10- La huída
Gulf pasó todo aquel día encerrado en su habitación. Al atardecer, eligió una mesa algo apartada en la sala de comidas y comió liviano. Tenía un nudo en la garganta que se le cerraba cada vez más mientras veía de reojo los avisos publicitarios mercadopolianos en una mega pantalla ubicada a un par de mesas de la suya:
- “Todas las mujeres, después de los treinta añospolianos, comienzan a tener uñas más duras. Se vuelven gruesas, anti-estéticas.”- decía una voz en “off” mientras mostraban algunas manos, todas con meñiques artificiales.- “Oigamos algunos testimonios…:
“ – Cuando descubrí que esto me pasaba a mí, creí que el mundo se me venía a bajo.”- decía una mujer.
“- Me sentí perdida…, no comía, no dormía…” – confesaba una segunda.
- “Mi marido ya no quería estar conmigo”- se quejaba otra casi llorando- “Pero entonces, una amiga me lo recomendó... Este producto es genial. Te pones tres gotas en cada uña y la vida se te soluciona mágicamente. Sale caro, pero lo bueno vale la pena. Mi salud mental y mi felicidad estaban en juego. Y eso no tiene precio…”
Y entonces, la voz en “off” concluía con un entusiasmado:
-“ Las operadoras la están esperando. No se pierda esta increíble oferta. No le damos ni uno ni dos frascos, sino ¡¡¡tres!!! Si llama dentro de los próximos minutospolianos. ¡¡¡Sí!!! Escuchó bien…¡¡¡Tres frascos tamaño extra!!! ¡¡¡LLAME YA!!!”
Luego las noticias empeoraron el panorama y acabaron con el poco hambre de Gulf. Corrió el plato para atrás y escuchó la información que una mujer de rostro totalmente artificial leía:
-“En el diapoliano de ayer y como marco de la víspera del aniversario número quinientos dos de la Conquista, las autoridades de la colonia sureste del Continente inauguraron un moderno hospital de última tecnología, que podrá asistir a más de mil pacientes por jornada en cada uno de los consultorios externos. Esto es gracias a los fondos dados en conseción por el FMI. (Fondo Mercadopoliano de Inversión) y la O.M.S. (Organización Mercadopoliana para la Salud) quien capacitará a los casi doscientos profesionales que trabajarán allí. La atención a los ciudadanos de Mercadópolis será gratuita…
Para cuando Gulf iba a escuchar la siguiente noticia, vio que un hombre se sentaba en una mesa cerca de la puerta, junto a Nayeli. El extraño, esta vez, no era tan viejo como el anterior. No aparentaba más de cuarenta añospolianos. Tenía barba bifurcada rubia, ojos claros y cabello corto, enrulado.
Gulf acomodó mejor su silla para ver la escena completa. Vio, con rabia como el hombre comenzaba a comer con poca gracia, una presa de carne, que le habían llevado los asistentes del comedor. La sostenía con ambas manos, dándole mordidas grandes, salvajes, hasta que quedaron algunos jirones colgando del hueso. Se limpió los bigotes finos y cuidados y le dio esa sobra a Nayeli, quien lo aceptó desesperada y lo saboreó casi sin respirar. Gulf se descompuso ante tan cruel escena y pensó en salir corriendo pero se contuvo con unos tragos de agua que aún le quedaban en el vaso.
El hombre intentó tomar otra presa de la fuente pero tenía tanta grasa en las manos que se le resbalaba en cada intento.
—¡Voy al cuarto de aseo!— le dijo con tono intimidante— Si me falta un trozo cuando vuelva, te abriré el estómago y lo sacaré.
Nayeli palideció e hizo esfuerzos evidentes para no llorar. Cuando el salvaje se hubo ido, Gulf se acercó a ella y le susurró, mirando de reojo hacia la puerta de la habitación de lavado:
— Esta noche…los sacaré de allí…Estén preparados.
Nayeli abrió los ojos desorbitada. Una mezcla de alteración y sonrisa se dibujó en su cara. Gulf se marchó, desapareciendo justo cuando el hombre volvía a la mesa.
El joven entró a su habitación y cerró la puerta. Miró a su alrededor como buscando algo. Fue al cuarto de aseo. Regresó. Caminó en círculos hasta que se detuvo en seco.
Se acercó a la ventana y recorrió con sus dedos el marco. Con un corta-carne que había robado del comedor, levantó la esquina del metal que recubría los lados y al hacer palanca, lo hizo desprenderse. Hizo lo mismo en el otro extremo y la pieza íntegra se separó del alféizar. Tomó el trozo, largo, filoso y duro y lo miró detenidamente.
