al gobernador de la localidad, GonGar, mientras éste subía velozmente a su heli- móvil de lujo.

    — Se trata de un puñado de salvajes de escasos recursos, una guerrilla que no tiene demasiado tiempo de vida. Es un problema civil, ya que son un grupo de SOIDNI'S obligados, coartados por un puñado de extranjeros que quieren el poder a cualquier precio y manipulan a los pobres e involucionados SOIDNI'S que nada entienden de la realidad…

    — ¿Por qué dice que hay extranjeros?- inquirió la periodista colando su micrófono en un hueco de la puerta ya cerrada del vehículo.

    — ¡Es evidente!...Los líderes hablan mercadopoliano y no continental. Están mejor armados…y además, por lo que sabemos sobre sus SUPUESTAS demandas de autonomía, libertad, tierras, todos sabemos que ellos no cuentan con la inteligencia y la capacidad de organizarse, armarse y reclamar…

    —Pero se habla de hambruna, opresión, genocidio…¿Qué le diría a esas personas que hacen de esas palabras sus reclamos?

    GonGar sonrió burlonamente y dijo como última declaración de la jornada:

    —Les diría que NO SON PERSONAS, son SOIDNI´S, ¡¡¡QUE NO SE TOMEN ATRIBUCIONES QUE NO LES CORRESPONDEN!!!   

 

    Cinco amaneceres después, Santobal Champas había sido bombardeada, la zona completamente militarizada y el Continente agitado por bombas en centros urbanos y explosiones en plantas fraccionadoras de Sag´, todas ellas pertenecientes a Dar- EL -Beida.

Mientras se enfrentaban los rebeldes y los militares, las noticias daban cuenta de que una negociación se estaba llevando a cabo. Aunque se intentaba tapar, desvirtuar, disfrazar la realidad, la población continental de otros extremos alejados y los propios isleños, vieron afectadas sus vidas después del levantamiento. 

    El ejército de los Calzados (llamados así por tratarse de SOIDNI´S con zapatos y armas) había abierto exitosamente el diálogo con los “civiles” a pesar de los boicots y las censuras de prensa ordenadas por Mercadópolis a las pequeñas cadenas de comunicación.

    Al sexto díapoliano, el enfrentamiento armado cesó. Los grupos Calzados tomaron cuatro municipios sureños y obligaron con la interlocución a que el Poder volteara a verlos y reconociera que no existía, según rezaba Mercadópolis, una aceptación pacífica y concreta de SOIDNI´S en la sociedad global y económica. 

    En un mensaje, el primer amanecer después del cese al fuego, el Jefe rebelde de la toma de Santobal Champas dijo, mostrándose con su rostro cubierto por un pasamontañas oscuro:

    -“Si el camino no es el adecuado, sí los son las causas.”

    Esas palabras retumbaron en todo el Continente y los que apoyaban el reclamo SOIDNI de autonomía, dignidad y libertad, las emplearon para empapelar toda pared que encontraran con la firma del líder calzado: “MEW.” 

    —“No somos simples rezagados de la historia; no tenemos que pedir perdón por nada; son ellos quienes deben pedirnos perdón. Pero no vamos a suplicar, ni tampoco vamos a aceptar migajas. Nuestra palabra debe ser escuchada. Reclamos ante todo respeto y dignidad. No nos importa morir en el intento. No buscamos el poder; buscamos para los pueblos SOIDNI´S un tipo distinto de relación, trabajo, salud, educación, la infraestructura necesaria para que el ochenta por ciento de los niños menores de cinco años no se mueran. Buscamos el reconocimiento de autonomía de los pueblos SOIDNI´S en todos los aspectos: político, jurídico, social…

    Queremos vivir dignamente y formar sin vergüenza parte del arco-iris de la humanidad, mostrando nuestro propio color sin que tengamos que ser humillados y torturados por ello.”

  Gulf escuchó las palabras, generándole más dudas que certezas. Había algo en aquel hombre, sin embargo, que le era familiar: su voz, su mirada. A pesar de no verle el rostro, sentía que lo conocía. Se hacía llamar MEW… Justificó la sensación recordando las palabras de su abuelo sobre él. Ellos se habían conocido, habían hablado. De allí lo conocía…

    Exactamente a siete díaspolianos del alzamiento, Jesús le anunció a Gulf que ya los niños estaban a salvo, los raptados camino a sus casas; los vendidos en manos de gente decente. Sólo quedaban Nayeli y Víctor, el mayor del grupo.

