1- Mercadópolis
Mercadópolis era una pequeña isla ubicada al norte del paralelo cero, de un pequeño planeta, en un pequeño sistema solar, en la periferia de la galaxia.
Los ciudadanos de Mercadópolis estaban orgullosos de la evolución que su sociedad había logrado, basada fundamentalmente en tres grandes pilares- que son las características que marcan a un pueblo civilizado- un poder financiero globalizado, flanqueado a cada lado por un sistema informático muy desarrollado y una alta tecnología vanguardista.
Todos estaban comunicados y permanentemente informados. Dar El-Beida, la empresa de comunicación de la isla, transmitía las veinticuatro coma una horaspolianas que duraba el día en Mercadópolis.
La isla tenía forma de bota, con una extensión de doscientos cuarenta y cuatro mil ciento tres kilómetrospolianos cuadrados y su población rondaba los cincuenta y ocho millones ochenta mil un ciudadanos; con una gran llanura desértica al sur y grandes lagos secos al norte, montañas al oeste y una línea llana costera y rocosa en la parte oriental. Aunque poseía un clima templado, existían variaciones considerables entre el norte y el sur, con veranos frescos y cálidos respectivamente. Las precipitaciones eran abundantes, siendo comunes lluvias densas y tifones en los meses altos. La isla poseía más de sesenta volcanes activos y su territorio era proclive a graves terremotos.
Por supuesto, tomaban medidas para apaciguar los resultados pero aún no habían encontrado la tecnología apropiada para predecir dichos terremotos ni mucho menos evitarlos.
Su capital estaba ubicada casi en el centro de Mercadópolis. Concentraba a la mayoría de la población. Su nombre oficial era Dirdam pero se la conocía masivamente como el Castillo de Los Reyes, ya que allí vivían los dueños de Dar El-Beida.
Debido a la escasez de recursos naturales que ahora ostentaba Mercadópolis, Dar El-Beida había financiado desde hacía más de cuatrocientos años mercadopolianos el desarrollo de las industrias primarias en el Continente (la otra fracción de tierra poblada en aquel planeta).
La falta de espacios verdes: bosques, selvas, la nula vegetación y fauna hacían del Castillo de Los Reyes un sitio solicitado para vivir por los ciudadanos, quienes sabían perfectamente que vegetación y fauna silvestres eran sólo elementos de transmisión de enfermedades.
El Castillo de Los Reyes era una gran metrópoli techada como todas las otras ciudades de la isla. Poseía un sistema de regulación artificial guiado por computadoras sofisticadas que impedían que los rayos dañinos de la fuente solar de aquel planeta enfermaran a los mercadopolianos.
Dirdam se alzaba como un domo de cinco lados, superpoblada de construcciones altas que eran tan vanguardistas como poco aptas para resistir temblores.
Allí se ubicaba el corazón informativo de Mercadópolis, representado en el Castillo de Dar El-Beida. Era una construcción enorme, alta y blanca, con seis columnas al frente sosteniendo un dintel decorado sobriamente. En él podía leerse, en símbolos mercadopolianos:
“SOMOS LIDERES EN LA REPRESENTACIÓN VIRTUAL.”
Finas cortinas se veían en las veintiún ventanas del frente, desde las cuales podía observarse un paisaje privilegiado: un jardín, el único de todo Mercadópolis; césped verde, bien cuidado, una fuente de aguas cristalinas rodeada por pequeñas y coloridas flores, canto de aves, mariposas…una vista maravillosa…maravillosamente virtual.
El resto del suelo de Dirdam era de un material duro, aislante, gris opaco, auto-limpiante. Siempre iluminado por faroles de Sag’ (un elemento gaseoso perfecto para la iluminación pero escaso en la isla. Aunque era realmente barato adquirirlo del Continente.)
Los ciudadanos de Mercadópolis eran realmente felices… Tenían sus necesidades básicas cubiertas, un buen nivel de vida y una buena salud, que conforme pasaba el tiempo mejoraba cada vez más, gracias a las nuevas tecnologías. Aunque los médicos de la isla no habían logrado dar en la clave para la cura de una extraña enfermedad, que era tan extraña y tan repentina que ni siquiera nombre tenía.(Cuando Dar El-Beida se refería a ella en sus noticieros lo hacía como “la enfermedad de nuestros infantes”.)
Desde hacía dos generaciones, más del noventa por ciento de los bebés que nacían cada nueve coma un meses mercadopolianos presentaban una malformación en los ojos que se les agravaba con el transcurso del tiempo, siendo inevitable la pérdida de la visión.
Ante los fracasados intentos de transplantes de córneas artificiales, se había aceptado la opción de realizar transplantes de córneas naturales, obtenidas gracias a las generosas donaciones de padres del Continente que sufrían la muerte de sus infantes por causas naturales: el clima, el sol, los animales, la vegetación (que sí abundaban en las tierras altas.)
Claro que luego de los transplantes, con una avanzada tecnología, se cambiaba el color de cada iris, ya que los rasgos de los mercadopolianos eran más sutiles y más claros que los del Continente. Sólo en un porcentaje menor a veinte el cambio de tonalidad no se lograba. Entonces se recurrían a iris artificiales desechables cada dos ó tres díaspolianos- con pigmentos socialmente aceptados según la moda de la isla que tapaban a la perfección el iris continental oscuro y sin gracia.
La moda de la isla era seguida al pie de la letra. Se convirtió prácticamente en el centro de conversación de cualquier isleño. A decir, qué tipo de peinado era el apropiado, dependía de qué día de la semana mercadopoliana era. Nunca, por ejemplo, un comienzo de semana era propicio para usar el cabello peinado hacia atrás; mejor era usarlo atado hacia uno de los lados.
Cada atardecer, en el programa más visto de la isla- y el único que existía- se mostraban las últimas tendencias en maquillaje, ropa, accesorios y ,por supuesto, peinados. No seguir la moda era no estar a la altura de la evolución social. Y no había mujer mercadopoliana que no adquiriera nuevas mercaderías de moda cada diapoliano, con sus respectivas compu-revistas, con sus infaltables tablas de peso corporal adecuado, largo de dedo meñiques adecuado y otros muchos “adecuados” más; y sus “kits” de dedos, narices y ombligos perfectos, cómodos y con apariencia totalmente real.
Todo lo que permitía que la belleza física mercadopoliana se expresara, estaba permitido.
Y así era Mercadópolis: el equilibrio perfecto entre consumo y demanda, entre tecnología, informática y vida…
Más no era así para Gulf, de quien también se narra en esta historia…
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