— Sí… esto servirá. — pensó y lo guardó en su bolso.
Esperó pacientemente a que el Sol perdiera sus fuerzas. Fue hasta la playa y se escondió detrás del árbol que lo había protegido la primera vez. No había nadie en las inmediaciones. Era casi la medianoche cuando vio a un grupo de jóvenes entrar al hueco. Los mismos hombres que habían estado la mañana anterior, los encerraron y se marcharon.
Gulf se acercó a la puerta de madera y volvió a mirar si estaba solo. La arena brillaba con la Luna desparramada sobre ella. El mar estaba inquieto; las olas llegaban hasta los pies de Gulf.
—¿ Pueden escucharme?— dijo golpeando suavemente la madera.
Unas voces en un incomprensible, para Gulf, dialecto SOIDNI se oyeron desde el interior.
— Vengo a sacarlos de aquí…— susurró sintiendo los pies cada vez más mojados.
Pero nadie le respondió.
Haciendo caso omiso al silencio, tomó de su bolso la barra de metal y comenzó a usarla como palanca para desprender el trozo de madera que sostenía el candado. Estaba mejor atornillado de lo que había pensado. Cambió de posición y volvió a intentarlo.
De repente, las olas comenzaron a llegar con más continuidad, cargadas, coronadas de espuma y el agua empezó a penetrar por las rendijas. Cada ola que moría en la puerta, con furia, con un ruido seco, descargaba el agua que traía dentro de la pequeña habitación subterránea y producía los gritos desesperados de los más pequeños.
Gulf seguía haciendo fuerza mientras oía cómo algunos trataban de consolar a los otros. En un último y desesperado intento, respiró profundamente y con un grito de rabia hizo palanca y la madera cedió. Arrojó a un lado el candado y la barra y abrió las puertas.
La escena que presenció entonces la espantó por un momento: casi una treintena de rostros infantiles, y nada más, se apreciaban en un agujero semi-oscuro. Rostros empapados, pálidos que la miraban azorados sin decir una palabra.
— Eres el amigo de Nayeli, ¿verdad?— dijo el que parecía ser el mayor.
Gulf asintió.
— ¡Les dije que vendría!— exclamó y tomó en sus brazos a una niña y ayudó a que subiera las escaleras. Y como recibiendo una orden silenciosa los demás hicieron una fila y avanzaron por los estrechos peldaños carcomidos por la sal.
—¡Vamos, Bálam, tu turno!— dijo el jovencito, cuando los demás hubieron salido.
Pero el niño, aún de edad temprana, se negó con un rotundo movimiento de cabeza.
—¡ Si nos encuentran, nos matan!— susurró llorando.
—¡No te encontrarán!— aseguró Gulf, descendiendo con mucha prisa.
Lo tomó entre sus brazos y lo llevó a la superficie. Cuando se cercioró de que el pozo estaba vacío, los siguió hasta el otro lado de la villa. Ya estaban por llegar a su habitación, cuando Gulf se alarmó. Faltaba Nayeli…
—¿Dónde la tienen?— le preguntó al mayor—¿ Dónde está Nayeli?
—Está…con un cliente.—dijo una de las niñas tiritando de frío. Tenía el cabello caoba, largo y empapado.
—¿Dónde? ¿En qué lugar?
— ¡¡¡Allí!!!— señalaron todos al unísono, con sus dedos temblorosos.
Debía volver a la playa. La posada era el lugar indicado. Pero antes de ir, Gulf se cercioró de que todos entraran a su habitación; los envolvió con frazadas y les encendió la calefacción.
—¡Sécalos…y tranquilízalos! Yo volveré con Nayeli. — le dijo al mayor.
Gulf emprendió el camino de regreso a la rambla. Llegó hasta una de las ventanas y miró hacia adentro. La sala de clientes estaba vacía. Unas pocas lámparas de Sag´ iluminaban el interior. Tanteó la ventana. Corría con suerte: estaba sin traba. La abrió y entró. Divisó a un par de metrospolianos las escaleras que llevaban al piso superior. Las subió, peldaño a peldaño, apenas con las puntas de sus pies. Crujieron débilmente. No se oía nada, sólo su respiración agitada.