    Los tres ascendieron al heli-móvil. Jesús subió después. Cuando comenzaron el camino, éste último explicó algunas pautas: 

    —“Arriba, en la montaña , entre los dos grandes ríos y el volcán, está la comunidad de los SOIDNI´S Águilas. Será difícil llegar pero nos estarán esperando. La vida también será difícil pero los frutos serán grandes…

    —No me van a obligar…,¿verdad?— preguntó Nayeli nerviosa.

    — No, allí, no.

    —¿Y no me obligarán a casarme? Porque yo no quiero casarme, quiero trabajar, entrenar, aprender a defenderme y a que ya no me insulten por ser SOIDNI.

    Jesús sonrió, visiblemente emocionado. Él pensaba igual. La miró sin ocultar su orgullo y preguntó con picardía:

    —¿Tampoco conmigo te quieres casar cuando crezcas?

    Nayeli sintió que sus mejillas se encendían y el pecho le latía fuerte. Pero antes de que pudiera responder, Jesús apretó el dispositivo de freno en seco y se detuvieron rápidamente. Gulf miró hacia el frente. Una barricada, con dos heli-móviles atravesados en la ruta los obligaron a parar.

    Varios guardias de las fuerzas periféricas pueblerinas salieron a su encuentro; todos armados, con cascos y grandes lásers y trajes blindados. 

    —¡Jesús!— pronunció Nayeli perdiendo la calma.

    —¡¡¡Tranquila!!!— dijo mientras descendía.

    Adoptó un semblante parco, duro. Avanzó unos metros y habló unas palabras con los militares. 

   Un par de minutospolianos después, Jesús entró al auto, se despidió con un venia y aceleró perdiéndose ruta arriba, empinando el último tramo de carretera urbana.

    Gulf lo miró con ojos brillantes y sonrisa pícara.

    — Todo se soluciona con dinero. Ellos también pasan hambre en las barracas…

Gulf lo miró pero no se sintió capaz de decir nada.

    La ruta asfaltada ya había quedado atrás. El camino ahora era se presentaba accidentado, pedregoso, protegido por frondosa vegetación y elevaciones de tierra roja. Pasaron un campo empapado de fríjol y un aroma penetrante los envolvió. Luego de esa franja oscura, siguió otra verde, de plantas nativas y otra violeta y otra amarilla. Y así siguió el camino por varias horas.

    Gulf estaba maravillado. Nunca había visto colores… Parecía un niño preguntando a cada instante:

        —¿Y ésas qué flores son?

    —¡Girasoles!—respondía Jesús.

    — ¡Y cuál es ese color?

    —¡Amarillo!...

    — ¿Y por qué son tan altas?

     —Pues porque…las riegan…

    —¿Con un elemento que les da esa altura?

    —…con agua…

    —¿Y qué color es aquel?

    Jesús lo miró sonriendo.

    —¡Lo siento…!—dijo Gulf— En Mercadópolis la vida es en blanco y negro…

    Jesús, entonces, respondió con suavidad: 

    —Ése es el color de la tierra.

    —¿Estos son todos los colores que existen?

    — No, no todos…

    —¿Hay más?— se sorprendió Gulf.

    —Sí, todos juntos están en el Xojobil Yu”un, el arco-iris. Aparecía en el cielo y era una señal de buena fortuna, de buena suerte, de nacimiento, de vida nueva. Pero hace quinientos dos años que no aparece. Nadie sabe porqué. Se lo conoce por tradición oral y se lo espera…Algún día volverá y marcará un nuevo comienzo…

    A medida que subían el terreno empinado, los estómagos se revolvían y las visiones se nublaban. Dejaron el heli-móvil y continuaron a pie.  Iban en fila con grandes bolsas y cajas llenas hasta el tope, selladas y oscuras.

    — ¿Qué llevamos aquí? Esto pesa mucho…— interrogó Gulf.

    —¡Pancremas…para Mew!— bromeó Jesús, viéndolo acercarse a caballo.

    — Si de verdad traes pancremas, tendré que requisarlas.

    Jesús rió y lo saludó con un fuerte apretón de manos. Gulf, quien venía detrás, sentía que la caja se le estaba zafando de las manos y trató de sujetarla mejor. Sin embargo, la mano lastimada le dolía demasiado y sin querer se le resbaló, cayendo y desparramando su contenido en el suelo. Al ver que granadas, lásers y armas cortas por decenas se habían regado por todos lados, palideció.

    Mew, armado con un fusil en su espalda, sin capucha y vestido de fajina, bajó de su caballo y ayudó a Jesús a juntar el armamento. Éste último puso la caja encima de la suya y se alejó selva adentro. Nayeli y Víctor lo siguieron.

    Mew se acercó a Gulf y la obligó suavemente a mirarlo. Recién allí Gulf se percató de quién era ése que se erguía frente a sus ojos. Era él, aquel extraño que había sabido ayudarlo días atrás.

    —Te lo prometí, y ,afortunadamente , pude cumplir…

    Pero Gulf estaba perturbado. Sentía rechazo a cualquier clase de arma. Sin decir palabra, comenzó a desandar el camino, volviendo al heli-móvil que se escondía tras unos matorrales.

    — ¿A dónde vas?— le gritó Mew, siguiéndolo.

    —¡Yo no pertenezco aquí!—dijo sin mirarlo, con tono fuerte y acusador.

    Mew se le cruzó en su camino y lo obligó a frenar. 

    —Somos todos rebeldes, pero no todos tienen armas. Este movimiento es más amplio. Esto es solo una parte.— dijo señalando su arma.

    —Yo no uso armas.— sentenció Gulf, mirándolo a los ojos.

—¡Sí, lo haces! No usas esta clase de armas pero usas otras: la palabra, la inteligencia, el trabajo diario. Se puede luchar de diferentes maneras. Ésta es parte de la mía. ¿Cuál es la tuya? 

    Gulf no supo qué decir. Se sentía débil, inútil, impotente frente a las cosas que no le agradaban. Nunca había sabido cómo enfrentarse a lo que veía que estaba mal.

    — No…lo sé…— respondió bajando la vista. 

    Mew lo miró un momento, pensó muchas cosas, no se atrevió a decir ninguna.

    —¿Por qué no te quedas con nosotros a trabajar aquí, por algunos amaneceres mientras lo decides?

    — No tengo oficio, no sé hacer nada…— se estremeció al darse cuenta de que repitió las palabras favoritas de su madre— Sólo tengo el “defecto” de criticar, veo más allá de algunas cosas, analizo, escucho, siento lo que el otro siente…

    — ¡¡¡Empatía!!! Ése es un buen oficio. Estamos necesitando de eso por aquí.

 Gulf finalmente sonrió. Sintió que las palabras de aquel que lo traspasaba con una intensa mirada verde, lo llenaban de confianza, lo revivían. Se miraron unos instantes, olvidando todo lo demás. Ya sabía lo que iba a hacer. Se quedaría allí, aprendería, pelearía a su manera. Supo, en seguida, que estaba en lo correcto y así se lo hizo saber a
Mew, quien festejó aplaudiendo. 

    A caballo, caballo que más tarde Gulf se enteraría se llamaba Lucero,  él adelante, Mew detrás, se acercaron a un campamento a medio instalar en un claro. 

    La selva cubría los alrededores. Había champas, mesas improvisadas sobre troncos, piedras hechas sillas y un fogón enorme, alimentado por leñas, con un fuego rojo y amarillo devorando las maderas con avidez, cubierto por un fuego rústico. Gulf se acercó obnubilado y sentó con su vista clavada en las llamas. Nunca había visto el fuego. Y en ese momento creyó que no habría nada más lindo en el mundo que el fuego. Salvo, quizás esa mirada profunda y verde que se había anclado, maravillada, en el joven rostro de Gulf  y no encontraba la manera de apartarse. Decenas de personas corrían, saltaban, iban, venían, en un ajetreo casi contagioso, armando toldos, creando sillas de la nada. Parecía que estuvieran construyendo un pueblo, una ciudad, en medio de la selva, con una luna grande, redonda, como mudo testigo de las bases de un nuevo mundo que empezaba a nacer.

     La última gran guerra había comenzado.

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