Llegó a un pasillo y divisó unas luces provenientes de sendas habitaciones contiguas. Se paró frente a la más cercana y espió por el ojo de la cerradura. Pensó que era una ventaja que no fueran puertas virtuales. Y entonces se paralizó frente a lo que vio: un niño como de diez u once añospolianos acariciando el cuerpo desnudo de un hombre que bien podía ser su abuelo. Gulf sintió asco, náuseas y mucha rabia. Apretó los labios y siguió hasta la puerta siguiente. Vio una escena similar pero esta vez la protagonista era la propia Nayeli: estaba acostada, desnuda soportando con los ojos cerrados como una mujer la penetraba con un aparato que manejaba con una sola mano.
Gulf empujó la puerta con su hombro y entró, sorprendiendo a la mujer- que no superaba los cincuenta añospolianos- y a la misma Nayeli. Agarró a la hembra de los cabellos y la quitó de encima de la morena. Con una fuerza sobrehumana la lanzó hacia un costado. Con su cara transfigurada del odio vio como la cabeza de la mujer caía sobre unos vasos de vidrio, rompiéndolos en pedazos. Uno de los trozos se le clavó en el cuello, desangrándola a borbotones. Nayeli gritó y saltó de la cama.
— ¡¡¡Tenemos que irnos de aquí!!!— le gritó a Gulf al ver que ésta había quedado petrificada ante la escena.— ¡¡¡VAMOS!!!— gritó nuevamente, logrando arrebatarlo de su trance.
Corrieron hasta la escalera. Pero Gulf volvió sobre sus pasos. Tomó una lámpara que colgaba del pasillo y la arrojó a la habitación donde yacía tirada la mujer. Inmediatamente el Sag´ se desparramó por todo el suelo y las llamas tomaron el cuarto rauda y salvajemente. Nayeli golpeó desesperada la puerta del dormitorio contiguo, hasta que el hombre abrió de mal humor, semi-desnudo visiblemente borracho.
—¡¡¡Deben salir!!! ¡¡¡Hay un incendio!!!— gritaron los dos.
El hombre sin dudar y viendo el fuego que ya estaba tomando el pasillo, corrió escaleras abajo. Gulf envolvió a Nayeli y al niño que allí se encontraba con sendas sábanas y tomó al pequeño entre sus brazos. Cuando estaba por alcanzar la escalera, Nayeli lo llamó desde el otro extremo del pasillo.
— ¡Por aquí nadie nos verá salir!- exclamó.
Gulf sintió voces que se acercaban y sin dudarlo siguió a la jovencita, siempre con el niño a cuestas, por una escalera y después por un pasillo largo. Llegaron a una habitación de almacenamiento. Nayeli corrió unas cajas y le mostró sonriente un hueco en la pared de madera, desde donde podía verse la playa. Salieron por allí, primero la morena y luego la joven con el niño. Pero Gulf volvió a entrar, tomó dos lámparas de Sag´ que iluminaban el pasillo y las arrojó en la habitación. Inmediatamente después los tres corrieron en dirección a los bloques de apartamentos.
Para cuando iban a cruzar la calle que bordeaba la costa, una explosión los obligó a tirarse al suelo. Luego de unos momentos de confusión, semi- incorporados, miraron hacia la posada, de la que sólo ya estaba quedando el esqueleto de madera en llamas.
Gulf tomó al niño y avanzaron sin volver a detenerse hasta llegar a la habitación. Los otros niños se alegraron al ver a Nayeli y al pequeño y los abrazaron. Luego, se asomaron por la ventana. Estaban lejos pero alcanzaron a ver una columna de humo oscura y densa.
De repente, el rostro de Gulf se turbó.
— Nayeli,— dijo frotándose la mano lastimada- dime que están todos, que no había ninguno más allí.
Pero el mayor interrumpió:
— El Rodolfo no está aquí…
Un silencio aplastante abofeteó el ambiente. Gulf intentó tragarse las lágrimas. Nayeli se dejó caer al suelo, vencida.
— ¡Yo…no lo sabía! No…lo vi entrar—dijo llorando desesperada- ¡¡¡No lo vi entrar!!!
Una nueva explosión los hizo sobresaltar pero no cortó con la tensión que se respiraba entre ellos.
Luego de unos minutospolianos, el más pequeño miró a Gulf y pronunció con profunda voz inocente, quebrada pero dulce:
— ¿Nos vas a llevar contigo, verdad?
—¡Claro que sí!- sentenció él.
Y entonces palideció. Sabía que no podían permanecer ni un momento más allí o de lo contrario los encontrarían cuando notaran la ausencia de los niños en el foso. Pero ¿a dónde iría con aquellas pobres almas atormentadas? Respiró profundamente y miró hacia el cielo a través de la ventana, como tratando desesperadamente de encontrar una respuesta.
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